—La primera pregunta es para satisfacer nuestro narcisismo patrio. ¿Por qué Argentina?
—Fue en parte por accidente, en parte por una razón. El accidente fue que en la Universidad de Toronto, donde me licencié, tenía profesores argentinos que estaban exiliados en Canadá. Fue a fines de la década del 70, a principios de los 80 Me influyeron mucho. En realidad, muchos argentinos exiliados allá influyeron a toda una generación de pensadores en las ciencias sociales. Por otro lado, siempre tuve gran interés por las cuestiones relacionadas con el desarrollo económico, el canadiense y latinoamericano. De ahí surgió la preocupación por la historia argentina: era la más comparable con la de mi propio país de origen.
—Hay un gran economista argentino especialista en economía, Pablo Gerchunoff. Uno de sus libros es “¿Por qué Argentina no fue Australia?», otro de los países con los que nos comparamos, por la extensión de su territorio y también por ser un pueblo joven. ¿Por qué Argentina no fue Canadá?
—Empecé mi gran proyecto con esa pregunta. Pero habría que cualificarla. Es una buena y una mala pregunta. Se podría preguntar por qué Canadá no fue Argentina. En varios aspectos muy importantes, el experimento argentino fue exitoso. Es importante comprender esa lección. A partir de los años gloriosos de fines del siglo XIX y principios del XX los senderos canadienses y australianos y el experimento argentino apartaron los caminos. A mi juicio, tiene mucho que ver con la distribución de la tierra. El sistema agrario canadiense y australiano y el de Nueva Zelanda era más igualitario. Eso generó beneficios en el largo plazo, algo que no necesariamente se había previsto: fue el crecimiento de una especie de clase media propietaria en el campo. Eso no sucedió en la extensión tan profunda del caso argentino. Eso generó un costo ecológico. El famoso farmer canadiense americano trabajó su tierra en una concentración de cultivo de granos para exportación hasta que la destruyó. Una larga crisis del sector agrario norteamericano se debió al uso no ecológico de la tierra. Un costo que en el caso argentino no lo tuvieron que pagar. Son temas que deben discutirse. Pero el caso argentino contiene su propio nivel de complejidad.
“El desarrollo del campo argentino fue un fracaso social y un éxito ecológico.”
—¿Por qué no se dio ese costo ecológico en Argentina y por qué sí se dio en Canadá?
—Porque la escala de las unidades productivas en el campo argentino, especialmente en la zona pampeana, permitió una rotación del uso de tierra. Espacios dedicados a la ganadería, al cultivo de maíz, de trigo y de otros granos. Hubo una diversidad de usos que no sucedió con los farmers pequeños canadienses que debieron concentrarse en un solo producto. Y a lo largo de un tiempo, en realidad en una generación, empezaron a agotar las tierras canadiense y estadounidense. En las famosas imágenes en la época de la Gran Depresión de los años 30 es común ver los pueblos de la zona agraria vacíos, con una capa de tierra. Se convirtió la tierra en polvo, con grandes consecuencias ecológicas, lo que agudizó la crisis de los años 30. En ese momento, la gran depresión argentina no fue tan profunda como la canadiense. Es el resultado de ese modelo económico de la época previa.
—¿Las parcelas más pequeñas generaron ventajas y desventajas? ¿En Australia y en Canadá se creó una clase media antes que en la Argentina, pero al mismo tiempo, al hacer producciones pequeñas, los obligaba a un uso tan intensivo que finalmente se consumieron el capital?
—Gastaron la propia tierra de la que vivían. No sucedió en el caso argentino.
—Parecería que desde el punto de vista del capital natural, Argentina tiene un capital natural agrícola mayor respecto de países competidores
—Sí. Lo sigue teniendo. En el largo plazo, que la sociedad argentina tuviera acceso a ese recurso natural y la organización social que se desprende de ello dio posibilidades de un modelo de crecimiento con consecuencias sociales y económicas que en el largo plazo produjeron perversidades sociales pero no ecológicas. Vivimos los resultados de esa suerte de compromiso imprevisto del siglo XIX.
—Desde el punto de vista ecológico, Argentina hoy mantiene un capital natural que perdieron Australia y Canadá e incluso el centro de Estados Unidos. Pero, desde el punto de vista social, ¿incentivó a una menor construcción de clase media y luego a un modelo que no permitió o no promovió el desarrollo de otras fuentes de recursos que no sean las primarias?
