Creo firmemente que la Patria se ha hecho de batallas ganadas, pero también de batallas perdidas, pues es en las derrotas donde y cuando se pueden medir la integridad y la grandeza de los hombres y, en consecuencia, de los pueblos a que pertenecen.
Ayohuma fue una de las batallas libradas en el Alto Perú por nuestra Independencia el 14 de noviembre de 1813. Su nombre, siempre vinculado a la batalla de Vilcapugio (también perdida), es uno de aquellos episodios relegados por su resultado, formando parte de la visión triunfalista de nuestra historia que “prefiere olvidarlos”.
Tras la derrota de Vilcapugio y luego de una penosa retirada acuciado por el frío, la fatiga, el hambre y con las tropas dispersas; Belgrano reúne sus fuerzas en Macha y reorganiza el ejército solicitando auxilios de los gobernadores vecinos: “Sepan que no hemos de abandonar el puesto, sino cuando sea imposible sostenerlo. Aún hay un sol en las bardas y hay un Dios que nos protege”.
Ocampo, Arenales y Warnes envían hombres, municiones y algunas piezas de artillería, mientras Belgrano levanta la moral y es optimista, pues los realistas se encuentran inmóviles, escasos de víveres y caballos rodeados de población hostil. Pezuela, comprendiendo que su quietud es su derrota, decidió ir al encuentro de la fuerza patriota antes que se reforzara más, acampando a dos leguas (10 km) del ejército de Belgrano.
Ayohuma: la derrota
A pocas leguas al Este del lago Poopó, con un paisaje yermo y desolado, se encuentra la pampichuela de Ayohuma, que significa en quechua “cabeza de muerto”. Las fuerzas enfrentadas eran desproporcionadas. La caballería patriota duplicaba la realista, y la infantería enemiga a la de Belgrano. La gran diferencia fue la artillería, no sólo en cantidad sino en su utilización, donde Pezuela era un experto.
A las 6 de la mañana las tropas de Pezuela descendieron la cuesta de Taquiri, vivando al Rey. A las 10 Pezuela abrió fuego con sus cañones causando estragos en la infantería patriota, mientras la artillería de Belgrano era ineficaz por su corto alcance. La carga de caballería al mando de Cornelio Zelaya fue rechazada, mientras la infantería enemiga rodeaba a los nuestros, la única opción fue retirarse. El clarín logró reunir a unos 500 hombres de los poco menos de 3000 apostados, Belgrano, con la bandera en la mano, en las asperezas de la montaña, rodeado de las tristes reliquias de su ejército vencido, continuaba tocando a reunión a los dispersos, en señal de que su General no los abandonaba.
Quedaban en Ayohuma cerca de 500 muertos, 300 heridos, más de 600 prisioneros, y todo el parque de artillería, 1500 fusiles y equipajes.
El propio Paz decía años después: “Es preciso considerar que estábamos en el aprendizaje de la guerra, y que así como era, el general Belgrano era el mejor general que tenía entonces la República. Estaba también falto de jefes, pues los mejores, por varios motivos, estaban ausentes; no tenía un solo hombre a quien pudiera deber un consejo, ni una advertencia, estaba solo, y solo llevaba todo el peso del ejército”.
El olvido de la patria: quién fue María Remedios del Valle
El propio Belgrano en carta a San Martín escribía: “... he sido completamente batido en las Pampas de Ayohuma cuando más creía conseguir la victoria; pero hay constancia y fortaleza para sobrellevar los contrastes y nada me arredrará para servir, aunque sea en la clase de soldado, por la libertad e independencia de la Patria.../... mucha falta me han hecho los buenos Jefes de División porque el General no puede estar en todas partes”.
Según José María Paz, recordando una conversación con Belgrano años después, éste le dijo: “Perdí esa batalla por cinco jefes cobardes que no correspondieron al concepto que yo tenía de ellos”...
