Mientras en todo el mundo se habla del ascenso al poder en una de las potencias mundiales que mayor influencia tiene sobre la Argentina de Jair Bolsonaro (un hombre que prometió cárcel para los opositores), el recuerdo de Raúl Alfonsín nos muestra cómo debe comportarse un líder, ganar las elecciones presidenciales y enseñar con el ejemplo a todo un país a ejercer la democracia.
Había pasado la más violenta y cruel dictadura militar, tras la muerte Juan Domingo Perón y la debacle del tercer gobierno peronista, y la sociedad argentina necesitaba volver a creer en la convivencia pacífica y en las formas republicanas, más allá de las lógicas diferencias. La sociedad escuchó y confió en este abogado de Chascomús que había presentado hábeas corpus por los desaparecidos en la dictadura y que se mostraba sereno y enérgico, convencido y amplio.
Alfonsín hablaba en su campaña de peronistas y antiperonistas, radicales y antiradicales, mencionaba a los próceres de distintas tendencias políticas para apelar a la unión de todos los argentinos, de la dignidad del trabajo, del fin de la corrupción y de la especulación. Prometía que con la democracia “se come, se cura y se educa”, y no dudaba en interrumpir sus encendidos discursos (pocos oradores como él en la historia argentina), para pedir un médico para atender a una persona descompuesta entre la multitud. Hablaba de machismo y de imperialismo, y terminaba sus discursos con un “rezo laico”, el preámbulo de la Constitución Nacional, que blandía como estandarte y como solución para todos los males de los argentinos.