—En los años 80, uno de sus éxitos fue la salida de Bolivia de la hiperinflación con una terapia de shock. En Argentina, el Gobierno decidió no aplicar terapias de shock para no producir un excesivo estrés en los sectores económicos más bajos, por lo que optó por bajarla gradualmente durante un período de cinco años. ¿Prefiere la terapia de shock en lugar del gradualismo? Y si es así, ¿por qué?
—Si hay hiperinflación, una inflación de más del 50% mensual, la historia demuestra que el enfoque correcto es la terapia de shock. El fin de la hiperinflación nunca ha sido gradual. Siempre se hizo, literalmente, de un día para otro. En Bolivia la hiperinflación terminó en septiembre de 1985, en una semana, y ese fue el camino correcto. Estuve trabajando para terminar con la hiperinflación en varios países más, y siempre fue en períodos cortos. Argentina no enfrenta una hiperinflación. Tiene más que ningún otro país, pero hoy sufre una persistente inflación del 20%. Lo que Argentina necesita no es esa terapia de shock, ni tampoco tantos experimentos que se han intentado aquí. Lo que hace falta es un marco de presupuesto a mediano plazo, un marco fiscal a mediano plazo y cierto consenso con la sociedad, que ha sido lo más difícil para ustedes desde la década de 1940. El país ha andado durante generaciones de un lado a otro, entre militares o civiles, entre peronistas y antiperonistas, sin objetivos ni indicadores compartidos claros, ni instituciones de mediano plazo. Es fácil para mí decirlo, pero es muy difícil de lograr. Mi propio país vive este tipo de división, hoy, y somos incapaces de tener una visión a largo plazo. Vivimos en la dimensión temporal de la mente de Donald Trump, que es de diez minutos. No tenemos ni siquiera una estrategia de un día o de una semana; mucho menos una estrategia de diez años. En mi país se siguen votando recortes de impuestos para conseguir satisfacción inmediata. Ambos países están profundamente divididos. Las políticas persisten hasta la próxima elección y luego todo puede cambiar, y eso no funciona. Hablo de Estados Unidos, pero también de Argentina. Es una realidad.
—¿Estados Unidos se está “argentinizando”?
—Estamos dentro de un proceso que, creo, es más una “brasilización”. También tenemos los mayores escándalos de corrupción. Es un desastre. Hemos perdido la capacidad de pensar en el futuro. Si se tratara de un individuo, lo enviaríamos a un psicólogo, no a un economista.
—¿Cuál es su opinión de la lucha antiinflacionaria del gobierno de Macri?
—No sigo lo que sucede aquí todos los meses, realmente. Mi recomendación es un marco a mediano plazo.
—¿El mediano plazo sería cuántos años?
—Cinco años. Un plan fiscal a cinco años. Mi recomendación es buscar el consenso, algo inusual en Argentina. Argentina es una sociedad movilizada, hiperpartidista, tiene en su historia mucha corrupción política, mucha mala conducta, y esas divisiones han sido parte de su historia, sobre todo desde los años 40 en adelante. Es mucho tiempo. Es hora de seguir adelante. Una visión moderna, joven, basada en el consenso, con metas a largo plazo, porque este es un país que lo tiene todo; será un cliché, pero es verdad. Un país hermoso, con gente maravillosa, talentosa, y demasiado conflicto político.
—¿Qué receta debería aplicar Venezuela para salir de la hiperinflación que hoy tiene? ¿Cómo trataría la inflación en Venezuela?
