—¿Cómo es eso de que “elija uno y llévese dos” que dice Facundo, sobre la relación entre ustedes?
—Se la adjudican a Bill Clinton cuando habla de él y su mujer. Tienen cualidades complementarias. Es un acto de generosidad de Facundo. Él tiene una trayectoria increíble. Lo admiro. Es mayor, aunque con un año de diferencia. Tenemos una relación pareja. No hay una relación de jefe.
—En algunos casos el rol está invertido.
—Nos complementamos. Es una linda experiencia. Cada uno pudo construir, no solo a nivel profesional o académico, sino a nivel personal.
—¿Cuántos años tiene el estudio de abogados Savransky, Manes & Vibes?
—Desde que empezó el abuelo de Marcelo Savransky, tiene más de setenta años. Me asocié con él a mi regreso de Londres en el año 2000.
—Al mismo tiempo cofundaste Ineco con tu hermano.
—Yo tenía características más de emprendedor por mi rol de abogado, de asesorar empresas. Conocía la dinámica de fundar una empresa. Fui directivo de empresas multinacionales como abogado. En los primeros cinco años de la década Facundo tenía mucho suceso ya en su profesión. Trabajaba en Fleni. Era jefe de Neurología Cognitiva. Tenía a cargo un equipo interdisciplinario. Incorporó una forma de trabajo que había ejercitado en Estados Unidos y en Inglaterra. No solo neurólogos, psiquiatras, sino había también estadísticos, físicos, biólogos. Una mirada interdisciplinaria sobre el cerebro humano. Estudiar el cerebro sano, no solamente con patologías. Facundo lo explicó muy bien en sus libros. Fleni, una institución de primer nivel, tenía proyectos asistenciales y no tanto de investigación. Él veía que su laboratorio tenía dificultades para crecer. Así surgió el proyecto, en conversaciones durante un viaje a Croacia en 2005. Es el lugar de origen de mi madre. Nos criamos en un ámbito croata. Si bien también somos italianos por parte de padre, la familia croata tuvo más influencia. Mi padre era argentino y mi abuelo, italiano. Mi mamá estaba muy interesada. En ese viaje charlamos mucho con Facundo. Me planteó el tema, conversamos profundamente, filosóficamente. Hacía poco de su regreso a la Argentina. Se fue desde el 96 hasta 2001. Estuvo seis años afuera, en Estados Unidos y luego en Inglaterra. Vuelve y ya se había transformado en un referente mundial. Tenía mucha participación en las universidades extranjeras, ofertas de todo tipo. Yo conocía más que nadie el talento de Facundo, su potencialidad. Había empezado a entender lo que hacía. Por estar tan cerca, veía lo que pasaba no solo con él, sino con todo su equipo. Le pregunté por qué no se iba y me dijo que solo aquí podía replicar su sistema de trabajo. Charla va, charla viene, le propuse por qué no lo hacíamos nosotros. Me miró como si se tratara de una locura. Yo confiaba en el material. Es mi hermano, pero sabía que cuando Facundo se engancha en algo va hacia delante, tiene mucha fuerza, talento, capacidad. Le propuse ocuparme de la parte institucional y que él piense en la cuestión médica. Vi que se podía financiar el proyecto de investigación. No era algo rentable en el corto plazo. Pero sí en el largo. Al poco tiempo fue un éxito rotundo. Arrancamos más o menos veinte profesionales. Algunos venían de Fleni, otros del Hospital de Clínicas, otros de la actividad privada. Al poco tiempo Facundo recibió mucho respaldo internacional.
—¿Como emprendedor fuiste el dínamo que llevó a Facundo a la política?
—Facundo siempre tuvo un destino público. Tiene cualidades transformadoras. Sufre mucho la Argentina actual. La civilización cuenta con tres dispositivos para cambiar la realidad. Uno es el arte, literatura, pintura, música, otro es la ciencia y otro es la política. Facundo tiene un rol destacado en la ciencia.
—Él sería el motor; vos el dínamo que lo arranca.
—Puede ser. Los proyectos de a dos tienen muchas ventajas comparativas. No es un proyecto narcisista, porque tiene que ver con lo que vos escribís siempre, con la importancia del deseo. El deseo de uno siempre está en articular con el otro. Tengo mi deseo, él el suyo; son complementarios. El deseo te permite saber qué podés hacer y qué no, siempre en relación con otro. Ser hermanos y tener mucha confianza nos permite trabajar de memoria. Eso nos permite ser más ambiciosos o pensar en grande, como le gusta decir a Facundo. Del punto de vista de la política, siempre fue una persona con vocación pública. Lo único que hice fue insistir. Como figura, tuvo ofertas de todo tipo, muchas veces medio aventureras. Gente que le decía que debía presentarse. Soy abogado, me gusta el derecho, creo en los partidos políticos, en la Constitución y además yo soy radical. Me parecía que lo mejor que le podía pasar a Facundo era que ensamble toda esa fuerza personal, toda esa modernidad que representa, con un partido que pasó 130 años. El partido radical prevaleció cuando tuvo un líder.
