PERIODISMO PURO
Entrevista

Michael Pettis: “Cuanta más indulgencia se conceda a la Argentina, mejor para la economía mundial”

Economista heterodoxo, autor de varios libros y artículos y ex hombre de Wall Street, hace un profundo análisis sobre el estado de la economía mundial, la negociación del acuerdo con el FMI y el rumbo que debería tomar la economía argentina.

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Michael Pettis. | cedoc

—¿Cómo ve el avance de las negociaciones y la posibilidad de un acuerdo entre la Argentina y el FMI?

—Eso es muy difícil de evaluar porque hay muchas partes móviles, a nivel político, tanto dentro del FMI como dentro de Argentina. Comencé mi carrera al final de la crisis de los 80, por lo que estoy bastante familiarizado con este proceso, y eventualmente estos acuerdos siempre terminan en una condonación parcial de la deuda. Pero antes de que eso suceda, se torna bastante doloroso. Y me preocupan los niveles de deuda pendiente que tiene Argentina, particularmente la deuda externa. No estoy seguro de que se  pueda hacer mucho para pagar esa deuda sin sufrir mucho dolor, políticamente sería imposible.

—¿Cree que el FMI ya no debería existir? ¿Cuál es el papel que tiene en la economía global?

—Creo que el FMI se creó con un conjunto de propósitos muy diferentes. Recordarán que en las negociaciones de Bretton Woods el propósito del FMI era apoyar la balanza de pagos a corto plazo. La preocupación era que los países sufrieran por razones que generalmente no eran propias, como provocar shocks comerciales que podrían verse exacerbados por la fuga de capitales. El papel del FMI era prestar dinero para ayudar a los países a superar los shocks a corto plazo. Como parte del acuerdo de Bretton Woods, que fue diseñado por John Maynard Keynes del lado de Inglaterra y Harry Dexter White del lado de los Estados Unidos, no estuvieron de acuerdo en muchas cosas, pero en lo que sí estuvieron absolutamente de acuerdo fue que un mundo de flujos de capital sin restricciones, en el que el capital puede fluir libremente alrededor del mundo de un país a otro, no tenía ningún sentido. Les preocupaba que, en tales condiciones, los flujos de capital no fueran generados realmente por los inversores que buscan el uso más productivo del capital, sino más bien por la especulación, los juegos de divisas, los cambios y la deuda, la fuga de capitales. Y pensaron que ese tipo de flujos de capital eran extremadamente disruptivos. Entonces argumentaron que los países deberían mantener controles de capital, incluso EE.UU. tuvo controles de capital hasta principios de la década de 1980. Pero en algún momento de los años 70 y 80 desarrollamos una nueva ideología que decía que el flujo de capital sin restricciones es positivo para el desarrollo global y el crecimiento económico mundial. En los días previos a la década de 1980, los tipos de interrupciones que vieron los países fueron bastante pequeños y manejables. El FMI podía manejarlos. Pero hoy, ese no parece ser el caso. Los flujos son enormes. Así que el papel del FMI parece haber cambiado, en lugar de ser una institución cuyo trabajo principal es ayudar a los países a superar shocks de balanza de pagos a corto plazo, parece que su trabajo principal es garantizar el acceso al capital internacional. Y esa es una función muy diferente. No estoy seguro de que sea una función útil para el mundo. Por el contrario, creo que tal vez necesitamos menos capital internacional en lugar de más. Pero esa es la posición en la que se ha encontrado el FMI. Y creo que es una posición muy difícil de manejar para ellos. 

—Desde el sector más cercano a Cristina Kirchner se señala que el bimonetarismo, el hecho de la convivencia de los dólares con los pesos, es uno de los principales problemas de Argentina. ¿Dos monedas conviviendo generan inflación? Al mismo tiempo, algunas economías van a la recesión o a algún tipo de convertibilidad, como Hong Kong y EE.UU. ¿Cómo fue la experiencia de la convertibilidad de Hong Kong, que duró hasta 1997, cuando se integró a China?

—No creo que ese sería un verdadero problema. Hong Kong es un caso muy especial, es una ciudad-Estado que vive y muere del comercio internacional y los flujos internacionales de capital, muy similar a Singapur. Singapur no está dolarizado, pero tiene una moneda fija. Una economía más grande con muchas partes funcionales de la economía, la agricultura y la industria, como Argentina, no es un centro financiero y no es un centro de comercio. La suba del dólar significaría ceder el control de la moneda de una manera que nos llevaría de vuelta a los peores excesos del período del patrón oro. Cuando se dolarizó Argentina en 1991 hubo mucha estabilidad de la moneda, y eso fue porque acababa de salir de un período de hiperinflación.

