En Zurich, en 1916, Hugo Ball y Emmy Hennings fundaron el Cabaret Voltaire donde, con el activismo de varios artistas, empezaron a confluir vanguardias que incluso le dieron forma a un movimiento nuevo, el dadaísmo. Si bien sería poco preciso decir que allí se fundó la tendencia, sí fue donde por primera vez se leyó públicamente el Manifiesto Dadaísta. Esa pulsión por escuchar voces artísticas, filosóficas y políticas se convirtió rápidamente en un símbolo.
Varias décadas después, dos jóvenes decidieron, en el océano de referencias posibles, ubicarse allí para nombrar un programa de stream. Se trata de Tomás Trapé y Mauricio Vera, que desde Brindis TV, en Rosario, apelan al espíritu y el sentido de la época, entendiéndolo amplio y complejo. La estructura parece saludable: un primer cuarto de exposición sobre las lecturas semanales, algunas veces puesta en diálogo con algún tema de coyuntura y luego una conversación sin apuros ni ataduras con alguna persona que sepa sobre el tema que se quiere abordar. El resultado es un par de horas de reflexión, atravesadas por el arte de la conversación, conducidas por dos muchachos con vocación de comunicación y un equipo a la altura de las circunstancias.
PERFIL conversó con Mauricio Vera, uno de los creadores.
—¿Cómo surgió “Cabaret Voltaire”?
—El programa empezó en 2023 a partir de una oferta que le hacen desde Brindis TV a Tomás. Con él nos conocíamos desde hacía unos diez años y, de acuerdo al ciento por ciento o no en cada tema, compartíamos reflexiones. De hecho, él me insistió en que abriera Twitter, que tiene mucho que ver con nuestro inicio.
—¿Por qué?
—Porque entré a Cabaret Voltaire a partir de Twitter, la única red verdaderamente social, porque te permite puentear e interactuar con personas con quienes sin cierto capital social no podrías. Además, en vez de encapsularte en tu grupo de amigos previos a que entres a la red, favorece que te relaciones con gente de afuera de tu circuito. Durante la pandemia, habilitaron una función que se llama Spaces, una especie de videollamada pública, donde vos podés meterte a escuchar a otros hablar entre sí, casi como en una radio. Un anfitrión abre el Space y, en calidad de administrador, habilita la palabra a otros.
—Podría decirse que no responde a la idea que se tiene de X (ex-Twitter).
—Es que un contexto donde estábamos encerrados funcionó perfecto y generaba una forma distinta de tratarse que creo que era novedosa para el Twitter de ese momento (cuando Elon Musk aún no lo había comprado). Los niveles de agresión por los que la red es famosa aminoraban muchísimo, y era posible la cordialidad incluso con gente de sectores políticos diferentes. Una especie de remedo de “antigrieta”.
—Una dinámica a contramano de la brevedad que presuntamente exigen las redes.
—Con Tomás vimos toda esa dinámica y empezamos a armar nuestros propios Spaces, cuando hubiera temas de agenda que lo ameritaran. Si mal no recuerdo, llegó a haber mil personas conectadas escuchando cuando fue la renuncia de (Martín) Guzmán (en 2022). La lectura era un poco que era mentira que lo único que vendía era contenido express para consumir en un minuto y pasar a otra cosa; todavía cabía algún lugar para la conversación larga y sin artificios para retener la atención más que el propio peso específico de los temas.
—¿Cómo se preparan para hablar los distintos temas que tocan en “Cabaret Voltaire”?
—Depende del invitado, pero generalmente trato de tener leída la obra de quien venga, o vistas las entrevistas, o escuchados los podcasts. Lo importante es llegar a la entrevista, o bien con preguntas genuinas sobre cosas que no entiendo, o bien con temas de los que me interesaría que hable el invitado. No siempre la pregunta parte de la curiosidad real, muchas veces sé cuál es la visión del invitado respecto a una temática, pero lo sé porque leí su libro, y mi idea en Cabaret Voltaire es, entre otras cosas, darles lugar a visiones o planteos que favorezcan la conversación. Por ejemplo, si le pregunto a (Juan) Grabois si los mapuches son argentinos, no es porque yo sea un kamikaze, sino precisamente para dar lugar al invitado a que exponga su visión al respecto. La pregunta habilita el tema.
—¿Notás alguna diferencia con el streaming porteño?
—Si hablamos en términos de resultado final, no. El programa es distinto en cuanto su contenido, y su forma es distinguible de las de los demás, pero creo que en un escenario ideal bien podría hacerse en cualquier otro punto de Argentina. Sí hay un diferencial grande logístico, que tiene que ver con que la mayoría de los especialistas o referentes de cada campo viven en la Capital Federal. La limitante espacial se siente; no es lo mismo tener que resolver dos colectivos y una noche de hotel un domingo, que un taxi ida y vuelta a Palermo.
—¿Y tiene alguna ventaja para “Cabaret Voltaire” estar en Rosario?
—Podría decirse que funge de territorio neutral. Algunos streams del AMBA a veces tienen veinte espectadores y responden a organizaciones políticas o a intereses específicos, por lo que ir a uno u otro se puede leer en esos términos. Rosario es una especie de zona franca para la política porteña, y Cabaret Voltaire habilita otra forma de tratarse y de tratar los temas.
—Armaron una muy linda comunidad, creciente. ¿Qué rol sentís que juegan en la identidad del proyecto? Se podría pensar en términos políticos, también.
—Se podría pensar incluso en términos artísticos. Los flyers hoy día los hace Ignacio, un muchacho que conocimos a partir de hacer el programa y que diseña; los trailers en 3D que hemos largado los hace Chonk3D.
—Los programas logran enmarcarse en la coyuntura y al mismo tiempo se desmarcan, entendiendo que hay conversaciones más trascendentes. ¿Cómo sentís que se recibe ese tipo de decisiones?
—Precisamente, hay conversaciones trascendentes para tener, de las que quizás habría que hablar siempre o habría que por lo menos tener presentes antes de abordar cuestiones más del inmediatismo. Creo que la época exige un retorno a los grandes relatos, a la sensación de que las cosas que pasan son importantes y están enmarcadas en una historia más grande que la del lugar específico en el que uno vive.
—En varios programas han mirado para otras partes del mundo.
—Algunos de los programas que mejor funcionaron en Cabaret Voltaire fueron los que tocaban la geopolítica, que no es ni más ni menos que el análisis sobre el lugar que en el mundo tiene que ocupar nuestro país y la nación que contiene. Creo que, para los politizados, agota ver que lo único que se discute son lugares en una lista o reparto de cajas. Uno se politiza porque tiene la intuición de que puede lograr un mundo o una nación mejor, y se pierde de vista el lugar que ocupa ese ideal cuando de lo único que se trata la discusión política argentina es sobre qué dirigentes se llevan bien o mal.