SOCIEDAD

Cómo es la travesía glaciar en la que murió el andinista mexicano

Un periodista hizo la misma aventura con uno de los guías que aún no fueron rescatados. Fotos.

Cómo es la travesía glaciar que mató al andinista mexicano.
| Leo Rodríguez

Cruzar parte del Campo de hielo Patagónico Sur es una gran aventura, un desafío enorme o simplemente una locura. Depende, justamente, de quién lo diga. Recuerdo que antes de viajar, mis amigos me preguntaban: ¿qué sentido tiene semejante esfuerzo? ¿Qué necesidad de estar viviendo una docena de días arriba de un cubito gigante? ¿Para qué arriesgar la vida? Ellos pensaba que era inútil, que no tenía sentido. Entonces, sin más, a cada uno le dije lo mismo: “A la vuelta te cuento”. Es que la respuesta a cada cuestionamiento está allí mismo, en el seno del maravilloso valle glaciar.

Aquel viaje, la travesía larga, como lo llaman los guías locales, lo realicé con Merlín Lipshitz, el mismo protagonista que por estas horas aguarda ser rescatado. Merlín es un excelente profesional, guía de alta montaña bilingüe con licencia internacional, instructor de esquí de alto nivel, un apasionado de su actividad y una gran persona. Ha escalado el monte Fitz Roy en dos oportunidades, el Alpamayo (Andes peruanos), el Mont Blanc (Alpes) y el Aconcagua, subió al Campo de Hielo una veintena de veces y por primera vez con nuestro grupo. En 2006, concretó el difícil recorrido Glaciar Marconi – Estancia Cristina, donde en esta oportunidad quedaron a mitad de camino.

El viaje comienza en El Chaltén y finaliza en El Calafate. Aunque en sentido estricto, la caminata se inicia en el valle del río Eléctrico, a 15 kilómetros de El Chaltén, por el camino que conduce a Lago del Desierto, y concluye en la estancia Cristina, al norte del lago Argentino, donde se toma la embarcación para llegar a El Calafate. En medio, once días y 130 kilómetros de bosque, piedra y principalmente hielo. Una mochila que pesa más de 30 kilogramos, zapatillas, botas rígidas, esquís y grampones. Ampollas en los pies. Inodoro de hielo. Resurgimiento de viejas lesiones. Mucha sed y más sudor.

En las primeras dos jornadas, se lleva todo el peso en la espalda; primero un trekking por el bosque, que se complica hacia el final por la enormes piedras que hay que atravesar, luego el ascenso por el glaciar Marconi, durísimo, hasta llegar al Campo de Hielo, unos 700 metros de desnivel en muy corta distancia. Campamento mediante, la tercera jornada le abre paso a la nueva forma de movilidad: esquí de travesía. Así, nos deslizamos por el hielo durante una semana, arrastrando la mochila en un trineo. Los últimos dos días, la tenebrosa bajada entre grietas de hielo y piedras lisas con cornisas incluidas, fiel testimonio del retroceso del glaciar Upsala, corona el recorrido.

Leo las noticias y pienso en cómo Merlín y su colega Damián deben estar sobrellevando la situación, después del fallecimiento del turista mexicano. Cuán dura habrá sido la tormenta con que se toparon, como para destrozar uno de esos campamentos que arma Merlín, con todas las previsiones que el guía más especializado pueda tomar.

Estos caprichos de la naturaleza son moneda corriente en el Campo de Hielo Patagónico, donde ráfagas de 150 km/h aparecen sin aviso. Y cada persona que sube por el Glaciar Marconi en busca del derrotero marcado por Cinco Glaciares, los nunataks Witte y Viedma, el Cambio de Pendiente y los refugios de Fuerza Aérea, Pascale y Upsala, lo sabe.

La zona de los nunataks, cuando la expedición se cuela por las entrañas del hielo, donde quedó atrapado el grupo, es como un punto sin retorno, por la dificultad del terreno y por la distancia entre el inicio y el final.

Nuestro viaje en noviembre de 2006 se convirtió en una de las anécdotas más maravillosas que pueda contar. Pero ese mismo trazo hoy acuna una tragedia. Es que justamente, la anécdota y la tragedia, en este difícil marco natural, están separadas por una línea tan delgada que a veces no se deja ver hasta que se cruza.

(*) Periodista, especial para Perfil.com