—Hay un libro muy reciente que es también muy exitoso de un historiador, Pablo Stefanoni, cuyo título es “¿Por qué la rebeldía se tornó de derecha?”. Más allá de sus previsiones sobre taxonomías políticas, ¿se da ese fenómeno vinculado a Javier Milei? ¿La derecha está de moda?
—Ocurre esto en Argentina. Hay muchas Fundaciones en Tucumán, Santa Fe, Mendoza, Córdoba, en Corrientes, en Buenos Aires, que trabajan denodadamente. Tienen clubes de lectura, estimulan seminarios. Hay tesis doctorales de jóvenes brillantes. Empuja el eje del debate y las agendas. Hace que el discurso político se torne más hospitalario hacia el liberalismo. No necesito decir que no es ni remotamente suficiente para lo que hoy ocurre en la Argentina. También existen fundamentos en otros lugares como Estados Unidos, por ejemplo. Tienen financiamiento privado y generan una producción de libros muy continua. Pero tenemos este problema de la declinación en Estados Unidos, lo del Papa peronista, lo de la xenofobia y el nacionalismo en Europa, para no decir nada de lo que ocurre en algunos países latinoamericanos, especialmente Cuba, Nicaragua, Venezuela, con este personaje que habla con los pajaritos en el Orinoco. A uno le puede hacer gracia, pero los pobres venezolanos viven en una situación donde no hay medicamentos ni alimentos. Tal vez es una exageración decir que se puso de moda el liberalismo. Pero quizás una anécdota puede graficar la situación. El primer artículo que escribí fue a los 18 años en la revista Programa del Movimiento Universitario de Centro de la Universidad de Buenos Aires, y 10 años después, en 1968, cuando llegué de mi beca en Estados Unidos, ocupé una cátedra. El entonces presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires me designó asesor económico de esa institución y me invitó a dar un curso nada menos que en el recinto principal de la Bolsa. Mi mujer fue, estaba orgullosa. Cuando empezaron las primeras parrafadas mías sobre la necesidad de privatizar, la gente se levantaba. Se referían a mi madre en forma muy poco cortés y con epítetos increíbles. Mi mujer se asustó. La palabra liberal era un improperio. Ahora eso cambió, no lo suficiente. Tenemos que seguir haciendo esfuerzos. Los liberales debemos hacernos permanente autocrítica. Si una persona honesta intelectualmente, bien inspirada, no acepta el ideario liberal, el problema está en nosotros. Afirmar por qué diablos la gente no entiende lo que digo, es mucho mejor que preguntarme por qué soy tan inepto para pasar el mensaje y pulirlo y preparar mejor una próxima conferencia, entrevista o clase y mejorar el mensaje.
“Es un efecto bumerán muy peligroso no ser tolerante con los intolerantes”
—Usted dijo: “La palabra tolerancia no me agrada mucho porque los derechos se respetan”. ¿Cuál es el rol de la sociedad y del Gobierno para hacer respetar esos derechos?
—La palabra “tolerancia” siempre me pareció que tiene cierto tufillo inquisitorial. Como si nos colocáramos en un nivel más alto y miramos para abajo a gente equivocada. Usted es un estudioso de Karl Popper, quien dice que el conocimiento tiene la característica de su provisionalidad sujeta a refutaciones. Debemos estar en la punta de la silla abiertos a refutaciones. Cuando hay una refutación, hay un salto cuántico, una mejora en el conocimiento. Tuve un intercambio epistolar muy corto con Popper. Cuando era rector de Eseade, lo invité a una colación de grado. No pudo asistir porque tenía un problema de salud. Le discutí algo en lo que sigo sin estar de acuerdo con él. Tal vez sea lo único. Popper dice que hay que ser tolerante con todos, menos con los intolerantes. Hago una salvedad en esto. Es un efecto bumerán muy peligroso no ser tolerante con los intolerantes. En un país civilizado, debe haber una Constitución, un Código Civil, un Código Penal. Se proscribe el asesinato, la violación, el robo. Platón, por ejemplo, en la República adhería, sostenía, estimulaba, propugnaba, el comunismo. Mi pregunta es: ¿dónde habría que prohibir esto? ¿En el aula? ¿En la plaza pública? ¿Cuando se introduce total o parcialmente en una plataforma política? No hay forma de hacerlo. La única defensa que tenemos es la batalla de las ideas. Es la argumentación. La mayor parte de la gente, y los que tenemos experiencia en la cátedra lo confirmamos, la mayor parte de la gente es hospitalaria a nuevas ideas, pero necesita que se le argumente. Cuando tenemos la oportunidad de estar frente a alumnos y alumnas un semestre o un año, vemos el efecto notable que se produce, sobre todo cuando en las clases en que se interactúa, se pide, se reclama, casi se mendiga, a los alumnos que interrumpan y que discutan. Es la forma de aclarar temas. El primer día de clases digo: “si algo no resulta claro, interrúmpanme. Si no están de acuerdo, discutan. Si ustedes creen que lo que estoy diciendo es claro y están de acuerdo, hagan de abogado del diablo, porque ese ejercicio ayuda a clarificar”. Muchas veces, prima facie, puede aparecer algo como claro. Pero cuando empieza el debate hay que pulir determinados ángulos.
