Es posible que debamos prestar atención, entre muchos indicadores, a las cifras altamente preocupantes con relación a la vida de nuestros adolescentes y jóvenes. Las estadísticas del Ministerio de Salud (MSAL) del año 2016, nos dan un panorama que no se presenta con suficiente frecuencia en nuestra vista.
El suicidio es la segunda causa de muerte en la franja de 10 a 19 años. Y en la comprendida entre 15 y 19, alcanza el mayor porcentaje con 12,7 cada 100.000 habitantes de nuestro país. Con una diferencia muy significativa, porque mientras es de 5,9 en el caso de mujeres, alcanza el 18, 2 entre los varones. Tema que merece su atención particular.
¿Qué pasa con el amor a la vida en ellos? Porque cuando se apela a la muerte siempre hay un desencadenante. Y nunca está ausente la pérdida del sentido de la vida tal como se la experimenta.
El mundo del consumo, de la inmediatez, del torbellino emocional y de las crisis sociales a que están sometidos, sin el contrapeso de una formación integral que los prepare para superar las frustraciones y la peligrosa experiencia del vacío o del absurdo, es un medio peligrosamente provocador.
Más cuando tampoco se percibe un modelo claro de vida que los entusiasme con un ideal capaz de traccionar sus vidas nuevas hacia un futuro prometedor.
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Este es un tiempo en que debemos escuchar atentamente el legado de Viktor Frankl. “El hombre es un ser de sentido”. Si no lo hacemos aparecer en el horizonte de sus vidas, los dejamos expuestos a la vivencia del absurdo, que siempre es mal consejero.
Esta reflexión tiene la intención, respetuosa y a la vez insistente, de llamar la atención sobre la educación institucional, sobre la educación social que modelan los formadores de opinión pública, y sobre los padres que son los primeros responsables de “acompañarlos” y generar el amor a la vida. A la vez que formar su incipiente personalidad sobre la base de una profunda autoestima y la experiencia de los valores que dan consistencia a la vida.
No alcanza con insistir en la instrucción que hace al conocimiento de ciencias y habilidades. Es tiempo en que más que nunca se debe comprender que educar es mucho más que instruir. El ser humano necesita imprescindiblemente de la capacidad de autogobierno, para ser capaz de pensar para vivir.
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No es verdad lo que decía una publicidad comercial en España: “Compro, luego existo”. No debemos permitir que nuestros adolescentes y jóvenes aprendan a huir de la realidad, ni mediante las drogas, ni el alcohol, ni el frenesí, ni la arbitrariedad. El autogobierno no es represión. Es la capacidad de elegir lo que vale, o lo que vale más.
*Julio César Labaké. Psicólogo. Doctor en Psicología Social. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Psicoterapeuta, conferencista y escritor.