PROTAGONISTAS
Jorge lanata

“Si no contaba que soy adoptado no me iba a sentir cómodo con el libro”

El lunes el periodista publica 56. Cuarenta años de periodismo y algo de vida personal. Allí revela en un tono trágico cómo se enteró. “Uno elige dónde contar”, le dice a PERFIL.

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Mamá. María Angélica Alvarez había perdido un embarazo y se refugió en Mar del Plata con su marido, donde a través de una partera consiguió la adopción del hoy conductor. | cedoc

Son las 8.40 de la mañana de miércoles 24, al día siguiente que confesara que era adoptado. En la puerta de Radio Mitre hay un camarógrafo y un movilero de El Trece haciendo guardia. Apenas unos minutos pasados de la hora indicada llega él: de saco morado, camisa celeste y sombrero, un accesorio que adoptó hace poco. Bajo el brazo derecho trae dos ejemplares de 56, lo prometido. Pero apenas ve el panorama la sonrisa que tenía comienza a desdibujársele. No le gustó la presencia de periodistas sin previo aviso. Y se los hace saber: “No me vengan a ver sin avisarme, ¿con quién arreglaron? No voy a hablar”. Algo que dijo y mantuvo. “Lo que tenía que contar está en el libro y es eso”, sentencia Lanata minutos más tarde a PERFIL ya en una de las salas de la radio, con café y una improvisada y divertida charla sobre Ho’oponopono de por medio.

La duda cae naturalmente: ¿por qué abrir el juego en las primeras páginas de un libro que nace con la pretensión de contar cuarenta años de historia profesional?. La respuesta, tan simple como escueta: “No podía arrancar sin contar lo que me estaba pasando en la cabeza en ese momento. Si algo me pasa y en ese momento estoy escribiendo, tengo que contarlo. Si no escribía esto, que es lo que me pasó este último año, no podía escribir cómodo. Soy adoptado, acabo de enterarme y desde entonces en mi cabeza no hay verdad para otra cosa. Pero uno elige dónde, cuándo y qué contar”, dice a PERFIL. 

Las respuestas a esas “W” (como se conoce en periodismo al dónde, el cuándo y el qué, haciendo referencia a su traducción en inglés) están, en parte, en 56, cuarenta años de periodismo y algo de vida personal, que sale a la venta el lunes. Allí, el periodista –que sólo dará dos notas acerca del libro– relata lo que, según dijo, “es todo lo que sé. Soy adoptado. Lo sé desde hace pocos meses. Tenía 55 años cuando me enteré. Toda mi vida pensé que mi vínculo –¿mi necesidad?– con el periodismo tenía que ver con una enfermedad de mi madre, víctima de un tumor cerebral que lesionó su centro del habla: ella no podía hablar. Mamá no podía responder, yo preguntaba... Ahora sé que ella no era ella, o sí lo era pero de otro modo, y que mis preguntas intuían un secreto que busqué sin proponérmelo, casi toda mi vida. Si ‘ellos’ no eran ellos, yo ¿era yo? La pregunta es idiota. Lo primero que pensé cuando lo supe es que las largas manos de pianista de Bárbara, mi hija mayor, no venían de las manos de mi mamá. Hasta este momento, en que lo saben miles, cinco o seis personas supieron mi condición: Sara, Bárbara, Margarita [jefa de redacción de Crítica], Andrea [su ex mujer y madre de Bárbara], Martín y Patricio [abogado y socio en Crítica]. Releo estas líneas y es evidente un tono trágico que no me empeño en darles: ese tono esta noche vive en mí. No sé cómo podría ser para ustedes descubrir, en plena madurez, que muchas de sus respuestas se convierten en preguntas: la mayoría de ustedes saben de dónde vienen; yo me pregunto, ahora, cómo hubiera sido lo que no fue”. Así de íntimo comienza el libro en el que aclara que lo único que sabe de su madre biológica es que era una chica rica del interior y soltera. No obstante, y pese a que se siente “nacido nuevo de preguntas”, no insiste en una búsqueda, ya que infiere que “la mayoría deben estar muertos”.

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Reescribir. Según relata en la página 11 de su libro, fue su prima Liliana, de Mendoza, quien le cambió la historia con un llamado a pocos meses de que Jorge y su ex pareja y madre de su hija Lola, Sara Stewart Brown, se realizaran un trasplante cruzado de riñón. Liliana fue al departamento de la calle Libertador en el que aún Sara y el conductor vivían y repitió lo que le había dicho por teléfono primero a ella, pero esta vez frente a él: ella era chica y había escuchado de casualidad a su papá hablar de la adopción del periodista por teléfono. Eso fue todo, Liliana no sabía más que eso. Pero lo sabía, y con el fantasma de la muerte pululando en el aire tras la operación del conductor, no decirlo seguramente se hubiera transformado en una carga. Y, según cuenta en su libro, tampoco quedaban familiares que pudieran saber mucho más.

Salvo una tía, que fue la que aportó apenas un dato. María Angélica, su madre, había perdido un embarazo de mellizos, y tras esa pérdida contactó a una partera de Mar del Plata. “Mamá venía fingiendo un embarazo y pasó una temporada en Mar del Plata hasta que volvió conmigo”, escribió Jorge, quien entiende que su fecha de nacimiento –12 de septiembre de 1960–, algo más que definitorio en la identidad de una persona, es la cierta. Fecha que lo ubica en su año, 56, con cuarenta años de periodismo y “algo de vida personal”.