Pero recuerdo que durante los años 90 siempre pensé que las políticas del señor Cavallo eran quizás demasiado rígidas para un país como Argentina. Los países necesitan una política monetaria flexible. El problema con la flexibilidad es que significa que se puede administrar mal, pero lo contrario de administrar mal es no renunciar a la flexibilidad. Lo contrario de administrar mal es administrarlo mejor. Si Argentina cediera todo el control de su moneda, que es efectivamente lo que sucedería si se dolarizara, terminaría ejerciendo una enorme presión sobre el país. Lo vimos en la década de 1990. Lo que pasó a fines de los 90 fue realmente brutal y difícil para Argentina. No creo que sea una buena idea volver a ese tipo de sistema.

—¿Está de acuerdo con Sergio Chodos en que si no se llegara a un acuerdo se cerrarían las puertas del financiamiento internacional? 

—Pues sí, tiene razón. Pero lo que agregaría a eso, ya sea que acuerde o no con el FMI, es que es poco probable que Argentina vea inversiones significativas en el corto plazo. Creo que los inversionistas están muy nerviosos por invertir allí. Si llegara a un acuerdo, el tipo de flujos que entrarían no serían flujos de inversionistas que buscan construir fábricas o expandir el sector agrícola o construir carreteras. Los flujos que entrarían son el mismo tipo de flujos que asolaron a la Argentina en la década de 1990. Y eso es básicamente capital que busca aprovechar tasas de interés quizás más altas y un período de una moneda fija. En otras palabras, no estoy seguro de cuál es el beneficio para Argentina de este tipo de flujos de capital. Aunque coincido en que sin un acuerdo no obtendrán los flujos de capital, y eso es un problema.

—¿Y cree que los ajustes que propone el FMI son necesarios para ayudar a la economía argentina y esa es una forma de recuperarse?

—No estoy lo suficientemente especializado en la economía argentina. Pero creo que tiene que haber una renegociación de la deuda. Simplemente no veo una forma de eludir la condonación parcial de la deuda. No creo que Argentina pueda soportar esta carga de deuda en dólares. Debe transformarse en alguna otra forma de obligaciones. Debe ser parcialmente perdonado, y finalmente lo hará. Hasta que eso ocurra, es difícil pensar que sucedan muchas cosas buenas dentro de la economía argentina.

—Kristalina Georgieva dijo: “Nuestro enfoque principal es sacar a la Argentina de este camino muy peligroso de la alta inflación”, ¿está de acuerdo en que la inflación es lo primero?

—Creo que la inflación es un síntoma, no la causa del problema. Y en cuanto a las declaraciones del FMI, no quiero ser cínico, pero eso es lo que siempre dicen. El caso argentino no es diferente.

—¿Está de acuerdo en que, al igual que como sucedió en el acuerdo del FMI con Islandia, haya control de capitales?

—Honestamente, le estoy argumentando incluso al gobierno de los EE.UU. que deberían implementar controles de capital. Antes de mudarme a China trabajé en Wall Street, donde era corredor de bonos y estaba a cargo de los mercados de capital. Hice muchas de las transacciones de bonos del gobierno argentino en la década de 1990. Y siempre me pareció que los flujos de capital, no solo hacia Argentina sino hacia EE.UU., son flujos que perturban la economía subyacente. Sin embargo, eliminar los controles de capital impuestos no resolverá los problemas de Argentina, que tiene otras dificultades y espero que se resuelvan internamente. Pero lo que yo diría es que el flujo de capital sin restricciones crea enormes perturbaciones que las economías pequeñas; incluso las economías grandes como la de EE.UU. no pueden controlarlo. 

—¿Usted cree, como dice Sergio Chodos, que hay una evolución en la comprensión del FMI de lo que está pasando? ¿Cómo es la comprensión de la realidad económica? ¿Cree que el FMI es más sensible hoy que hace veinte años?

—Sí. Cuando hablo con funcionarios individuales dentro del FMI hay mucho más examen de conciencia y autocrítica de lo que sale formalmente de la institución, y eso es normal. Hace veinte años todos en el FMI habrían dicho que los controles de capital son siempre un error. Y hoy dijeron formalmente que en algunos casos tiene sentido. Creo que necesitan expandir esa idea.

