POLICIA

Como era la vida del odontólogo Barreda en libertad condicional

Vive en la casa de un amigo en Tigre. PERFIL lo sorprendió en enero en plena tarea doméstica: lavando la ropa.

“Vayan a sacar fotos a otro lado”. Ricardo Barreda se molestó cuando PERFIL lo descubrió en el barrio.
| Marcelo Silvestro

El cuádruple homicida Ricardo Barreda podrá moverse en libertad, sin rendir cuentas a la Justicia, que consideró extinguida su pena a reclusión perpetua por la masacre ocurrida hace 23 años y medio, donde el odontólogo mató a su esposa, a sus dos hijas y a su suegra en su casa de La Plata con disparos de escopeta. 

El juez de Ejecución Penal, Raúl Dalto, firmó la resolución en los últimos días que favorece a Barreda, de 80 años, quien estaba con libertad condicional, viviendo en la casa de un amigo en Tigre, al norte del Gran Buenos Aires desde el año pasado, y tras varios rechazos de la Justicia.

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Pese al aparente anonimato del que goza en su nueva residencia, PERFIL lo sorprendió en enero en plena tarea doméstica: lavando la ropa. “¿Por qué no se van a sacar fotos a otro lado?”, llegó a decir entre dientes cuando el fotógrafo del diario lo apuntó con la cámara en la calle de tierra por la que caminaba.

Troncos del Talar, la localidad de Tigre donde Barreda consiguió fijar domicilio para la libertad condicional que le fue otorgada a fin de año de 2015, es muy distinto al céntrico barrio porteño de Belgrano donde residió con Berta “Pochi” André entre 2008 y 2014.

Su nuevo hogar es parte de una propiedad más grande, de color rosado, que está ubicada sobre la calle Ozanam, a la vera del canal Almirante Brown, un breve desprendimiento del arroyo Reconquista. Dicen que la casa en la que reside pertenece a uno de sus familiares, aunque, en realidad, sería de un amigo del odontólogo platense, del que no trascendió la identidad.

A algunos vecinos del barrio de Talar les inquieta su presencia. A otros les inspira temor. El resto ignora su existencia y preguntan con ingenuidad: “¿Es el que sale en la televisión?”. No conocen la historia del hombre que fue condenado a prisión perpetua por haber matado a escopetazos a su esposa, Gladys McDonald, a su suegra, Elena Arreche, y a sus dos hijas, Cecilia y Adriana, en noviembre de 1992. Tampoco parece importarles demasiado.