PERIODISMO PURO
ENTREVISTA - MARTÍN REDRADO

"Hay una grieta en la economía entre los que piensan que todo es consumo y los que creen que todo es inversión"

Luego de las PASO, sonaba su nombre para ministro de Economía. Se habló de que un veto de Cristina Kirchner evitó que llegara al cargo. Desde entonces hizo silencio. Ahora vuelve al debate público con un libro que contiene sus ideas, que serían el plan económico que había preparado para Alberto Fernández.

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CAMINO. “Para bajar la inflación se necesitan dosis de ortodoxia y de heterodoxia”. “La discusión correcta no es gradualismo o shock; es convergencia o dispersión de las variables macroeconómicas”. “Argentina no necesariamente tiene una crisis hacia adelante”. | cuarterolo

—Acabás de publicar el libro “Argentina primero: poner en marcha al país tras la pandemia”. Sos autor de varias obras, pero mi tesis es que se publica ahora porque era el plan económico si eras ministro de Alberto Fernández. El libro plantea un tema central: cómo volver a crecer. Comienza con el siguiente subtítulo: “La inflación puede vencerse”. Empecemos por ahí. 

—Mi libro es un modesto aporte a la discusión. La pandemia nos dejó en una crisis inédita. Es el momento de discutir planes y proyectos. Aquí no solo digo ideas para hacer sino cómo hacerlo, porque ideas sin ejecución son solo ilusiones. Uno de los valores que tiene este libro es marcar el cómo. En cuanto a la inflación, en la Argentina probamos todo tipo de recetas: tipos de cambio fijos, control de la cantidad de dinero, utilización de la tasa de interés, controles de precios; lo último fueron la “metas de inflación”. La inflación en la Argentina tiene características propias. Por lo tanto, planteamos la necesidad de una ley de estabilización macroeconómica. Consiste en que el sector público nos dé predictibilidad sobre las principales variables que maneja. Cómo va a evolucionar el gasto público no solo el año que viene sino en los próximos cuatro. Lo mismo sucede con la recaudación. Se fija un sendero con balizas específicas para el crecimiento del gasto público, la recaudación, la emisión monetaria, la política salarial del sector público, los subsidios, la inversión pública. 

—¿Cómo sería esa ley? 

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—Consistiría en fijar metas cuantitativas. Supongamos que este año termina la inflación en un 40%. En la ley cada uno de los ministros responsables de cada una de las áreas con gasto público, el responsable de la emisión monetaria, el responsable de la política salarial del sector público, de los subsidios sociales y los subsidios económicos, deberán rendir cuentas ante el Congreso de cómo harán para bajarlo. Si queremos que el año que viene sea de 30%, cada uno de ellos se hace responsable. Mostrar cómo el año que viene en su área van a ejecutar un 30% y el año siguiente un 20% y el año siguiente un 10%. De lo que se trata es de fijar un sendero. Así, en el sector privado, cuando alguien tenga que fijar tu política salarial o de inversión, la tasa de interés, se cuente con predictibilidad para esas variables. Incluye algo de heterodoxia y algo de ortodoxia.

“Para que el salario de los trabajadores sea más fuerte, necesitamos que baje la inflación.”

—¿La Argentina no es un país bimonetario sino monomonetario, cuya moneda real es el dólar y el peso hoy cumple la función que en el año 2001 cumplían las cuasimonedas?

—Los argentinos eligieron ser bimonetarios. Usamos el peso como unidad de transacción, pero la reserva de valor, independiente de la condición social, es el dólar. Por eso no hay que tomar la tasa de interés como se utilizó en algún momento para absorber pesos. Al subir la tasa de interés, se atrae capitales golondrina. Se deprime al conjunto, se torna barato el dólar. Eso, tarde o temprano, termina en una devaluación. La ley considera este fenómeno del dólar. 

—Quien puede ahorrar lo hace en dólares. ¿No transforma esto al dólar en nuestra moneda?

—Sería un error ir hacia el dólar porque la estructura de costos de la Argentina no es la de Estados Unidos. Es muy importante atar la industria argentina, atar sectores productivos.

“Nunca me ofrecieron el Ministerio de Economía; además, tampoco lo hubiese aceptado.”

—¿La dolarización sería un atajo?

