Hace 48 horas, Miguel Osvaldo Etchecolatz fue encontrado, desmayado, en el piso de su celda en el penal de Ezeiza. Hace 14 años, un 19 de septiembre de 2006, fue condenado a reclusión perpetua por un tribunal federal que lo culpó de ser el autor responsable de varios casos de privación ilegal de la libertad, tormentos y homicidios.
Un día antes de la finalización del juicio, Jorge Julio López, uno de los testigos clave del caso, debía asistir a los alegatos pero nunca apareció. La investigación por presunta desaparición forzada sigue abierta pero sin acusados ni culpables y los familiares y la querella piden que se quite el término “presunta” porque es más que una cuestión semántica a 14 años de aquel hecho.
“No es este tribunal el que me condena, son ustedes lo que se condenan”, fueron las últimas palabras que Etchecolatz pronunció en el Salón Dorado de la Municipalidad de La Plata. Cuando lo sentenciaron -también fue la primera vez que se usó el término genocidio en un fallo para los crímenes de la dictadura- alzó la cabeza mirando hacia arriba, con una sonrisa y un rosario entre las manos.
López fue secuestrado en octubre de 1976, en Los Hornos. Era militante en una unidad básica peronista. Pasó por cuatro centros clandestinos de detención, fue torturado y fue testigo del asesinato, entre otros, de Patricia del Orto y Ambrosio de Marco, relato que generó escalofrío:
“La sacan a Patricia. Patricia les gritaba: ‘¡No me maten, no me maten!’. Y ellos no. La sacaron. Y le pegaron un tiro. Si algún día encuentran el cadáver van a ver que tiene el tiro que entró por acá y salió por acá (haciendo gestos entre la frente y la nuca). Después lo sacaron a Ambrosio de Marco, no se levantaba, pero lo llevaron y le pegaron otros dos tiros”, dijo.
Después de la desaparición de López y la condena a Etchecolatz el entonces presidente Néstor Kirchner hizo una cadena nacional para denunciar el vínculo de ese hecho y la desaparición de José Luis Gerez, otro militante social, con elementos parapoliciales y residuos de la dictadura.
Etchecolatz había sido Director de Investigaciones de la Policía Bonaerense de Ramón Camps. Era salvaje. Dirigió el operativo que terminó con la vida de Diana Teruggi. Chicha Mariani, que estuvo en ese juicio de 2006, se murió sin saber si la hija de Diana, su nieta, Clara Anahí estaba con vida.
Y tal vez no por casualidad fue en uno de los cumpleaños de Clara Anahí, en agosto de 2006, un mes antes de la desaparición de López, donde sucede algo que vincula la segunda desaparición de López con Etchecolatz.
Lo recuerda para PERFIL Miguel Graziano, autor de “En el cielo nos vemos”, la historia de Jorge Julio López: “Después de la desaparición, revisando fotos, encontraron que había una persona que aparecía muy cerca de López en ese aniversario de Clara Anahí. Esa persona era Raúl Oscar Chicano, que había sido funcionario de Etchecolatz”.
Esa pista nunca se investigó. La idea de una segunda desaparición craneada por los mismos que lo desaparecieron en la dictadura eriza la piel. Y hay más elementos para pensar en ello. Uno de esos es que en el renacer de los juicios de lesa humanidad se venían otras condenas en las que el testimonio de López hubiera sido clave también. Y los represores acusados estaban inquietos.
Uno podía ser Julio César Garachico, que se había reciclado en la Patagonia. Era el CEO de un casino, un personaje público que había enterrado su pasado y hacía donaciones. “Cuando fue el testimonio de López desapareció sin dejar rastro”, explica Graziano. Garachico fue condenado a prisión perpetua mucho después, en 2014.
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Y por último, tampoco se investigaron los nexos de policías retirados de la Bonaerense que se reciclaron en agencias de seguridad privada ni la agenda que le encontraron en uno de los allanamientos en su celda tras la desaparición.
En la investigación de su desaparición se hizo todo mal. Y parece más a propósito que por negligencia. Uno de los principales obstáculos fue que la misma policía Bonaerense estaba a cargo de investigarse a sí misma. La causa estuvo tres meses en jurisdicción provincial. Luego pasó a tribunales federales.
Pese a todo, Graziano cree que algunas cosas podrían llevar a encontrar la verdad sobre lo que pasó con López. Cosas que todavía no se investigaron. “Como los cruces de llamadas para ver quién se comunicaba con quién en ese momento y la agenda de los que visitaban a Etchecolatz”. Etchecolatz está internado, a los 91 años, en el Hospital Militar de Campo de Mayo. López sigue desaparecido.
MC