PERIODISMO PURO
Ex vicepresidente del Banco Central de Israel

Leonardo Leiderman: "Disiento con Cristina: los problemas de la Argentina son de manual"

Nació en Córdoba. Estudió en Chicago y trabajó en Wall Street. Desde hace años está en Israel, donde ocupó un puesto clave en el control de la inflación y la estabilización económica. Con ese bagaje, analiza con cierto optimismo los efectos de la crisis global originada por el coronavirus. Sostiene que sobrevendrá una nueva ortodoxia, más expansiva y atenta al problema del desempleo, el gran desafío del futuro. En este contexto, Argentina tiene una oportunidad: reproducir experiencias exitosas y hacer un acuerdo sustentable con el Fondo Monetario Internacional.

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Mundo Keynesiano. “Las economías están muy por debajo del nivel de pleno empleo y muy por debajo del nivel potencial del PBI; puede haber una situación en que se imprime dinero y que no cause inflación”. | Marcelo Dubini

—¿Es optimista o pesimista sobre el futuro? ¿La recuperación será rápida o lenta?

—Hay que ser optimista. La vida continúa, el mundo ya tuvo suficientes catástrofes: la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, el nazismo en Alemania, los campos de concentración, el Holocausto. Las guerras, en general. Y siempre se supo salir adelante. La tendencia lógicamente es seguir siempre, mejorar el nivel de vida, lo que sucede en cada país. Tenemos que ser optimistas, porque ya tenemos vacuna contra el Covid-19. Personalmente no creía que iba a ser tan rápido. Pero tomará tiempo hasta que sea certificada y producida en gran cantidad para que todo el mundo tenga la vacuna. Tenemos que pasar los próximos meses, en los que el gran riesgo es justamente el opuesto: que la pandemia se haga más dura y el contagio aumente. Que Nueva York tenga que cerrar todo el sistema de colegios y California deba cerrar todo hasta las tardes y noches es significativo. También hay que observar la realidad en Europa. A corto plazo, la situación es muy nubosa; pero a mediano y largo plazo se irá aclarando.

—Cuando uno analiza la ayuda fiscal en la crisis de las hipotecas en 2008/2009, el estímulo fiscal fue alrededor del 2% del producto bruto. Esta ya lleva 12% del producto bruto mundial. ¿Qué impacto puede tener eso en la macroeconomía mundial?

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—Los países están haciendo lo que deben. Es el consenso en la profesión económica y en la macroeconomía a la cual pertenezco. El gran trauma en macroeconomía es no volver a reproducir la crisis de 1929 en Estados Unidos, la gran depresión económica. El gran error de política económica en ese entonces fue, dada la ideología de los economistas clásicos, dejar que el mercado resuelva. Los bancos centrales o los ministerios de Hacienda trataron de que el mercado resolviera los desequilibrios. Así el mundo entró en una década que al final terminó con la Segunda Guerra Mundial en 1939. Se aprendió la lección de que hay que hacer todo lo necesario para evitar que la crisis tenga una fuerte propagación y que se tenga un efecto dominó, como en el 29. Estoy completamente de acuerdo con esa preocupación. Nuestra preocupación también es qué pasa después de la crisis, porque el mundo se está endeudando. Lo hacen tanto los gobiernos, los consumidores y las familias como las empresas. Quizás nos indique cuál puede ser la próxima crisis del mundo, una vez que superemos la pandemia. Ahora debemos superarla. En este momento, los efectos de los déficits fiscales son recibidos muy bien por las economías y por los mercados financieros.

Leonardo Leiderman, en el reportaje de Jorge Fontevecchia.
Geoeconomía. “Estados Unidos seguirá siendo una economía muy fuerte; pero perderá lugar contra China”. (Foto: Marcelo Dubini)

—¿Se está produciendo un cambio de paradigma respecto de las ideas de la ortodoxia económica y comenzará una época de estímulo fiscal permanente?

