El hecho que voy a referir sucedió en un tiempo que no pude entender, por eso lo escribí. Escribo recorriendo los caminos del no saber. Busco comprender y comprenderme en las huellas que deja la historia que me parió. Avanzo luchando contra las distracciones, contra los fracasos cotidianos y el hambre del olvido que siempre acecha. Hay algunas certezas a las que me aferro para no enloquecer.
Nací en Buenos Aires el 5 de diciembre de 1969. Crecí con Videla, pero también con Charly García. Camino los pasillos de mi memoria y están mis padres, mis hermanos, los hogares y sus marcas, los viejos amores y un puñado de gente que no quiero olvidar. Junto piezas, utensilios, palabras, documentos, huellas; soy un arqueólogo en la tierra de mi mente.
Rescato todo lo que puedo porque sé que, con el paso del tiempo, los recuerdos suelen deformarse, cuando no perderse. Aunque también aprendí a confiar en la sabiduría del inconsciente que atesora más de lo que suponemos y que aquello que imaginamos perdido tarde o temprano puede emerger, al igual que una flor de loto que brota del barro.
http://Política y fútbol: cuando la dictadura decidió explotar el Mundial de 1978
Recuerdo el año 1978. En mi hogar, como en el de mis amigos, el Mundial de fútbol; reunidos frente al aparato de tevé, manifestando mil emociones. Contagiado por las euforias ajenas, sin saber bien de qué se trataba, grité los goles de la selección argentina. Por entonces vivía en Villa Urquiza y salí a festejar la conquista del campeonato por la avenida Triunvirato.
Observé la fiesta desde ese lugar privilegiado de una infancia feliz: a caballito de mi padre. Si pudiera congelar ese recuerdo, hacerlo fotografía e imprimirla, estaría sobre los hombros de papá, sonriendo, con los brazos extendidos apuntando al cielo, rodeado de un mar de gente con remeras y banderitas celestes y blancas; y rostros denotando una alegría que pareciera no tener fin.
Pero enseguida se descongela la imagen al calor de las preguntas que la adultez trajo a la orilla de la conciencia: ¿desconocían, como lo desconocía yo y lo desconocía mi familia, lo que ocultaba el Mundial: que detrás de los goles y los festejos acechaban los gritos del horror?
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Recuerdo que el 2 de abril del 82 me dijeron, o tal vez escuché, que habíamos (así estaba conjugado el verbo haber) recuperado las islas Malvinas. Pregunté, y me explicaron, aunque no comprendí demasiado. A los doce años, ¿qué se puede comprender acerca de soberanías, tierras robadas y reconquistas?
Seguramente festejé, como con el Mundial, contagiado por el clímax popular. Tomé un trozo de cartón, escribí con fibra roja: Las Malvinas son argentinas y lo pegué en una de las ventanas que daba a la calle; y esa fue mi forma de manifestarme, con la escritura, desde entonces, así como llevaba un diario íntimo en el que dialogaba con el adolescente que empezaba a ser. Otros recuerdos están perdidos o agujereados por las polillas del tiempo.
Recuerdo que unos días después de "la recuperación" de las Malvinas estaba en la casa de mis abuelos maternos, que sonó el teléfono de línea y que mi abuela Felisa se levantó de la cama, que caminó lentamente hasta el comedor, que atendió y que enseguida se puso a llorar. “A Gustavito lo mandaron a las Malvinas”, le dijo a su esposo, mi abuelo Domingo. Gustavo era mi tío.
Pero no llegó a Malvinas, permaneció en Comodoro Rivadavia practicando tiros con armas inservibles hasta que la guerra terminó, me narró unos años después. En el colegio juntamos ropa, frazadas y chocolates, y nos propusieron escribirle una carta a un soldado desconocido. Sé que escribí esa carta, pero no recuerdo su contenido. ¿Qué le pude haber escrito? ¿Qué pudo decirle un pibe de doce años a un soldado desconocido que se jugaba la vida en las islas Malvinas?
Recuerdo que en las radios solo pasaban música en español; ¿acaso The Beatles eran los usurpadores? Los comunicados de la Junta Militar, con la marcha de las Malvinas y “que Dios, nuestro señor, quiera bendecir nuestra empresa.
Directamente desde casa de gobierno…”. ¿Dios bendiciendo qué empresa?, ¿la empresa de la guerra? ¿Dios directamente desde la casa de gobierno? ¿Dónde estaba Dios?
Recuerdo a la gente gritando en la Plaza de Mayo: “¡Argentina! ¡Argentina!”. El discurso y la frase final de Galtieri: “Si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla”. Y el pueblo, ante el furor del militar, proponía “con gloria morir…”. Sin embargo, regresaban a sus casas y a Malvinas fueron algunos militares, pero también muchos civiles, en su mayoría adolescentes que estaban haciendo el servicio militar obligatorio, sin ninguna preparación para la guerra.
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Pasaron muchos años. Recolecto en el árbol de la memoria y escribo para sentirme vivo, para entender, para entenderme. Sé que estamos atravesados por acciones humanas que desencadenan suertes y desgracias con las que se van tejiendo los hilos de cada historia.
Yo solo viví la guerra de manera indirecta, lo que no quiere decir que no haya causado efectos en mi subjetividad, en mis ideas acerca del mundo y sus habitantes.
Somos producto de un contexto que se va haciendo texto en cada ser humano y que de este modo va escribiendo su historia personal. Escribí para que no gane el olvido.
*Psicólogo y escritor; autor de “La Isla Interior: Tres vidas después de Malvinas” (Editorial Marea)