Maestro del marketing de sí mismo, Horacio Verbitsky insiste en cubrirse con mortajas ajenas para blanquear o mejorar algunos tramos de su Curriculum y alimentar un presunto estatus de superioridad moral. Si antes fueron Rodolfo Walsh o Emilio Mignone ahora es Juan Gelman quien viene a cumplir esa tarea. Por eso, en otro artículo en Página 12, Verbitsky nos relata una noticia sobre aquel pasado: también él, al igual que Gelman y Walsh, hizo una autocrítica sobre la lucha armada de Montoneros, que ocurrió en la misma época en la que sucedían los errores y las desviaciones.
Verbitsky dice, textual: “La autocrítica de Gelman (como la de Walsh o la mía, aunque a Reato le moleste su mención) fueron contemporáneas a los hechos y prosiguieron después”.
La construcción de esa oración es muy llamativa porque el sujeto está en singular y el resto, en plural, pero filtra la intención del autor, que es destacar que él compartió la actitud que atribuye a Gelman y a Walsh. Y no es que eso me moleste: yo no protagonicé aquella etapa de nuestra historia y solo trato de cumplir con mi trabajo, que es reconstruir lo que pasó acercándome lo más que puedo a la verdad histórica.
Es decir, me interesa la verdad de lo que ocurrió, más allá de Verbitsky, de Gelman y de Walsh.
Verbitsky explica por qué continuaron en Montoneros a pesar de sus respectivas autocríticas: “La continuidad en la organización (Walsh y yo hasta 1977, Gelman dos años más) no implicó convalidar las políticas que objetamos y se explica por la pertenencia a un proyecto colectivo, la lealtad a quienes murieron defendiéndolo y el intento de modificar las cosas mientras fuera posible”.
Es decir que se supone (Verbitsky no se refiere nunca a casos concretos) que los tres estuvieron en contra de los atentados contra José Ignacio Rucci (1973) y Arturo Mor Roig (1974); el ataque al cuartel de Formosa (1975, 10 soldados conscriptos, 1 sargento y 1 subteniente muertos) y la voladura del comedor de la Superitendencia de Seguridad Federal (1976, 24 muertos y más de 60 heridos). Y que, si bien realizaron sus autocríticas, siguieron en Montoneros por lealtad a los compañeros muertos y al proyecto popular, aferrados a la esperanza de cambiar las cosas desde adentro.
Supongo también que, si autocriticó estos hechos, Verbitsky no se opone a que se investiguen, no para sancionar penalmente a quienes los cometieron sino para satisfacer la demanda de verdad de sus víctimas. No puedo creer lo contrario: que Verbitsky no quiera que se sepa la verdad, toda la verdad, sobre estos hechos. ¿Qué clase de periodista sería si no lo quisiera?
Hubo “compañeros” que pensaron y actuaron en forma distinta, como Carlos Mugica, Horacio González, Chacho Álvarez, Alberto Iribarne, Norberto Ivancich y Roberto Marafioti, quienes, entre muchos otros, se fueron de Montoneros y fundaron la Juventud Peronista Lealtad a Perón (JP Lealtad). Eso fue en marzo de 1974, mientras Verbitsky se autocriticaba en silencio. En mi opinión, no es cierto, como afirma Verbitsky, que Gelman haya realizado una autocrítica de su paso por Montoneros, donde militó entre 1973 y 1979, cuando rompió con su Conducción Nacional de la mano de Rodolfo Galimberti, que era su amigo y su jefe. En realidad, diversas fuentes indican que el principal crítico de la jerarquía encabezada por Mario Firmenich y Roberto Perdía era Galimberti, quien, por otro lado, siempre habló pestes de Verbitsky. Otros ex montoneros lo siguen haciendo.
Es cierto que en 1987, en un libro, Gelman criticó con dureza algunas decisiones de la cúpula de Montoneros. Pero eso es una crítica a otros; no es una autocrítica, es decir “un juicio crítico que se realiza sobre obras o comportamientos propios”, que es la definición de la Real Academia Española. Tampoco Verbitsky y Walsh cumplen con esa definición.
Verbitsky se confunde o intenta confundir cuando asimila ese término al “sacramento católico de la reconciliación o la penitencia, que abre la puerta a la salvación individual. La reconciliación se consuma al confesar los pecados ante el sacerdote, cuya absolución confiere al penitente el perdón de Dios”.
Él ha escrito bastante sobre la Iglesia Católica, en especial sobre el papa Francisco, pero debería considerar que los curas tienen sus astucias. Vayamos a algo más neutral, al diccionario de la lengua española, donde la palabra reconciliación significa “volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”, y “restituir a la Iglesia a alguien que se había separado de sus doctrinas”.
O vayamos, mejor, al filósofo cordobés Oscar del Barco, de izquierda, no católico, quien en 2004 provocó un intenso debate intelectual al asumir su responsabilidad por los errores de los grupos guerrilleros a los que había apoyado desde 1964 en adelante. “Se trata de asumir ese acto esencialmente irredimible, la responsabilidad inaudita de haber causado intencionalmente la muerte de un ser humano. No existe ningún ´ideal´ que justifique la muerte de un hombre, ya sea del general Aramburu, de un militante o de un policía. El principio que funda toda comunidad es el No matarás. No matarás al hombre porque todo hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres”, dijo Del Barco.
Y agregó: “La maldad, como dice Levinas, consiste en excluirse de las consecuencias de los razonamientos, el decir una cosa y hacer otra, el apoyar la muerte de los hijos de los otros y levantar el No matarás cuando se trata de nuestros hijos”.
Utilicé estas palabras en el Epílogo de mi libro Operación Traviata, ¿quién mató a Rucci?, titulado “Superioridad moral”, junto con una frase de Gelman: “Hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado”, pronunciadas en 2008 al recibir el Premio Cervantes.
La autocrítica de Del Barco es inspiradora porque fue realizada sin interés táctico, coyuntural, personal. Allí, citó, expresamente, a Gelman, quien en una entrevista publicada por el diario El País, de España, había dicho que “lo contrario del olvido no es la memoria, es la verdad” y que “el camino” no es “tapar”. Del Barco explicó después que “lo que yo hago es tomarlo al pie de la letra”; por eso, escribió que Gelman “tiene que abandonar su postura de poeta-mártir y asumir su responsabilidad como uno de los principales dirigentes de la dirección del movimiento armado Montoneros (…) Debe confesar esos crímenes y pedir perdón por lo menos a la sociedad”. Y esto no tiene nada ver que con una reconciliación, con la teoría de los dos demonios o con el abandono o la impugnación de la lucha de los pueblos o de clases, en la que, por otro lado, Del Barco sigue creyendo.
Es otra cosa: es honrar la vida de cada persona; es renunciar a la división maniquea de la sociedad en buenos y malos, en ángeles y demonios; es cancelar la opción armada para resolver conflictos; es apostar a la buena política para que en la Argentina no haya pobres; es asumir las consecuencias de todos nuestros actos. Pensar que la historia es circular; que, si se vuelve a dar un cierto contexto, la violencia en nombre del pueblo, esta vez sin errores ni desviaciones, será otra vez legítima, es un error fatal. Lo bueno es que todavía podemos debatir sobre esto; los hermanos venezolanos ya están contando sus muertos por la violencia política.
*Director de la revista Fortuna; su último libro es ¡Viva la sangre!