—Estudiaste derecho en la Escuela Nacional de Administración, de París.
—Fui becario. El gobierno de Francia tenía el programa Jóvenes Dirigentes. Enviaba cartas a dirigentes políticos de distintos países y les pedía gente con determinadas características. En Argentina ese año había 15 becas.
—¿Ya estabas en el partido radical?
—Claro. Teníamos una revista, Rumbos para el Desarrollo. Era colega tuyo, editor. Trabajaba con Federico Polack, el vocero de Raúl Alfonsín. Fines de los 90. Llega la carta al despacho de Alfonsín y creo que fui el único que coincidía con los requisitos. Tuve una entrevista con el embajador francés y me eligieron para ser parte del grupo de 15 argentinos que participamos.
“Hay que desconfiar de los políticos que no quieren la unidad de los argentinos.”
—Se trata de la mayor escuela de administración pública francesa, simplemente entre jefes de Estado, Valéry Giscard d’Estaing, Édouard Balladur, Michel Rocard, Jacques Chirac, Lionel Jospin, Emmanuel Macron, pasaron por sus aulas.
—Hicieron una carrera de grado. Yo solamente un curso que duró dos meses becado.
—¿Había entonces una preocupación por lo público?
—Desde luego. Ya venía trabajando con Polack hacía tiempo.
—En Inglaterra estuviste en el British Institute of International Comparative Law. ¿Cuánto tiempo fue?
—Un año y dos meses.
—¿Estaba Facundo en Inglaterra?
—Facundo estaba en Cambridge, una ciudad que está como de acá a Luján. Yo vivía solo en Londres. Estuve seis meses en un estudio jurídico haciendo una pasantía y seis meses en el Instituto Británico de Derecho Comparado. Hice un trabajo de investigación con profesores de allí.
—Después, una maestría en Literatura Española en la Universidad de Barcelona.
—Fue hace poco, ya de adulto, con hijos. Era una cuenta pendiente. Me apasiona la literatura, la poesía. Cuando tenía 21 años empecé a leer poetas de la generación del 27, como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Rubén Darío, que no es de la generación, pero me gustaba mucho, Jorge Guillén. En eso encontré una voz. Y justo pasa que Rafael Alberti viene a Argentina en el año 91, por primera vez luego del 66, cuando se había ido a vivir a Roma, luego de su exilio aquí. Quise ir a verlo y asistí a un evento que organiza la Embajada de España. Alberti tenía en ese momento 90 años. Los que fueron a verlo eran amigos suyos del exilio, españoles. Yo era un chico de 21 años y todos me miraban preguntándose qué hacía un chico allí. A él le llamó la atención, a su mujer también, conversamos mucho, y empezó una relación. Lo vi al año siguiente. En el año 92 volvió a Argentina. Fue a Rosario a recibir un premio de la Secretaría de Cultura, lo nombraron ciudadano ilustre y me invitó. Le prometí que mi hijo se iba a llamar Rafael y así fue. Cuando llegaba a mi casa de noche, en vez de mirar fútbol o televisión, me ponía a leer y a investigar sobre la vida de esa gente que tanto dio.
—¿En qué momento te acercás al partido radical?
—Muy chico. Nací en el 70. En el 83 tenía 13 años. Mis dos padres eran radicales.
—¿Es real esa foto que se distribuyó de tu hermano con el torso desnudo en un acto de Alfonsín?
—Sí, el que estaba al lado soy yo. Fuimos a Rosario al acto de cierre de campaña el 28 de octubre del 83.
—Vos con 13 y él con 14.
—Fuimos solos, sin padres. Con un primo mayor en una camioneta, nosotros y varios más.
—¿Tu viejo y tu vieja por quiénes votaban?