—Puede ser. Soy de los economistas que piensan que el mundo después de la pandemia será diferente. Un tema será el rol del Estado en la actividad económica y en la vida de cada uno de nosotros. Se incrementará porque, seamos optimistas o pesimistas, después de la pandemia habrá un gran desafío que son los mercados laborales. Aun los optimistas piensan que las economías no van a volver al mismo nivel de desempleo tan bajo en el mundo que hubo en enero y febrero de este año. Probablemente subirá la pobreza en Latinoamérica, donde están Argentina y otros países. Habrá que mejorar todo lo que sea ayuda social, de los gobiernos, reestructurar la parte médica, la infraestructura de los hospitales. Se necesitará más intervención del gobierno, intervención eficiente, para tener una economía con mejores bases. Probablemente la nueva ortodoxia será diferente. Hace 10, 15 años pensábamos que había una muralla china entre bancos centrales independientes y por otro lado la política fiscal. En todos los países había muchas leyes de autonomía del Banco Central. Esto implica que el gobierno no podría obligar ni darle directivas al Banco Central para imprimir dinero para que financie el déficit fiscal. Lo que vemos hoy en día es que en países como Estados Unidos, Alemania o Israel el Tesoro tiene un déficit, como el que usted mencionó, que se financia imprimiendo bonos. En ese contexto el Banco Central dice: “Al imprimir bonos y que las tasas de interés de mediano y largo plazo suban en el mercado, se perjudicarán las inversiones”. Y entonces intervienen comprando bonos de mediano y largo plazo, bonos del gobierno y corporativos. Si encuadramos todo en forma consolidada tendremos que el gobierno aumentó su déficit fiscal y la emisión monetaria y el Banco Central sigue siendo independiente. Pero como economistas sabemos que el resultado final es que así el Banco Central no sería independiente. También es parte del nuevo paradigma.

“Después de la pandemia habrá un gran desafío en los mercados laborales.”

—¿Esta crisis modificará paradigmas económicos más de mediano y largo plazo?

—Sin ninguna duda. Especialmente en esta materia de la división de trabajo entre Banco Central y la política fiscal. Pero las cuentas nacionales son las mismas. El crecimiento depende de la demanda agregada y de la oferta agregada. La productividad depende de las mejoras tecnológicas de la economía. Las bases no cambian. Un gobierno con un gran déficit imprime bonos. Mientras las tasas de interés a dichos bonos sean muy bajas, casi cero, hay menos lugar para preocuparse. Pero si en algún momento las tasas interés suben y los gobiernos siguen con este tipo de política fiscal, aparecerá el tema de sostenibilidad de la deuda. Los temas principales, la contabilidad de la economía, siguen siendo los mismos. Pensar estas cuestiones cambiará en cuanto al color y los temas en el futuro.

—Hay polémica respecto de si la emisión produce inflación, como normalmente se lo entendía, o si hay otro tipo de inflaciones que no tienen que ver con la emisión. Argentina tuvo emisión cero e inflación de casi 50%. Ahora vemos en los grandes países que emiten muchísimo dinero y no hay inflación.

—Ese es el tema de la inflación. Usted acaba de presentar un puzzle: ¿cómo puede ser que con tanta emisión ni la inflación ni las expectativas de inflación hayan subido? Es el desafío más grande a la teoría macroeconómica en este momento. En un mundo keynesiano, en un mundo en el cual las economías están muy por debajo del nivel del pleno empleo y muy por debajo del nivel potencial del PBI, puede haber una situación en la que se imprime dinero y que no cause inflación. El ejemplo más claro es Japón. Tuvo una gran crisis en 1989, a pesar de que se imprimió mucho dinero y deuda. Hoy la deuda en Japón es un 200% del PBI y no es un país latinoamericano. Pese a todo, sigue habiendo inversión internacional. La tasa de interés es bajísima, es 0 o negativa. Es el primer ejemplo de esa situación. Para ello hay una serie de explicaciones. Se habla de que el mercado de bienes y servicios es global, que llega mucho de China, de Corea, de Taiwán, de India, que están muy lejos del pleno empleo porque hay todo un proceso de urbanización. Todavía tenemos gente mudándose del campo hacia los centros urbanos. La globalización y el mundo keynesiano son las explicaciones tradicionales del hecho de que se está imprimiendo dinero. No hay inflación en el mundo como la medimos normalmente, pero sí hay inflación de productos financieros, de bienes financieros. Hay cierta inflación en el precio de las acciones, de los bonos, de los bitcoins y de otros bienes de ese tipo.