—Primero, que el señor Maduro renuncie… Después de su renuncia, la inflación desaparecerá. Venezuela está en guerra civil. El chavismo es, otra vez, la historia de la política hiperagresiva, el populismo. Venezuela es uno de los países más ricos del mundo. Ha sido bendecido con tanto petróleo que se ha suicidado más de una vez. Lo único malo allí es la política. Chávez le hizo un daño enorme a Venezuela. Tuvo buenas ideas sobre justicia social, pero un Estado personalizado. Cualquier Estado creado sobre la base de una persona está mal, es nocivo, sea peronismo, chavismo o estalinismo. Es un error grave personalizar la política. Chaves lo hizo, y su sucesor, que es mucho menos talentoso, es un matón, lamento decirlo. No soy una persona agresiva, solo describo hechos concretos. Es hora de que se vaya, para que Venezuela pueda reconstruir algo de su política. La idea de mantener viva esta revolución personalizada utilizando medios opresivos está destruyendo el país. La idea de una Venezuela hambrienta es inverosímil. Si me preguntaran “¿Cómo harías para que Venezuela tuviera hambre?”, ni siquiera tendría la creatividad para destruir tanto. Con tanta riqueza… es algo inimaginable.
—¿Por qué había muchos más casos de hiperinflación en el mundo hace algunas décadas y hoy hay tan pocos? Venezuela, por ejemplo, es una de las excepciones.
—En general, las hiperinflaciones surgen a causa de guerras y revoluciones. Casi todas las hiperinflaciones se produjeron después de la Primera o la Segunda Guerra, o de revoluciones como la bolchevique. Bolivia fue una situación inusual. Era la primera hiperinflación en tiempos de paz. No hubo revoluciones, fue simplemente la inestabilidad política y la crisis financiera lo que la provocó. Desde entonces, hubo hiperinflaciones asociadas con el colapso de Yugoslavia y la URSS. La hiperinflación de Zimbabue sucedió en un Estado personalizado. La produjo el señor Mugabe, que era un matón. Tuvo sus momentos positivos, pero luego decidió que era dueño del país, y utilizó la brutalidad y la corrupción para aferrarse al poder. Por cierto, aclaro que estoy en contra de cualquier cambio de régimen generado por Estados Unidos. Cuando hablo de cambiar de régimen, me refiero a la política interna, no a la intervención externa.
—Pero en Argentina, en 1989, tuvimos un 2.000% de inflación. No es un 25.000 pero sí 2.000% de hiperinflación. En Brasil, en 1994, alcanzó el 1.000%.
—Esos fueron ejemplos post gobiernos militares. Las conmociones financieras de los años 80, lideradas por Estados Unidos en 1982 por Paul Volcker, crearon la crisis de la deuda latinoamericana; esas dictaduras no pudieron hacer una gestión social y política digna y Estados Unidos no tuvo idea de cómo reestructurar estas deudas. Estuve muy involucrado en esos debates, al principio de mi carrera, como asesor macroeconómico. Esas hiperinflaciones provenían de la bancarrota fiscal y la transición del régimen militar, y se extendieron por toda América Latina, una región que albergó muchas hiperinflaciones. Casi que inventó la hiperinflación. Sus economías, dependientes de recursos naturales y capitales externos, siempre corren el riesgo de sufrir una crisis fiscal. Así fue en América Latina durante 200 años. Para manejar la crisis fiscal sin imprimir dinero se necesita estabilidad política, una relación constructiva con los acreedores externos y consenso social. Cuando se ha pasado por tantas hiperinflaciones, como en Argentina o Brasil, todo el mundo es inteligente y sabe que el dinero es una amenaza. ¿Cuánto cambio a dólares? ¿Cuánto cambio a otra cosa?
—Todos son economistas.
—A cada fluctuación, y eso provoca una inestabilidad más marcada aún. Pero también significa que el valor de un medio plazo profesional, compartido y estable es muy importante. La estabilidad de Argentina no debería depender, o ser percibida como dependiente, de una elección de resultados. Lo más importante es ser una sociedad donde se puedan tener elecciones, alternancia de poder, y no a todos hablando de inestabilidad. Es un regalo que pocos lugares del mundo tienen, pero eso hace la diferencia. En Europa hay elecciones. Piense en Alemania. Hace meses que no tienen gobierno.
—O España.
—Sí, España un poco más, por Cataluña. Pero no hay que preocuparse de que todo eso termine con el orden social. No se vive una situación como la de Venezuela, donde ni siquiera se pueden tener elecciones porque la economía está en crisis y la sociedad, enfrentada. Hay gobiernos de coalición que van, vienen, y no transforman radicalmente.