—Un atajo que dejaría afuera a una cantidad de sectores, porque no tenemos ni los mismos impuestos, ni las mismas regulaciones laborales, medioambientales o legales de los Estados Unidos. Yo quiero una Argentina integrada. No creo en la importación de modelos absolutos, pero hoy hay 175 mil millones de dólares físicos en la Argentina; algunos en cajas de seguridad, otros en los jardines de las casas. Eso es un bolsón de riqueza que Argentina tiene que poner a producir. Tenemos que generar incentivos para que eso ocurra. Sería parte de una revolución impositiva. El centro de este libro es mirar hacia los próximos diez años y ver cómo generamos inversión. Con mi equipo nos planteamos cómo puede el país crecer 3,5% anual en los próximos diez años en un contexto de baja tasa de inflación. Y pongo a consideración todos los resultados. Si alguien lo puede mejorar, bienvenido sea. Es una etapa para mirar al país sin personalismos. También hay que encontrar la manera para que haya más exportaciones.

—Lo primero sería una estabilización de la macroeconomía.

—Sí.

—Ya hubo una ley de convertibilidad que, más que un sendero, indicaba directamente un destino. ¿Será creíble una ley nueva?

—La clave está en la simultaneidad. Hay que cambiar, hay que dar vuelta las expectativas. No podemos seguir con más de lo mismo. Uno percibe mucha preocupación, miedo e incertidumbre. Es una oportunidad que hay que aprovechar ahora. Siempre les dije a mis clientes que Argentina reestructuraría su deuda.

“Se necesita que oficialismo y oposición se pongan de acuerdo para crear leyes económicas.”

—¿Fuiste optimista?

—Mirando el contexto internacional observaba una convergencia. Les decía a mis clientes que no sabía cuándo se arreglaría, pero sí estaba seguro de que los tres actores de esta película, el Fondo Monetario Internacional, el gobierno argentino y los acreedores, no querían un default traumático. Cuando hay convergencia de intereses, las negociaciones son exitosas. Por eso, ahora que se termina la reestructuración de la deuda, hay una oportunidad para cambiar expectativas. Por eso digo, estabilización y crecimiento juntos. Para poder cambiar, necesitamos estabilización y modernización de la estructura productiva.

—¿Qué otras convergencias hay en la sociedad argentina? Pareciera que hay coincidencia en que exportar más es imprescindible.

—Un consenso de la política y también de los economistas. Podemos discutir si viene primero el déficit fiscal o el déficit de cuenta corriente, podemos tener alguna diferencia en materia fiscal pero, desde heterodoxos, ortodoxos y también dirigentes sindicales, gobernadores, todos, aprendimos que la Argentina no puede depender de los dólares financieros. Si bien es cierto que en el mundo hay enorme liquidez, existe mucha volatilidad. Los capitales se mueven en el mundo en microsegundos de un lugar a otro. En el libro digo que “Argentina tiene que salir de esta crisis exportando más, dependiendo más de nuestra producción y menos de lo financiero”.

—¿El dólar dejaría de ser un bien escaso si exportáramos más?

—Exactamente. Seguramente en agosto vamos a tener casi 5 millones de personas que compran los doscientos dólares mensuales, porque cada vez el dólar es más escaso. Los economistas profesionales miramos el nivel de reservas del Banco Central y nos preocupa. Para que haya menos dolardependencia hay que generar más abundancia de dólares. Se necesita generar estímulos. Me olvido de los que están afuera porque creo que fue un gran error pensar que volverían. Recuperar la confianza nos va a llevar tiempo. Confiemos primero en los dólares que están acá. Son los que nos van a hacer convivir con el dólar como si fuera un bien más y no el más preciado.

—Las exportaciones deberán crecer más de cuatro veces que lo que crezca el producto.

—La opción es terminar en una integración productiva en la que la industria tome los avances del sector servicios: tecnologías de la información, servicios basados en el conocimiento.

“Al Gobierno le sugeriría que se trazara un horizonte económico a cuatro años.”

—¿El problema base para ordenar la macroeconomía es exportar más de lo que importamos en un porcentaje cada vez mayor? 

—Correcto. Y eso se debe a que la industria argentina consume muchos dólares. Hay que generar incentivos de mercado. Históricamente sustituir importaciones fue poner barreras para que lo de afuera fuera carísimo y se produjera aquí.

—Sería sustituir las importaciones de manera correcta.

—Una sustitución competitiva en términos de cadena de valor. 

—¿Cómo se logra exportar más? 

—Primero hay que otorgar ventajas. No exportar impuestos. La parte impositiva está íntimamente relacionada con la parte exportadora. Debemos concebir la economía como si fuera una orquesta de cien músicos: todos tienen que tocar la misma partitura. No se puede tocar rock nacional mientras otros hacen música clásica, otros música electrónica, otros rap. El resultado sería hacer mucho ruido. 