—Como todos los países imprimen, la relación de las monedas quizás no demuestre la debilidad de una u otra. Pero finalmente afecta el precio de las acciones, de las commodities o del bitcoin como señal de exceso de liquidez.

—Completamente de acuerdo. Esto nos lleva a preguntarnos en qué medida hay que cambiar las ortodoxias existentes. Los bancos centrales de Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Chile, Colombia y México tienen un régimen de metas de inflación. La prioridad principal es tratar de lograr una meta, ubicar la inflación en cierta meta. En Israel, la meta es entre 1% y 3% de inflación anual. Ahora bien, la teoría y la práctica detrás de eso se concentraron en la inflación de bienes y servicios, de productos y servicios, y medidas generalmente por el índice del precio al consumidor. Pero hay otra inflación importante. Los bancos centrales dicen que esa inflación es una especie de indicador de la situación de la economía. Un indicador del momentum que se está generando en la inflación normalmente medida, pero no constituyen una meta.

“A corto plazo, la situación es muy nubosa; pero a mediano y largo plazo se irá aclarando.”

—La inflación mide el flujo y no el stock. Es lo que sucedía antes en Estados Unidos: si se toma el valor de una casa a lo largo de cuarenta años, multiplicó su precio varias veces, mientras que la inflación fue muchísimo menor.

—Le doy otro ejemplo que confirma exactamente lo que dice. El precio promedio de casas en Estados Unidos subió el último año un 15,5%. Y estamos en un mundo de tasas de interés bajas; las hipotecas tienen tasas de interés de 3% anual fija por treinta años, algo que no se ha visto en la historia de Estados Unidos. Pero en el índice de precios al consumidor de Estados Unidos no entra el precio del stock, la casa, sino el flujo, que son los alquileres. Normalmente tiene que haber un equilibrio entre los alquileres y el precio de las casas. Ahora, en el medio de esta crisis, hay un desequilibrio. Los alquileres subieron particularmente. Resumiría diciendo que pienso que el borrador de los temas que esperan a los bancos centrales y a nosotros como economistas macro es analizar en qué medida el sistema de metas de inflación tiene que ser flexibilizado. También hay que pensar el tema de cómo definimos la inflación. Cómo analizamos la inflación de los precios de los stocks.

—¿Hay alguna relación entre que la tasa de interés sea nula o casi nula o por momentos negativa y que al mismo tiempo los grandes países tengan necesidad de endeudarse? ¿Se deberá invertir el orden de causas y consecuencias, y finalmente lo que eran dogmas económicos se confirmen casi como una metafísica, pero la necesidad hará cambiar ese dogma, porque si no no habría vida?

—Es una pregunta muy interesante intelectual y analíticamente. Empieza la pandemia en algún momento en febrero. Al comienzo, los gobiernos se confundieron, porque nunca tuvimos una crisis así. Olvidémonos del virus de España de 1918, del que no sabemos mucho. En ese momento existía el riesgo de una catástrofe médica, económica y financiera. Hubo crisis de este tipo que se transmitieron a la parte financiera, en las que hubo quiebras de bancos y no hubo liquidez en los mercados. Es lo que pasó en febrero y marzo. Ahí se generó un movimiento. Los bancos centrales que todavía tenían lugar para bajar tasas de interés, lo hicieron. Simultáneamente, los ministerios de Hacienda reforzaron los hospitales. En Israel lo primero que se hizo fue aumentar el gasto en la infraestructura de hospitales. Traer más camas, más respiradores. Había pánico. Los médicos nos decían que no sabían si habría suficientes camas para los enfermos, dado que este virus es exponencial en cuanto al contagio. Fue simultáneo. Cabe preguntarse cuál es el momento óptimo de aumentar el déficit para un gobierno. Es cuando las tasas de interés son bajas, así como el momento óptimo para que una empresa tome más crédito si realmente lo necesita es cuando el precio del crédito está bajo. Hubo una suerte de sincronización muy buena en ese sentido. En enero de este año, Israel tenía una tasa de desempleo del 3%. Es pleno empleo. En el medio de la crisis, la tasa de desempleo llegó a un 30%. Hubo que aumentar todo lo que sea indemnizaciones y seguro de desempleo.

