
El 22 de marzo de 1976 cayó día martes. Desde Córdoba, Francisco “Paco” Manrique
pronosticó: “Aquí han quedado sólo dos alternativas. El triunfo de la guerrilla con un
gobierno que prácticamente se está dando la mano con ella aunque parezcan enemigos, o lo que yo
llamo la solución heroica, que es el pronunciamiento militar”.
Un día insólito y violento. Néstor del Río, dirigente de la Asociación de Trabajadores No
Docentes de la Universidad Nacional del Sur, estuvo a punto de ser secuestrado en plena calle de
Bahía Blanca. Lo salvó un grupo de vecinos del barrio Comahue, pero sin embargo tuvo que ser
hospitalizado por las serias heridas que recibió. El 21, un grupo de encapuchados entró al
hospital, exigió a las enfermeras que le indicaran la habitación de Del Río y lo liquidaron de seis
balazos con calibre 45, ante el pánico general. Mientras tanto se especuló en los medios que el
Senado debía definir en el curso de la semana un proyecto de ley de Defensa Nacional que incluyera
la pena de muerte, remitido al Poder Ejecutivo.
Se hablaba de la dimisión de Isabel Martínez de Perón y, simultáneamente, de todo su
Gabinete. Otra versión sostenía que renunciarían los comandantes generales de las Fuerzas Armadas.
Más voces sostenían que era inminente un pronunciamiento militar, e “informantes
oficiosos” dejaban trascender que el Regimiento 6 de Infantería, de Mercedes, había dejado el
cuartel “con rumbo desconocido”. El general (R) José Embrioni, intendente de Buenos
Aires, presentó su renuncia a la Presidenta “para facilitar las decisiones que estime
conveniente tomar”. Nadie se la había solicitado, aunque después se supo que se debió a las
fisuras creadas por los problemas de desabastecimiento y control de precios, aunque trascendió que
sería designado embajador en España. Las casas de cambio no daban para sustos, se hablaba a voz en
cuello de cesación de pagos y no entraban dólares por el mal desenvolvimiento del sector externo.
El dólar llegó a m$n 29.000. [...]
La Opinión del 23 de marzo tituló: “Mañana se cumplen 90 días de la apelación de Videla
(en Tucumán)”. “Es inminente el final. Todo está dicho”, tituló la quinta edición
de La Razón. “Todo está dicho pero el país sigue... nada se termina ni nada empieza, es una
marcha”, respondió Balbín esa tarde cuando salió de la reunión multipartidaria.
“Desconcierto”, “incertidumbre” son palabras que están en casi todos
los diarios del 23 de marzo. Se hablaba de formar una comisión bicameral para conciliar un programa
económico y social y el Congreso estaba casi deshabitado. “No quedan ni los pungas” en
la zona del Congreso, informó un matutino. La gran mayoría de los legisladores vaciaron sus
escriorios y retiraron sus heladeras portátiles. [...]
La crisis alentaba el golpe militar, que a su vez ahondaba la crisis en una clara relación
acumulativa. No es que la amenaza de golpe provocó la crisis sino que los últimos vestigios de
autoridad se diluían ante el anunciado golpe”, meditó José Alberto Deheza, ministro de
Defensa, la tarde del lunes 22 de marzo de 1976 (marzo 23, hora 24, edición del autor). Por lo
tanto, al día siguiente les iba a pedir una clara definición a los comandantes generales.
A las 11 de la mañana del martes 23, se reunió con los jefes militares y les dijo:
“Todos los diarios de la mañana coinciden en señalar que hoy es el día de las grandes
decisiones. Así también lo entiende el Gobierno, en cuyo nombre les pido una definición sobre la
inminencia de un golpe militar”. Luego pasó a leerles un documento con sugerencias de las
Fuerzas Armadas que el Gobierno había recibido el 5 de enero pasado. Los tres comandantes
respondieron que el documento contenía sugerencias y no exigencias de las FF.AA.
“Una minuta” contiene, además de las palabras del ministro, otras revelaciones.