—Claro. Esa es la bondad natural del campo. Hablo básicamente de la zona pampeana. Otras zonas ecológicas tuvieron su propia experiencia ecológica. Al mismo tiempo inhibió una transición hacia otro modelo económico y social. Te diría que el propio éxito argentino inhibió la transición posterior.
—Se da aquella idea un poco metafísica de que los males vienen de los bienes.
—Por eso mi explicación reside más que en las consecuencias del siglo XIX, en las consecuencias imprevistas del modelo elegido. En ese momento era algo muy difícil de predecir por las cuestiones tecnológicas y los límites del saber de entonces.
—Dijiste textualmente: “En la época dorada se sembraron problemas que se desarrollaron más adelante. El primero fue la desigualdad en la distribución de los principales recursos de esa época y el segundo fueron las instituciones públicas. El Estado no fue tan inclusivo como el canadiense y como el australiano”. ¿Se trata de una actitud cultural, además de la política, que puede relacionarse con la diferencia entre el sur de Europa y el norte de Europa?
—No sé si se explica tanto por lo geográfico, sino que es una cuestión vinculada a las relaciones entre sectores y clases sociales. Lo que Argentina había creado y cuyas raíces se podían encontrar en la crisis abierta de los años 60, y antes en los años 50 con la polarización. Es una polarización que podemos ver ahora abriéndose actualmente en los Estados Unidos. Esa polarización es la incapacidad de instituciones políticas de mantener la integración de todos los sectores nacionales en un modelo de toma de decisión común, a través básicamente de sistemas representativos. Ese sistema se manifestó en una crisis dramática a fines de los años 70, con raíces sembradas en los años anteriores. Pero solo se ven las consecuencias cuando ya es imposible salir de lo que el gran historiador argentino Tulio Halperin Donghi llamó “el callejón sin salida”. Ya a fines de la década 60 era muy difícil salir de esa trampa.
“La polarización de los Estados Unidos de hoy es comparable a la de Argentina de la década del 50.”
—Suele considerarse que Argentina tuvo su punto de inflexión en 1975. Teníamos 4% de pobres y hoy el porcentaje llega a 40%. ¿Es la emergencia de un síntoma de una enfermedad que se había generado antes?
—Las raíces vienen de antes. El problema se manifiesta a fines del 50 y primeros años de los 60. En ese momento, el formato institucional de toma de decisiones colectivas está cada vez más roto. Se tornó incapaz justamente de salir de este callejón que se percibió cuando las consecuencias de esa crisis eran tan manifiestas.
—Según ese enfoque, en Australia y en Canadá se tomaron decisiones colectivas porque se repartió la tierra de una manera más democrática desde el comienzo. Al mismo tiempo, la Argentina tuvo éxito hasta 1920 o 1930. Las decisiones de la generación del 80 no se tomaron de manera conjunta entre toda la sociedad, sino simplemente entre la parte que era la elite que tenía el poder. De hecho, no había voto universal por entonces. ¿Cómo se explica ese mecanismo que puede parecer contradictorio?
—Es un tema de reflexión cómo incorporar la cuestión democrática. La gran desigualdad en la distribución de la tierra, la forma agraria que constituyó la base económica de un modelo, inhibió la formación de clases medias domésticas, a diferencia de Canadá o Australia. Por eso vuelvo a la cuestión de la temporalidad. Las consecuencias de esa falta no se manifestaron hasta después, con la formación de partidos políticos que establecieron un desacuerdo cada vez más básico sobre el propio modelo. Por más que hubo un partido laborista en Australia o Canadá, los partidos políticos nunca pelearon por las cuestiones de la base económica de su país. Discutieron otras cosas, pero eso no. En el caso argentino el modelo fue causa de polarización.
—La causa de la causa sería que dado que en la Argentina se repartió la tierra de una manera que hizo que solamente decidiera una parte de la sociedad, luego hubo una reacción de la parte que no estaba convocada a las decisiones y generó la polarización. Mientras que en Australia, Canadá y en otra medida en Estados Unidos, como hubo un reparto originario de la tierra eso no generó una reacción de resentimiento. El origen no estaría en el surgimiento del peronismo, sino antes. El peronismo sería un síntoma, no una consecuencia.