—Si usted fuera el ministro de Economía de Argentina, ¿qué postura hubiera tomado?

—No conozco Argentina lo suficiente para responder eso. He hablado con el ministro de Economía y creo que es increíblemente inteligente y está haciendo un buen trabajo con una muy mala mano de cartas. 

—Sergio Chodos dijo: “Uno va al FMI cuando tiene una crisis en la balanza de pagos. La gran paradoja es que hoy el FMI es la causa de la crisis en la balanza de pagos”. ¿Cree que esta paradoja es intrínseca a las entidades de préstamos internacionales?

—Sergio puede estar exagerando. No creo que el FMI sea la causa de la crisis de la balanza de pagos. Revirtieron una crisis anterior de balanza de pagos con un préstamo muy grande. No resolvió el problema de la deuda externa de Argentina. Simplemente pospone la resolución por un par de años. Pero de ninguna manera ha ayudado a Argentina a aumentar su capacidad para pagar la deuda original. Simplemente extendieron el problema en lugar de crearlo.

—En su cuenta de Twitter, usted refiere que “si los dólares argentinos se reciclan a través de la cuenta de capital significa que los dólares de exportación ganados por los agricultores, trabajadores y productores argentinos se reciclan principalmente para servir a los acreedores estadounidenses, europeos y argentinos”. ¿Este es el problema que plantea en su último libro?

—Sí, y el enfoque que falta es el de la balanza de pagos de todos los países, de Argentina, de EE.UU., por definición, los saldos. Y es solo una forma de decir que cada dólar que ingresa a Argentina debe salir de Argentina, y puede ingresar en forma de cuenta de capital. Si los extranjeros invierten en Argentina o si los argentinos ricos traen dinero a Argentina, podrían ingresar en la cuenta corriente, típicamente por exportaciones de Argentina. Entonces, la pregunta es ¿cómo esos dólares dejan a Argentina en un régimen de comercio global que funciona bien? Argentina exportaría mercancías ganadas en dólares. Esos dólares se pagarían a los trabajadores argentinos que consumirían, en parte, en importaciones. De esa manera, Argentina importaría tanto como exporta. El comercio equilibraría más o menos eso en un mundo que funcione bien. Lo que significa que los agricultores y dueños de fábricas y trabajadores estadounidenses, europeos, etcétera, estarían vendiendo a Argentina incluso cuando le están comprando. El problema es que si los dólares que gana Argentina se reciclan en forma de pagos de deuda, significa que Argentina debe exportar y vender bienes al exterior para luego usar el dinero para pagar la deuda, y no para comprar bienes. Si viviéramos en un mundo de exceso de demanda y alto costo de capital, entonces Argentina estaría contribuyendo al crecimiento global porque estaría tomando ingresos y convirtiéndolos en ingresos del ahorro a través de las exportaciones y luego, al convertir los ingresos de exportación en pagos a los acreedores, la tasa de ahorro global aumentaría. Eso sería algo bueno. Pero vivimos en un mundo donde la demanda es muy débil, el costo de capital es muy bajo y nuestros ahorros son demasiado altos. Lo que está pasando es que al pagar toda esta deuda, Argentina está tomando demanda del mundo. Es exportar para satisfacer la demanda y convertir esa demanda en aún más ahorros no deseados. Entonces, lo que argumento es que en la medida en que Argentina pase los próximos años luchando por pagar su deuda ya no contribuye al crecimiento mundial. Y no es solo Argentina. Hay muchos otros países que están enfrentando problemas de deuda similares. Y lo que quiero señalar es que lo mejor para los EE.UU. es que países como Argentina sean capaces de crecer para recibir una deuda significativa, ya sea una condonación de la deuda o una extensión significativa de los vencimientos de la deuda. Porque no queremos que los trabajadores y agricultores argentinos ganen dinero para aumentar los ahorros de los inversionistas, queremos que ganen dinero para importar bienes de EE.UU., de Europa. Entonces, una de las discusiones que tuve con Sergio y el ministro es que creo que es importante transmitir este mensaje a EE.UU. y Europa. Estas reestructuraciones de deuda no son simplemente acuerdos o cuestiones que les importan a los acreedores y a la Argentina. Son importantes para los agricultores, los trabajadores, los dueños de fábricas en el resto del mundo. Y es muy importante entender cómo el mundo se beneficia de una reestructuración. Cuanta más indulgencia se conceda a Argentina, mejor para la economía mundial.