Leonardo Leiderman, en el reportaje de Jorge Fontevecchia.
Yellen y Stiglitz. “Janet es una economista que cree principalmente en lo que llamamos ‘los fundamentals’, los factores básicos de la economía. Son distintos”. (Foto: Marcelo Dubini)

—Las tasas de interés nulas uno las percibe en Japón, que hoy lleva 200% de endeudamiento sobre su producto bruto, y en el mundo atlántico, entre Estados Unidos y Europa, después de la crisis de las hipotecas. Pareciera que hay una relación entre que las tasas de interés bajen y la necesidad casualmente de emitir deuda y hacerla soportable.

—En Europa existió la crisis de Grecia y la de 2016. La pregunta era en qué medida habría contagio de Grecia a Portugal, a Irlanda, a España, el riesgo de recesión y pérdida de confianza. Ahí el Banco Central Europeo bajó muy fuertemente las tasas de interés y la parte fiscal aumentó su déficit y su gasto. La causalidad viene de la tasa de interés baja al déficit. Felizmente los déficits fiscales subieron en un momento muy cómodo. Subieron por la necesidad de estimular las economías para evitar un 1929. En el caso del Covid-19 hubo que apoyar a los hospitales, la parte social.

“Soy de los que piensan que el mundo pospandemia será diferente en muchos aspectos.”

—Como era preciso tener déficit fiscal, fue necesario hacer “quantitive easing” en 2008, que Japón tuviese endeudamiento por la recesión que sufría. Para que eso pudiera resistir, tenían que bajar las tasas de interés.

—La historia juzgará. También los fanáticos de la autonomía de los bancos centrales comprenden que son parte del sector público. El presidente del Banco Central en Europa y la Fed en Estados Unidos leen los diarios, lo que dicen los parlamentarios y las encuestas de confianza de la gente. No sé cuál fue el mecanismo exacto. Lo que tenemos que enfatizar es que en este momento las tasas son tan bajas que la situación resulta mucho más cómoda.

—¿Qué pensó cuando Joe Biden anunció que Janet Yellen sería la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos? Joseph Stiglitz se manifestó muy contento con su decisión.

—Conozco bastante bien a Janet Yellen. Estuvo en Israel el año pasado, tuve la oportunidad de tener largas charlas con ella. Janet Yellen no es Joseph Stiglitz. Janet Yellen es una economista que cree principalmente en lo que llamamos los fundamentals, los factores básicos de la economía. Janet pone gran énfasis en el tema de política fiscal. Que sea ordenada, sostenible, que la deuda no explote, que haya solvencia fiscal. Cree en la independencia de los bancos centrales. Tiene un gran sentimiento cercano a la parte social, como yo. Le preocupan el desempleo, la pobreza, los problemas de cada uno de nosotros como seres humanos, aparte de lo económico y lo financiero. Entiende perfectamente que la única forma de mejorar la situación de los países y de las diferentes partes de la sociedad es mediante el crecimiento económico. Un crecimiento que logre generar más empleo. Es una economista bastante ortodoxa con inclinación a pensar siempre en la parte social; en la pobreza, la miseria, en aquellos segmentos de la población que tienen un gran sufrimiento.

—¿Cambia en algo la situación de la pandemia el balance entre China y Estados Unidos y la derrota de Donald Trump?

