Christian Baldini nació en Mar del Plata en 1978 y desde 2003 reside en Estados Unidos donde, desde 2009 es director artístico de la Orquesta Sinfónica de UC Davis, y desde 2012, director musical de la Orquesta Sinfónica Camellia en Sacramento, la capital del estado de California.
Pero Christian Baldini regresa a la Argentina cuantas veces puede para, como en este caso, sumarse como director invitado a la Orquesta Sinfónica Nacional con la que interpretará en el CCK, obras de Prokófiev, Schumann y Gerardo Gandini, compositor argentino fallecido en 2013. Y también a fines de 2023, volverá al país para dirigir en el Teatro Colón una nueva producción de la ópera "La ciudad ausente", de Gerardo Gandini y Ricardo Piglia, con dirección escénica de Valentina Carrasco.
–¿Qué sentís cada vez que venís a Argentina a actuar?
–Es una mezcla de emociones. El amor de los comienzos. Los maestros y maestras que tanto me dieron, desde mis inicios en Mar del Plata y Buenos Aires, a tantos años de crecimiento y tantas oportunidades que he tenido en Europa y Estados Unidos, a poder volver y devolver un poquito con cada actuación, clase o concierto que puedo ofrecer en Argentina. Es lo mínimo que cualquier artista debería hacer. Para mí es siempre un placer volver y conectar con mis raíces. Adoro a mi país, a nuestra gente, y a nuestra diversidad cultural. La música argentina tiene una riqueza que es muy difícil encontrar en otros lugares.
–¿Cómo ves, con la distancia que da el vivir en exterior, la música argentina?
–De alguna manera, haber vivido en el exterior por veinte años me ha agudizado el amor por nuestra música. Y escucho mucho más tango, folklore y rock nacional que cuando vivía en Argentina. De alguna manera he sentido la necesidad y la responsabilidad de promover la música de compositores argentinos en el exterior. Cuando me fuí de Argentina era muy joven, y mi obsesión musical había sido casi exclusiva por la música académica, a pesar de que había ido varias veces a escuchar a Charly García y a Fito Páez.
-¿Hay artistas que sumaste a lo que escuchás?
–Si. Todo el tiempo estoy abierto a descubrir nuevos artistas. Podría nombrar a compositores académicos como Oscar Strasnoy, Ezequiel Menalled, o Mauro Kaseiri (con su hermosa obsesión por Charly García). Pero también a Wos o Luna Monti y Juan Quintero, muy disímiles, pero con discursos muy importantes en el relieve cultural argentino.
–¿Cómo convencerías a uno de ellos para que escuche música que vos hacés?
–La verdad, no quisiera tratar de convencer a nadie. Adoro la música de todo tipo, sin discriminar géneros. Y la música sinfónica y la ópera por sobre todas las cosas, porque es de lo que más sé, en lo que más experiencia tengo. Sí quisiera ayudar a fomentar una mayor apertura, una gran curiosidad para que todo el mundo se incline y se anime a ir a los teatros o a YouTube a escuchar música sinfónica y ópera.
–¿Por qué?
–Es que hay una gran riqueza expresiva, y cuanta más gente se enganche con estos géneros, mejor para todos, claramente. Tal vez uno de los problemas actuales es la necesidad de sentir una gratificación instantánea. En un Instagram o TikTok , en diez o veinte segundos ya terminó todo y estamos felices. En una sinfonía de Mahler, necesitamos noventa minutos para llegar a la culminación de una idea. Realmente sería muy bueno promover hábitos en los que no siempre hay que estar apurado o buscando una sonrisa inmediata. Una gran obra de arte que necesita de más tiempo y asimilación.
–¿Cuándo comenzó a gustarte la música clásica?
–En mi caso, todo comenzó con Mozart. Era como una especie de gurú espiritual. Nada que no fuera Mozart era válido o valía la pena para mí cuando tenía seis años. ¡Afortunadamente esa etapa pasó! Por eso, soy un gran propulsor de una apertura mental y espiritual que nos permita disfrutar de muchos géneros, compositores y estilos diferentes.
–En la lírica, hay papeles que requieren de una maduración personal de una soprano o un tenor. ¿Lo mismo se da en un director de orquesta?
–Es un poco diferente. Cuando hablamos de la lírica hablamos de la evolución corporal, de las cuerdas vocales y los resonadores del cuerpo humano, que siguen desarrollándose durante décadas. En cuanto a los directores de orquesta (o pianistas, por ejemplo), la evolución y maduración es más bien espiritual y emocional. Hoy en día, con 44 años de edad, me siento mucho más capacitado para dirigir ciertas obras que cuando tenía 19 años. He crecido como ser humano, soy padre, han muerto seres queridos; me casé, me divorcié, he llorado, sufrido, y todo eso hace que sea un ser humano con mayor compasión, con mayor experiencia emociona.
–¿Y qué es lo más placentero más allá de un aplauso o una ovación?
–Colaborar con colegas en las orquestas. Ser director invitado (no titular) es casi como llegar súbitamente como CEO de una compañía por algunos días. Uno tiene que tener un sensor, como un termómetro muy agudo, para discernir las dinámicas de cada grupo en particular. Uno está allí para ayudar a la orquesta, para inspirar a cada uno de los músicos a dar lo mejor de sí, y a su vez, tirar todos para el mismo lado para lograr la mejor interpretación que se pueda.