—Exactamente. Pero en cada etapa de esta historia, las consecuencias no son tan fatales como hasta al llegar a fines de los años 60. Es una historia en una secuencia de toma de decisiones y de conflictos sociales que derivó en ese final. Señalaste el año 1975 como el año de una ruptura brutal. Lo fue. Esta historia que estamos explorando ahora es desde un momento de gran crisis, el momento del año 30 o el momento del 45. Hablamos esencialmente de una secuencia de coyunturas puntuales con consecuencias menos previsibles de las imaginadas. Es una historia de pequeñas crisis en vez de una grande.
—¿Por qué hoy uno encuentra esa polarización recargada en la Argentina, y también se percibe en países como Estados Unidos, que tuvieron un reparto de la tierra más igualitario?
—Concuerdo con la premisa básica de que hubo una distribución de la tierra en los Estados Unidos en el siglo XIX que permitió el crecimiento de una clase media agraria y formaciones de identidades políticas y cívicas que contribuyeron a una vida institucional política más integral, con la sola excepción, muy importante, de la cuestión racial. La población afroamericana no participó del modelo estadunidense. En la década del 60 hubo una crisis de la legitimidad del orden social y político construido en esa época previa. Se manifiesta con la causa de Civil Rights Movement y Martin Luther King. Era imposible postergar más la integración de ese sector social. Fue un 10% de la población muy marginada, junto al crecimiento de una población latina cada vez más grande. Eso explotó el consenso mencionado. Y Estados Unidos entró también en sus propios ciclos de confrontación y de desidentificación recíproca de los distintos sectores y regiones del país que nos llevaron hasta este presente. Fue un tema muy relacionado con la cuestión de la integración de la población negra. A eso se suma la decadencia de una autoimagen de los Estados Unidos como un poder excepcional a escala global. Crisis que se desata gracias a la guerra de Vietnam.
“En los 70, en la Argentina se desató una crisis que se anunciaba con la polarización previa.”
—La Guerra de Secesión llevó la polarización al extremo de una guerra civil. En la Argentina tuvimos obviamente luchas internas entre los que se llamaban los caudillos y el puerto, pero nunca se llegó a una guerra civil completa de media nación contra otra. Se dice que en Estados Unidos ganó la región del país que realmente permitiría el desarrollo y un futuro promisorio y que en la Argentina, aunque la guerra nunca tuvo esa magnitud, perdió ese sector. En Estados Unidos hubo una polarización enorme y, de hecho, lo que vos estás marcando como problema que emerge en los 60 con la no integración del 10% de población negra tiene sus orígenes casualmente en que fueron importados. La Guerra de Secesión fue su primera manifestación. Los temas se interconectan.
—Es algo que también está relacionado con cómo se integran las sociedades al mercado global. En el caso de los Estados Unidos, antes del algodón la esclavitud masiva no existía en escala. En el caso de Argentina, la carne y el trigo. Son claves las exportaciones y el modelo de globalización y cómo las sociedades se incorporan al mercado global. Son cuestiones decisivas en el muy largo plazo. Y explican la exclusión. En el caso argentino, fue la exclusión de pequeños productores y en el caso de los Estados Unidos la de una población negra, ahora libre después de la Guerra Civil, a las sociedades económica y política. Las instituciones nacionales fueron decisivas. En el momento de integración, provocan una reacción posterior y el germen de la polarización.
—¿Lo que era la propiedad de la tierra en el siglo XX hoy sería Google y Facebook?
—Es información y educación.
—Los grandes latifundistas del siglo XIX, que se quedaban con una proporción exagerada de la tierra, hoy son aquellos que capturan la renta del negocio de la información, las grandes empresas del Silicon Valley.
—Hace veinte años hubo una oportunidad de imaginar un reparto de acceso a derechos de propiedad en la economía del conocimiento. Fue una oportunidad única. Hubo voces reclamando la importancia de pensar la tecnología y la economía en el entorno de la democracia y no dejar que sea el mercado quien reparta esos bienes.
—Una cosa es el flujo, que es lo que producen los medios de producción, y otra cosa es el stock. ¿Con una distribución del flujo no se cambian las causas y por lo tanto los paliativos a las consecuencias serán necesarios? En la salida de la ex Unión Soviética, el sucesor de Gorbachov creyó con ingenuidad que si repartía una acción para cada uno de los rusos del total de la propiedad de las empresas públicas, los transformaría a todos en capitalistas. Intentó hacer algo así como una predistribución. La gente terminó vendiendo esas acciones por botellas de vodka. Y por aquella famosa ecuación de 80/20 de Pareto, no importa qué sistema se cree, siempre va a haber un porcentaje de la población que va a tener beneficios sobre el resto. ¿Cómo se hace para que la globalización se transforme en una oportunidad?