—Fui muy crítico de la gestión de Donald Trump. Fue muy rara la forma como se tomaron las decisiones económicas, el manejo de todo el tema económico. Fue muy impulsivo, a través de tuits. Lo mismo puede decirse de la guerra que comenzó con China. Había en el tintero una serie de temas para discutir entre Estados Unidos y China. Pero subir las tarifas y poner cuotas a la importación es lo último que convencería a los chinos. Si existen problemas habría que sentarse, está la World Trade Organization, la Organización Mundial del Comercio. Hay un tribunal, se puede hablar y discutir. En las guerras de comercio todos pierden. Es una buena noticia que viene Joe Biden y sus nominaciones, incluyendo la de Yellen. La situación del Senado se sabrá el 5 de enero porque hay varios estados en los que todavía no está todo claro. En Wall Street piensan que eso va a ser un balance ideal. En ese caso, Biden no podrá subir impuestos. Joe Biden reforzará la economía de Estados Unidos. Tendrá un programa grande de infraestructura. Sabe que tiene que ocuparse del mundo después de la pandemia. En cuanto al balance de China con Estados Unidos, la situación previa a la pandemia era que China y Asia subían y Occidente bajaba. Algo que comenzó mucho antes de la pandemia, tanto por razones demográficas como por el gran impulso en China. No es un país democrático. Sus autoridades tienen una obsesión con el crecimiento económico. Es el parámetro número uno, número cinco y número veinte para sus autoridades. El futuro del crecimiento está en Asia. Los inversores mundiales lo tienen bien claro. Europa siempre es interesante, pero sufre el gran problema del desempleo de los jóvenes. La demografía le está pegando. La proporción de la población de más de 65 y 70 años sube. Estados Unidos seguirá siendo una economía muy fuerte, pero perderá lugar contra China.

“Hubo que evitar una crisis como la ocurrida en 1929.”

—¿India será aquel tapón que tienen Occidente, Europa y Estados Unidos para crear un balance en Asia?

—India está en una situación muy difícil porque tiene un gobierno que en cierta medida es más populista que los otros gobiernos. Está pensando en estos momentos en cerrar su economía. Proteger la economía, algo que conocemos muy bien en la Argentina. India teme ser inundada por productos de China. Con el gran desempleo que existe tiene miedo. Por eso no firmaron el acuerdo regional. India, como Argentina, necesita flujo de capital del extranjero. El ahorro interno de India no es suficiente para financiar las necesidades del país y para llevarlo por una ruta de crecimiento. Al cerrar la economía y no firmar estos acuerdos de comercio será más difícil movilizar capital del extranjero. Ese es su dilema actual. La calificación de India es mucho más baja y el riesgo país más alto que el de otros países de Asia.

—Escribió muchas veces que las crisis del país eran “Made in Argentina” y no el resultado de situaciones globales. ¿La crisis actual, con su problema de deuda, de renegociación de la deuda privada, ahora con el Fondo Monetario, cuál componente “Made in Argentina” tiene y cuál de crisis internacional?

—No soy un experto en lo que pasa en Argentina. Mis observaciones deben ser tomadas con cautela. Sí leo la prensa y tengo mucha interacción con mis colegas en Argentina. Esta crisis es “Made in Argentina” y se contamina con la pandemia; pero ya venía de antes. Comenzó en 2018, pero venía de antes. La manifestación más cabal es que el empresario y el inversor argentinos tienen muchísimo miedo de invertir en el país. Hay una gran crisis de confianza. La crisis es argentina, y no hay que esperar que alguien la resuelva desde el extranjero. Argentina tiene un riesgo país de 1.400 puntos. La inversión mundial no querrá ir a Argentina. Tampoco estoy de acuerdo con aquellos que piensan que el señor Biden llamará al Fondo Monetario Internacional para decir que le den un nuevo préstamo o un nuevo paquete para Argentina. Tanto Janet Yellen como todo el Departamento del Tesoro de Estados Unidos y también el Fondo Monetario están desesperanzados con la Argentina. Tanto el Fondo como diferentes fuentes dieron dinero a Argentina, tuvieron gran voluntad y los resultados fueron bastante críticos.