—En la década de los 60, mi mamá era de Ricardo Balbín y mi papá de Arturo Frondizi. Salvo ese detalle, los dos eran filoradicales o radicales. Yo me entusiasmé mucho. Alfonsín no era el candidato favorito de las encuestas hasta un poco tiempo antes de las elecciones. El 30 de septiembre del 83 hubo un acto que cambió todo: el de Ferrocarril Oeste. Tuvimos la suerte de que mi padre, mi madre, Facundo y yo fuimos a la platea de Ferro. Fue el primer acto en el que recitó el preámbulo. Me impactó lo que significaba Alfonsín y la vuelta de la democracia. Cómo hablaba ese hombre, lo que transmitía. Fue tan importante o más que haber ganado un mes después la elección. Había sembrado en mí y en mi hermano la semilla que germinaría muchos años después. El mensaje y la construcción es mucho más importante que el éxito circunstancial. Raúl Alfonsín es un prócer. Luego hizo honor a todo eso y en su gestión también. Pero Ferro fue muy significativo. A partir de ahí siempre estuve en el Comité de Salto hasta que me vine a estudiar a Buenos Aires. Ahí conocí a Dante Caputo, que estaba armando un comité de campaña para ser diputado nacional en el 89. Fui a verlo a una conferencia, me quedé charlando con él. Fue muy atento conmigo. Conocí a su familia, a su mujer, a su hija, de quien soy amigo. Caputo lideró la lista de Capital contra Adelina de Viola, de la UceDé. Participé muy activamente, aunque era muy joven. Tenía buena relación con los chicos de Franja en la Facultad, pero trabajé ahí hasta que Caputo desactivó esa oficina cuando fue diputado. Siempre estuve vinculado al partido, pero después me recibí de abogado y me dediqué a la profesión y la academia.
—¿Por quiénes votaste desde la llegada de la democracia?
—La primera vez fue en el 89 por Eduardo Angeloz. En el 95, voté a Horacio Massaccesi. Después, a la Alianza. Cuando gana Fernando de la Rúa, vivía en Londres.
—¿Y con Juntos por el Cambio? ¿Votaste por Mauricio Macri?
—Voté por Ernesto Sanz en la primaria y luego por Macri en el ballottage.
—¿Y en 2019?
—En 2019 voté por Lavagna en las PASO y en la general voté por Macri. Lavagna tenía una propuesta superadora.
—Por primera vez en tu vida no votaste por el candidato oficial del radicalismo.
—Sí.
—Pero no era tan difícil porque ya debías haber votado por Lavagna en 2007.
—Lo voté también cuando fue con Gerardo Morales de candidato a presidente. El tema era si el voto era útil o no, porque fueron unas PASO. En la general voté a Macri.
—¿En la primera vuelta de 2015 votaste a Macri?
—No recuerdo ahora. O no quiero acordarme (ríe). Debí haber votado a Macri, seguramente.
—Contame tu relación con el panradicalismo. Con Elisa Lilita Carrió, por ejemplo.
—No tengo relación. La vi un par de veces en reuniones políticas, cenas y ese tipo de cosas. Creo que fue una vez ella a la comida anual de Ineco. Es una dirigente importantísima. Hoy no comparto muchas de sus miradas. Borges una vez se refería a unos personajes: “Hablan como si desconocieran la existencia de la duda”. A veces es necesario también tomarse un tiempito para reflexionar. A veces se es demasiado ligero en las expresiones. No es constructivo. Estamos en un momento difícil de Argentina y necesitamos consensos. Ella lo sabe. Apenas el partido radical avisó que iba a hacer un acto con Facundo, ella sacó un tuit muy elogioso hacia Facundo. Poco después, empezó a criticar con argumentos poco verosímiles, como que no sabe hacer leyes. Rarísimo.
—Facundo dijo que ella le había ofrecido la candidatura a vicepresidente. ¿Estuviste en la reunión del ofrecimiento?
—Facundo tuvo varias reuniones con ella. No una sola. Fue hace unos años. No recuerdo cuál fue la reunión. Había más gente. No estaba Toty Flores solo. Toty Flores estuvo en una de las reuniones en las que estuve. Me acuerdo porque hizo una pregunta sobre las neurociencias que me causó gracia. Siempre que veo a Toty le hago un chiste sobre eso.
—¿Qué dijo?
—Preguntó si era una especie de secta. Me dio risa el enfoque. Lo hizo como un chiste. Me pareció divertido y una buena mirada de alguien que desde la humildad de sus palabras, se planteaba una duda frente a un científico importante. Ahora que salió este tema, y Carrió dijo que Toty fue testigo. No fue en esa reunión. Fue en otra donde había más gente. Facundo siempre dice la verdad. No las va a decir porque sí. Quizás se lo dijo de manera informal. Es un hecho menor. No tiene importancia ni lo que dijo Carrió, ni lo que dijo Facundo. La Argentina está pasando un momento tan crítico que no tiene sentido discutirlo.
—Fue un proceso de aproximaciones sucesivas a la política hasta llegar a hoy de ambos. Porque tomaste en marzo la decisión de enfrentar a Gustavo Posse.