—Siguiendo el hilo de sus posteos, usted también menciona que esos dólares que se reciclarían a través de las importaciones, los dólares de los trabajadores argentinos, servirían a los trabajadores estadounidenses y europeos. ¿es esta “la lucha de clases” a la que refiere el título del libro “Las guerras comerciales son guerras de clase”?

—Sí, lo que argumento en el libro basado en el marco simple de la balanza de pagos es que debido a que el mundo tiene ahorros en exceso, los ingresos se acumulan en los muy ricos o, en el caso de países como Alemania, en forma de ganancias comerciales, o en China, en forma de ingresos gubernamentales. Si se le quita dinero a la gente común y se lo da a las empresas o al gobierno o a los ricos, automáticamente la tasa de ahorro aumenta. Estamos en un mundo donde hay demasiados ahorros. Y el problema es que en un entorno de comercio globalizado encerramos en esto esa desigualdad de ingresos. Es posible bajar los salarios directamente, como hizo Alemania, o indirectamente, como hizo China, pero por mucho que se reduzcan los salarios se termina reduciendo la contribución a la demanda mundial. El argumento en el que nos basamos en el libro es que hemos estado encerrados en un sistema en el que la competitividad internacional no proviene de mejorar la productividad. Proviene de la reducción de los salarios. Por ejemplo, en EE.UU. los salarios se han mantenido estables desde 1980, porque cada vez que se intenta subirlos, las empresas dicen legítimamente que si aumentan los salarios perderán competitividad internacional y deberán trasladar su producción al extranjero. Esto es así en todas partes. Estamos en un mundo en el que todos competimos reduciendo salarios, y los que más los reduzcan serán los países que terminarán con los mayores superávits comerciales. El argumento en el libro es que nos hemos encerrado exactamente en el tipo de mundo en el que John Maynard Keynes no quería que nos encerráramos, y ese es uno en el que competimos bajando los salarios. Y lo que dijo es que debemos competir aumentando la productividad. Los países con excedentes deberían eliminarlos impulsando la demanda interna. Vivimos en un mundo donde hay déficit. Los países tienen que eliminar los déficits contratándolos, que es lo que veremos en Argentina; en ese sentido Argentina responderá a sus problemas de balanza de pagos consumiendo menos, y por consumir menos su aporte a la demanda mundial bajará. Y ese es el sistema del que deberíamos intentar salir y no continuar.

—En esa red social usted dice “que los políticos estadounidenses y europeos deberían inclinarse fuertemente hacia una mayor condonación de la deuda, no una menor”. ¿Podría detallarnos por qué?

—No quiero sugerir que sea algo bueno o malo, realmente depende. Si pide dinero prestado para invertir productivamente, siempre hay algo bueno. En lo que creo que todos podemos estar de acuerdo es en que si presto cien dólares, los quiero de vuelta. Desde el punto de vista del Gobierno, lo que debería preocuparnos es qué es lo mejor para la economía. Alguien va a sufrir si Argentina no puede pagar la deuda. Entonces, ¿serán los agricultores y trabajadores de EE.UU. y Argentina? ¿O serán los acreedores? Algunos dirán que es una cuestión moral, no es ese el problema, es un tema muy práctico. Desde el punto de vista del gobierno de EE.UU., los acreedores deberían asumir la pérdida, alguien tiene que hacerlo. Se trata de quién va a tomar la pérdida. Y argumentaría en beneficio de la economía global. Claramente, los ahorradores, los acreedores deben tomar la pérdida, no aquellos que proveen demanda a la economía.

—En Estados Unidos se sostiene que China da crédito a países subdesarrollados para luego condicionarlos e influir en sus decisiones. ¿El crédito del FMI a Macri promovido por el gobierno de Trump también buscó condicionar a la Argentina futura más que ayudarla?

—En un mercado y en un entorno que funcionan bien, no hay diferencia. Los inversionistas invertirán en Argentina porque quieren obtener ganancias. Y Argentina se beneficiará de esa inversión. En el siglo XIX, Estados Unidos se benefició enormemente con la inversión extranjera. Básicamente, tuvo déficits de cuenta corriente casi todos los años del siglo, que fueron financiados por capital británico y holandés, invirtiendo en granjas, fábricas, etc., en EE.UU. En ese caso, ambas partes se benefician. El problema es que eso ya no es lo que mueve el capital internacional. Es una pequeña parte del capital total la que va a inversiones en el extranjero, en fábricas o cualquier logística. Entonces lo que termina pasando es que el dinero que entra a la Argentina va en busca de otro tipo de beneficios, los cuales no son buenos para la economía argentina. En la década de 1980, Chile implementó reglas en las que si invertías dinero allí, una cierta parte tenía que permanecer en el Banco Central creo que durante seis meses, con tipo de interés cero. Este fue un tipo de control de capital muy interesante porque significaba que si querías invertir dinero en Chile durante tres semanas, el costo te mataría. Creo que ese es el tipo de cosas en las que todos deberíamos estar pensando, incluido Estados Unidos. Queremos políticas discriminatorias que fomenten la inversión a largo plazo y desalienten drásticamente las entradas a corto plazo.