“El año que viene, la relación entre gasto e ingresos debe ser un 25% positiva en favor de la recaudación.”

—El primer paso sería una reforma tributaria.

—Primero, debe incluir una devolución automática del IVA. No esperar que, si vos exportás, el fisco te devuelva cuando AFIP quiera. Si exportás este mes, directamente deducís el IVA del resto de los impuestos locales. También hay que generar zonas francas en términos impositivos para que esté libre de impuestos quien se dedique a la exportación. Otro tema al que le doy un capítulo es la inversión en infraestructura. Argentina tiene que mejorar sus costos de logística. Y esto se logra con financiamiento internacional de organismos multilaterales. Es clave en términos de logística bajar los costos de transporte. Luego debe sumarse una agenda de negociaciones internacionales que detecte dónde están los complementos de Argentina. En los últimos tiempos se le puso mucho énfasis a la negociación con la Unión Europea, que es muy competitiva del país. Hay que buscar países complementarios: sudeste asiático, Medio Oriente, los países africanos. Con ellos hay que negociar.

—En tu libro continuamente marcás que todo está asociado a la necesidad de conseguir un bien que es escaso, que tiene que ver con exportar, con sustituir el dólar por la moneda nacional como ahorro.

—Sería un poco más amplio. Cualquier macroeconomista tiene en la cabeza tres variables fundamentales para medir un programa económico: cómo aumenta el consumo, cómo aumenta la inversión y cómo aumentan las exportaciones. Los tres están entrelazados. Una de las cosas que intenta el libro es salir del péndulo político. Saltar la grieta económica con los que solo piensan en el consumo y los que no quieren incentivarlo.

“El año que viene la inflación subirá un escalón más. Está claro que Argentina se está quedando sin dólares.”

—El modelo kirchnerista 2011/2015 y el macrista 2015/2019.

—Son tres cosas al mismo tiempo. Lleguemos a una síntesis. Eso es lo que nos va a permitir salir de este sube y baja.

—Unos dicen “es el consumo”, los otros dicen “es la inversión”. Pero todos coinciden en que es la exportación.

—Ahí tenemos un consenso. Es una grieta de la que podemos salir. En la exportación tenemos una masa crítica en la que coinciden todos los argentinos. 

—En la exportación hay alguna forma de ahorro, aunque no siempre se vea.

—Sí, aunque quizás esa vinculación no esté tan clara.

—¿Si estuviera claro, los argentinos querrían exportar más?

—Los argentinos ahorran en dólares. El tema es mostrar también que la moneda local no se desvaloriza.

Martín Redrado, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
Promoción industrial y beneficios impositivos. “Hay que generar zonas francas en términos impositivos para que esté libre de impuestos quien se dedique a la exportación”. (Foto: Pablo Cuarterolo)

—Roberto Lavagna presentó recientemente un proyecto de reforma laboral. ¿Lo viste? ¿Coincide con tu idea?

—Hablo de modernización laboral, porque el concepto de reforma laboral nos retrotrae a los 90 y al aumento del desempleo y los contratos basura. La precarización del empleo no es lo que necesitamos en el año 2020 y 2021. Es una gran inspiración el trabajo que hicimos con Roberto Lavagna. Es uno de los grandes maestros de los hacedores de políticas públicas en la Argentina. Lo que plantea Roberto está en el sentido correcto. Pero me gustaría darle una vuelta de tuerca. En términos de secuencialidad, Argentina tiene que crecer para hacer una modernización laboral. Y debe ser una modernización por sectores. Más que la ley laboral, hay que modernizar los convenios colectivos de trabajo. Es diferente un trabajador gráfico que uno agropecuario, o alguien del sector hidrocarburífero. Un tema clave que va más allá del mercado del mundo del trabajo es el del seguro de desempleo. Algo que está en el sector de la construcción. Eso crea una seguridad para el trabajador. Está muy bueno lo de Roberto y hay que ponerlo en un contexto de crecimiento económico. Hay que ir convenio por convenio, porque el propio salto tecnológico hace que muchos convenios hayan quedado perimidos. Cuando hablo con sindicalistas, que me consultan mano a mano o a veces en conjunto, veo esta voluntad de cambiar.

“Necesitamos estabilización y modernización de nuestra estructura productiva.”

—¿Existe una convergencia entre sindicalistas y empresarios, más allá de los políticos?

—Convergencia, no en plantear una ley de modernización laboral, pero sí una modernización de los convenios colectivos, de acuerdo a los cambios de cada industria. Ahí hay otra base de trabajo en común.

—Muchos de tus diagnósticos están cerca de las tesis del gobierno anterior. ¿En qué falló Mauricio Macri?

