El 20 de mayo de 1998 una noticia en la radio LT41 de Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos, desató un verdadero terremoto político en el país: Alfredo Enrique Nallib Yabrán, el empresario más poderoso de la Argentina, aquel que se había convertido en el enemigo número uno de Domingo Cavallo y uno de los instigadores del crimen de José Luis Cabezas, se había quitado la vida.
El hecho sucedió en la estancia San Ignacio, un lugar recóndito y de difícil acceso que bordea el arroyo Gená, cerca de la localidad de San Antonio. Allí, “el cartero” –como lo llamaban– había llegado escapando de un pedido de captura del juez federal de Dolores Luis Macchi, luego de que la agente de la Policía Bonaerense Silvia Belawsky lo denunciara como el autor intelectual del asesinato de Cabezas en 1997.
El principio del fin. Yabrán, un entrerriano que hizo sus primeros pasos vendiendo software para computadoras, había amasado una fortuna de entre 400 y 2 mil millones de dólares tras convertirse en el dueño de la Ocasa, una empresa de clearig y compensación bancaria, a la que luego se le sumarían compañías postales, agencias de seguridad privada y el negocio de los taxis aéreos, todos embebidos en prácticas mafiosas abaladas por fluidos contactos con los gobiernos de turno.
Pero por esos años las bonades políticas a Yabrán parecían terminarse. Poco antes, Domingo Cavallo lo había denunciado como parte de una "mafia" ante el Congreso de la Nación. A la guerra con el por entonces ministro de Economía -que tenía como trasfondo entre otras cosas la ley de correos- se le sumaron acusaciones de Eduardo Duhalde, entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, en el marco del crimen del fotógrafo.
En la coqueta casona de paredes color rosa el magnate se instaló junto a sus caseros de confianza: un joven de 26 años llamado Leonardo Aristimuño, a quien acompañaba su mujer, Andrea Biordo. Con ellos pasó sus últimos días y minutos, hasta que cerca de las 13 de ese 20 de mayo efectivos policiales de Gualeguaychú y Concepción del Uruguay allanaron el lugar.
Cuando los uniformados ingresaron a la casa, se encontraron con el matrimonio. Yabrán se había escondido en la habitación principal, pero la llave puesta del lado de adentro de la puerta delató su presencia. Tras conseguir otra llave y desplazar la que colgaba desde el interior, la policía se dispuso a entrar. En ese momento, el empresario metió en su boca una escopeta Baikal 12.70 y se disparó.
El comienzo del mito. La noticia, que fue dada en exclusiva minutos después por la radio entrerriana, se replicó en Radio Rivadavia y Crónica Tv, y se expandió como un reguero de pólvora por el país. En Capital Federal, el entonces presidente Carlos Menem, quien se había mostrado cercano al empresario, convocó una reunión de emergencia en la residencia de Olivos.
Los vecinos de Galeguaychú, San Antonio y Larroque, su pueblo de origen, mostraban desconfianza y especulaban ante los medios con la idea de una fuga secreta hacia el sur entrerriano o de un cuerpo plantado. Muchos argumentaban que al momento del hecho habían visto a Yabrán cargando nafta, al volante de su 4x4, saludando a paisanos o hasta entrando y saliendo de sus campos.
Las dudas se expandieron a toda la población. Así lo reveló una encuesta de la consultora Navarro y Asociados publicada por el diario Perfil en la que informaba que sólo el 31 por ciento de los consultados aceptaba la hipótesis del suicidio, mientras que el 22 por ciento creía que no estaba muerto.
Los medios también se hicieron eco de las especulaciones."Yabrán se suicidó y quedan demasiadas dudas y secretos", escribió en su tapa Clarín. "Apareció muerto Alfredo Yabrán; estupor e incredulidad generales", publicó La Nación. Y Página/12 también se preguntaba: "¿Se mató o lo mataron?". Pero los mitos se diluyen –o no– cuando empieza la ciencia.
La misma noche de la autopsia a Yabrán se le extrajeron muestras de cabello, músculos y vísceras que fueron enviadas al Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA en Capital Federal. Los resultados, a los que se les sumó estudios dactiloscópicos, grafológicos y más tarde de ADN fueron determinantes: se trataba de Yabrán. A esto se le sumaron las cuatro cartas que Aristimuño entregó a la justicia, en las que el magnate se despedía de su familia y apuntaba contra Duhalde.
El misterio volvio cuando en 1999 la revista Veintitrés –en ese entonces de Jorge Lanata– publicó fotos de un hombre igual a Yabrán en una playa de Cuba. Al hecho se le sumó en 2002 la noticia de un sujeto que habría dicho llamarse Alfredo Yabrán, habría mostrado un pasaporte a su nombre y utilizado su misma firma para vender una casa en Estados Unidos.
Las incógnitas de su muerte. Los teléfonos con los que el empresario se comunicó en sus últimas horas de vida se convirtieronen el eje de controversia durante las semanas siguientes. Según trascendió por aquel entonces, al momento del hecho el "cartero" llevaba consigo un celular Sony CMR1-RX100 color negro y un aparato satelital llamado Planet 1 de de la empresa Inmarsat.
Este último habría sido el que usaba para hacer los llamados más delicados lejos del sistema Excalibur, una computadora que se utilizó en la investigación del crimen de Cabezas, y que cruzaba contactos de teléfonos fijos y celulares.
Las horas posteriores a la muerte de Yabrán la jueza Graciela Pross Laporte, a cargo de la investigación en Gualeguaychú, confirmó ante los medios la existencia del particular aparato. No obstante, la polémica creció cuando, de forma repentina, la magistrada sostuvo que se había “confundido” y que en realidad al empresario se le había encontrado sólo un celular.
"Yo creía que era un satelital, pero no, era un celular. No soy experta en comunicaciones, no tengo porqué serlo además", argumentó. Por aquel entonces, las diferentes versiones indicaban que Yabrán podría haber llamado a la Policía de Entre Ríos para entregarse y hasta podría haber intentado una negociación con influyentes políticos, sin respuesta positiva. Tambien se hablaba de amenazas que se habrían realizado al aparato y que involucraban a su hija Melina.
La valija que contenía adentro el teléfono satelital nunca apareció. Tiempo después, el periodista Miguel Bonasso reveló en su libro Don Alfredo que Aristimuño habría entregado el objeto a la viuda, María Cristina Pérez. Con quien habló durante sus últimas horas de vida sigue siendo un misterio.
El móvil. El caso se cerró sin haber tomado ninguna medida para explorar la posibilidad de un suicidio inducido. Algunos detalles durante las pericias dejaron incógnitas. Además del “inexistente” teléfono satelital, por decisión de la jueza el relevamiento de rastros dactilares se limitó al baño de la suite principal. Ni el resto de la casa, ni las camionetas que se encontraban en el lugar, ni las habitaciones de Aristimuño y Andrea fueron investigadas.
Las versiones de vecinos de la zona, por aquel entonces, hablaban de camionetas 4X4 que abandonaban la estancia justo momentos antes del allanamiento. Jamás se supo de forma certera cómo los efectivos policiales dieron con el dato del paradero de Yabrán. Menos de un mes más tarde, la jueza de Graciela Pross Laporte cerró la causa sobre la investigación de la muerte.
Poco después, el tribunal de Dolores a cargo del juez Luis Macchi también cerró la investigación por el crimen de Cabezas, confirmó que el instigador del homicidio había sido Yabrán e impuso penas ejemplares. Sin embargo, a veinte años del crimen, todos los implicados en el asesinato están en libertad.