Cambiaron armas por instrumentos. La música se mezcla como la consola de un DJ. En el Salón de Usos Múltiples (SUM) del penal de San Martín suenan desde la cumbia de "Tito y la Liga" hasta un clásico de "La Renga". Cada uno está en su mundo. Es la hora de la visita, el momento sagrado de la semana para los 649 detenidos alojados en la Unidad Penitenciaria N°47.
En la cárcel la música es una conexión con el afuera. Los expulsa del encierro por unos minutos. Relaja, libera y desconecta. Con ese objetivo nació la idea de formar una orquesta musical de cámara, la primera que funciona adentro de los muros de una prisión y que reúne a mujeres y hombres de distintas edades.
La iniciativa se inició hace cinco meses con la apertura de un taller musical. Ensayan tres veces por semana: lunes, miércoles y viernes.
El ministro de Justicia de Buenos Aires, Gustavo Ferrari, explicó que la idea es "que las cárceles sean ámbitos de reeducación y los internos puedan incorporar más herramientas para poder reinsertarse en la sociedad”.
Según fuentes penitenciarias consultadas por PERFIL, el proyecto se puso en marcha con el impulso del Juez de Ejecución Penal N° 1 de San Isidro, Alejandro David; la orquesta El Cordal Ensamble (los músicos que llevan adelante el taller teórico práctico), y el Ministerio de Justicia de la provincia de Buenos Aires, a través del Departamento Cultura de la Dirección General de Asistencia y Tratamiento del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB).
En poco tiempo adquirieron tres chelos, tres violines y tres violas. También consiguieron que les donaran un piano y un ukelele.
Algunos de los internos tenían nociones musicales más populares, pero ninguno había tenido en sus manos los instrumentos de cuerda que conocieron en la orquesta. "Ahora, se encuentran afianzados como equipo, emparejados en cuanto a lo musical", afirma una fuente del SPB que sigue de cerca el recorrido del ensamble musical.
Testimonios. “Los primeros pasos fueron de curiosidad porque yo no entendía, entonces empecé a aprender, a ver, a escuchar, a prestar atención. Cuando me di cuenta de que podía leer una nota en un pentagrama me puse muy contento”, cuenta Miguel, un interno de 52 años, que en prisión conoció su gusto por el chelo.
A su lado, Adriana reconoce que “no tenía ni idea de música". "Aprendí todo acá", asegura esta mujer de 32 años que está detenida hace 3 años y 4 meses. “Mi primer día de clases llego, me dan el violín y me dicen si yo sabía tocar: le dije que no, preguntaron por la posición en que lo agarré. Cuando le conté a mi mamá que me metí en la orquesta, me preguntó qué instrumento tocaba y le dije 'el violín'. Se sorprendió porque mi abuelo tocaba el violín hace muchos años y yo no sabía. No sé si será la sangre o qué, pero en realidad no sabía que él había tocado”, cuenta.
La mujer asegura que la música la "saca un poco de lo que es el encierro". "Te traslada, te transmite cosas y transmitís también, trato de transmitir lo que siento tocando”, dice y cuenta que quiere seguir aprendiendo para perfeccionarse cada vez más.
“Pude conocer los instrumentos acá adentro, nunca tuve la idea de que podía tener algo tan valioso en mis manos y mucho menos aprender. Nunca toqué ningún instrumento y sin embargo hoy puedo decir que estoy aprendiendo a tocar el violín, el ukelele, el teclado y eso lo puedo volcar también a otros proyectos que tenemos con los compañeros”, afirma Emanuel, de 23 años, oriundo de Don Torcuato.
“La música es una comunicación enorme que salva vidas, literal, a nosotros nos dio una oportunidad increíble y valoramos demasiado este espacio”, explica Ema.
Con la convicción de que “la música pertenece a todos y es patrimonio de la humanidad”, Carolina Wagner, directora de la orquesta, asegura que “el objetivo es brindar un espacio de aprender y hacer música. Todos estamos muy entusiasmados y convencidos de que la música tiene el poder de sanar y cambiar, aprender algo bello que te modifica. Ellos sienten que este trabajo de entendimiento los enriquece enormemente, y sienten cómo esto los libera", destaca.