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Humor ácido, risa amarga: algunas claves de la caricatura feminista

Por Josefina Massot desde Nueva York | Mujeres caricaturistas de España y Latinoamérica hablan de género, política y el humor como queja en un encuentro en Nueva York.

Bitter Laughter
Bitter Laughter. | www.tiracomicamagola.blogspot.com.ar

“El origen secreto del humor no es la alegría sino la tristeza”, dijo Mark Twain, y remató: “No hay humor en el cielo”. Aunque en la tierra lo haya de sobra, ha sido patrimonio casi exclusivo de los hombres —no porque las mujeres carezcan de él sino porque, como en tantas otras áreas, se las ha silenciado. Hay quienes aún reducen su humor a la habilidad de responder al del hombre: la mujer no cuenta chistes, sino que se ríe de ellos—. La historia, por suerte, ofrece revancha, y en las últimas décadas el número de humoristas femeninas se ha multiplicado. Tina Fey, Sarah Silverman y Amy Schumer, por ejemplo, son hoy de lo mejor del rubro.

Es cierto que trabajan en medios masivos (escriben bestsellers, ocupan pantallas, agotan teatros), y lo hacen desde la meca mundial del espectáculo. Muchas de sus colegas, no obstante, provienen de países algo más periféricos y hacen humor en formatos menos clásicos. El pasado 11 de noviembre, la revista literaria en español Vice Versa se propuso darles voz. En su evento Bitter Laughter, reunió a una serie de prestigiosas caricaturistas hispanoamericanas que acabaron confirmando el dictamen de Twain: hablaron del humor (es decir, de la angustia) que despiertan la política, el machismo y ciertos paradigmas femeninos.

AMOR

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En lo que hace a la vida amorosa, el estado civil de algunas de las invitadas acompaña su visión. La colombiana Adriana “Nani” Mosquera, que está casada hace veinticuatro años, concibe a la pareja como “la célula de la sociedad”. La argentina Ana Von Rebeur, divorciada, dice que ya “la buscó, la encontró y la desechó”. La joven artista Flavia Álvarez —más conocida como “Flavita Banana”— está soltera desde hace cinco años tras acabar una relación “tóxica y codependiente”; sostiene que, en la gran mayoría de los casos, la gente sigue junta “sólo porque algún día empezó”.

Las tres apuntan a ciertos mitos que debieran ser derribados a la hora de pensar el amor. “Las telenovelas en Colombia siempre van sobre lo mismo: la chica consigue a un hombre rico que la rescata y tiene la vida solucionada”, se queja Mosquera, y pide que se ponga el énfasis en la mujer luchadora. Von Rebeur admite que la noción del hombre ideal ha sido parte de su educación, pero hoy entiende que “la perfección masculina es como la felicidad: existe sólo de a ratitos”. Flavita advierte que en muchos casos, al romperse una relación, las partes no saben qué hacer por sí solas. Hay que lograr, entonces, que “la pareja no ocupe un porcentaje tan alto de nuestras vidas; que sea un acompañamiento y no una simbiosis”. La venezolana Rayma Suprani habla del “amor de bolero latinoamericano” que vivieron sus padres —basado en la idea de que “cuanto más se sufre, más se ama”— y lo contrasta con su propia concepción: el amor tiene mucho de ridículo, por lo que es esencial elegir a alguien que sepa reírse de él.

BELLEZA

Mosquera define a Colombia como un “reinado de belleza”. En rebelión contra ese imperativo estético creó a Magola, la legendaria protagonista de sus tiras cómicas desde hace casi veintitrés años. La describe como un personaje “muy feo” y luego, más amablemente, como el reflejo de “muchas mujeres en sus casas, en el ámbito privado: libre, sin parapetos”. Flavita también busca la naturalidad a la hora de dibujar sus personajes y alude al nudismo en su Barcelona natal como fuente de inspiración: “En la playa veo a muchos hombres y mujeres mayores en quienes la gravedad ha hecho su efecto. Me parece una maravilla que se muestren tan abiertamente”. Contrapone esa libertad a la cultura latinoamericana de la “producción” ya denunciada por su colega. “Las mujeres se retocan para adaptarse a una imagen falsa del cuerpo; no se ha expuesto suficientemente la verdadera desnudez”. Von Rebeur confiesa que en algún momento de su carrera contribuyó a esa farsa: “Trabajé seis años en Cosmopolitan España. Empecé dibujando mujeres “monstruosas” pero me dijeron que tenía que “mejorarlas” y así lo hice. No fui honesta conmigo misma”. Su postura, de todos modos, es ambigua: “Por más feminista que una sea, va a querer verse agradable. Si no, acaba siendo rara, que tampoco es la idea”.