—Con el “quantitative easing”, Ben Bernanke logró aumentar la oferta de dinero sin que se generaran tensiones inflacionarias. ¿Hay un cambio de paradigma en la inflación?
—No. Pero estamos dentro de una nueva burbuja financiera, donde hemos obtenido dinero fácil de todos los bancos centrales. El BCE, la FED, el Banco de Japón, el Banco de Inglaterra, el Banco Popular de China, de todos, que han estado en modo expansivo después de 2010, después de la crisis financiera. En general apoyé esto, porque cuando se atraviesa un pánico financiero como el que el mundo vivió después de Lehman Brothers se necesita liquidez. Pero la aumentamos de manera descabellada. El mejor ejemplo de esto es el bitcoin, a 10 mil dólares la moneda.
—Había llegado a 20 mil.
—El bitcoin, en mi opinión, tiene un valor cercano a cero, pero está cotizado a 10 mil dólares la moneda. Eso es parte de esta burbuja financiera en la que estamos inmersos. Los precios financieros están muy altos. El mercado bursátil de EE.UU. subió un 27% en 2017. Las materias primas subieron. Los bancos centrales necesitan pasar a políticas moderadas para alejarse de esta fuerte expansión. Estamos ante un riesgo de inflación. Algunos de estos precios de activos van a ajustarse a la baja, y ojalá no inventemos un nuevo paradigma. Cada vez que aparece un nuevo paradigma suele ser un signo de una burbuja, no de un nuevo paradigma.
—Entre 2008 y 2017 Estados Unidos, Europa y Japón expandieron la cantidad de dinero cuatro veces más que el crecimiento de su PBI sin que se generaran tensiones inflacionarias. ¿No es distinto el fenómeno de la inflación en el siglo XXI que en el siglo XX?
—Si esto hubiera sucedido en Argentina, habría hiperinflación. Pero eso es porque la gente entiende que el peso siempre puede empeorar. En Estados Unidos, la conflictividad en la vida normal respecto de la inflación es bastante baja, no se piensa en la conversión rápida. Ha sido así desde principios de los años 80, cuando alcanzamos picos de inflación de dos dígitos, pero bajos, un 10% o 12%. El país no tiene altos niveles de inflación desde la guerra civil. Lo que los bancos centrales no han aprendido a hacer es a evitar las burbujas financieras, por lo que a mediados o a finales de los 90 la FED era muy expansiva. Alan Greenspan dijo que estábamos en un nuevo paradigma y que teníamos la burbuja puntocom. Luego, con George Bush, para salir de la recesión tuvimos una política monetaria expansiva, y después del 9/11/01 política monetaria expansiva otra vez. El mercado de valores volvió a estallar. Hicimos la afirmación de una nueva economía y luego tuvimos la catástrofe de Lehman Brothers. Luego de Lehman volvimos a la liquidez masiva y le dimos un nuevo nombre: quantitative easing (flexibilización cuantitativa). Tuvimos ocho o diez años de crecimiento bursátil, y recordemos que cuando el mercado de valores está subiendo todos los que tienen acciones se creen genios. Nadie dice: “Esto es por la FED, o por la liquidez”. Piensan: “¡Soy tan inteligente!”. Y se sienten felices. Los precios financieros se han sobrepasado y estamos en una burbuja en este preciso momento.
—¿El hecho de que no haya presiones inflacionarias cuando todo el mundo está volviendo a crecer puede indicar que los aumentos de productividad que genera la tecnología son un contrapeso deflacionario?
—No. La inflación es un fenómeno monetario. La tecnología es un fenómeno real. Se podría tener un gran avance tecnológico dentro de una suba de precios. No confiaría en el avance tecnológico para detener las burbujas, o la inflación. Son fenómenos diferentes. Los salarios reales no aumentan debido al cambio de la tecnología hacia el capital, lejos del trabajo. Hay muchos robots sustituyendo la mano de obra, aprendizaje automático, redes inteligentes. Para cualquier nivel de precios, el crecimiento de los salarios nominales es bajo, pero eso no impide que los precios de las materias primas suban.
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