—¿Las finanzas deberían vincularse a la ciencia política en lugar de la ciencia  política a la económica? Estamos hablando de la cuestión del poder, no porque lleguemos a la ciencia, por supuesto.

—Si se mira la historia estadounidense, no es la primera vez que tenemos este problema. El poder de Wall Street es grande. Soy un tipo de Wall Street. No me despierto todas las mañanas maldiciendo a los banqueros. Simplemente me parece, y la mayoría de los banqueros de Wall Street, mientras beben, estarán de acuerdo, que la influencia de los financieros es demasiado grande, y que los intereses de las finanzas no son necesariamente los intereses del crecimiento subyacente de la economía. Tenemos que resolver eso.

—También dice que no quiere tomar partido en el debate político internacional, pero al hacer pública su posición, ¿ve que realmente tiene un impacto concreto en el debate? ¿Y qué papel cree que tiene la economía mundial? 

—Francamente me sorprendió mucho la velocidad con la que se han difundido los argumentos de mi último libro y del anterior. Conozco a varias otras personas que están planteando argumentos similares. Pero hace diez años escribí un artículo que decía que el uso del dólar internacionalmente no crea un privilegio exorbitante para los EE.UU., crea una carga exorbitante, es algo malo para la economía estadounidense. Es bueno para el ejército y los bancos estadounidenses, pero es malo para la economía. Hace dos años, dos senadores estadounidenses, un republicano y un demócrata presentaron un proyecto de ley al Congreso solicitando que la Fed imponga un impuesto sobre todas las entradas a los EE.UU. y siga subiendo durante un período de cinco años. Las entradas fueron iguales a las salidas en términos generales durante cinco años. Ese impuesto no se aprobó, pero el hecho de que lo intentaran fue realmente impresionante. Estoy muy orgulloso, pero no les creo completamente, ambos dijeron que parte de su razonamiento venía de mis artículos y mi libro. Parece que cada vez se acepta más que el régimen global de comercio y capital está roto de manera fundamental y que tenemos que hacer algo al respecto,  arreglarlo.

—En cuanto a las declaraciones que hizo Joseph Stiglitz sobre “el milagro económico” de la Argentina, refiriéndose a la situación económica desde que asumió el presidente Alberto Fernández, ¿está de acuerdo con esta mirada?

—No recuerdo los detalles del artículo, pero sé que encuentro a Stiglitz extremadamente inteligente y me resulta difícil estar en desacuerdo con él.

—En contraposición a esta mirada está la de Willem Buiter, quien dijo que “el país se dirige hacia otro desastre económico”. ¿Puede elegir pararse de uno u otro lado, o cree que ambas miradas son válidas?

—Vengo de un entorno ligeramente diferente. No soy economista. Estudié finanzas y luego aprendí economía. Y tal vez por eso puedo decir esto. Pero no creo que la economía sea una ciencia. Creo que realmente tiene más que ver con la ideología que con la ciencia. Las personas con diferentes ideologías terminarán con una economía muy diferente. Ahora, eso no significa que todo sea una tontería. Hay ciertas cosas que realmente sabemos, y es por eso que me gusta leer a historiadores económicos como Charles Kindle Berger o a autores que se centraron en los balances, como Hyman Minsky. Son absolutamente brillantes, y tienen mucho que contarnos. Pero desafortunadamente el intento de neutralizar el valor de la economía es, casi por definición, un proceso muy ideológico, y por eso diría que los economistas no están de acuerdo en nada.

—¿Qué opina sobre la postura de Ilan Goldfajn respecto de sus exigencias en las reformas jubilatorias y laboral para poder acceder a los financiamientos internacionales? ¿Cree que son necesarias?