—Todo empieza el año pasado, cuando se plantea el tema de la interna radical de la Provincia. No era una más. Definiría el rol del radicalismo a futuro. Se arma una lista encabezada por Posse cuyo discurso era que quería el protagonismo radical, no ser sumisos al PRO. Por otro lado, estaba la gente del oficialismo del radicalismo bonaerense. También querían protagonismo radical, pero no tenían con qué.
—Posse dijo en un reportaje de esta misma serie que habían sido serviles a Macri.
—Era un eslogan. La prueba es que apoya a Diego Santilli y no al radicalismo, que tiene un candidato muy importante. En Argentina con una vanidosa artesanía retórica se puede construir cualquier relato. Me involucré a partir de esa dicotomía. Veía que el radicalismo tenía que ser protagonista, coincidía con eso. El eslogan de ellos era bueno. Pero nosotros representamos al radicalismo genuino. Recorrí cien distritos de la Provincia, cien ciudades. Noté que la gente veía a Facundo como un líder social, médico con valores reconocidos. Me pedían que nos involucremos. En Tres Arroyos, un señor que tiene 96 años de apellido Verdugo, militante radical, tiene una huerta para dar de comer y asistir a un comedor infantil en una villa. Me decía la importancia de revalorizar el partido. El radicalismo quedó inmerso en una coalición, que hasta ese momento había tenido mucho hincapié en su follaje. Un árbol tiene raíces y follaje. Verdugo me dijo: “Hay que volver a las raíces”. Fue un mensaje que comprendí. Me di cuenta de que la gente quería escuchar nuestra voz.
—¿Vos eras el caballo de Troya? Tu apellido remitía automáticamente a Facundo. ¿Ya estaba decidida la candidatura?
—No. Lo consulté con él, porque sabía que mi participación se iba a interpretar de esa manera.
—Hay un video en el que él te hace de chofer.
—Al final de la campaña Facundo se involucró. Me refiero al momento de tomar la decisión, en agosto del año pasado.
—¿Se involucró cuando vio que era más posible el triunfo?
—No. Eso no es cierto. Facundo se involucró de entrada. Me apoyó en la decisión. Se involucró activamente. Agarró el micrófono e hizo discursos a favor de nuestra lista. Teníamos enfrente una estructura muy grande. No te olvides que estaba Posse y Martín Lousteau ayudando. Queríamos un radicalismo protagonista, pero con valores radicales y bonaerenses. Logramos el cometido. Fue la interna más importante del radicalismo en los últimos veinte años. Votaron 130 mil personas, en una pandemia que empezaba a liberarse con las dificultades que implica.
“Se necesita humildad, si gana Facundo, no habrá ni globos ni baile para festejar.”
—¿Cómo fue el momento en que Facundo intervino en la operación de Cristina Kirchner?
—Era la presidenta. Tuvo un coágulo por un golpe que puede tener cualquiera. Había que hacer una cirugía. Se había atendido en el Instituto de Neurociencia de la Fundación Favaloro, del que somos parte.
—Facundo fue rector de la Universidad Favaloro.
—En 2006, al poco tiempo del nacimiento de Ineco, la familia Favaloro nos propone crear Neurociencias. Con el grupo de Ineco más algunos profesionales del Hospital Francés, se armó un polo neurocientífico número uno en Latinoamérica. Con Favaloro podíamos atender mayor cantidad de gente por los contratos con obras sociales y demás. Además, tenían quirófanos. Podíamos ya cubrir todas las prestaciones de la neurociencia. La ex presidenta tenía este problema, va al Neurociencias de Favaloro. Facundo era el director, después fue rector. Dirigía todo el equipo. No es su especialidad. Facundo dirigió el equipo. Teníamos nueve neurocirujanos y opera solo. Decidir quién la opera, quién no, por qué sí, por qué no, el día, la fecha, el momento. Los médicos clínicos son muy importantes.
—¿Siguió la relación con ella después de eso?
—La relación fue médica y hasta el momento del alta final. Cuando se externó de la Fundación, siguió el proceso en su casa, que duró un par de meses, y nada más.
—¿El radicalismo está listo para competirle al PRO y ser el líder en la coalición?
—La vuelta a las raíces es necesaria. Argentina tiene un pasado bueno.
—Cuando el radicalismo fue el partido más masivo de la Argentina, ¿fue la mejor época del país?