MACHISMO

El machismo en el mundo de la caricatura fue, como en el del humor en general, la norma hasta hace poco; Suprani, Von Rebeur y Mosquera tienen la edad como para haberlo experimentado a pleno. También Martha Barragán, de México, que sólo pudo trabajar temas de género en un diario dirigido por una mujer: “Me aceptaban en otros lados, pero me pedían que hablara de tacones, de ropa”. Suprani cuenta que hace un tiempo se editó en Venezuela una compilación de tiras cómicas sobre diversos temas; aunque ella había hecho tanto humor político como de pareja, se la relegó exclusivamente a la sección que trataba lo segundo. A Von Rebeur le interesa “todo menos la mecánica automotriz”, pero sus jefes la empujaron desde siempre hacia temáticas de género, “cosa impensada en un hombre”. En el caso de Mosquera, el machismo jugó un rol profesional complejo: por un lado, sobre todo al principio, sus colegas masculinos la ningunearon; por el otro, el que casi no hubiera mujeres caricaturistas sirvió para impulsar su carrera. Flavita, que tiene sólo treinta años y empezó a dibujar seriamente hace tres, no parece haber sufrido ataques o desprecios de este tipo.

Como con el amor, el tratamiento que hacen ella y sus colegas del machismo parece estar ligado a sus vivencias personales. En México, Barragán emplea el dibujo para humanizar cifras escalofriantes: “Del 2006 al 2012, aumentó un 40% el feminicidio; 6.4% mujeres son asesinadas por día; 95% de esos asesinatos quedan impunes; el 31.2% de las niñas no va a la escuela; hay 120.000 abusos sexuales por año, y nada de esto es noticia”. Frente al horror, considera que la sola denuncia no alcanza. A través de sus caricaturas, ha logrado acceder a distintos espacios educativos e institucionales del país e incidir directamente en políticas públicas.

Aunque menos militantes, sus coetáneas también expresan compromiso y preocupación. Mosquera opina, ecuánime, que “ni todas las mujeres somos santas ni todos los hombres son tan malos”, e intenta plasmar ese equilibrio en sus tiras. Subraya que el feminismo no debiera ser una cuestión de género: “Yo soy feminista, desde ya, pero también lo son mi marido y mi hijo”. Von Rebeur condena el machismo masculino citando a Néstor Arias: “La violencia del hombre hacia la mujer se debe al miedo del hombre a la mujer sin miedo”. Al mismo tiempo, concede que ambos crecen con los mismos prejuicios de género y que en las redes quienes más la atacan son las mujeres: “Les sigue queriendo gustar el discurso del amo”.

Flavita retrata las faltas de ambos sexos más o menos por igual y asegura que, a diferencia de las demás, no busca crear un cambio de pensamiento: “Dibujo lo que me sale en soledad. No soy filósofa ni psicóloga. No creo tener una responsabilidad social”. Intenta, más bien, hacer catarsis: “Sophie Calle dijo que publicar la intimidad la vuelve universal y así deja de doler”.

POLÍTICA

Suprani lo ha arriesgado y perdido casi todo a causa de su postura anti-chavista: en el 2014, el régimen de Maduro compró el periódico en el que trabajaba y la despidió. La caricaturista empezó a recibir insultos y hasta amenazas de muerte, por lo que tuvo que escapar a los Estados Unidos. Aun así, promete no dejar de luchar por su patria. “No puedo traicionarme o hacer concesiones: si lo que hago se publica y tiene consecuencias, las asumo”. Además de a la denuncia, Suprani se aboca al activismo. A través de la organización Acción por la libertad, lucha por visibilizar y liberar a las veintiún presas políticas que hoy tiene Venezuela, y su fundación Más is more recolecta fórmulas lácteas para los bebés que no pueden ser amamantados.

Barragán no se encuentra en una situación tan crítica, pero igualmente corre riesgo: cuando viaja a ciertas comunidades mexicanas con fines educativos —trabaja por el desarrollo del liderazgo político en las mujeres—, lo hace en camioneta blindada. “Parece un exceso, pero en México cualquiera que vaya a exponer una idea nueva se encuentra bajo amenaza”. Flavita advierte que en alguna oportunidad ha tenido miedo de publicar en revistas políticas porque España está “encarcelando a bastantes dibujantes, procesando a mucha gente”.

Mosquera, en cambio, hace tiras políticas para el diario El Espectador de Colombia sin problemas desde hace años. Aunque tampoco ha sufrido grandes contratiempos, Von Rebeur declara que “casi nadie se animó a caricaturizar a Cristina [Fernández de Kirchner] en Argentina porque al día siguiente te crucificaba en Twitter”. También lamenta (en broma) que no le hayan censurado una muestra de humor religioso porque le habría dado prensa: “En Argentina no tiene tanto impacto la religión”, concluye, risueña, “porque ya existe el peronismo”.