Como la respuesta que formuló, en nombre de los tres, el almirante Emilio Eduardo Massera:
“Señor ministro, si usted nos dice que la señora Presidenta está afligida y acorralada por el
gremialismo... si, además, nos sondea para ver cómo podemos ayudarla, nuestra respuesta es clara:
el poder lo tienen ustedes. Si lo tienen, úsenlo, si no, que la señora Presidenta renuncie.”
La reunión se levantó y los comandantes se reunieron para deliberar en sus propios comandos. [...]
El martes 23 de marzo de 1976, al mediodía, como todos los días, Radio Rivadavia emitió De
cara al país, con los periodistas Mario Monteverde y José Gómez Fuentes. El invitado fue Francisco
“Paco” Manrique. Cuando Monteverde le preguntó cómo veía al país, Manrique respondió:
“Estamos asistiendo a las horas en que están echando a la pandilla.”
Cerca de las 19, Videla, Massera y Agosti se presentaron nuevamente en el despacho del
titular de Defensa. Según Deheza, Videla dijo: “Doctor, el país se encuentra en una grave
crisis que lo tiene paralizado, como usted lo ha reconocido, y nos pide que las Fuerzas Armadas
disipen toda posibilidad de golpe para que se encuentre una salida que el país exige con urgencia,
pero debemos admitir, para llegar a una solución, que la crisis es el resultado de un proceso en el
que juegan múltiples factores que afectan a todas las instituciones.”
Volvieron a debatir en los mismos términos con que lo habían hecho a la mañana. Deheza
recordó en sus Memorias: “Fue entonces cuando los señores comandantes expresaron que en julio
del año pasado se le había ofrecido a la señora Presidenta, por intermedio de Aníbal Demarco, a la
sazón presidente de Loterías y Casinos y luego ministro de Bienestar Social, el apoyo de las tres
Fuerzas Armadas para que el Gobierno pudiera sortear la crisis que ya puntaba con los
acontecimientos que provocaron la caída de López Rega y que esa respuesta fue contestada. Por el
contrario, el Gobierno siguió sumando desconciertos hasta llegar a las circunstancias actuales. Los
señores comandantes me darían la respuesta al día siguiente”. Deheza pensó que al día
siguiente seguirían discutiendo. No se dio cuenta de que los términos de la conversación marcaban
el punto final. De haber sido un funcionario en serio, la única respuesta que cabía era “los
únicos que no pueden renunciar son los presidentes”.
La “minuta” revela, en un momento, el pensamiento de los comandantes luego de la
cita con Deheza. “Cuando salimos, nos cruzamos al Edificio Libertador. Nos preguntamos: ¿qué
hacemos, mañana va a pasar lo mismo? De esta gente ya no se puede esperar nada. Los planes de la
Operación Aries estaban terminados, lo mismo que las directivas ‘Bolsa’ y
‘Perdiz’. Cuando llegamos al despacho de Videla nos comunicamos con el
‘Colorado’ Fernández y le preguntamos: ‘¿Cómo está todo por allí?’.
‘Bien’, fue la respuesta del jefe de la Casa Militar de la Presidencia. ‘Muy
bien, dígale a la señora Presidenta que por razones de seguridad viaje a Olivos en
helicóptero’.” Era el mensaje que Fernández debía de recibir para comenzar la operación
de detención de Isabel Perón. [...]
En tanto, dentro de la Casa Rosada se mantenían múltiples rauniones. Como si transcurriera
una película del alemán Bruno Ganz, mientras las tropas ya habían iniciado operaciones de
despliegue cerca de la Casa Rosada, Isabel asistió a un ágape para festejar el cumpleaños de una
secretaria. Con su asistencia, se celebró en forma ruidosa, se brindó y se cantó el feliz
cumpleaños. Luego la Presidenta fue al comedor de la Casa de Gobierno, al que parsimoniosamente
fueron acercándose Lorenzo Miguel, Osvaldo Papaleo, Miguel Unamuno, Néstor Carrasco y Amadeo Genta.
