Damián Borrajo es un cordobés de 37 años, artista plástico y dueño de una casa de disfraces, que ganó popularidad por una insólita creación: la máscara de Mickey Mouse, el icónico personaje de Disney, "más fea del mundo". Si bien uno puede creer que esto le significó un fracaso, ahora ya perfeccionada, la vende a todo el mundo.
Todo comenzó hace una década cuando un cliente le encargó un Mickey. Ahí fue que hizo su primera máscara gigante, a la cual él mismo describió como “el ratón más feo del mundo". Tiempo después mejoró su técnica y hasta el momento comercializó cerca de 2000 alrededor del mundo, a un precio promedio de 1500 dólares.
Borrajo, que estudió arquitectura y tecnicatura en prótesis dentales, e hizo un curso en la primera escuela de efectos especiales del país, comenzó desde muy chico a coser para ayudar a su madre a hacer disfraces para el local que poseen en el barrio Maipú. Después de su creación, y los conocimientos que adquirió, la cosa cambió. En una entrevista con la periodista Gabriela Origlia del diario La Nación, el hombre contó que tenía claro como manejar los materiales pero se le dificultaba darle la forma. Fue entonces cuando halló un programa con el que transformó sus manos "en una máquina 3D; uno mismo saca el artista que tiene adentro".
Desde ese momento volvió a intentar con la máscara -que mide 46 centímetros y tiene una demora de una semana para fabricarse- la publicó en el sitio de ventas Ebay y comenzaron a llegarle los encargos. "Vendemos a todo el mundo; tenemos lista de espera. Hasta le debo entregas a mi mamá", agregó al mencionado medio.
El gran salto. Borrajo se sorprendió cuando hace unos años, uno de los pedidos que recibió vino de nada menos que del director de Personajes del parque Disney, ubicado en Orlando. "Me explicó que incluso en su cargo no podía sacar los disfraces y que quería varios personajes para una fiesta de cumpleaños de un integrante del equipo del film Mary Poppins", recordó. Y así fue como el cordobés llegó a la tierra del ratón más famoso del mundo.
"Me empezó a indicar técnicas; me mostró las fábricas y me entregó un certificado que indica que yo no uso la marca Disney y que si alguien quiere tenerla debe ponerse en contacto con quienes la tienen para Latinoamérica y la Argentina", aseguró.
En ese sentido, el hombre, que sigue al frente de la casa de disfraces familiar completó: "Cuando mi mamá me ve se le llenan los ojos de lágrimas". Entre los talleres que también brinda, relata algunas de sus vivencias como emprendedor. Por esto, concluye: "Es mucho esfuerzo y se trata de aprender del error; me pasaron muchas cosas antes de aprender a exportar más fácilmente; me estafaron en compras y hasta me robaron una máscara, pero uno va aprendiendo, se va forjando".
F.D.S./FeL