—Es una síntesis. Porque también tomó el consumo como una base. La base del consumo es el salario; para que tengamos un salario más fuerte, necesitamos que baje la inflación. Por eso, cuando se hace política económica hay que mirar todas las variables. Uno de los errores de la gestión anterior fue mirar la economía como si el sector de hacienda fuera diferente del sector de inversión pública, o el de las tarifas. Fue manejar la economía como compartimientos estancos. 

—¿Faltó un ministro de Economía?

—Alguien que tuviera todas las variables en la cabeza. Puede ser un ministro Economía o un jefe de un consejo de asesores económicos, como en Estados Unidos. Alguien debe tener todas las variables en la cabeza y ese alguien no puede ser el presidente. Fue una discusión equivocada aquella de gradualismo o shock. La discusión correcta es convergencia o dispersión de las variables. Por eso es innovadora la idea de la ley de estabilidad macroeconómica.

“Sourrouille, Cavallo y Lavagna fueron ministros que tuvieron una visión integradora de la economía.”

—¿Qué pasaría con el gasto? ¿Si bajás el gasto desciende en la misma proporción la inflación? 

—Con la ley, marcás la cancha. Así, un empresario en el sector privado puede prever que si el sector público va a estar en el 30%, los salarios estarán en el 30%. También la estructura de costos va a estar en el 30%, la tasa de interés se alineará y también el tipo de cambio.

—Cuando vos decís “marcás la cancha”, pensaba en el desagio de Juan Vital Sourrouille. Te escuché decir que hubo tres equipos económicos que tuvieron una visión integradora y transformadora de la Argentina, el de Sourrouille en 1985, el de Domingo Cavallo en 1991 y el de Roberto Lavagna en 2002. 

—Lograron una integración. Dos tuvieron éxito. Sobre todo Roberto Lavagna durante toda su gestión. Pero los tres tenían esta visión modernizadora de darle un horizonte a la economía argentina. 

—Lo que une al Sourrouille del 85, al Cavallo del 91 y al Lavagna de 2002 es que en esos momentos había una crisis terminal y que el presidente se entregó. Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Eduardo Duhalde se entregaron luego de haber fracasado. Parecería que los presidentes que siguieron no deseaban repetir la experiencia.

—Es un error de la política pensar que un ministro de Economía que tiene las variables en su cabeza y en su ejecución tiene el poder. En ninguno de esos tres casos se le disputó el poder político al presidente. O si lo hubo, el presidente siempre tuvo el poder de los votos. El ministro de Economía siempre está a tiro de decreto. Hacer política económica es muy diferente de hacer política política. Zapatero a tus zapatos. No hay vida después de ser ministro de Economía. Ninguno de los tres siguió una carrera política. La excepción puede ser Lavagna como candidato a presidente. Hoy como político representa el equilibrio de poder, es la tercera fuerza. Pero después del ministerio se dedicó a otra cosa. No hizo el salto directamente.

—Domingo Cavallo también creó su partido político, Acción por la República. Obtuvo el 10% de los votos. 

—Pero no fue inmediatamente luego de ser ministro de Economía. Su caso no es el caso de Emmanuel Macron. No hay ningún caso en la economía argentina de alguien que haya sido ministro de Economía y se haya presentado ipso facto.

—Ipso facto, no. Fue un par de años después. ¿No te parece suficiente amenaza?

—Sinceramente no, porque el trabajo es muy desgastante.

—En los tres casos, los ministros llegaron luego de que el presidente se diera una piña. ¿Será necesario que primero quien gobierne se dé esa piña?

—No. Podemos aprender de la historia. Podemos aprender a no golpearnos nuevamente con la misma piedra. A eso se suma el hecho adicional de que tenemos en la Argentina y en el mundo la pandemia. Nos sorprendió a todos. Nos cambió comportamientos, nos hace mirar hacia adelante con generosidad. La última crisis similar fue cien años atrás. Estamos en un contexto totalmente distinto. Desde mi rol diario de analista económico, Argentina no necesariamente tiene una crisis hacia adelante. Hay una oportunidad: se acaba de reestructurar la deuda, se va a presentar el presupuesto, hay una negociación con el Fondo Monetario Internacional. Es clave saber si se va a llevar a la negociación un programa hecho en la Argentina o uno formulado en Washington.

—En la primavera del año pasado la mayoría de los medios te daba como candidato a ministro de Economía. Presumo que este era tu plan. Incluso hasta se habló de que te iban a dar como premio consuelo la embajada frente a la Unión Europea, el puesto que tuvo Lavagna,

—Para decirlo on the record, nunca tuve ningún ofrecimiento. Tampoco lo hubiera aceptado.

