16 de marzo – El sombrero de Johnson
Casi no aparece la peste en las novelas de caballerías, dice Vargas Llosa. Los héroes vencen ejércitos, pero no se enfrentan a lo inasible, a la muerte oscura. Casi nadie habla de muertos: ni Pedro Sánchez, ni Emmanuel Macron; ni siquiera Angela Merkel que prevé un contagio que afecte, en el pico de la pandemia, a un 70% de los alemanes. Boris Johnson, actuando una vez más fuera de la caja, sí lo hace: pide a los británicos que se preparen para la muerte de sus seres queridos.
Mientras Europa se encierra con una cuarentena extrema, el Reino Unido prefiere relajarse a la espera de una segunda ola en la crisis del coronavirus. La estrategia de Johnson es esperar a que el pico de contagios se produzca en el verano boreal, cuando el sistema de salud público pueda afrontar el problema y no ahora.
Su plan, en realidad, intenta proteger la economía a mayor gloria de los sobrevivientes. Chris Whitty, el asesor médico del Reino Unido, asegura en el Financial Times que el 80% de los 66 millones de británicos se infectarán y que con una tasa de mortalidad del 1%, el número de muertes podría se de medio millón, el doble de la tasa anual de decesos. El director de la revista científica The Lancet, ha dicho que «el Gobierno juega a la ruleta rusa con la población». Johnson, ilustrativo, indica que tienen que «aplastar el sombrero», haciendo referencia al cono que forma la curva ascendente del contagio. Ese pico hay que reducirlo, achatarlo, en verano. Pero, como en El Principito, se trata de una boa y no de un sombrero.
En tanto, los chalecos amarillos franceses insisten en ocupar las calles y, aunque parezca un despropósito, compiten con el dislate del Gobierno francés que no ha suspendido las elecciones municipales de ayer (4.500 contagios y 91 muertos en el momento de la votación); en España, ya hablan de triaje («Si no hay camas en la UCI no se la das al más grave, sino a quien tiene más posibilidad de sobrevivir», dice a El País un médico en Madrid). Desaparecen las mascarillas, el gel de manos, el jabón de tocador y los rollos de papel higiénico.
Se dice que el misterio del papel higiénico es por su uso alternativo como pañuelos o, curioso, por su tamaño: el espacio que ocupan en los supermercados, a medida que desaparecen, se lee el vacío como un síntoma de posible desabastecimiento. Y, además, como un paliativo más para la incapacidad de construir un sentido ante lo que estamos viviendo. Tampoco sirve, en este caso, el dibujo en el que el Principito reconoció a un cordero. Después de varios intentos fallidos, al fin lo vio cuando se le dibujó una caja. El cordero estaba dentro. El virus no se sabe dónde.