—Hay que enfatizar que la globalización pasó por varias etapas. Podríamos hablar de globalización 1.0 en el caso del siglo XIX, con la integración de la zona pampeana, la zona cafetera en el Brasil. Luego, un modelo de globalización 2.0 con la industrialización de mediados del siglo del siglo XX. Y estamos en el medio de lo que en inglés llamaríamos growing pains, dificultades de crecimiento, en el medio de un momento de globalización 3.0, con la desarticulación de las cadenas de producción, y no solo de bienes, muy relacionado con la inversión de multinacionales, sino cada vez más en servicios, muy ligado a la automatización de las cadenas de producción. Para un país como la Argentina la cuestión es cómo insertarse en las cadenas y cómo captar las rentas de los bienes de los argentinos en su participación en dichas cadenas. Es el desafío del presente: no solo la entrada y el posicionamiento en las cadenas, sino entender que la cuestión de información, el saber y la robotización son elementos básicos de los nuevos valores agregados en esas propias cadenas. Lo irónico es que estamos hablando, por un lado, de recursos naturales de gran riqueza, que sería una visión de una economía hasta arcaica, al referirnos al sector agrario, junto con una especie de economía posindustrial posmoderna. Y al mismo tiempo estamos siempre hablando de participación de los actores económicos en la captación de la renta producida.
“Los partidos políticos de Argentina tienen un desacuerdo básico que complica la toma de decisiones.”
—Vos marcabas que “en el período más horrendo de la historia triunfó el bilateralismo. Entre 1914 y 1945, el afán de grandeza nacional provocó una ruinosa rivalidad económica y violencia extrema. La debacle financiera de 1929 desestabilizó el orden internacional que ya era vacilante. Los países, uno tras otro, se encerraron en 1933, el comercio internacional se derrumbó, y a la tercera parte de lo que había sido cuatro años antes en 1929”. ¿Corremos el riesgo nuevamente de que, frente a no encontrarle la oportunidad y ver solamente las amenazas de la globalización, los países vuelvan a encerrarse como en aquello que terminó dando origen a la Segunda Guerra Mundial?
—Es mi temor. La experiencia del retroceso de una suerte de integración fue fatal para la democracia y el bienestar social. Finalmente pueden culminar, no necesariamente pero en ese caso sí, en guerra y competencia entre naciones. Me preocupa que pueda producirse. Estamos en un momento muy precario en ese sentido.
—Ahí supongo que en lo que vos marcás, por lo menos desde la perspectiva del hemisferio sur, de la Argentina, los dos contendientes serían Estados Unidos y China. ¿Y qué problema le genera a Latinoamérica, y a la Argentina en particular, la obligación de tener que alinearse con uno u otro? ¿Hay una oportunidad, como cuando Juan Perón planteaba el péndulo de la tercera posición, o no existe esa oportunidad y finalmente se reducen las alternativas porque vamos a tener que tomar una decisión en un sentido o en el otro?
—No hay opción, y está el miedo de que el stand off entre Estados Unidos y China provoque una ruptura global. Los países medianos y pequeños deberán elegir a qué bloque afiliarse. Eso en parte sucedió en los años 30. Claro, no con dos bloques grandes, sino varios imperios. Y en el caso argentino, obviamente en los años 30, frente al auge del proteccionismo europeo y norteamericano, hubo que negociar tratados desiguales con los antiguos imperios, como en el caso del Pacto Roca-Runciman. Podemos debatir mucho sobre ese pacto, pero fue un efecto precisamente de la formación de bloques económicos rivales. Cuando George Orwell escribió 1984, esa novela antiutópica, tenía miedo precisamente de esa formación de bloques rivales en guerra constante entre ellos. Y un poco estamos volviendo a una coyuntura muy paralela, con grandes diferencias, pero el desafío está ahí.
—Escribiste “El idealista pragmático: la odisea de Albert O. Hirschman”. ¿Cuál es el mensaje de la vida de Hirschman hacia el presente y del pragmatismo en general?