—Habrás leído la versión.

—Sí, por supuesto.

—¿Un plan económico, no importa si se lo llama plan o proyecto, requiere un consenso político dentro de la coalición gobernante antes de tenerlo entre los distintos partidos que hoy es inviable?

—Los hombres somos anécdotas. El que se la cree pierde. Tengo ya bastantes años recorridos y no tengo el ímpetu de cuando tenía 29 años y me ofrecieron ser presidente de la Comisión Nacional de Valores. Pasaron treinta años desde ese momento. Con el tiempo se adquiere una mirada más distante. Por tanto, hay que olvidarse de la persona. Mi visión es que Argentina tiene que generar una hoja de ruta, una avenida por la cual caminar en los próximos diez años. Eso se hace con consenso en la coalición gobernante, pero también con la oposición. Esto no significa ir a un Pacto de la Moncloa o un Pacto por México (N de R: fue el de 2012). Me refiero a acuerdos parlamentarios que puedan devenir en leyes. Por eso, ley de estabilidad macroeconómica, a la que se suman una ley de innovación, una nueva ley impositiva y una nueva ley exportadora. Es un conjunto. 

—¿Para que aparezcan las condiciones de posibilidad se requerirá un shock, un golpe, una piña? No me refiero a un golpe militar, sino a uno económico.

—Espero que no. Dependerá de la percepción que tenga la coalición gobernante sobre sí misma. Pero quieras o no, tenés que plantear una hoja de ruta en los próximos días. Hay un presupuesto que presentar al Congreso de la Nación. Allí habrá una hoja: qué hacer en materia impositiva y qué hacer con el gasto. Sugeriría modestamente que planteemos un horizonte de cuatro años. A la economía argentina le falta un horizonte. Luego hay que ir al Fondo Monetario Internacional. Se necesitará un plan. El tema es si es un programa que transforme a la Argentina o más de lo mismo.

—¿Cómo estará en términos económicos la Argentina de aquí a las elecciones de 2021?

—Es lo mismo que les digo a mis clientes: hay un horizonte cuyo primer número fue dado con los anuncios: es el de déficit fiscal. En términos de déficit primario, sin contar los intereses de la deuda pública que se pagaron, poco, pero se pagaron, estamos en un 7,8% del producto. El ejercicio que hicimos en Fundación Capital es que para llegar a un déficit el año que viene del 4,2% los ingresos tributarios, los ingresos del sector público, tienen que crecer un 65% respecto a este año, mientras que el gasto deberá aumentar solamente un 40%. La relación entre gasto e ingresos debe ser 25 puntos positiva en favor de la recaudación. El ministro tendrá que mostrar cómo hacerlo. Es el escenario base para un presupuesto relativamente razonable. Sería mejor si estuviera en un déficit menor. La segunda pregunta es por la financiación del presupuesto. No hay posibilidad de conseguirla en el mercado externo: se cuenta con el mercado interno y parte de la emisión monetaria. Eso es una amenaza para adelante. Si yo tuviera que decirte, el escenario base es con un acuerdo en alrededor del 4%, en el que la mitad es emisión monetaria y la otra es colocación de deuda pública.

“Para bajar la inflación se necesita una ley de estabilización macroeconómica.”

—¿En pesos?

—En pesos, sí: deuda pública en pesos en el mercado local. Eso te lleva por una inercia inflacionaria a una nominalidad mayor. Esto con un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que planteará reformas, como la reforma tributaria. Hay dos caminos. Uno es una reforma pro inversión y pro crecimiento, con estímulos a la innovación, que les permita a las empresas desgravar las nuevas inversiones con amortización acelerada, por ejemplo, si invierte en maquinaria, si invierte en nuevos trabajadores o dar ventajas impositivas a la reinversión de utilidades. El segundo camino es la receta clásica del Fondo Monetario, que es recaudar más. Conociendo al equipo del Fondo Monetario, diría que son sólidos en lo económico, pero no son muy creativos en cuanto a las soluciones. No piensan por fuera de su caja de herramientas. Descuento un acuerdo clásico con el Fondo Monetario. En ese escenario al que le doy mayor probabilidad de ocurrencia, Argentina el año que viene va a rebotar un 4,5%.

—El número del déficit es el mismo que el del crecimiento económico. ¿Después de una caída de cuánto este año? 

—Un 12,4%.

—En esa lógica se necesitarían tres años más para recuperar la caída de la pandemia. Toda la presidencia de Alberto Fernández.