—No. Pero sí hay instituciones que deben reivindicarse. El partido radical es una institución de la democracia. Desde la democracia para acá, hubo tres grandes proyectos. El encabezado por Raúl Alfonsín y el radicalismo en la década de los 80. Fue la consolidación de la democracia, un proyecto ambicioso. Parecía una obviedad, pero no lo es. Entre el 30 y el 80, en cincuenta años, hubo seis golpes de Estado, uno cada menos de una década. Los conflictos institucionales se resolvían con un golpe. Hoy vamos a llevar cuarenta años de democracia. Fue un trabajo exitoso del radicalismo. Luego, el menemismo. Fue modernizar el país y demás. El kirchnerismo representó lo que llamamos la justicia social, por decirlo simplificadamente. Tanto la modernización como la justicia social, con 50% de pobres, 70% en el Conurbano, no podemos decir que hayan sido exitosos. Claramente fracasaron, aunque hubo algunos avances en modernización. El único proyecto vigente y exitoso fue el que encabezó el radicalismo. No quiero decir que sea el superpartido. Pero tampoco es un partido que no sabe hacer las cosas. Hace equilibrio entre la política, las posibilidades objetivas de realización y la voluntad de transformación de sus líderes.
“La historia demuestra que el radicalismo prevaleció cuando tuvo un líder.”
—Una crítica posible es que el radicalismo no tiene la expertise para conseguir el desarrollo económico. Y un médico, menos.
—Argentina está tan atrás, que antes que empezar a hablar del programa económico, necesitamos inspirar un propósito común. En los últimos treinta o cuarenta años se rompió en el mundo lo que se llamaba la “correlatividad de ideas”. En los 60, por ejemplo, en Estados Unidos, una persona conservadora quería disciplina fiscal, estaba a favor de la guerra de Vietnam, a favor de la liberación de las armas y en contra de la interrupción voluntaria del embarazo. Por el contrario, un demócrata o liberal de Estados Unidos, estaba en contra de la guerra de Vietnam, a favor de la interrupción del embarazo.
—Había consistencia.
—Las audiencias estaban estructuradas y eran consolidadas. Liderar era más sencillo. Con cualidades personales, una persona podría liderar un espacio u otro. No había conflicto. Eso es pasado. Eso se rompe con la caída del Muro de Berlín. Hoy, en cambio, podés encontrar una persona que esté a favor de la interrupción del embarazo y en contra de la guerra de Vietnam.
—Identidades liquidas, usando la terminología de Zygmunt Bauman.
—Se mezcló todo. Liderar espacios políticos es mucho más complejo. Pero también les exige a los líderes ser más creativos. Es un rasgo positivo. Ahí es donde Facundo puede cumplir un rol muy importante Liderar espacios de acumulación social, como el peronismo siempre o el radicalismo, partidos que tienen su ala derecha, su ala de izquierda, necesitan cohesión. Y la cohesión tiene que estar en el futuro. Estamos obsesionados con discutir el pasado. No tengo problemas en hacerlo. No lo tiene el partido, tampoco. Pero es un tema de recursos cognitivos, como dice Facundo. No podemos gastar la energía en discutir cosas que no nos van a ayudar a salir adelante. Tenemos que abocarnos a ponernos de acuerdo en diez, quince, políticas de Estado. No vamos a conseguir un consenso del 100%, sino un consenso del 60% o 70%, porque se precisan transformaciones. La agenda de transformaciones que requiere Argentina requiere sí o sí de la unidad. Hay que desconfiar de los políticos que no quieren la unidad, que no buscan unir a los argentinos, para mí hay que desconfiarles. No me gusta ser concluyente ni hacer afirmaciones categóricas, me gusta debatir, pero estoy convencido de que una persona que todo el tiempo está machacando sobre las diferencias no me genera confianza. Desconfío de quienes hablan como si desconocieran la existencia de la duda.
—¿El valor de Facundo para la política es ese efecto de amalgama?
—Por poner una metáfora futbolera, el campo está injugable. Hay pozos, barro, se lesionan los jugadores, se lastiman. El juego es sucio. Se necesita un jardinero que empareje la cancha. Que calme las aguas. No digo que sea Facundo. Debe ser uno más. Pero Facundo es una persona que puede inspirar.
—¿Se necesita un proyecto antigrieta y de reconciliación antes que uno económico?
—Son las dos cosas paralelas. Pero sí. Por más que tenga un plan económico fantástico, pero si no logro que los demás vean semillas de verdad en el otro, en el adversario político, no habrá posibilidades de salir adelante.
—¿Te sentís más cercano a quienes tienen un discurso más moderado dentro del PRO?
—Personalmente, sí. También en el peronismo o kirchnerismo hay gente más moderada, con intenciones de dialogar y creo que hay que apuntar a eso.
