SOCIEDAD
Los casos ms tenebrosos

El método de los más famosos asesinos seriales de la Argentina

Los macabros asesinatos del Petiso Orejudo y Carlos Robledo Puch. Cómo buscaban tapar la soledad que los atormentaba.

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| CEDOC

Historias diferentes, pero similares. Cayetano Santos Rodino, o el “Petiso Orejudo”, y Carlos Robledo Puch, alias el “Angel de la Muerte”, mataron a sangre fría desde niños. Ambos necesitaron encontrar en otro la forma de tapar una soledad que los atormentaba. Ambos vivieron una niñez cargada de maltratos. Ambos quedaron en la historia policial más sangrienta de la Argentina.

Cayetano nació en Buenos Aires en 1896. Su padre era alcohólico y golpeaba a su madre con frecuencia. Desde niño, maltrataba y mataba animales, con frialdad, como si fuera un juego. A los siete años comenzó a sacar a luz sus instintos asesinos: mediante engaños, llevó a un niño de 21 meses a un sitio baldío, donde lo golpeó y lo tiró sobre un montón de espinas, cuando fue encontrado por un vigilante. 

Esa fue la metodología que utilizó desde entonces con niños a los que asesinó: seducirlos, engañarlos y llevarlos a un lugar oculto para matarlos del modo más frío y tenebroso. De los once intentos, sólo llegó a matar a cuatro chicos, porque el resto de las veces fue descubierto.

Robledo Puch, en cambio, llegó a matar a once personas en un año. Y en vez de buscar a sus víctimas sólo para matarlas, salía a cometer decenas de asaltos en los que nunca dejaba a alguien vivo. Su encanto, más bien, estuvo reservado para sus cómplices: Jorge Ibáñez primero, Héctor Somoza después, amigos fieles a los que terminó matando también.

Robledo Puch, o el “Angel de la Muerte”, nació en 1952. Era un joven rubio, flaquito, con aspecto angelical. Tanto, que costó creer que podía haber sido capaz de cometer los crímenes que lo convirtieron en el mayor asesino serial del país. Era un joven inteligente y seductor, aunque se sabía que padecía fuertes "problemas familiares".

En sus andanzas con Ibáñez, su amistad terminó en un confuso episodio que terminó con la vida de su amigo. Un día de agosto de 1972, ambos recorrían la avenida Cabildo en un Di Tella que era de su padre. Robledo Puch tuvo un descuido y se estrellaron contra otro coche. Ibañez, que viajaba en el asiento del acompañante, murió en el acto. Con una frialdad absoluta, Robledo Puch le sacó la cédula a su amigo, se bajó del coche y se retiró a pie. Algunos dudaron, luego, de que Ibáñez hubiera muerto en un tonto accidente.

Entonces, se alió con Somoza, con quien también cometió varios asaltos. Hasta que un día entraron en un ferretería, y luego de rematar al vigilador (como siempre lo hacía), empezaron a violentar la caja de caudales con un soplete. De pronto, Somoza abrazó a su amigo, y éste se dio vuelta y lo mató de un tiro y le quemó la cara con el soplete. Después terminó de abrir el cofre, recogió el botín y se fue.

Tanto Cayetano como Robledo Puch terminaron tras las rejas. Cayetano murió recluido y solo en la prisión de Ushuaia en 1944, a causa de una hemorragia interna provocada por un proceso ulceroso gastroduodenal. Robledo Puch, en cambio, continúa purgando en la cárcel la pena de reclusión perpetua a la que fue condenado en 1980. A principio de este mes, la Justicia de San Isidro rechazó el pedido de libertad condicional que había solicitado.

(*) redactora de Perfil.com

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