—Después del rebote del 4,5%, con un programa fondomonetarista, el crecimiento de Argentina va a estar en el 2%, que se crezca más o menos como la población con una tasa de inflación que probablemente sea más alta.

—¿La tasa de inflación de este año la estás previendo en el 38%?

—Sí.

—¿Y el año próximo?

—Subirá un escalón a niveles del 50%, 55%. Como siempre, uno plantea un escenario base, pero el trabajo que tenemos los economistas profesionales es analizar los desvíos que pueda haber. Algo que deberíamos hacer todas las semanas.

—Para que la recaudación crezca un 65%, es condición necesaria que la inflación crezca al 50%.

—Exactamente. Y habrá cosas como las ATP, que no estarán más.

—Y que el gasto se reduzca en términos no nominales sino absolutos. 

—Hay temas que son de la pandemia. El IFE probablemente dejará de existir. Sin duda, habrá una nueva fórmula previsional discutida en el Congreso. También veremos si hay una verdadera reingeniería del gasto público. Es otro de los temas necesarios. 

—¿Ese escenario cómo lo definirías? ¿Un escenario mediocre?

—Ese escenario continúa la estanflación. Argentina está desde 2010, 2011, en estanflación, en crecimiento muy bajo con alta inflación.

“El uso de las tasas de interés para controlar el dólar termina tarde o temprano en una devaluación.”

—Crecimiento muy bajo o nulo.

—Nulo, sí.

—Si se crece un 4% y después un 2%, no se crece luego de la caída del 12%.

—Si se toma la caída de los últimos dos años de Mauricio Macri, se está en un escenario de 17 puntos de caída.

—No es crecimiento bajo; es crecimiento negativo, como decían en Brasil. 

—Sí. En cuanto al producto per cápita estamos volviendo a 2004. La salida de este escenario es triple S: selectiva, sectorial y segmentada. Quien está en Río Cuarto, en Pergamino, seguramente va a vender mucho más que quienes están en Lomas de Zamora. No es igual el que vende chapas que el que vende semillas o maquinaria agrícola. Al que vende autos, vehículos utilitarios, le va a ir muy bien. Quizás a quien está vendiendo otros bienes de consumo no le vaya tan bien. Volviendo al libro, le debe mucho a Facundo Manes. Charlamos mucho con Facundo sobre la necesidad de incorporar el conocimiento a la producción argentina. Cuando se logra un conjunto de científicos y universidades con empresas argentinas, el resultado es una ecuación ganadora. Lo vemos en biotecnología, en genética animal, competimos con los mejores. Son temas que harán ganadora a la Argentina. Tengo alguna sugerencia legal acerca de cómo aumentar la inversión en investigación y desarrollo.

—Por lo que decís, no habrá una piña. Tu pronóstico es moderado, en el que Argentina va encontrando un rumbo. ¿Algo parecido al período 2011-2015? 

—Es el escenario base. La opción no es piña sí o no; es más de lo mismo o cambio real. Como analista económico, en la administración de riesgos sé que hay un escenario más complejo hacia adelante, que es la falta de dólares. Lo que se plantea es un escenario base, algo que también recomiendo para cualquiera que está haciendo su negocio: cuánto calcula vender, y mes a mes, hacer las correcciones necesarias. Cuando se hace política económica, también se hace el escenario base y se corrige por los riesgos. El de más corto plazo es la oferta de divisas. El riesgo hacia adelante es el riesgo inflacionario para el año que viene: cómo se administra la cantidad de dinero emitida. Hasta ahora se absorbió porque aumentó la demanda de dinero, pero es un desafío. Son los dos desafíos. Nosotros vivimos de nuestra credibilidad. Y hay que tener en cuenta tanto el escenario base como los riesgos.

Martín Redrado, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
Agenda internacional. “Se habló mucho del acuerdo con la Unión Europea. Hay que buscar países complementarios, como los del sudeste asiático, los países africanos o Medio Oriente”.. (Foto: Pablo Cuarterolo)

—¿Tu plan debería comenzar a implementarse después del acuerdo con el Fondo Monetario el año que viene?

—Sería ideal antes. Lo importante no es personalizarlo, sino discutir planes. En la Argentina se discuten mucho los diagnósticos. En qué se equivocan unos u otros. Lo que creo que hay que aportar ahora es una visión constructiva: qué puede construir cada uno de nosotros. A vos, que te gusta la variable psicológica, quizá también surge de una variable sentimental. Mi hijo se acaba de ir al exterior a trabajar y mi hija está pensando en irse a estudiar también afuera. Y soy muy familiero. Se van con una visión distinta de la mía en el año 84. 

