Que el Premio Perfil a la Libertad de Expresión internacional de este año sea a Charlie Hebdo –el que le entregaremos en pocos minutos a uno de los sobrevivientes de su redacción, Antonio Fischetti– nos hace reflexionar a los periodistas de noticias duras sobre la fuerza que tiene la prensa satírica. Y cómo ella viene a llenar vacíos de significación que nosotros generamos a la audiencia.
El principal órgano de oposición al fascismo en Italia fue una revista satírica, Becco Giallo (“Pico amarillo”), que resistió durante siete años hasta su clausura en 1931. En las dictaduras sudamericanas también las publicaciones satíricas fueron la vanguardia de resistencia a la censura, con nuestra célebre revista Humor o en Brasil con la revista O Pasquim. En Chile, la revista The Clinic, por la clínica donde estuvo detenido dos años Pinochet en Londres, vino a interpretar aunque tardíamente el mismo sentimiento de malestar social.
En España, la dictadura de Franco tuvo en la revista satírica El Papus su más urticante desafiador, y desde la apertura democrática, la revista El Jueves, y con la crisis actual, la revista Mongolia, “destripan los mitos, posturas y privilegios cimentados durante la Transición Española”.
Charlie Hebdo es heredera del legado aún vigente de la revista satírica Le Canard Enchaîné, que este año cumple cien años, y los lemas de este “pato encadenado” –ésa es la traducción de su nombre– son que la libertad de prensa sólo se desgasta cuando no se la usa, y les dice a los anunciantes, textualmente: “Tendrás mi pluma, pero no tendrás mi piel”, en alusión a que podrán comprar publicidad pero no torcer su orientación editorial. En esta época donde las técnicas digitales permiten a todos ser un editor, sumado a la menor censura que existe en la web, son las redes sociales donde más se parodian las noticias, remixándolas en absurdos y exageraciones que dejan al descubierto el verdadero sentido de hechos enmascarados.
Pero el dibujo y la palabra profesional siguen siendo el mayor aguijón (de hecho, la primera revista satírica argentina, lanzada en 1863, se llamó El Mosquito), y el que más ardor produce en las zonas de confortabilidad de las sociedades.
El humor es una de las herramientas culturales más subversivas que existen. Por eso la sátira periodística es insustituible a la hora de crear controversias desafiando el sistema. Y es también el mejor consuelo: reír para no llorar. En el caso específico de Charlie Hebdo, el asesinato de gran parte de su redacción el 7 de enero de este año por fundamentalistas de la rama yemení de Al Qaeda “como venganza por el honor” (sic) del profeta Mahoma, fundador del Islam, nos retrotrae el medioevo. Por entonces, en Occidente, más aun en Italia por el Vaticano, la crítica antisistema era la crítica anticlerical. El catolicismo evolucionó aceptando la mirada antidogmática del otro y dejó atrás las acusaciones de herejía e instituciones como la Inquisición. Fue la persistencia en la rebeldía a ese dogmatismo lo que permitió esta evolución. Ojalá que la sangre derramada en la redacción de Charlie Hebdo, como la de los periodistas que murieron y todavía mueren en el mundo desafiando cualquier forma de censura, escandalice a la sociedad, la avergüence y le permita evolucionar.