—Usted es tolerante incluso con los intolerantes.
—Sí, haciendo la salvedad del Código Civil y Penal. Por más que sean ideas repugnantes como las nazis o comunistas, repugnantes desde mi perspectiva, porque ponen en peligro las autonomías individuales y los derechos de las personas, hay que refutarlas con ideas. Que no se acepte intelectualmente una cosa es algo, pero que no se acepte por la fuerza es muy diferente.
“En algún sentido, todos somos especuladores”
—Milei coloca en agenda dos términos que utiliza Von Mises en “Acción Humana”, que resultan para el gran público crípticos. Uno es “praxeología”, la ciencia que estudia la manera de resolver problemas de manera práctica, y otra es “cataléptico” o catalepsia del orden espontáneo que se produce en la acción humana. ¿Podría usted explicarlas a los legos?
—Mi padre invitó en 1959 a Ludwing Von Mises a la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Gracias a la hospitalidad del entonces decano William Chapman, dio seis conferencias en esa aula magna. Tuve el privilegio que la Unión Editorial de Madrid me pidiera el prólogo para esas seis conferencias. Varios años después, tuve también el privilegio de asistir al último período lectivo de clases en la Universidad de New York de Mises. Mises publicó en el año 1949 Acción Humana. Como dijo éste Premio Nobel en Economía, la economía es contraintuitiva. Lo primero que nos imaginamos está mal. Tenemos que tomar aliento, retirarnos, mirar el largo plazo, profundizar en los argumentos para darnos cuenta. Así, Mises tiene esas dos palabras, praxeología y cataláctica. Praxeología como la teoría de la acción humana. Abarca todos nuestros aspectos, dado que elegimos, preferimos y optamos. Esa es la acción humana, fuera de los actos reflejos. A partir de ahí, Mises elabora y luego circunscribe su análisis en eso que ha dado en llamar cataláctica, la parte de nuestras acciones que se transmiten, traducen o expresan en precios monetarios. Hay una diferencia de naturaleza entre la cataláctica y la praxeología. Son dos procesos paralelos. Si se quiere ilustrar con un pizarrón, son dos círculos concéntricos.
El círculo de radio más reducido es la cataláctica y el más amplio es la praxeología. Todo es acción humana. Una parte se traduce en precios. Uno de los aspectos medulares de la praxeología y en la cataláctica, y es una idea que está muy combatida actualmente, es la especulación. Pues todos somos especuladores. Ahora especulo con que me salga bien este reportaje. Cuando nos acostamos a la noche, si no somos suicidas, especulamos con que amaneceremos con vida. La Madre Teresa especulaba con que sus leprosos estén bajo su cuidado y en mejores condiciones. La madre que cuida al hijo está especulando con su salud. El que vende caramelos especula con obtener una ganancia. No hay acción humana sin especulación.
“Desde que asumió el papa Francisco hay un permanente ataque al concepto de la propiedad.”
—Usted mencionó a Mises y después a Hayek. Algunos seguidores de Mises llegaron a acusar a Hayek de socialdemócrata y hasta de socialista. ¿Podría describir las diferencias entre ambos?
—Diría que hay tres Hayek. El primero es del Constitution Of Liberty, “Los fundamentos de la libertad”. Allí hay dos partes. Una muy ponderada y otra muy criticada por Mises. En esta segunda parte, el primer Hayek dice que el dinero, la moneda, es algo que el gobierno no puede renunciar a administrar. El segundo Hayek, el del libro que bien traducido al castellano es La privatización del dinero, donde muestra junto con Milton Friedman que la banca central por más que sean los más probos del universo y muy eficientes en su profesión, están embretados en uno de tres caminos: a qué tasa expandir, a qué tasa contraer o dejar igual la masa monetaria. Cualquiera de las tres variantes afectará los precios relativos, que son los únicos indicadores del mercado para operar. De modo que alterar las señales está mal asignando recursos, despilfarrando capital, con la consecuente baja de salarios e ingresos en términos reales. Para ponerlo en una forma un poco pedestre, la banca central no puede dejar de meter la pata. Cualquier cosa que haga se equivocará, aunque sea independiente de normas o de disposiciones de la Presidencia o del Parlamento o del secretario del Tesoro. Si alguien intenta poner un contrafáctico, y dice: “supongamos que el Banco Central tiene la bola de cristal y hace lo mismo que hubiera hecho la gente. ¿Qué me diría usted?”. La respuesta es doble.
Primero, si va a hacer lo mismo que hubiera hecho la gente, ¿para qué diablos se metió? Segundo, la única forma de saber qué hubiera hecho la gente es dejarla actuar. Como dice Hayek, se produce un fetichismo fenomenal con esto de la autoridad monetaria y mucho más, una sandez diría yo, el atar la soberanía al billete. Es lo mismo que hablar de la soberanía de la zanahoria. Es un chiste de mal gusto. Dice Hayek que tardamos 200 años en darnos cuenta del error y horror de atar la religión al poder político. No esperemos otros 200 años para darnos cuenta del error y horror de atar el dinero al aparato estatal.
Lea la entrevista completa de Jorge Fontevecchia a Alberto Benegas Lynch (H) en este link.