—Te fuiste para volver.

—Y ellos se van para no volver. Me angustia más eso que participar o no de la vida argentina. Me gustaría ayudar a que mis hijos tuvieran la visión de volver. Los escucho hablar y me digo que hay que hacerlo antes. Hagámoslo ahora y vayamos con nuestro programa al Fondo Monetario.

—Me gustaría pasar a un tema más metafísico: una ontología de la grieta. Quisiera analizar el pasado. Fuiste presidente del Banco Central, de la Bolsa de Valores, vicecanciller. Participaste en el gobierno de Carlos Menem, en el de Eduardo Duhalde, en el de Néstor Kirchner. Tuviste una diferencia con la actual vicepresidenta, Cristina Kirchner, cuando estabas presidiendo el Banco Central, respecto del uso de las reservas. ¿A qué atribuís la falta de consenso? ¿Te hacés una autocrítica de tu paso hasta ahora por la política?

—Por eso digo que es importante discutir planes. Empecemos por la autocrítica. En cada función que me tocó, siempre me dije que debería ocuparme de mi metro cuadrado. Eso implicaba que, como presidente de la Comisión Nacional de Valores, debería mirar lo específico, lo que pasaba en el resto de la economía, sin detenerme en si había acuerdos o no en el Congreso. Lo mismo me ocurrió en la Cancillería. Un amigo común con vos, Diego Guelar, el último embajador en China, en su momento también lo fue en los Estados Unidos. Siempre me encantó conversar con él, que además fue un muy buen embajador. Yo hacía de las negociaciones internacionales mi bandera, quería ganar mercados para la producción nacional. Era Argentina 2002, un país de rodillas. Diego me acompañaba a todas las negociaciones con el ministro de Comercio de los Estados Unidos. De manera irónica, él me decía que yo parecía un funcionario sueco. Nuevamente, iba por un objetivo y me olvidaba del resto. Cuando era presidente del Banco Central evitaba hablar de política monetaria hacia toda la sociedad o el Congreso. Hay que salir del metro cuadrado. Ahora estoy remediando eso, saliendo al debate público.

—A fines de diciembre de 2009, cuando Cristina Kirchner lanzó el Fondo del Bicentenario por 6.569 millones de dólares, creado con el excedente de reservas del Banco Central, con el fin de garantizar el pago de los intereses de la deuda, tuviste un conflicto sobre cómo utilizar esas reservas que terminó y derivó finalmente en tu renuncia como presidente del Banco Central. ¿Sentís que en algo fuiste inflexible? ¿Hay algo del orden de la concordia que no funciona?

—Lo que no funcionó en ese momento fue el diálogo sobre qué se quería en términos de política monetaria. En ese caso hubiera sido más fácil, teniendo mayoría, cambiar la Carta Orgánica del Banco Central y que se debatiera su rol en el Congreso. Yo había sido convocado al Banco Central con una carta orgánica que había hecho mi predecesor (N de R: Alfonso Prat-Gay). Si pensamos en autocríticas, debería haber buscado más consensos. No es suficiente quedarse con que uno está haciendo una buena política económica.

—Cuando Diego Guelar te decía que vos actuabas como el ministro de Comercio de Suecia, ¿podrías decir que también actuaste como presidente del Banco Central de Suecia?

—Una de las cosas que logramos fue vencer la inestabilidad financiera. Dominamos cuatro corridas cambiarias entre 2008 y 2010. Lo hicimos usando todos los instrumentos. Les dimos a los argentinos estabilidad monetaria y financiera durante cinco años y medio. Diego se refería a hacer abstracción de los líos generales. El principal bien del Banco Central en un país emergente es la estabilidad cambiaria, monetaria y financiera.

—Fue lo que no logró Juan Carlos Fábrega (N de R: presidió el Banco entre 19/11/2013 y 1/10/2014).

—Tuvo que hacer una devaluación forzada.

“Sería un error dolarizar, la estructura de costos de Argentina es distinta de la de Estados Unidos.”

—Tres años después de tu salida. ¿Existe un riesgo de una situación similar hoy en la Argentina?