—Si se observa un país como China, el modelo de crecimiento no es particularmente chino. Muchos países han seguido este modelo. Se podría argumentar que fue inventado en Alemania y en la Unión Soviética en la década de 1930. Pero después de la Segunda Guerra Mundial, al menos dos docenas de países siguieron este modelo de crecimiento, incluido Brasil, que fue, creo, el primero en la década de 1960 en ser llamado un milagro de crecimiento. Los países en desarrollo tienen necesidades de inversión muy elevadas, como Argentina. El problema es que tienden a tener tasas de ahorro muy bajas. Entonces, necesitan un mecanismo para aumentar la inversión, y básicamente hay dos formas de hacerlo. Puede seguir el modelo estadounidense del siglo XIX, que consiste en permitir grandes cantidades de inversión extranjera en el país, que parece funcionar para ese momento. En el siglo XX ha habido problemas reales con ese modelo. La alternativa es que tiene que desarrollar sus propios ahorros domésticos. ¿Cómo se hace? Al principio, es bastante difícil porque, como dije, todos los ingresos se consumen o se ahorran. Por lo tanto, se debe reducir la participación del consumo en los ingresos que aumentan la participación de los ahorros, pero luego hay que asegurarse de que los ahorros no se vayan del país. Deben quedar dentro del país para que se puedan invertir, y mucho se invertirá mal. Pero no importa. Si se mira a China en la década de 1990, se ven grandes errores e inversiones. En ese momento no importaba, crecieron muy rápidamente. Ahora tienen un problema muy diferente. Lo que diría es que si creen en ese modelo, entonces lo que Argentina debe hacer es aumentar esa tasa de ahorro a nivel interno, mantener esos ahorros dentro del sistema bancario nacional y utilizarlos para financiar la inversión local. Pero no son cosas fáciles de hacer. Una de las razones por las que las personas se enfocan tanto en el sistema de pensiones es porque el sistema automáticamente aumenta la tasa de ahorro interno porque básicamente se quita a los trabajadores parte de sus ingresos para ponerlos en la pensión, y así no pueden consumirlos. Además, la pensión puede ser controlada por los responsables políticos nacionales.  Eso podría ser algo bueno o algo malo y estar mal o bien administrado. Muchos argumentan que esa fue la reforma individual más importante en Chile en la década de 1980. Se hizo subir la tasa de ahorro y se obligó a los ahorristas chilenos a invertir en la economía chilena. Por lo que, como país en desarrollo, es probable que el problema fundamental de la Argentina o de China sea la falta de capacidad para invertir internamente. Y si Argentina depende de las entradas de capital extranjero, particularmente en forma de moneda extranjera, eso crea todos los problemas que conocemos. Entonces, la mejor forma sostenible a largo plazo es forzar el ahorro interno y no permitir que ese ahorro salga del país.

—El libro comienza con una cita de John Hobson, y lo que plantean allí se basa en su teoría económica. V. Lenin tomó la teoría de Hobson para decir que el capitalismo lleva indefectiblemente al imperialismo, ¿usted también hace esta misma lectura al hablar de la guerra o lucha de clases?

—Sí, pero esa idea la tomó el economista inglés John Hobson. Y había un economista estadounidense en la misma época llamado Charles Arthur Conant que hizo argumentos muy similares, y era que debido a que los ricos retenían una parte tan grande de los ingresos, hablaban principalmente de Inglaterra, tenía una tasa de ahorro demasiado alta. Si un país produce cosas, esas cosas deben ser consumidas por la gente común. Pero si no se les paga lo suficiente, no pueden consumir lo que producen. Entonces, en una economía cerrada hay que dejar de producir y despedir a los trabajadores, y la economía se desacelera. En una economía abierta, hay una alternativa. Puede exportar su exceso de ahorro y ejecutar superávits de cuenta corriente. Entonces, lo que argumentó Hobson fue que el imperialismo a fines del siglo XIX fue una función de la altísima desigualdad de ingresos dentro de los países imperialistas. Por otro lado, si se elevan los ingresos de los trabajadores, consumirán todo lo que produzcan. No necesita exportar sus ahorros al exterior. Lenin planteó el mismo argumento, pero Marriner Eccles, quien fue presidente de la Reserva Federal bajo Franklin D. Roosevelt, también usó ese argumento, de una manera más sofisticada. Cuando se tiene una necesidad de inversión muy alta y ahorros insuficientes, la desigualdad de ingresos puede ser algo bueno. En el mundo en que vivimos, ese no es el problema. Tenemos una demanda demasiado baja y ahorros demasiado altos, en cuyo caso la desigualdad de ingresos empeora todo. Y es por eso que necesitamos reducir la desigualdad de ingresos como una forma de absorber lo que producimos de manera sostenible.

