Ya sea por marketing, desarrollos inmobiliarios, planificación urbana o, simplemente, un uso que se origina y se instala a través de los mismos vecinos, los 48 barrios porteños han ido convirtiéndose, de a poco, en otros: así, más allá de las mil y una categorías en las que se subdividió Palermo –y que aún siguen dando frutos, según nuevos emprendimientos que los redimensionan–, las últimas incorporaciones al mapa porteño incluyen una reversión de una nomenclatura neoyorquina en Donado y Holmberg, que se transformó en DoHo; los tradicionales Montserrat y San Nicolás, que ahora son el Casco Histórico; una zona amplia de límites difusos –Chacagiales/Chacalermo– y la zona de Núñez donde está el Tiro Federal se convirtió en el futuro Parque de la Innovación. Para los desarrolladores, esto incentiva la venta y pone en valor el metro cuadrado, además de atraer turistas y visitantes.
Modelos. Entre los cambios de nomenclatura barrial que se impulsaron desde el Ejecutivo, aparece el caso del corredor Donado-Holmberg (Do-Ho), que abarca catorce manzanas entre las calles Donado y Holmberg, desde la avenida Congreso hasta Carbajal. Una zona en el límite de Villa Urquiza, Villa Ortúzar y Belgrano C que años anteriores se caracterizó por presentar un escenario de casas semiderruidas, producto de las expropiaciones y demoliciones efectuadas a raíz de la construcción de la ex AU 3 (que finalmente no se concretó) y que iba a unir la avenida General Paz con el Puente Alsina. Además de revertir la situación habitacional de quienes vivían allí, tiene un tipo de arquitectura que aprovecha el espacio público en forma diferente a los barrios vecinos.
“La Ciudad se va transformando y no solo cambia su fisonomía barrial sino que también adopta nuevas denominaciones. En este caso, se trata de zonas dentro de barrios consolidados que, en algunos casos, tienen preeminencia por sobre el verdadero nombre del barrio”, aseguró Lorenzo Raggio, de la inmobiliaria Interwin. “Con el tiempo, estos nombres no solo se arraigan, sino que los vecinos los adoptan como tales”, agregó.
Donde además de vivir se pueda trabajar y disfrutar del espacio público
El caso de Chacalermo/Chacagiales apunta a una zona delimitada por las avenidas Córdoba, Dorrego y Corrientes y, según explicaron desde el sector inmobiliario, “se busca estirar” un poco más los límites de Palermo Viejo tanto en Chacarita como en Colegiales, y ofrecer allí nuevas tierras para futuros emprendimientos inmobiliarios o ganar más en la cotización del m2”.
Palermo Crespo, en tanto, es el nombre de un proyecto en Gurruchaga al 1100, y ya algunos vecinos identifican como tal las manzanas linderas al proyecto. “Para nosotros, esa zona conjuga lo mejor de Palermo como de Villa Crespo, de ahí su nombre”, afirmó Daniel Majlis, responsable de la propuesta.
Sin embargo, para algunos referentes del sector estas iniciativas pueden jugar en contra de los barrios. “Son típicas cuestiones de marketing”, aseguró José Rozados, de Reporte Inmobiliario. En sintonía, Diego Migliorisi afirmó: “Villa Crespo es un barrio con características propias al que no hace falta agregarle nada”.
San Telmo y Montserrat tampoco escapan a esta nueva tendencia: en los últimos años, la zona que va desde la Plaza de Mayo hasta México, y parte de Avenida de Mayo hasta la 9 de Julio pasó a denominarse Casco Histórico. Una idea que no solo apunta a proteger el patrimonio arquitectónico de la zona más antigua de Buenos Aires, sino también a impulsar el derrotero turístico por el lugar. En plena zona de Núñez, por su parte, la instalación del futuro Parque de la Innovación también apunta a modificar el nombre de la zona donde estaba el tradicional club Tiro Federal. En esas tierras, habrá viviendas, instituciones y compañías públicas y privadas destinadas a la innovación, la enseñanza y la investigación científica.
Con estas nuevas reglas, apuntamos a que los vecinos no tengan que realizar largos trayectos para ir a sus trabajos.
El código urbanístico que limita las torres. El jueves 6, la Legislatura porteña aprobó, en primera instancia, una de las iniciativas más esperadas por el ejecutivo: el nuevo Código de Edificación y Urbanístico. Si bien falta una segunda lectura y audiencia pública, si se aprueba, entraría en vigencia antes de fin de año. Uno de los puntos más cuestionados por el arco opositor es el referido a las alturas permitidas por la nueva normativa. En este sentido, solo en Puerto Madero, Catalinas I y II, y el futuro Parque de la Innovación se podrán erigir torres con alturas superiores a los 12 pisos (38 metros).
Consultados al respecto, desde el Ejecutivo porteño afirmaron que, con la implementación de estas normativas, “la construcción en la Ciudad será más previsible, con alturas uniformes, tal como ocurre en la Diagonal Sur (Julio A. Roca), donde las construcciones, además, no tienen espacios libres entre las medianeras. También, con estas nuevas reglas, apuntamos a que los vecinos no tengan que realizar largos trayectos para ir a sus trabajos. Buscamos consolidar la mixtura de usos diferentes en los barrios. Donde además de vivir se pueda trabajar y disfrutar del espacio público”.
Respecto a qué tipo de construcciones buscan alentar, desde la Ciudad adelantaron que la idea es “seguir la implementada en el Do-Ho, donde las construcciones no superan los cuatro pisos, con locales comerciales y mucho espacio verde”.
Ciudades como símbolos
Las ciudades no son lugares en el espacio sino historias en el tiempo. Más allá de las construcciones materiales, físicas, tangibles, observamos que la ciudad está constituida por signos que se reconocen a partir de las interacciones sociales. Esta perspectiva instala un discurso en el que no solo se reconocen e interpretan tales signos sino que además se producen elementos simbólicos.
Reconocemos entonces a la ciudad como un dispositivo sociocultural, con una producción de sentido asociada a la construcción del espacio urbano y a las relaciones sociales y culturales que allí se establecen, determinadas fundamentalmente por dos principios: el beneficio, en el plano material, y la diferenciación, en el plano simbólico.
Este dispositivo instala una capa simbólica que es sostenida e interpretada por los diferentes actores sociales. La lectura de esta producción discursiva devela que actuar sobre el territorio implica hacerlo también sobre el plano simbólico, sobre la producción de sentido, modificando de manera sustancial sus condiciones materiales.
*Guillermo Tella. Director Ejecutivo del Consejo de Planeamiento Estratégico CABA.