Ayohuma y la derrota representan el fracaso de las esperanzas sostenidas sobre la calma del frente septentrional; dio por tierra con los proyectos elaborados por el Gobierno para las operaciones de la Banda Oriental y la Capital. Es posible que en la corta historia de las Provincias Unidas no se registre otro momento en que la Revolución haya estado tan cerca del desastre total... Si después de Vilcapugio podía esperarse éxito gracias a algún golpe de audacia, en ese momento, era preciso ser prudentes en todos los órdenes.
La batalla perdida fue el triste colofón de una campaña y punto de inflexión para cambios en la estrategia militar de enfrentar al enemigo. Desde el cambio de comandante (San Martín por Belgrano) hasta los inicios de la Guerra Gaucha bajo el mando de Güemes.
Los tres funerales del General Manuel Belgrano
El día después de Ayohuma: los prisioneros
Fueron remitidos al día siguiente a Macha, donde algunos sufrieron simulacro de fusilamiento por ser “españoles” y otros aceptaron el ofrecimiento de Pezuela de “pasarse a las fuerzas del Rey”. Al resto, les esperaba un largo viaje hacia Lima para ser recluidos durante 7 años.
Custodiados por 70 hombres los más de 500 prisioneros marcharon hacia Arequipa, casi siempre a pie, y en parte a lomo de burro y llama. En dicha ciudad fueron recibidos por el Gobernador Pío Tristán (aquel que fuera derrotado por Belgrano en Tucumán y Salta) quien los asistió con ropa y víveres. La marcha siguió hasta Mollendo y desde allí en barco a Lima donde arribaron el 23 de enero de 1814 y conducidos a las terribles Casas Matas del Castillo Real Felipe en El Callao.
La cárcel se componía de tres salones de cal y canto de sillería como de ochenta varas de largo por nueve de ancho cada uno. Si bien sus bóvedas apenas sobresalían a la superficie, eran muy bajas, estaban construidas a prueba de bombas, a cuyo efecto tenían encima terraplenes. El sistema de ventilación lo constituían 5 ventanas o tragaluces a cada costado, y una en el mojinete opuesto a la puerta. Todas ellas verdaderos respiraderos de aire colado, al que bajaba por dentro del muro, resguardados por formidables y dobles barrotes de fierro de 4 a 5 pulgadas de espesor, de manera que semejaban un caño de chimenea. Dos de esos salones, con sus divisiones, eran ocupados por oficiales solamente. Y el salón restante, por más de cien soldados apiñados como higos en petaca, y a los que se sacaba continuamente con grilletes para trabajar en las fortificaciones, no sucedía lo mismo con los oficiales que exentos de estos trabajos forzados, pasaban el día encerrados.
Hace 200 años, el General San Martín llegaba a Lima, la Ciudad de los Reyes
Juan Isidro Quesada, quien a la edad de 13 años cayó prisionero en Sipe Sipe y fue remitido a las Casas Matas el 11 de febrero de 1816 destacaba que “sólo se abrían las puertas para hacer la limpieza de aguas, pasar lista y cuando ingresaban las cocineras con la comida y la cena, a las siete de la noche”. La comida era bien frugal: frijoles o porotos y puchero, que se complementaba con el sustento de 3 reales diario que los presidiarios utilizaban para comprar comida al fondero Lorenzo Barboza, un zambo alto, panadero que fue condecorado por el general San Martín con la Orden del Sol por sus servicios.
La vida en prisión no fue fácil, duró para la mayoría 7 años, hasta el ingreso de San Martín en Lima. Algunos fallecieron en cautiverio víctimas de la tuberculosis, otros consiguieron fugarse, algunos fueron canjeados luego de Maipú pero la mayoría permaneció estoica hasta 1821 cuando al ser liberados, no obstante la larga ausencia de su tierra natal, prácticamente todos los oficiales pasaron a integrar las filas del Ejército Libertador.
Así ante un nuevo aniversario, recordamos a los hombres de Ayohuma, que junto a Belgrano primero y con San Martín después, dieron su sangre y esfuerzo en pos de la felicidad de la Patria.
* Roberto Colimodio.