Giorgio Lapira es un modelo de político, hoy en proceso de santificación. Fue alcalde de Florencia en la Italia de la postguerra, gobernó privilegiando a los pobres, con plena honradez y alta conciencia global, promoviendo la paz y el desarme entre las grandes potencias, cuando todo pendía de un hilo frente a una nueva conflagración atómica. Refiriéndose a la necesidad de crear trabajo, señaló: “La desocupación es un enloquecimiento económico y social”.
Su definición de más de medio siglo atrás tiene en la Argentina de nuestro tiempo plena vigencia. Porque padecemos tres formas de enloquecimiento, que se retroalimentan y constituyen la multi- causalidad de nuestro no-desarrollo.
La primera locura se expresa a través de las redes tóxicas que enturbian la democracia. La responsabilidad aquí es de los dirigentes de todo el espectro de la vida pública nacional. Suponer que ganamos prestigio denigrando al adversario y emitiendo frases provocadoras digitales para ganar un minuto de fama, es ser profundamente ignorantes de la naturaleza del cambio institucional que enfrentamos. Nos convertimos en mercancía barata para alimentar los algoritmos de odio que fueron denunciados esta semana por responsables de gigantes digitales. Tuvimos hace pocos días acaso una enorme metáfora cuando se produjo el apagón masivo universal de redes sociales durante varias horas. ¿No significará una invitación a recrear cercanía, empatía, humanidad, racionalidad? ¿No será una interpelación para construir sentido desde las periferias al centro, desde los territorios a las decisiones, desde la comunidad hacia las políticas públicas? El bien más escaso en el universo productivo actual no sólo es la tierra, el trabajo y el capital, sino nuestra atención. Y en esa escasez de atención bombardeada por estímulos vertiginosos, la opción es clara: o la malgastamos en peleas fraticidas o la re-centramos en las prioridades que realmente le importan al país, aunque esto último suponga la invisibilidad mediática o el silenciamiento tendencioso cuando no se producen “malas noticias”. La vocación de servir al pueblo tiene que rehabilitarse, no sumándose al morbo auto-destructivo de los trolls. Y en directa vinculación con esto último, se trata también de aprender la lección de que no constituye un buen camino judicializar la política o politizar la justicia. Ambas acciones constituyen una puerta giratoria que hoy castigará a la oposición y mañana a quienes dejen de ser gobierno, o viceversa, porque será una perversa manera de construcción de post-verdad que vacía de sentido a la voluntad popular.
Las redes tóxicas enturbian la democracia. La responsabilidad es de los dirigentes
La segunda locura es la locura de un sistema financiero internacional que requiere una nueva arquitectura. La Argentina también conoce de esta situación, porque ha asumido un endeudamiento externo irracional -para peor, fugado del país en otra insana puerta giratoria- imposible de honrar en plazos y montos en vigencia. El universo político, económico y social ya ofreció muestras de racionalidad cuando apoyó la propuesta del Gobierno de reestructurar la deuda externa asumida con el sector privado, que permitió al país ahorrar un monto muy significativo de recursos. Tenemos por delante ahora el desafío de unir fuerzas en conjunto para promover un cambio en las condiciones asumidas ante el FMI. Con un horizonte macroeconómico que tienda a una disminución de la inflación, incremente la demanda agregada, optimice la ejecución del presupuesto público, fomente una real competencia empresarial y establezca una recreación del mercado de capitales que permita movilizar la riqueza dormida o extraviada del país y canalizarla con el propósito de diversificar nuestra estructura productiva. Este tema requiere ser el primer capítulo de un primordial acuerdo político-social, porque resulta irracional suponer que alguien puede obtener un beneficio de una explosión cambiaria o de un desierto recesivo.
La tercera locura es la locura de la ausencia de trabajo formal y con plenos derechos. Convertir planes sociales asignados para la situación de emergencia en empleo registrado permanente debe ser una gran causa nacional, lo cual supone disparar un trípode de acciones concertadas: reglas claras para las inversiones productivas, convenciones colectivas de trabajo que promuevan la transición entre planes y empleo formal atendiendo a las características de cada sector, y una educación para toda la vida que impulse habilidades para atender a la demanda laboral del futuro, que ya llegó. Aquí los enloquecimientos son múltiples: desde la tentación a eliminar formas de sindicalización consagradas por leyes internacionales, hasta el empleo abusivo de planes con fines clientelistas, pasando por las guaridas fiscales que acogen inversiones no productivas y las rigideces corporativas que niegan todo tipo de cambio. Como cordura social surgen iniciativas sectoriales que comienzan a consolidar la posibilidad de esta transición: el sector gremial y empresarial de la construcción han dado los primeros pasos, también la economía del cuidado del trabajo doméstico y el sector de trabajadores rurales de economías estacionales, pudiendo incorporarse en el futuro cercano al trabajo en el sector del turismo y la gastronomía y de las obras sanitarias y saneamiento. Aquí resulta clave el diálogo entre el movimiento obrero, los movimientos de la economía popular, las pequeñas y medianas empresas, las representaciones gremiales empresarias y el Estado en sus diversos niveles.
En definitiva, superar las tres locuras por tres corduras implica construir lo que Helene Landemore denomina “una democracia abierta que reinventa la regla popular”. No es sólo electoral, sino deliberativa y participativa. No es solo representativa, sino también expresiva. No es sólo partidaria, sino también comunitaria. No es cautiva de las redes sociales, sino promotora de vínculos humanizantes y relaciones profundas.
Sin especulación financiera, hay que restaurar el crédito para el desarrollo humano integral
La Pira lo decía con certeza, porque lo vivía con su ejemplo: “Que no se diga la frase poco seria: La política es fea. La política es un compromiso de humanidad¨ Desde la experiencia que mantenemos en el Consejo Económico y Social comprobamos que la locura de la fractura puede superarse con la cordura de una escucha atenta, intenciones sanas y capacidad de síntesis de intereses. Hay múltiples experiencias –seguramente perfectibles, por cierto- que fueron avanzando en estos meses con la participación de empresarios, trabajadores, sociedad civil, academia, científicos y universidades: la ley de economía del conocimiento y su aplicación para formar jóvenes programadores y atraer divisas; la ley de promoción de la industria automotriz y la cadena de valor de la electro movilidad; la ley de producción industrial de cannabis; el acuerdo de contenidos audiovisuales argentinos; la promoción federal del turismo y de energías alternativas como el hidrógeno; los códigos de ética y la planificación para la obra pública; la elaboración de estudios de base y propuestas rumbo a un pacto por la información y la democracia para el uso de las redes sociales y las ciencias del comportamiento para el bien común, entre otros. Son pasos concretos, que significan horizontes de varios años de previsibilidad. El post-14 de Noviembre necesita consolidar esta huella.
A la locura de la agresión instantánea, tenemos que anteponerle la cordura de una paciente eco-política del encuentro. A la locura de la especulación financiera, la cordura de un acuerdo que restaure el crédito para el desarrollo humano integral. A la locura del desempleo, la cordura de compromisos productivos sectoriales que sean un puente entre los planes y el trabajo formal. ¿Ingenuidad? Más bien ingenuo, supone hacer lo mismo de siempre y pretender obtener resultados distintos.
* Presidente Consejo Económico y Social. Secretario Asuntos Estratégicos.