—¿Cuál es tu pronóstico para las PASO?
—Es una elección muy atípica. En las encuestas aparece que cuando llaman, hay mucha gente que no va a ir a votar. Hay baja asistencia potencial. Ese caso, sumado a la enorme cantidad de indecisos, torna imposible proyectar algo. Nosotros estamos muy bien. Muy contentos con la campaña. Sin intentar que se genere ruido con esto, obviamente hay una diferencia de recursos muy grande entre la lista que encabeza Facundo y la de Santilli. Uno lo ve en la calle, pero estamos trabajando duro, con un equipo sólido, serio, con mucha voluntad. Hay una militancia enorme. Puede pasar cualquier cosa. Y aun en las encuestas que se publicaron, la diferencia es minúscula y con un porcentaje muy alto de indecisos.
—¿Qué le dirás esa noche a Facundo, gane o pierda?
—Que continúe de la misma manera que hasta ahora. Si gana, humildad total. Ni un solo globo, ni un festejo, ni va a bailar. La gravedad de la situación no amerita que ningún político haga eso. Intentará convocar a la mayor cantidad de personas, y de mantener la coalición unida. Y si pierde, lo mismo pero desde otro lugar. Obviamente, acompañará. Pero todavía estamos a tres semanas del final. Es clave que Diego Santilli acepte debatir con Facundo. Todos nosotros queremos conocer las ideas de Diego, porque si Facundo gana, deberá representarlas. Es importante que conversemos. Hablando se puede potenciar el proyecto de la coalición opositora.
—Para ustedes es más importante que para quien tiene más medios de comunicación.
—Es importante para la sociedad, no para nosotros. Facundo siempre tiene invitaciones a los medios, ahora menos porque hay reglas de juego de la política. Tiene mucho para dar y la política es un arte, pero también un oficio.
—Cuando fuiste a ver a Alfonsín al estadio de Ferro, independientemente de que luego ganase o no, ya había sembrado algo que la sociedad iba a cosechar después. ¿Le dirías eso a Facundo si no gana? ¿Esto recién comienza?
—Facundo está haciendo eso mismo. Facundo ya ganó. No quiero repetir el eslogan de Margarita de 2015. En cada mensaje que da intenta sembrar semillas para un proceso que no pare hacia la unidad de los argentinos. Si seguimos así, Argentina se transformará en un basural.
—En el mensaje de Facundo hay ejes alrededor de la educación, la salud, la ciencia, comparables con los de Domingo Sarmiento para la Argentina a fin del siglo XIX. ¿Hay un proyecto transpolítico, que refunde lo que fue la generación de los 80 que Facundo protagonice, independientemente del resultado electoral?
—100%. Facundo puede encabezarlo o no. Puede ser parte también de ese proyecto sin encabezarlo. Hago mucho hincapié en esto, por lo que se dijo en el pasado.
—Si gana y Facundo se convierte en el candidato para 2023, ¿le ofrecería a Larreta ser jefe de Gabinete, y viceversa; si pierde, aceptaría ser de Larreta un superministro de estos tres ministerios que lleve adelante ese proyecto?
—Horacio Rodríguez Larreta es un hombre muy experimentado. Tiene treinta años en la política. Es un recurso humano imposible de dejar de lado. No sé si jefe de Gabinete, pero es una persona con mucha experiencia. No comparto su forma de construcción. Por eso presentamos propuestas diferentes hacia el electorado. Pero hablamos de unidad, más allá incluso de lo que hoy es Juntos por el Cambio.
—¿Algo que no te haya preguntado y quieras agregar?
—Es importante que la gente vote el 12 de septiembre. Uno escucha hace tiempo que la gente está cansada y quiere algo nuevo. Facundo representa todo eso. Soy la persona que más lo conoce. Compartí cincuenta años con él. Me siento muy feliz de que haya dado el paso. Es el eslogan de campaña, porque sale de una zona de confort. Pero no existe zona de confort en un país que se viene abajo.
“Mi padre hablaba siempre de la universidad como un objetivo claro, nítido e inclaudicable”
—En la historia de Facundo, hay una mamá croata, un papá médico de Lules, Tucumán, que tenía un hermano mayor médico. Pareciera haber un mandato con la medicina.
—Mi padre estudió medicina por su hermano mayor. Eran diez hermanos y mi padre fue huérfano a los 3 años. Lo criaron los hermanos, principalmente este médico, Francisco Manes, el segundo nombre de Facundo. Facundo se llama Facundo Francisco en homenaje a este tío que murió muy joven, a los 45 años, de cáncer. Mi padre, a los dos años de ingresar en su carrera de médico en la Universidad de Buenos Aires, tuvo que financiarse solo.