—Un mensaje que tiene que ver con cómo imaginar los momentos históricos de la nación argentina. Es decir, en vez de pensar la experiencia de Argentina como una historia de largas duraciones con rupturas violentas: el año 1930, 1945 o lo que sea, sino imaginar a los seres humanos o los ciudadanos negociando alternativas constantes. Y en vez de pensar la historia como predecidida, imaginar o buscar alternativas, aun cuando parece que no existen más. Es la visión hischmaniana de cómo imaginar la economía. O sea, a una economía, aunque tiene su estructura, siempre hay formas de cambiarla. Solo se trata de que uno tiene que estar mucho más dispuesto a tomar riesgos. Y es una visión democrática de la economía, que es decir que toda cuestión económica es también una cuestión de, en inglés la palabra es belonging: estar integrado y presente.
“La historia argentina es una suma de pequeñas crisis que devienen en una mayor que se manifiesta en los años 70.”
—Uno podría decir que la representación del pragmatismo de Hirchman en América Latina también encuentra sus raíces en el pragmatismo en Estados Unidos posterior a la guerra civil, cuando hablábamos antes de la polarización. O sea, son los pragmáticos de Estados Unidos, John Dewey por ejemplo, quienes logran que se entiendan los de un lado y los del otro, para decirlo de alguna manera. ¿Podríamos encontrar, incluso con el Club de la Metafísica después de la Guerra de Secesión, que el mensaje en el fondo sería reconocer algo más profundo que el reconocimiento al otro, que la integración del otro, lo que es un reconocimiento a que la razón nunca es absolutamente de uno?
—Sí, precisamente. Y una consecuencia de esa postura es no entrar a la interacción con los otros, incluso con los extranjeros, con una preconcepción de que uno tiene necesariamente la razón.
—Y en esa perspectiva, el problema de Estados Unidos actual es que podríamos decir que los verdaderos padres de la patria de Estados Unidos fueron aquellos filósofos como John Dewey, y que podríamos llegar en la corriente hoy hasta Richard Rorty, Richard J. Berstein; que hoy se produce la polarización, porque ya el modelo cultural pragmático que ellos representan no es el paradigma dominante en términos kuhneanos dentro de la sociedad norteamericana.
—Vivimos tiempos de dogmatismo y no de pragmatismo.
“El desafío para Argentina es cómo entrar en la nueva era de la globalización.”
—O sea, Estados Unidos se latinoamericaniza.
—Podría ser una de las conclusiones posibles.
—Y el mensaje de Hirschman, para concluir, sería poder, por el contrario, desdogmatizar Latinoamérica.
—Estar siempre abiertos. La existencia de alternativas depende de una predisposición a estar consciente de los propios límites y no estar convencido de que uno siempre tiene la razón y no tiene algo para aprender del otro, incluso ceder al otro. Eso sería un estilo hirchmaniano y tal vez una lección para latinoamericanos.
“La crisis de desarrollo argentina comenzó a fines de los años 60 (y no en los 70)”
—En una entrevista previa dijiste que “el dilema de Argentina no fue el modelo que perseguía, sino la dificultad de cambiar de un modelo a otro”. ¿En qué momento, a tu juicio, hubo dificultad de cambiar de un modelo a otro, y, cuando se cambió, se cambió incorrectamente? En la Argentina hay toda una discusión de cuándo comenzó la decadencia, si en 1930, si en 1945 o si en 1975. ¿Dónde se ubica el punto de inflexión negativo?
—Es una pregunta muy difícil de responder con certidumbre y claridad. No tenemos buenas teorías de transiciones, de cómo las sociedades se adaptan o cambian de un modelo a otro. Es un tema vital ahora, porque estamos en el medio de una transición energética. Migramos hacia un modelo económico no tan adicto al carbón. Pero en el caso argentino, hay un debate. ¿Empezó en los años 20 o 30? ¿Con el peronismo? Estoy cada vez más convencido de que realmente la crisis en términos de crecimiento económico realmente empezó a fines de los años 60. Pablo Gerchunoff y otros economistas argentinos me convencieron de que en realidad los años 50 no fueron tan malos y que tampoco el milagro canadiense y norteamericano fue tan notable, especialmente si uno toma en consideración que el mundo heredado por los norteamericanos en 1945 fue de ventajas históricamente únicas. Después de la destrucción de la economía europea con la Segunda Guerra Mundial, se abrió una pista de 15 años de industrialización norteamericana sin grandes competencias ni obstáculos.