“En el nuevo paradigma los bancos centrales no serían tan independientes.”

—En 2001 trabajó en Wall Street en el Deutsche Bank y tuvo mucho contacto con los inversores, con el Fondo Monetario, con las autoridades de ese momento. ¿Qué comparación hace de aquella crisis de la deuda con la actual?

—Es una muy buena pregunta. Fue un momento muy desafiante e interesante como jefe de mercados emergentes en el Deutsche Bank. Viajé muy seguido a la Argentina con delegaciones de inversores estando en contacto con el Fondo Monetario y con el Departamento del Tesoro. La crisis de 2001 se podría haber evitado. Wall Street y los inversores le decían a Argentina que reestructurara su deuda, que hiciera lo que se llama un orderly restructuring en forma ordenada y no a último momento. Interesante. Los mismos bonistas, los tenedores de bonos, les decían a las autoridades de la Argentina que no se perdería la confianza, sino todo lo contrario. La gente observaría que Argentina tenía compromisos y obligaciones mucho más solventes. Las autoridades argentinas preguntaban por la convertibilidad. La respuesta de Wall Street era que se podría haber seguido. Se podría reestructurar sin que fuese necesaria una devaluación. Entendían que después de tener el uno a uno de la convertibilidad, una devaluación de un 20%, 30% o incluso de un 50% podría causar una gran crisis financiera, y ni hablemos de confianza. Las autoridades pedían tiempo. Decían que habría nuevas medidas, más ajuste fiscal. Se daría un subsidio al plástico y al cuero para conseguir crecimiento, lo que produciría una baja de la deuda respecto del PBI. Hubo un enceguecimiento. Muchas veces quienes se ocupan de política económica se enamoran de sus políticas y no están dispuestos a pensar en otra alternativa. Lo vi también en Israel. Fue algo deprimente.

—Ahora, usted también estuvo en el Deutsche Bank en Estados Unidos cuando Luis Caputo era el jefe de la oficina en Buenos Aires. ¿Qué pensó cuando Marcos Peña, el jefe de Gabinete del gobierno anterior del presidente Macri, dijo que era el Messi de las finanzas y poco tiempo después de haber asumido como presidente del Banco Central se tuvo que ir?

—No quiero hablar de individuos. Luis Caputo es un economista, un trader y un financista excelente, y la economía tiene mucha gente profesional. No hay que depender de un individuo u otro. Las situaciones políticas específicas que llevaron a la salida de Luis Caputo no son temas de los que me ocupo.

—¿Cuál fue el error del Fondo Monetario y de las autoridades económicas argentinas para que la crisis de 2018 evolucionara de esa manera? También hubo una megadevaluación, incluso superior a la de 2001.

—La crisis también se generó por la política del Banco Central. Se apresuró mucho con el tema de metas de inflación. Los fundamentals de la parte fiscal no estaban lo suficientemente sólidas como para apoyarlas. Así es que las subieron. Eso tiene su impacto sobre las expectativas de tasa de interés, y afectó al dólar. Intentaron calmar el dólar, intervenir en el mercado cambiario. Así, se desfasaba la compatibilidad de la parte nominal de la economía, el tipo de cambio, tasas de interés, política monetaria. De 2018 llegamos a la situación de hoy. Que es lo más interesante.

—¿Dónde estuvo el problema que hizo que no se cumplieran las expectativas generadas por el gobierno de Mauricio Macri?

—El error fue no generar una política bien articulada en cuanto a lo fiscal y lo monetario que deviniera en un crecimiento de la economía. No profundicé sobre qué temas tendrían que haberse hecho de otra forma. También el entorno mundial cambió en ese momento. Hay que juzgarlo por los resultados. Con el tiempo el gobierno de Macri y su equipo económico fue perdiendo confianza. El tema fiscal no se resolvía y se hacía más dificultoso. El asunto de la confianza acompaña a Argentina desde hace muchos años.

