SOCIEDAD
Balance 2006

Cuando Paco dejó de ser un sobrenombre

La veloz mutación de la Argentina de lugar de tránsito y consumo VIP de alucinógenos a zona de producción VIP y consumo de desechos señala el desafío político más importante de los años que vienen: evitar que el país se convierta en el mero territorio en disputa entre mafias de narcotraficantes, proceso cuyos prolegómenos se han observado ya en los enfrentamientos por el control de la frontera salteña con Bolivia y la narcoguerra que se disputa en las villas 1-11-14 y en sus barrios vecinos de la zona capitalina del Bajo Flores.

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El 2006 argentino ha presentado una variedad de actos criminales que dejaría a Dashiel Hammett, maestro de la novela negra, reducido a las dimensiones de aprendiz. El año policial comenzó la misma noche de Año Nuevo con el homicidio de Luis Mitre, hermano del director de La Nación, en un crimen con fuertes ribetes de homosexualidad y marginalidad.

Siguió enseguida con el asalto boquetero al Banco Río de Acassuso, el más grande robo bancario de la historia nacional después del BID, el corralón y la pesificación asimétrica. Prosiguió durante el verano con el crimen de Ariel Malvino en Ferrugem, donde los globalmente competitivos chicos VIP argentinos fueron capaces de exportar su violencia e impunidad hasta Brasil, líder mundial del rubro. Tuvo en el caso de Matías Bragañolo, muerto en Palermo Chico a manos de una patota juvenil, un rebrote de la polémica sobre la inseguridad, con la consabida y alucinante discusión sobre si es necesario disminuir las desigualdades sociales o encarcelar a los delincuentes, tan fácil de salvar colocando una “y” en el lugar donde los polemistas gustan poner una “o”.

Alcanzó un cenit postrero con el hipermediático asesinato de Nora Dalmasso, del que ya nada nuevo puede decirse excepto ¡basta!, y terminó (¿terminó?) con la liberación del secuestrado Hernán Iannone.

A este espantoso grand guignol, que los medios exaltaron convenientemente, no le faltó siquiera el toque picaresco: el robo de la cartera de la hija del hombre más poderoso del planeta a manos de un descuidista de San Telmo. Mientras tanto, sus hiperprofesionales custodios “dormían”.

Lejos de lo risueño, ciertos elementos –algunos novedosos y otros repetidos en escala mucho más grave que la anterior– parecen sugerir un agravamiento de la situación que excede el aspecto cuantitativo y refleja un paso adelante en la escalada de crueldad criminal que ha convertido a la seguridad en el primer reclamo que los argentinos hacen al Estado democrático, por encima de cuestiones “secundarias” como la desocupación o los salarios.

En primer lugar, el repetirse de las puebladas de justicia por mano propia (del que la quema de La Casona de Lanús, donde Martín Castellucci murió por los golpes de un patovica, y los ataques a los ranchos de violadores en las villas fueron episodios emblemáticos) marcan el agravarse de la percepción de impunidad para los criminales doblemente sentido en los estratos sociales más carenciados.

En segundo lugar, la extensión de ataques y violaciones en la red del subte de la Ciudad de Buenos Aires demuestra que sitios anteriormente seguros han dejado de serlo.

En tercer lugar, la sainetesca tentativa de mexicaneada del rescate de Iannone, con la familia complicada en el encubrimiento, denuncia a una Policía que no parece querer dejar de ser maldita y unas castas políticas locales que lo siguen permitiendo.

Cuarto, la generalización de las agresiones a ancianos muestran una violencia aún más repugnante que la habitual, dada la alevosa indefensión de las víctimas.

Por fin, fuera del marco estrictamente policial, la desaparición del testigo Julio López constituye un hecho de gravedad política inédita, casi impensable hasta hace pocos meses.

Pero el acontecimiento decisivo es otro. En efecto, la conversión del “paco” en artículo de consumo masivo se ha convertido en un fenómeno de impacto inconmensurable, que marca el rumbo hacia un abismo social y transforma los crímenes de la sección Policiales en mero vodevil.

Así las cosas, la veloz mutación de la Argentina de lugar de tránsito y consumo VIP de alucinógenos a zona de producción VIP y consumo de desechos señala el desafío político más importante de los años que vienen: evitar que el país se convierta en el mero territorio en disputa entre mafias de narcotraficantes, proceso cuyos prolegómenos se han observado ya en los enfrentamientos por el control de la frontera salteña con Bolivia y la narcoguerra que se disputa en las villas 1-11-14 y en sus barrios vecinos de la zona capitalina del Bajo Flores.

¿Exageración? Cierro esta nota reproduciendo algunas de las frases del jefe del Primer Comando de San Pablo, Marcos Camacho (a) Marcola, según la entrevista realizada en mayo por O Globo después de que su banda convirtió por semanas la ciudad más rica de Latinoamérica en una nueva versión de Bagdad.

Sostuvo Marcola: “Soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas, cuando era fácil resolver el problema de la miseria. ¿Qué hicieron? Nada. Ahora somos ricos gracias a las multinacionales de la droga, y ustedes se están muriendo de miedo. No hay solución, hermano. La propia idea de ‘solución’ es un error. ¿Ya vio el tamaño de las 560 villas miseria de Río? ¿Anduvo en helicóptero sobre la periferia de San Pablo? ¿Solución, cómo? Ustedes son los que tienen miedo de morir, yo no. La muerte para nosotros es la comida diaria. No hay más proletarios y explotadores. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un Alien escondido en los riñones de la ciudad. Mis comandados son una mutación de la especie social. Son hongos de un gran error sucio. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida. Sólo la mierda. Y nosotros trabajamos dentro de ella. Entiéndame, hermano, no hay solución”.

Tome nota quien deba tomarla antes de que aparezca el Marcola argentino.