POLITICA
un emblema de la ultima dictadura

La hermana de Astiz dice que el represor “no quiere que le den prisión domiciliaria”

Lucrecia Astiz y su madre, María Elena, de 91 años, hablaron sobre el posible beneficio al ex marino por problemas de salud. “No quiere salir si quedan subalternos presos”, sostienen.

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Asesino. Su última aparición fue en 2017, cuando lo condenaron a otra cadena perpetua. Su hermana Lucrecia estaba en la sala. | Telam

En la misma semana en que el Servicio Penitenciario Federal (SPF) recomendó a través de una lista que 1.436 presos podrían obtener beneficios en su régimen carcelario, entre ellos violadores, asesinos y represores, como Alfredo Astiz (67), la madre y la hermana del ex marino rompieron el silencio. “Alfredo no tiene interés en salir de la cárcel. No quiere la domiciliaria, más si quedan subalternos presos que cumplieron órdenes en aquella época”, señaló Lucrecia, hermana de uno de los emblemas de la última dictadura, condenado a dos cadenas perpetuas por crímenes de lesa humanidad cometidos en la Esma.

En diálogo telefónico con PERFIL, Lucrecia Astiz (61) y su madre, María Elena Vázquez (91), coinciden en que si el ex marino, preso en el Centro Federal de Detención de Mujeres de la Unidad 31 de Ezeiza, accede a la prisión domiciliaria “tendría que ser algo muy silencioso o algo privado. Después del quilombo de Etchecolatz, no podría estar tranquilo. Más con todos los organismos de derechos humanos armando escraches”.

Ambas, junto a otra hermana, son el único nexo que conecta a Astiz con el mundo exterior, ya que el represor no tiene pareja. Desde Mar del Plata, donde vive su madre, Lucrecia se muestra escéptica: “Creemos que la Justicia no le va a otorgar la domiciliaria. Estoy convencida de que él luchó por su país. Igualmente, cumplió órdenes y se convirtió en el chivo expiatorio de la Armada”, sostiene. Su madre, María Elena, coincide con esa visión: “Me da mucha bronca, pero tuvo una vida libre y sé que lo hizo en defensa de la Patria. En este momento hay que ser cobarde para quedar mejor, prefiero no decir muchas cosas que pienso”.

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Sobre la opinión de la ex integrante de la Conadep, Graciela Fernández Meijide, quien pidió el beneficio de la prisión domiciliaria para Astiz, su hermana Lucrecia señaló: “Me pareció razonable lo que dijo. Es la ley. Ahora quieren cambiarla o interpretarla”.

Rutina. Enfermo de cáncer de próstata y riñón (lo operaron dos veces y le extirparon uno de los órganos y hace poco sospecharon que tenía cáncer de piel, aunque finalmente fue descartado), Astiz pasa sus días refugiado entre la lectura y sus visitas al Hospital Naval, en Caballito. Tiene una biblioteca de 500 libros entre los que se destacan los de historia y matemática. Cuentan que cuando iba al centro médico, “le daban una oficina para él y se quedaban una semana. Daban vueltas por ahí con (el ex oficial de Inteligencia) Antonio Pernías”.

El ex marino recibe visitas tres veces por semana de parte de su familia y de miembros de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia. Habla de política y de su visión del mundo, aunque coinciden varias fuentes consultadas en que nunca más volvió a referirse a su accionar en la dictadura. Desde la entrevista que publicó la actual diputada Gabriela Cerruti en la revista Trespuntos, en 1998, decidió llamarse a silencio.

“Recibía órdenes, no está arrepentido”

Lucrecia Astiz visita a su hermano mayor todas las semanas desde hace 16 años. Ella es uno de los pilares fundamentales del represor y una conexión clave con el exterior. Desde la casa de su madre, cercana a Playa Grande en Mar del Plata, asegura: “Vamos a seguir acompañándolo, no lo vamos a abandonar”.

—¿Su hermano se arrepiente de lo que hizo?

—No. Cuando luchó contra la subversión tenía 23 años. El recibía órdenes. Está preso por una cama entre Menem y Massera.

—¿Qué opina sobre la política de derechos humanos del gobierno actual?

—El macrismo, que prometió terminar con el curro de los DD.HH., no hace nada porque les teme a los organismos. El kirchnerismo aprovechó el tema para lucrar. Se llenaron los bolsillos con la plata de los argentinos.