Leonardo Leiderman, en el reportaje de Jorge Fontevecchia.
Crisis de 2016. “El Banco Central Europeo bajó muy fuertemente las tasas de interés y la parte fiscal aumentó su déficit y su gasto”. (Foto: Marcelo Dubini)

—Déjeme leerle un párrafo de una carta de la vicepresidenta Cristina Kirchner: “La Argentina es ese extraño lugar donde mueren todas las teorías. Por eso el problema de la economía bimonetaria, que es sin duda el más grave que tiene nuestro país, es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la Argentina. Nos guste o no, esa es la realidad, y con ella se puede hacer cualquier cosa menos ignorarla”. Inmediatamente se pensó en Israel. Israel tenía un problema de alta inflación, de alguna manera también podríamos decir, no en la dimensión de Argentina, una presencia del dólar, y usted fue un artífice fundamental para solucionar ese problema. ¿Qué paralelo puede hacer de la experiencia israelí y qué consejo daría para la Argentina?

—La Argentina hoy en día está no en un círculo vicioso sino en un triángulo vicioso. El triángulo tiene tres lados. Uno es el tema social, la opinión pública, la pobreza, la miseria. Otro es el tema de confianza y credibilidad. El tercero es la parte económica, los desequilibrios o equilibrios fiscales, monetarios, el tema de deuda. En este momento este triángulo es un triángulo vicioso. La situación social se deteriora. Pensar en la Argentina con una tasa de pobreza de más de un 40% es inimaginable. A eso se suma la parte económica. No hay un plan económico claro que tenga en cuenta la deuda, la solvencia del país para los próximos años, las relaciones con el Fondo, la sintonización entre la parte cambiaria y la parte monetaria. No es sostenible. Argentina no podrá seguir mucho tiempo en esta situación. A eso se suma la cuestión de la confianza, el tema credibilidad. Se cambian las reglas del juego todo el tiempo, sea con impuestos o con regulaciones. Para que un empresario quiera invertir, quiera abrir una nueva fábrica, un lugar con mil, 2 mil y 5 mil empleados, el gobierno debe ofrecerle un marco de certidumbre, con reglas de juego claras. Hoy las reglas cambian todo el tiempo. Es un triángulo que lleva a un equilibrio negativo. Hay que convertir este triángulo en algo positivo, tener un plan económico sostenible, atender mucho la parte social, la pobreza, la miseria. No puede haber recuperación de la Argentina sin tomar en cuenta todo este tema. También hay que abordar el tema de confianza y credibilidad. Difiero con la ex presidenta. Con todo respeto, la economía de Argentina es de manual. Y si Argentina hubiera seguido con el manual, hoy en día estaría en el lugar de muchos otros países. Preguntaría por qué es tan diferente la Argentina de México, de Colombia, de Uruguay, de Chile. Les diría que inviten a diez economistas sobresalientes de todos estos países vecinos, de México, de Costa Rica, que los pongan en un cuarto en un hotel un fin de semana y les pidan recomendaciones. Aconsejarán exactamente lo que los economistas profesionales más sobresalientes de la Argentina sugieren. No importa si la ideología es de izquierda o de derecha. El tema son los fundamentals, la política fiscal, la credibilidad, la coordinación o la compatibilidad de la política monetaria y cambiaria con la parte fiscal, resolver los desequilibrios. Estamos muy lejos de eso. En Israel tuvimos la suerte de que en 1985 se formara un gobierno de coalición nacional con Shimon Peres como primer ministro. Se dejaron de lado las grandes divisiones políticas, que son más bien sobre política exterior, y se logró un acuerdo social. Después se habló de una política heterodoxa, en la que los sindicatos acordaron no pedir aumento de sueldo durante un cierto lapso. El Banco Central se comprometió a intentar estabilizar el tipo de cambio e intervenir en el mercado para que el tipo de cambio no mostrara una gran devaluación inflacionaria. La Asociación de Empresarios se comprometió a no subir precios en los negocios, a tratar de mantener el margen de ganancias más o menos estable. El gobierno dijo que mantendría los precios de diferentes utilidades y de diferentes servicios del gobierno. Se orquestó todo y se pudo sacar adelante la economía. Un año después se liberó, pero la economía en vez de estar en una inflación del 400/500% por año, de pronto estaba con una inflación de un 18%. Mi forma de pensar es esa. No se puede poner un programa unilateral que no refleje un gran consenso de la población. Si el programa no tiene apoyo, el programa socialmente explotará. No se podrá mantener en el tiempo. En Europa, en Inglaterra en su momento en los años 90, se dieron cuenta de que los programas unilaterales no funcionan.