—¿Qué rol ocupan las ideas de John Keynes dentro del planteo o el argumento de su último libro?

—Lo que tratamos de hacer mi coautor, Matt Klein, y yo tanto como pudimos en nuestro libro fue explicar que no estamos inventando una nueva teoría loca. Nuestro argumento es que solíamos tener una mejor comprensión de cómo funciona esto si nos fijamos en los acuerdos de Bretton Woods. Entendíamos mucho mejor cómo eran el comercio internacional y los flujos internacionales de capital. Pero algo pareció haber sucedido en las décadas de 1970 y 1980, cuando tuvimos un gran cambio en la forma en que pensamos sobre la economía. Empezamos a pensar que la política no importaba porque la economía es un sistema que se ajusta y se calibra a sí mismo. Y eso simplemente no es cierto, por eso lo llamo un cambio ideológico. Lo que realmente estamos tratando de hacer en el libro es revivir cosas que sabíamos hace muchos años que parece que hemos olvidado.

—También menciona que el problema financiero actual se debe al superávit de los países más ricos, ¿qué puede decirnos del superávit de China y el crecimiento exponencial como potencia económica en las últimas tres décadas?

—China es un ejemplo muy interesante, el modelo de crecimiento chino no es chino. Lo llamo el modelo adulto de Gershom en honor al famoso economista ucraniano-estadounidense Alexander Grossman Chrome. En la década de 1970, China había atravesado cinco décadas de una desastrosa guerra antijaponesa, guerra civil y maoísmo. Como resultado fue un país significativamente subinvertido. Tenía un nivel de ingresos de los más pobres del mundo, aunque no socialmente desde el punto de vista educativo y sanitario. Ya era un país de renta media, pero económicamente era casi un caso perdido. No tenía infraestructura, necesitaba una inversión masiva en ese aspecto y en procesos de fabricación. Eso es lo que hizo, llevó este modelo de crecimiento a un extremo mayor que cualquier otro país. China tiene la tasa de ahorro más alta del mundo porque la participación de los hogares en el PBI es la más baja del mundo. En la década de 1980, era razonable para un país en desarrollo, pero la participación en el ingreso familiar cayó por debajo del 50% a principios de este siglo, algo que nunca antes habíamos visto en la historia. Con hogares que ganan tan poco, consumen poco. Y, por definición, todo lo que no consumieron como ahorros se volcó en inversiones, por eso China tuvo el crecimiento más rápido en inversiones de la historia. Al principio fue bueno porque necesitaba mucha inversión. La tuvo, y muy rápidamente cerró la brecha. Y cuando eso suceda, probablemente necesite reformas institucionales, legales, financieras, tal vez incluso reformas políticas. El problema es que un modelo de crecimiento muy exitoso crea un grupo de elite que se beneficia de manera desproporcionada de ese modelo. Y cuando llega el momento de cambiar de modelo, esa elite impide el cambio, por eso siempre va demasiado lejos. Eso es lo que hemos visto en China desde hace unos 15 años. En los años 90, hasta alrededor de 2008 2009, la deuda china se incrementó muy rápidamente, pero el PBI aumentó con la misma rapidez, por eso nunca vimos a China con un problema de deuda. Si pides prestados cien dólares y los inviertes de una manera que crea más de cien dólares de valor, entonces no lo haces. La carga de su deuda no aumenta, en realidad se cae. Pero a partir de 2008 o 2007, algo cambió. Y lo que sucedió fue que de repente comenzamos a ver que el crecimiento se ralentiza y la deuda se acelera. Fue entonces cuando la carga de la deuda comenzó a crecer. Ha sido como todo en China, la carga de la deuda de más rápido crecimiento en la historia para un país en desarrollo. Depende mucho de la inversión, pero la inversión ya no es productiva, por lo que quieren reducirla. Si se reduce, la economía se ralentiza, a menos que aumente el consumo o el superávit comercial. Han intentado aumentar el consumo, lo que implica transferir ingresos de los gobiernos locales, que son muy poderosos, al sector de los hogares. Han estado hablando de hacer esto desde 2007. Gran parte de la presión en China se manifiesta en dos lugares: aumento de la deuda y enorme superávit comercial. Escribí un artículo en el Financial Times en el que argumenté que el enorme superávit comercial de China en este momento no es un reflejo de la fortaleza del sector manufacturero. Se debe a la debilidad de la demanda interna. Están tratando de resolver ese problema desde hace 14 años. Es bastante difícil de resolver, ese es realmente el problema en China.