—Fue lustrabotas y mozo también.
—Hizo de todo. Trabajó de botones en un hotel mucho tiempo, hasta que se recibió de médico e hizo una carrera muy buena porque hizo la residencia en el Hospital Italiano. En ese momento el Clínicas, el Francés y el Italiano eran los más importantes. Con lo cual, jugaba en primera. Hizo una residencia muy buena de cirugía, después pasó al staff. Fue jefe de Residentes y después del staff de cirugía. Pero tenía una personalidad más bohemia y aventurera. Alrededor de los 33 años decidió aceptar una oferta de hacer una campaña en el noroeste argentino. Fue como una suerte de médico de frontera con un Jeep. Estuvo varios años recorriendo y vacunando gente. Hasta que volvió a los casi 40 años con la oferta de trabajar en el hospital de Quilmes como cirujano. Ahí conoció a mi madre y nacimos nosotros.
—¿Después fueron a Salto?
—Mi madre era de Salto. Había ido a Quilmes de casualidad. Lo conoció a mi padre y a los tres meses se casaron. Una locura. Mi madre no soportaba vivir ni en Buenos Aires ni en el Conurbano. Era una mujer criada en el campo. Insistió en volver. Arroyo Dulce, un pueblo muy cerquita de Salto, entre Salto y Pergamino, necesitaba un médico. Les ofrecieron una casa para que se vaya a vivir ahí. Mi papá era muy aventurero. Aceptó. Y tuvimos una infancia feliz. Nací y a los 6 meses me llevaron a Arroyo Dulce. Facundo tenía un año y medio. Vivimos hasta los siete. Tenemos grandes recuerdos.
—¿Ahí eran Chinchu y Goropo?
—Eso ya fue en Salto. Cuando volvemos a Salto para empezar el colegio primario. Hay un club con un predio grande donde paraban los circos. Éramos chicos muy traviesos, andábamos todo el día en el club. Uno de los trabajos era acomodar las sillas. Los circos tienen poco personal; por eso contratan gente del lugar. Nos daban entradas, diez entradas a cada uno, las vendíamos y con eso teníamos el ingreso y aparte entrábamos gratis al circo. Ahí había un dúo que eran el Chinchu y Garopo.
—¿Chinchu alude a chinchudo?
—No. Eran Goropito y Chinchulín en realidad, después quedó la abreviación. Y en Salto nos dicen todos Goropo y Chinchu desde que somos chicos. Al principio, no me gustaba mucho.
—Lules es a unos 80 kilómetros de la ciudad de Tucumán. ¿Cómo hizo ese médico para que dos hijos estudiaran a nivel internacional?
—No relativizaría la influencia de mi madre en esto. Mi padre tenía objetivos grandes, hablaba siempre de la universidad como un objetivo claro, nítido e inclaudicable. Mi madre, que tenía una formación básica, era muy disciplinada. Lo sigue siendo. Pregona con el ejemplo. Es la combinación de ambos. Mi padre nos leía en Arroyo Dulce poesía de Dante Alighieri en italiano. Nos hablaba en francés. Mi madre ponía límites de horarios, de disciplina de vida y de gasto. Era una combinación tensa todo el tiempo por esa diferencia de estilos. Es el fruto de ambas cosas, no solo de una.
“En 2017 el gobierno quería confrontar con el kirchnerismo acentuando la grieta; Facundo no estaba de acuerdo y no aceptó la candidatura”
—Varias veces le ofrecieron a Facundo candidaturas. ¿La primera vez fue en 2017, cuando el PRO le ofrece un lugar en la lista de la provincia de Buenos Aires?
—Más allá de lo de Carrió, en 2015 Margarita Stolbizer también le propuso a Facundo que la acompañe. Fue un pedido formal del que fui testigo. Margarita lo reconoce. También Ernesto Sanz. No sé si le ofreció formal o informalmente, pero charló sobre el tema en su momento. Y otra gente después, no ya del partido radical o del panradicalismo.
—Pero en cuanto a ofertas concretas, las primeras fueron de Margarita Stolbizer y Elisa Carrió en 2015.
—Sí, y un tanteo de Ernesto Sanz.
—¿En 2017 oficialmente el PRO de la provincia de Buenos Aires?