“Si se hubiera hecho una orderly restructuring de deuda en 2001 se podría haber evitado la crisis.”

—Usted se doctoró en la célebre Universidad de Chicago; trabajó junto al premio Nobel Robert Lucas, que fue su tutor y mentor en su tesis en la teoría de las expectativas racionales. ¿Se podría decir que las expectativas racionales fueron la clave para resolver el problema de la inflación en Israel y que el resultado de ello y la causa fue ese acuerdo nacional, y que sin un acuerdo nacional no hay forma de crear expectativas racionales?

—Las expectativas racionales fueron modificadas con el tiempo. El mismo profesor Lucas hizo muchos cambios en esta teoría. Hoy en día el tema de la relación entre la psicología y la economía se profundizó. El tema de expectativas racionales avanzó. Hay que tomar en cuenta que los individuos pueden no ser racionales. Los mercados pueden tener en ciertos momentos el período de aprendizaje. El modelo básico de Lucas suponía que uno puede aprender cuáles son las reglas por las cuales se gobierna la política monetaria. Pero en un mundo en el que la política monetaria cambia con la situación, las mismas reglas cambian. En el pasado, tal como hablamos, se imprimía dinero y causaba inflación. Eso a su vez producía un cambio de política. Pero hoy en día imprimen dinero y eso no causa inflación. Se flexibilizó mucho más. En Israel, la gente, los inversores, vieron un programa muy bien articulado después de varios fracasos. En algún momento se tomó conciencia de que se necesitaba algo generalizado. Diferentes países en Europa oriental, como Polonia, la República Checa, Hungría, usaron programas muy similares. También en América Latina países como Brasil y México emplearon algunas variaciones de estos programas. Argentina no podrá aplicar un programa que sea unilateral. A eso se suma el tema del Fondo. Romper este triángulo vicioso es muy difícil con la dinámica interna de la Argentina. El game changer, lo que puede cambiar este juego, es algún tipo de programa y acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Lo que se hizo con la reestructuración de deuda fue postergar el problema, hasta 2023 o 2024. Los mercados financieros y los bonistas piensan en el futuro. El gran problema de Argentina no solamente es de liquidez; el gran problema es de solvencia. Cómo se asegura que la Argentina sea solvente, que el crecimiento genere suficientes recursos para que el gobierno y las empresas puedan pagar su deuda. Pero no se puede esperar la varita mágica del Fondo. En la crisis de 2001, el doctor Michael Mussa era el jefe del Departamento de Investigación Económica del Fondo Monetario. Se opuso vehementemente a que en septiembre, octubre o noviembre el Fondo Monetario diera dinero a Argentina. En diciembre el tema explotó y renunció por eso. Tiene un libro escrito sobre los errores históricos del Fondo Monetario Internacional (N. de la R.: Argentina y el Fondo, del triunfo a la tragedia. El game changer tiene que ser un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Si no se normaliza algo de la situación de Argentina, no habrá algo mágico que traerá el capital que se necesita para inversión. Hay que hacer bien los deberes, prepararse muy bien. Hay que explicarle al Fondo Monetario que los programas no pueden ser muy drásticos. Se está en una situación social delicada que, si explota, detonará también el programa. Esa sería la agenda. Desde el extranjero veo que hay que esperar. Quizás en los próximos meses las cosas mejoren. Pero hay que ser mucho más proactivos. Se necesita un gran liderazgo, liderazgo político y económico.

 

Producción: Pablo Helman, Debora Waizbrot y Adriana Lobalzo.