—¿Cree que hay algún tipo de relación entre el crecimiento de la economía china y la manera en que Alemania afrontó su economía al inicio del siglo XXI?

—Son economías completamente diferentes, pero tienen algunos problemas en común. Con el nuevo gobierno, Alemania intenta direccionarla, pero el crecimiento de los salarios realmente se ha retrasado. Es quizás la mayor economía con mejor desempeño en Europa en los últimos 10 o 15 años. Aunque los salarios han quedado rezagados con respecto a los del resto de Europa. Eso ha creado grandes problemas porque Alemania depende de ese superávit comercial para cerrar la brecha entre lo que produce y lo que consume. Depender de eso puede ser muy arriesgado. Si hay algún cambio en el entorno mundial que obligue a una rápida contracción del superávit comercial alemán, provocaría un aumento vertiginoso del desempleo. Entonces, Alemania necesita de alguna manera hacer los mismos cambios que China. Pero lo que debe hacer es reducir las ganancias comerciales y los ingresos de los ricos y aumentar los ingresos de los trabajadores y la clase media. Lo que China necesita hacer es reducir los ingresos de los gobiernos locales y aumentar los ingresos de los trabajadores y la clase media chinos. Entonces, en un sentido abstracto, es un problema similar, pero en un sentido político es un problema muy diferente.

—La economía argentina en los últimos años se caracteriza por un debilitamiento constante de la moneda y una polémica por los subsidios en las tarifas de varios sectores. En su libro habla sobre estas dos variables como consecuencia de una economía débil, ¿cómo lo ve en el caso de nuestro país ?

—La depreciación de la moneda es solo una forma de reducir los ingresos de la gente común. Porque todos en Argentina aceptan agricultores de subsistencia, y no creo los haya. Todos importan productos. Entonces, cuando debilita la moneda, está elevando el costo de las importaciones y, por lo tanto, está reduciendo sus ingresos. Ahora hay muchas maneras de reducir los ingresos de la gente común. Se puede hacer como lo hicieron los alemanes o los chinos, o por depreciación de la moneda. Pero en todos los casos, lo están haciendo por las mismas razones. Por cuestiones de balanza de pagos internacional, porque tiene que haber una confluencia entre la balanza interna y la balanza externa. Entonces, diría que la inflación en Argentina refleja la necesidad de bajar los salarios, no porque estos sean demasiado altos, sino por otros problemas dentro de la economía, como la falta de productividad. No puede bajar los salarios directamente, debe hacerlo de otra manera y se ve obligada a hacerlo con una moneda que se deprecia. La solución tiene que ser la inversión productiva, porque la brecha de productividad salarial no se quiere resolver con salarios más bajos, sino con una productividad creciente. Y creo que todos en Argentina estarán de acuerdo conmigo. Es necesario aumentar la productividad. La verdadera lucha es cómo hacer eso, y si hay o no un papel para el Gobierno en el aumento de la productividad.

 

“Es muy difícil imaginar que no habrá una nueva reprogramación de los pagos de capital”

 

—¿Cree que es viable, para la economía de un país como la Argentina, el pago de la deuda al FMI en los términos que se conocen de la negociación: en seis años, o cuando lleguen esos vencimientos habrá que reprogramar una parte?

—Es muy difícil imaginar que no habrá una nueva reprogramación de los pagos de capital. Hace unos cinco o seis años, cuando Argentina hizo la emisión del bono a cien años, les dije a todos mis clientes que no había forma de que ese bono no se reprogramara. Cuando se miran las cifras de la deuda, es muy difícil ver cómo podrá hacer esos pagos. Los dólares no vienen de la nada, y Argentina debe tener un superávit de cuenta corriente lo suficientemente grande como para generar los dólares para esos pagos. Hay básicamente dos formas de tener un superávit de cuenta corriente: puede aumentar sustancialmente la producción, lo que requiere una gran inversión productiva, o tendrá que reducir significativamente el consumo y la inversión nacional. Si Argentina recortara lo suficiente la inversión interna y el consumo interno para hacer los pagos de capital necesarios de la deuda, sería mucho peor para la economía y para los acreedores a largo plazo.

 

Producción: Sol Bacigalupo y Natalia Gelfman.