“Y bueno, algún defecto tengo que tener”, dice apagando el último de los varios cigarrillos que fumará. Sobre las paredes de su despacho de la Legislatura, en medio del aire viciado por el humo, reposan cinco cuadros donde se lo ve con el papa Francisco. A Gustavo Vera, el legislador porteño que comenzó su campaña contra el trabajo esclavo –primero desde las emergentes asambleas barriales de 2001 y luego a través de La Alameda, la ONG con la que denunció a marcas importantes por tener talleres clandestinos–, se le ilumina la cara cuando se le pregunta quién es el Papa para él. “Un amigo”, dice con mirada cansada, al terminar una agitada sesión en la Legislatura porteña.
“Nueve años ya –rememora solo–. Alguna vez un periodista se preguntó qué tenía que ver La Alameda, que viene de una asamblea barrial con orígenes de izquierda, con un sacerdote como Bergoglio. En el submundo, decía, está la respuesta. Donde no hay Estado, donde la gente está sometida al descarte absoluto, donde hay aún cultura de la esclavitud, ahí nos encontramos con Jorge”.
Vera cuenta que viaja cada cuatro meses a verlo al Vaticano, y que se manda mails o habla por teléfono más de una vez a la semana.
—¿Cómo se financian esos viajes?
—A veces me invita el Vaticano. Otras, la Legislatura tiene un fondo donde te pagan el viaje y te dan el viático. La mayoría lo devuelvo porque duermo en Santa Marta; almuerzo y ceno con Francisco y no gasto nada.
—¿Es cierto que dona su sueldo como legislador?
—Sí, está en las actas. Entre 31 y 32 mil pesos…
—¿De qué vive entonces?
—Con el salario de un director de escuela. Soy maestro de grado, pero propuse en la Legislatura que todos los legisladores ganen ese equivalente. Son 27 mil pesos aproximadamente. Después ayudo mucho a mi vieja y alquilo. Ya me investigaron Stiuso y Posino, no encontraron nada, estoy tranquilo (risas).
—¿Se imaginó alguna vez que con sus denuncias de trata y trabajo esclavo podía poner en el ojo de la tormenta a grandes marcas, incluso, a Awada y Cheeky, cercanos en este momento con la primera dama?
—No, pensamos lo que los medios de comunicación nos habían enseñado, que los talleres clandestinos eran una cuestión marginal de La Salada, la ropa trucha, y nunca supimos que se estaba reconstruyendo el sistema de la indumentaria luego de la crisis de 2001 con las principales marcas y en base a la trata y la explotación. Un ejemplo: la segunda causa que tomamos fue cuando un obrero que se había escapado de un taller de la calle Tilcara, en Pompeya. El hombre trabajaba para Graciela Naum, en la época que ella era la diseñadora de Máxima Zorreguieta.
—Ahora, teniendo la cercanía del Gobierno, piensa que la familia Awada tiene “vía libre” para trabajar de la forma que se le ocurra?
—(Hace un silencio.) En Capital no tanto, pero en la provincia (de Buenos Aires) tal vez sí. Obviamente deben estar tomando todos los recaudos.
—Varios de sus detractores afirman que sus denuncias quedan en la nada o no llegan a una sentencia firme. ¿Qué pasó con la causa de Cheeky? ¿Se pudo determinar que había talleres con trabajo esclavo?
—La denuncia contra Cheeky la tuvo Montenegro. Nosotros no éramos querellantes porque no nos daban la personería jurídica de la fundación. Hicimos la denuncia en 2007 pero recién con la personería en 2010 pudimos querellar. En 2007, Montenegro siendo juez federal, y aún sin ser ministro de Macri, quien ya había ganado, sobreseyó a Cheeky entre gallos y medianoche, no hubo apelación y la causa quedó en el tacho de basura. De todas formas, siempre me pregunto por qué nunca los periodistas le hacen la pregunta inversa a Awada: que muestren dónde están sus fábricas en blanco.
Defensor. Esta semana trascendió la carta que Francisco le escribió a la ONG Scholas, donde le pedía que no acepte el dinero que el Gobierno tenía pensado donar (16 millones de pesos), y que indirectamente eran para el Papa. “Tengo miedo que resbalen hacia la corrupción”, dijo Francisco. “Yo conocía el contenido de esa carta –dice Vera–. Es cierto que Francisco le pidió ayuda pero no dinero. Segundo, le pareció un monto alto. Entonces llamó a los directores de la ONG a tener más prudencia. Molestó mucho la nota que salió en La Nación donde Francisco se entera por el diario del monto por, además, el significado político que se le pretendía dar acá, que era de distensión.
—Es evidente que la relación no es excelente entre Macri y el Papa. ¿Esta fisura existe o son los medios los que ponen de manifiesto cierta “grieta”?
—Muchos periodistas instalaron que Francisco ha recibido a más kirchneristas que a macristas, y esto no es cierto. Si hacés una lista, desde 2013 hasta ahora, no hay preferencias. La relación del Papa con el Gobierno no es de tensión ni de distensión, sino de preocupación. Y la preocupación es que Gobierno y oposición no construyan desde el diálogo.
—¿Hay algo en lo que sienta que el Papa se equivoca y usted supo darle un consejo a tiempo?
—Las cosas que le critiqué, humildemente, creo que alguna atención me prestó. El está en mil temas a la vez. Una vez le expliqué que la mayoría de los gestos que él hace repercuten distinto en Argentina. El siempre habla a nivel mundial y a veces no entiende cómo hay interpretaciones tan paranoicas y rebuscadas de cosas que él ni siquiera dijo para la Argentina.
—Se dice que es Papa peronista y eso no se condice con el Gobierno. ¿Usted qué cree?
—Si vos leés el proyecto nacional o el discurso de Perón del 1º de mayo del 74, tiene una cantidad de coincidencias con la doctrina social de la Iglesia. Que yo sepa la Iglesia nació antes que el peronismo. Depende siempre desde dónde lo mires: visto desde la Argentina parece peronista. Visto desde Europa, podría ser marxista. Pero en realidad es jesuita y franciscano.