—María Eugenia Vidal se comunicó con Facundo y le propuso conocerlo, tomar un café. Estaba recién electa como gobernadora. Fue en 2016, por ahí. Facundo accedió. Se entabló una relación personal de cada tanto hablar. En una reunión, le pidió que dijera qué es lo que haría él. La respuesta fue que podía aportar un programa de estimulación cerebral de los niños. Hay que hacer una prueba piloto en las escuelas más vulnerables del Conurbano y luego expandirlo a toda la sociedad. Facundo convocó a una serie de expertos neurocientíficos, con la condición de que sea un aporte externo. En esto hago hincapié, porque hubo intención del gobierno que me mandó un proyecto de decreto. Mi respuesta fue que no era así. Facundo pasaba a ser una especie de asesor y él no quería. Su deseo fue hacer solamente un informe y en todo caso supervisarlo como científico, pero dentro de un equipo. Hay papeles que lo comprueban. Se armó una unidad ejecutora de la Jefatura de Gabinete que llevaba adelante ese programa, que auditaba. Facundo y varios científicos más ad honorem sin ser funcionarios. Llega la elección de 2017. Facundo, como hoy, tenía muy buena consideración pública, una carrera muy exitosa y el PRO le ofrece participar. Empezaron unas conversaciones, muy cercanamente a la elección. Los medios se referían al tema, pero con Facundo no habían hablado. Formalmente se lo ofrecen un par de semanas antes.
—¿Fuiste el que dijo que no?
—No. Fuimos los dos. Teníamos un grupo de gente preparada con la que dialogamos de estos temas y discutimos ideas. Teníamos una asociación civil, que aún existe, que se llama Educación para Poder, en la que nucleábamos las actividades de políticas públicas para no mezclar con Ineco, una empresa privada. Reclutamos jóvenes intelectuales, amigos de la política, para discutir ideas, plantear temas sobre educación. Debatimos el tema. Había la tendencia de todos a que diga que sí. Pero a Facundo y a mí no nos pareció apropiado el enfoque. La intención del gobierno era confrontar con el kirchnerismo de manera muy dura, acentuar la grieta. Facundo no estaba de acuerdo con eso. Planteamos que Facundo quería hablar de otras temáticas y la respuesta fue, siguiendo un manual de procedimientos que usaba el PRO o que usa todavía, que no querían que hable mucho. Querían que acompañe a la “leona”, algo que siguen dicendo o usando. Surge de asociar con animales en los focus group.
—¿Qué animal le asignaban a Facundo?
—Era parte de la manada que acompañaba a la leona. La manada eran los que venían atrás en la lista. No coincidía con la forma en que vemos la política. Facundo representa una oportunidad para Argentina. Es una persona con los más altos estándares de calidad científica. Y, algo que no se da normalmente, capacidad de empatizar con la gente común. Sobre todo, la gente más humilde. Siempre le pasó eso. De chico era así. Cuando era adolescente, yo trabajaba mucho en el centro de estudiantes del pueblo. Se inundaba el río, había que evacuar gente. Íbamos con colchones los sábados, hacíamos ollas populares. Adonde invitaba a Facundo. Venía y la gente estaba a su alrededor. Era magnético. Siempre me llamó la atención. Hace poco me invitaron del colegio de Salto a dar una charla a los chicos del centro, cuyo estatuto es de mi puño y letra. Fue a mis 14 años. Volvía la democracia, se autorizaron los centros de estudiantes y fundamos el centro. Hicimos una elección, Facundo fue de candidato y ganó por el ochenta y pico por ciento de los votos.
—¿Era jugador de fútbol?
—Jugaba muy bien Facundo, zurdo. Goleador. Llegó a jugar en la primera de Salto. Fue suplente en algunos partidos porque era muy chico. A los 18 se vino para Buenos Aires y ya no jugó más.
—¿En 2019 analizaron la posibilidad de sumarse a Roberto Lavagna?
—Para entonces teníamos un equipo más grande. Evaluábamos la alternativa de participar. Ofrecerle al electorado una alternativa diferente a lo que Rodolfo Terragno llama “pollo o pasta”, que ahora se viralizó mucho. Algo diferente de elegir kirchnerismo o PRO. En el medio había gente no representada por uno ni por otro. Vuelve a aparecer el panradicalismo, Margarita Stolbizer, nuestro querido Miguel Lifschitz, que trabajaba en ese sentido, y Roberto Lavagna. Una serie de dirigentes. Creo que participó también Martín Lousteau de algunas conversaciones.
Había algunos radicales. A Facundo le ofrecen nuevamente ser candidato y ahí no acepta, porque vio que ese armado no había cuajado lo suficiente como ser una alternativa real.
—¿Hubo algo que no le cerraba respecto de cómo se organizaba la campaña, los fondos y las personas que recaudaban?
—Eso fue unos meses antes. Facundo se corrió antes que llegue ese momento.
Producción: Pablo Helman y Debora Waizbrot.