El presidente de la Corte Suprema de la Nación, Carlos Rosenkrantz, brindó una entrevista al CEO de Perfil Network, Jorge Fontevecchia, en su ciclo televisivo Periodismo Puro, donde analizó la importancia del ejercicio de los profesionales en el Poder Judicial. Además recordó su relación con el expresidente Raúl Alfonsín y su participación en el juicio a las juntas.
—¿Le genera satisfacción este trabajo?
—Es el mejor trabajo que alguien puede tener.
—Competimos en eso porque yo creo que el del periodista es el mejor trabajo.
—Quizás los más placenteros sean parecidos. Trabajo mucho con mis letrados y el momento en el que llegamos a la conclusión de cuál es la manera correcta de resolver un caso es de enorme efusividad. Imagino que en el periodismo el momento en que uno cierra una nota, sabiendo que fue capaz de capturar lo que caracteriza a un momento o a una situación, también debe ser de la misma emocionalidad. La diferencia entre la vida académica y la vida de un juez es que acá las discusiones son de verdad, en el sentido de que las decisiones son necesarias. En la vida académica, si me equivoco no causo daño a nadie. Que se equivoquen los jueces es un problema. El peso de juzgar es muy disciplinador, saber que las decisiones importan nos obliga, nos incentiva, nos fuerza, nos habilita a pensar mejor.
—¿Mejora a la persona?
—Sí. En la tradición judía los grandes patriarcas eran jueces. Dice mucho acerca de la valoración que tiene que tener una cultura de aquellos que tratan de buscar qué es lo correcto. Despliega la virtud intelectual más sofisticada, la habilidad para ponderar. El arte también lo hace. Tenemos dos operaciones mentales básicas, el cálculo y la ponderación. El cálculo es la composición de variables comparables; la ponderación, de variables incomparables. Las computadoras calculan fácil, pero no ponderan. La tarea de juzgar exige la ponderación.
—Hay profesiones que mejoran con la edad.
—Octavio Paz en Los privilegios de la vista, usando una frase de Góngora, dice que a los pintores no hay que ver cómo empiezan, sino cómo terminan. Los jueces también pueden mejorar con la edad, y esa es la razón por la que en muchas civilizaciones los jueces son las personas mayores.
La posibilidad de mentir de las partes atenta contra la celeridad en la Justicia, dijo Rosenkrantz
—¿Cómo fue su participación en el juicio a las juntas, su relación con Alfonsín?
—Mi relación con Alfonsín fue una de las experiencias personales más enriquecedoras. Le tengo un respeto enorme. Era portador de la virtud que más ennoblece a alguien, era un hombre generoso, hombre dispuesto a sacrificarse. Me trataba de usted, me decía Carlitos. Lo vi mucho una vez que dejó el poder. Cuando trabajaba con él estaba en un grupo de abogados integrado por Jaime Malamud y Carlos Nino. Antes había sido integrado por Martín Farrell y Eduardo Rabossi, que después tuvo participación importante en el Nunca Más. Nuestro primer desafío fue pensar una política de derechos humanos que satisfaga ciertos imperativos morales que Alfonsín creía que eran inclaudicables. Estuve presente en algunas de esas conversaciones donde para Alfonsín la cuestión del juicio a las juntas era absolutamente innegociable, era parte de un imperativo moral para refundar la república. Luego lo conocí mucho. Disfrutaba de la conversación inteligente. Era un aficionado a la filosofía. Escribió un libro de filosofía constitucional y me pidió que se lo presente. Después de leerlo, me preguntó qué me parecía. Le dije: “Usted quiere que le diga la verdad, por supuesto, el mejor servicio que puede hacerle a la república es escribir un libro de memorias y decir todas sus verdades”. Me miró un rato seriamente y me dijo: “No le gustó el libro, ¿no? Pero me había gustado.
—¿En el juicio a las juntas?
—Fuimos parte de un grupo que trataba de hacer un análisis prospectivo de cómo iba a terminar. Eran momentos muy complicados para la Argentina, no se sabía qué grado de viralización podía tener el juicio. Fueron momentos muy desgarradores porque conocimos de primera mano algunos de los hechos que hasta entonces muchos argentinos no conocían.
—¿Esa prospectiva se correspondió con lo que fue sucediendo después?
—Los análisis que hacíamos no fueron buenos. Pensamos que los juicios iban a ser más fáciles de llevar adelante de lo que fueron después. Había resistencias en algunos lugares institucionales que no tuvimos suficientemente en cuenta y el proceso fue mucho más largo y tortuoso de lo que pensamos que podía ser.
—¿Qué significó en su vida haber sido abogado de CHA?
—Fue un acto de militancia del que me siento muy orgulloso. Hoy es estándar pensar que las preferencias sexuales de una persona son secundarias, como tener distinto color de pelo. Pero a principios de los 90 la situación era diferente. Representamos a la Comunidad Homosexual Argentina ante la Corte Suprema de la Nación.
—¿Cómo se informa actualmente?
—Los fines de semana empiezo por PERFIL, obviamente. Lo leo hace muchos años. Leo La Nación, Clarín, veo un poco de televisión, escucho un poco de radio y a veces leo Página/12. Sobre todo cuando me honra con la tapa, cosa que viene sucediendo con alguna asiduidad. El diariero, a quien conozco hace 20 años porque es un hincha fanático de Independiente, me regala Página/12 cada vez que aparezco en la tapa. Si quiere incrementar la tirada poniéndome en la tapa, conmigo no lo logra porque lo recibo gratis esos días.
—El quiosquero lo pagó.
—Sí, es probable.
—¿Qué personas le ejercieron influencia intelectual?
—La gente más influyente en el desarrollo intelectual de una persona es la que uno ha conocido, no los libros que ha leído. He leído libros que creo importantes que cambiaron mucho mi modo de pensar, pero los que realmente me modelaron fueron individuos. Sin duda, Nino. Era un argumentador incansable, un hombre de una potencia intelectual absolutamente maravillosa que durante mucho tiempo hizo difícil que piense con autonomía. Yo era una especie de adlátere intelectual, buena parte de sus convicciones me eran tan familiares que las tomaba como propias. Luego entendí que tengo una diferencia importante con él. El mejor homenaje que le puedo hacer es dar cuenta de que el modo del que pienso es una reacción al modo en que él pensaba. Nino, y creo que se puede explicar por las circunstancias que le tocaron vivir, no creía que el derecho es la única avenida para la realización de la justicia en una sociedad compleja. El creía directamente en la justicia, yo creo en el derecho. Esto parece una distinción terminológica, pero tiene enorme relevancia en el momento de decidir qué es lo que uno debe hacer.
DR