—Situación que también uno puede plantear para Argentina. Recibió inmigrantes cuyo costo de formación, educación, salud pública, había sido pagado por los países que estaban destruidos. Venían a la Argentina con su juventud y su fortaleza, y al mismo tiempo no tenían la competencia de esas fábricas en Europa.
—En realidad la crisis económica y social, ponemos aparte la cuestión política por el momento, aunque es relevante en esta discusión, se detecta a partir de 1967/1968. La polarización política viene en los años posteriores a la crisis económica. Forma parte de una crisis global del modelo industrial de posguerra en el caso norteamericano, australiano y para otros países, incluso los europeos que se habían reconstruido en las dos décadas después de la Segunda Guerra Mundial. Todos entraron en una suerte de empate. El caso argentino fue un ejemplo de un problema más global.
“La predistribución genera más transformación que los impuestos a la riqueza”
—¿Cómo integrar una sociedad que tiene en el sector agrario su mayor ventaja competitiva? En países como Australia, Canadá, Estados Unidos, que fueron fuertemente agrícolas, el porcentaje del producto bruto que aportaba el sector agrícola fue decreciendo y el porcentaje industrial y de servicios fue en aumento. En el caso de la Argentina, donde todavía se mantiene esa ventaja competitiva del sector agrario, la discusión es si es suficiente para producir crecimiento con inclusión. Se discute si no tenemos una nueva oportunidad ante el aumento de la demanda de alimentos. Sería una suerte de Thomas Malthus del siglo XXI. ¿Cómo podría aprovechar la Argentina la situación y generar un desarrollo con inclusión?
—Tiene mucho menos que ver con la naturaleza y la capacidad de explotar la renta del suelo que con la distribución. Es un momento muy oportuno para hablar de lo que se llama la predistribución y no con la redistribución de la propiedad. En el caso argentino, lo muy especial es que los recursos naturales siguen siendo básicos, y cómo recuperar el valor agregado de ese recurso y repartirlo de forma más equitativa ofrece a Argentina un momento oportuno. Comparado con Estados Unidos, la gran concentración en el sector de servicios, tecnologías y financieras, hace que sea muy difícil ahora atacar la cuestión de predistribución de los recursos. Como muchas veces en la historia argentina, hay una oportunidad. La cuestión es si los líderes y los espacios donde se debaten las alternativas están abiertos para recibir ideas nuevas de cómo hacerlo.
—¿Qué diferencia hay entre predistribución y producción?
—Predistribución alude a la distribución de acceso a derechos de propiedad. Es el caso de la colonización del campo en el siglo XIX. Funciona como ejemplo básico o clásico de predistribución.
—¿Sería distribución de medios de producción y no de su resultado?
—Por eso cuando hablamos ahora de impuestos, de distribución de riquezas, estamos hablando de redistribución. La política alrededor de redistribución está en debate. Hay mucho calor alrededor de esta cuestión de impuestos, aunque el efecto transformador de estos impuestos es mucho menor que atacar la cuestión de pre-distribución.
—¿Con la redistribución lo único que se genera es un paliativo, pero finalmente no se atacan las causas?
—En términos globales, es así. La redistribución es una compensación por las fallas del sistema de predistribución.
—En “El capital del siglo XXI”, Thomas Pikkety plantea que no parece haber una receta de predistribución. Dice que hay que resolver una redistribución a partir de los impuestos.
—Thomas está revisando un poco su postura. Hace diez años, cuando escribió El Capital…, tenía esa idea enfocada en la redistribución. Vio cómo en los años 30 y 40, gracias especialmente a la Segunda Guerra Mundial, los sistemas políticos en Europa, especialmente en el oeste y en Norteamérica, se reajustaron para abrir más oportunidades para la clase obrera, las clases medias, y hubo un achicamiento de lo que eran sociedades de muy mala distribución de riquezas y de salarios. Ahora vuelve a estudiar una época de cambio para decir que tenemos una oportunidad para encontrar un nuevo contrato social para repartir o redistribuir el ingreso a través de impuestos. Después de diez años de debate sobre esta cuestión de redistribución de impuestos, hay ahora una cuestión de si eso es suficiente y si las nuevas tecnologías y los nuevos formatos de derecho de propiedad abren una oportunidad para hablar de predistribución.
Producción: Pablo Helman y Natalia Gelfman.