El pasado 2 de abril el profesor Alejandro Frenkel publicó un interesantísimo artículo en las páginas de PERFIL en el que propone un cambio de estrategia del país con respecto a la cuestión Malvinas: acompañar la perseverancia diplomática con un extenso trabajo sobre la opinión pública británica en función de los intereses argentinos. Una visión sobre la cual no podemos más que acordar, y que permite también ampliar la reflexión acerca del desarrollo de ciertos aspectos de la política exterior poco estudiados en nuestro país.
La diplomacia pública a la que se refiere Frenkel en su artículo es esencialmente conjunto de estrategias que un estado se da para influir en la opinión pública de otros países. Puede expresarse a través del posicionamiento en medios de comunicación, propios y foráneos, becas de estudio, fomento del turismo, escuelas de idioma y cultura, promoción de marcas y empresas nacionales. Es un elemento del poder blando de un país, que permite obtener resultados en política exterior sin recurrir a la fuerza o el poder económico. Pero la capacidad de un gobierno para consolidarse en estos ámbitos no garantiza buenos resultados de por sí. La construcción identitaria de un estado, a partir de su historia, su cultura y su posicionamiento en el escenario global es un elemento fundamental en la elaboración de una narrativa eficaz.
Existen entidades y empresas que elaboran estudios y rankings para medir la efectividad de las políticas de construcción de poder blando de los países, y en los cuales, contrariamente a cuanto se podría pensar, la Argentina no se encuentra tan mal posicionada en los últimos años. En el Global Soft Power Index elaborado anualmente por la consultora inglesa Brand Finance nuestro país se encuentra entre los primeros cuarenta, tercer país latinoamericano después de Brasil y México. La misma entidad también hace una evaluación de la Marca País, es decir de la confiabilidad e identidad de los productos y servicios provenientes de un país. Argentina se encuentra en el puesto 45 en ese rubro. En 2016 y 2018 la Argentina también fue incluida en la lista de los treinta países más influyentes del mundo elaborada por el Center on Public Diplomacy de la Universidad de California. En el Country Index 2020 de la agencia de marketing argentina Future Brand, nuestro país figura en el puesto sesenta en función de la construcción de su imagen hacia los mercados internacionales.
Estos informes no están exentos de críticas y errores evidentes. Según Brand Finance, por ejemplo, el desplome de nuestro país en su ranking debido entre otras cosas a “disturbios en todo el país con manifestantes pidiendo una reforma del sistema de justicia”, cuando las marchas del 2020 iban en sentido contrario, y en 2019 el principal motivo de atención internacional en nuestro país fue la violación de los derechos humanos, cuando -lamentablemente- la atención se concentró más bien en asuntos políticos y económicos. No obstante, estos estudios nos plantean un cuadro situación en el ámbito de la puesta en marcha de herramientas de poder blando en el que nuestro país está claramente actuando por debajo de las posibilidades de un país del G20 y con su peso histórico, cultural y económico.
Nuestro mejor homenaje: Construir políticas de Estado para Malvinas
Además del lugar que se ocupa en el “imaginario internacional”, una planificación comunicacional como la que plantea Frenkel debería ser sustentada en una narrativa general sólida y clara. Los estudiosos Alister Miskimmon, Ben O’Loughlin y Laura Rosell elaboraron hace unos pocos años el concepto de Narrativa Estratégica para designar la visión que un estado proyecta del sistema internacional y de su propio rol en el mismo. Funciona como un marco general de significaciones, que permite a los funcionarios construir políticas públicas concretas y al resto del mundo interpretar los movimientos y decisiones de un estado en el escenario global. Los actores políticos intentan moldear una narrativa para persuadir otros actores internacionales en función de sus intereses. Pero para hacerlo deben contar con claridad, legitimidad, perspectivas lógicas de éxito e involucrar a una gran variedad de actores domésticos y extranjeros. Todos elementos que nuestro país no ha cultivado a suficiencia, o siguen atascados en la lógica binaria de la política local.
Diplomacia pública y narrativa estratégica son dos deudas pendientes en la política exterior argentina, y no sólo en el caso Malvinas. Implica proponerse influir sobre qué se piensa cuando se dice Argentina en cualquier otra parte del mundo. Y que el resultado de ese trabajo pueda tener repercusiones sobre las decisiones de otros actores sobre temas tan centrales como la deuda, los acuerdos comerciales, o el futuro del Mercosur.
*Federico Larsen: Miembro del Instituto de Relaciones Internacionales de la UNLP y corresponsal de medios extranjeros en Argentina