—Está claro que hoy Argentina se está quedando sin dólares. Hoy es el cepo lo que trae restricción de la demanda. Mi enfoque de política pública es aumentar la oferta. Cuando uno ingresa en un camino de restringir la demanda, de represión, lo que sigue es un camino de una sola mano. Por delante la pregunta es cuáles serán las medidas de restricción de demanda que tomará el Banco Central pasada la reestructuración de la deuda. Pienso que hay que aumentar la oferta. Esto no está en el libro. Pero hay cuatro medidas que se pueden tomar hoy para aumentar la oferta y generar un puente hasta la nueva cosecha. Hoy hay meses de sequía en términos de dólares, desde septiembre hasta marzo, cuando empieza la liquidación de la cosecha. Luego, hay algo de la cosecha fina en enero, pero lo importante comienza con la liquidación de la cosecha gruesa, a fines de marzo. En este sentido hay cosas para hacer. Primero, la utilización de los bonos que tiene el Banco Central, tanto en pesos como en dólares. Obviamente, no venderlos todos, se necesita pericia en el día a día para tampoco deprimir el mercado de bonos. Pero el mercado financiero no oficial, que es el contado con liquidación y el dólar Bolsa, se manejan comprando y vendiendo títulos en pesos que luego se cambian por dólares. Si el Banco Central arbitra sus títulos en dólares y en pesos y los vende en el mercado, puede ponerle un techo a la evolución de la brecha cambiaria. Lo segundo es llegar a un acuerdo con los exportadores porque, más allá del clima, Argentina va a tener una cosecha razonable; se puede adelantar prefinanciación de exportaciones. Todo esto lo hicimos. En 2008/2009 aplicamos este tipo de mecanismos. Lo tercero, que sí sería innovador, es que el Ministerio de Economía cree nuevos instrumentos en pesos con distinto tipo de índices de ajuste, no solamente con inflación o con Badlar, sino a través de una cantidad de índices que permitan hacer más atractivo invertir en pesos. Por eso es clave coordinar entre el Banco Central y el ministerio. Y finalmente, algo que sí tuvo un impulso importante de Cristina Kirchner y que aproveché, usar el swap con China. Hay 18.600 millones de dólares. Una parte de ese swap que hoy es en yuanes, en moneda de la República Popular China, sea convertible a dólares. Lo convertimos en 2009 y lo hizo la administración Macri cuando unificó el mercado cambiario, a finales de 2015. Con esas cuatro medidas vos podrías tener más oferta de divisas hacia adelante. Aunque, claro, nada reemplaza a la confianza y las expectativas.

—Cuando saliste del Banco Central, te sucedió temporariamente quien hoy lo preside, Miguel Pesce. ¿Tiene la pericia como para administrar una corrida cambiaria?

—Tiene sin dudas la experiencia, y cuenta con un equipo en el Banco Central. Cada presidente del Banco Central tiene la hoja en blanco y habrá que verlo en la acción si eso ocurre. Este gobierno ya heredó un cepo cambiario. No lo inventó, sino que venía en ese camino.

—Los 200 dólares son un supercepo.

—Es un camino de una sola mano.

—¿El riesgo que enfrentamos está en los próximos meses? Si se llega a un acuerdo, no habrá una piña. A medida que pasan los meses, el riesgo tiende a disminuir.

—Exactamente. También hay que llegar a la próxima cosecha, que es la próxima oferta importante de divisas.

—¿Qué porcentaje hay de que suceda y cuánto para que no?

—En eso inciden la buena onda y las expectativas sobre lo que uno quiere que pase. Le doy un 70% a que las cosas sigan, que tengamos un acuerdo presupuestario importante, y un acuerdo razonable con el Fondo Monetario.

—Nuevamente sos optimista. Muchos colegas tuyos pronostican hiperinflación y un salto cambiario.

—La hiperinflación depende de la demanda de pesos. Evidentemente hay un caldo de cultivo en términos de emisión monetaria. Fue cuantiosa, prácticamente se duplicó la circulación monetaria en el último año. Tuvimos suerte, ya que aumentó la demanda de dinero. Aumentó la demanda, porque venimos también del experimento fallido de que bastaba solamente con un crecimiento cero de la base monetaria. Fue el acuerdo de septiembre de 2018 que el Fondo Monetario santificó. Se creía que era algo suficiente para bajar la inflación. Sabemos lo que pasó en 2019, con lo cual había margen. A eso se sumó la propia pandemia, que llevó a un aumento de la demanda precautoria de pesos. Y tercero es que hay capacidad ociosa. Lamentablemente, por la caída de un 50% de la capacidad instalada, se puede aumentar la oferta rápidamente sin necesidad de inflación.

—¿La oportunidad ahora es que el consenso surja, no porque el espanto nos une sino porque nos acerca haber escapado juntos del espanto?

—Salir de la pandemia, de una crisis dramática de la humanidad. También el hecho de que venimos de diez años de estanflación. Es el momento de elegir entre más de lo mismo o salir adelante...