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Ecos de un velorio

Hinchas de maradona en las vallas de la Casa Rosada como si estuvieran en una tribuna de fútbol.
Hinchas de maradona en las vallas de la Casa Rosada como si estuvieran en una tribuna de fútbol. | Pablo Cuarterolo

Dos reflexiones que trascienden a Maradona y dejó su funeral. La primera es la creciente construcción en el imaginario colectivo sobre la ineficacia del Gobierno a la que se suma ahora como un eslabón más, el “no sabe ni organizar un velorio”, pero viene de mucho antes. El día previo a que se registrara la muerte de Maradona, el título principal de tapa del diario Clarín fue “La última del Gobierno: empezarían a vacunar en la primera quincena de enero”. Presentado como aquel que no cesa de acumular desaciertos, uno tras otro: “la última” ahora es esta, pero la saga continúa.

Cierta imagen negativa puede ser relativamente funcional al ejercicio del poder. Por ejemplo, la imagen negativa de Cristina Kirchner atribuida a distintas formas de asignar un atributo que genere miedo en los demás: arbitrariedad, dureza, carácter fuerte y hasta crueldad. Como ella misma bien lo entendió y hasta expresó: “Solo hay que tenerle miedo a Dios y un poquito a mí”.

Pero la imagen negativa generada por la atribución de ineficacia es letal. Una posición de poder sin autoridad es la más frágil de las posiciones y es el lugar en que fueron colocados los presidentes no peronistas teniendo la autoridad formal pero no la real, sea esta el Congreso, los sindicatos o la calle. En el caso de Alberto Fernández, la sombra de Cristina Kirchner pone siempre en duda su autoridad real, haciendo más necesario que nunca la validación de su poder con la única herramienta que lo legitima: la eficacia. La simbiosis conceptual generalmente aceptada entre peronismo = poder = eficacia podría deconstruirse al punto de decir que si un gobierno no es eficaz, no es peronista (ver columna del 17 de octubre pasado: “El peronismo y la eficacia”).

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Ese es el riesgo que enfrenta Alberto Fernández habiéndose ya autotitulado socialdemócrata y proviniendo del peronismo de la Ciudad de Buenos Aires, al que el resto del peronismo del país lo considera “distinto” porque nunca ganó elecciones. En el título  “La última del Gobierno...”, referido a la vacuna que se anunció que podría llegar en diciembre y ahora un mes después dejando abierta la sospecha de que se atrase otro mes y otro, se concentra el nudo gordiano de la presidencia de Alberto Fernández. Si la vacuna realmente se hace efectiva rápido generando un cambio de expectativas económicas y un rebote de la producción, el consumo y el empleo; lo hecho en 2019 por Alberto Fernández se resignificará como exitoso. Especialmente el éxito tiene el poder de transformar el pasado, la muerte como la de Maradona o personas queridas también transforma el pasado, minimizando lo negativo: en la muerte del otro siempre está la propia, y la piedad frente a la finitud es un mecanismo de defensa.

La segunda reflexión que trasciende a Maradona y dejó su funeral también se enhebra con el ser-en-sí del peronismo y de la Argentina. La imagen de barras bravas atravesando la seguridad de la Casa Rosada y refrescándose en la fuente del Patio de Las Palmeras escandalizó de la misma forma que hace 75 años lo hicieron los pies en la fuente de Plaza de Mayo de quienes fueron a pedir la libertad de Perón el 17 de octubre. 

Independientemente de los hechos de violencia alrededor de la Casa Rosada, en reflexiones privadas hubo quienes se lamentaron al comparar que el funeral de Favaloro, por ejemplo, que salvó decenas de miles de vidas en todo el mundo con su invento del bypass, no hubiera merecido un reconocimiento mínimamente comparable.

En ningún país la muerte de su científico más virtuoso producirá la misma congoja que el principal ídolo deportivo, pero la incomprensión en gran medida la genera un shock estético producto de una idea equivocada sobre la construcción de la población argentina que se viene transmitiendo como resultado de un aspiracional de país europeo y homogéneamente de clase media que nunca fue, solo que hace décadas –salvo hechos excepcionales– no era visible porque se mantenía alejado en los interiores y suburbios sin medios de comunicación que los mostrara, y que además naturalmente cada vez lo es proporcionalmente menos por las diferentes tasas de natalidad e inmigración, que vale aclarar: nada tiene de negativo.

El domingo pasado la antropóloga Rita Segato dijo en un reportaje largo de PERFIL: “El 56% de la sangre argentina, incluso de algunas personas que son muy blancas, es indígena. Y si midiéramos la sangre africana, quedaríamos perplejos”. Contó que estuvo diez días en Santiago del Estero para dar un seminario y que se sorprendió al encontrarse con “una provincia mulata, una provincia negra. En Argentina no lo vemos, porque no tenemos un ojo lector del componente africano que existe en nuestra población, que es muy fuerte sobre todo en las provincias del noroeste, Santiago del Estero, Tucumán, La Rioja, Catamarca. ‘Bombo’, ‘malambo’, ‘samba’, son palabras bantú, son palabras africanas. La sangre argentina no bajó enteramente de los barcos. Es un gran mito y es una gran ficción. En el colegio me habían enseñado que los diaguitas estaban todos muertos hace mucho tiempo. Es falso. Los huarpes están vivos, no están muertos desde hace 200 años como contó Domingo Faustino Sarmiento. Es falso. Los pueblos entraron en una larguísima clandestinidad de 200 años”.   

El peronismo entendió ese país real, mulato, como lo define Rita Segato, con torrentes de sangre de pueblos originarios en nuestras venas, “mis cabecitas negras”, como los llamaba Eva Perón. Rita Segato también dijo que no es casual que el peronismo los acogiera habiendo sido “dos hijos ilegítimos Eva y Juan Perón. Perón nació en un rancho y Eva también, nació de una modista”. 

Lo verdaderamente importante es comprender que para poder alcanzar un acuerdo económico y social que permita superar la grieta y tener políticas de Estado que crucen los gobiernos, es imprescindible reconciliarnos con nuestro ser-en-sí.