A continuación se llevó a cabo la reunión más importante: entre la Presidenta y José Alberto
Deheza. Fue sin testigos. El ministro le relató la conversación que terminaba de mantener con los
comandantes generales. Deheza le hizo especial referencia a lo que había dicho Videla, en cuanto a
la propuesta elevada a través de Aníbal Demarco. Isabel “no pudo contener su
indignación”, no la conocía. Entonces le pidió que informara a los ministros, secretarios,
políticos y sindicalistas que esperaban noticias. Lo primero que hizo Deheza, al comenzar la
reunión, fue “preguntar al ministro Aníbal Demarco acerca de la veracidad de lo afirmado por
los comandantes en cuanto al apoyo ofrecido al Gobierno en el mes de julio del año anterior. Me
contestó que así había sido; y sin darle tiempo para pensar le inquirí la razón por la cual no
comunicó a la señora Presidenta ese hecho de tanta significación institucional. El ministro Demarco
encogió los hombros y sólo atinó a decir que la solución propuesta no le pareció atendible. Recordé
en ese instante cuántas veces se torció el rumbo de la historia, de todo un pueblo o de un solo
hombre, por un mensaje que no llegó a tiempo o porque se perdió en el camino”.
El helicóptero tardó en legar desde Olivos. Cuando lo hizo, Isabel de Perón se dispuso a
viajar. La despidieron en la azotea de la Casa de Gobierno algunos miembros de su custoria y dos o
tres oficiales de Granaderos. El capitán Jorge Tereso estaba entre ellos. El helicóptero decoló, a
las 0.50 del 24 de marzo de 1976, con la Presidenta; Julio González, su secretario privado; Luis
Luissi, jefe de la custodia personal; un joven oficial del Regimiento de Infantería 1
“Patricios”, el edecán de turno y dos pilotos de la Fuerza Aérea. En pleno vuelo, el
piloto más antiguo le dijo a la Presidenta que la máquina tenía un desperfecto y que necesitaba
bajar en Aeroparque. Cuando bajan, Luissi observa un sospechoso movimiento de hombres e intenta
manotear su pistola. “Quédese tranquilo”, le dijo la señora de Perón. Pese a las
sospechas de Luissi, ella bajó y se encaminó hacia el interior de las oficinas del jefe de la Base.
Cuando entró, las puertas se cerraron para los otros miembros de la delegación. A la 1:00,
aproximadamente, entraron al salón principal del edificio el general José Rogelio Villarreal, el
almirante Pedro Santamaría y el brigadier Basilio Lami Dozo.
Villarreal: Señora, las Fuerzas Armadas se han hecho cargo del poder político y usted ha sido
destituida.
Señora de Perón: ¿Me fusilarán?
Villarreal: No. Su integridad física está garantizada por las Fuerzas Armadas.
Luego, ella se extendió en un largo parlamento: “Debe haber un error. Se llegó a un
acuerdo con los tres comandantes. Podemos cerrar el Congreso. La CGT y las 62 me responden
totalmente. El Peronismo es mío. La oposición me apoya. Les doy a ustedes cuatro ministerios y los
tres comandantes podrán acompañarme en la dura tarea de gobernar.”
En un momento de la conversación, amenazó con que iban a “correr ríos de sangre”
por el país a partir de su destitución, de la movilización de los sindicatos y de las
manifestaciones populares. Dijo que las Fuerzas Armadas no iban a poder contener la protesta
popular por su caída. Como toda respuesta, se le dijo: “Señora, a usted le han dibujado un
país ideal, un país que no existe.”
En esos minutos, otro alto oficial se comunicó con los comandantes generales. Les pasó la
contraseña: “La perdiz cayó en el lazo”. Isabel Martínez de Perón había sido detenida.
Mientras Isabel hablaba con los tres delegados militares, se mandó a buscar a
“Rosarito” (la empleada que la acompañaba desde España) a Olivos. Previamente se le
había ordenado que hiciera dos valijas con ropas para la señora. A la 1.50 un avión de la Fuerza
Aérea partió con la ex Presidenta, en calidad de detenida, a Neuquén.
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