Llegada la década de 1910, Argentina apuntaba a ser potencia mundial y su capital, "la París de Sudamérica", era una de las ciudades más deslumbrantes del mundo.
Por esos años, Buenos Aires tendría su primer hotel de lujo, la primera fábrica de automóviles, la primera calle peatonal repleta de tiendas, el primer banco extranjero, las tiendas Harrod’s y hasta una pista de patinaje artístico. Además, desde 1857 existía la primera línea de ferrocarriles desde 1887 la ciudad tenía modernos tranvías.
Por eso el 1 de diciembre de 1913 la inauguración del subterráneo, el primero del país y de América del Sur, colmó el orgullo porteño. Las obras se habían iniciado el 15 de septiembre de 1911, por orden del presidente Roque Sáenz Peña y pondrían a Buenos Aires a la altura de Nueva York, Londres, París y otras ocho grandes urbes mundiales que ya poseían ese moderno medio de transporte público.
En su construcción trabajaron 1.500 personas, que excavaron con máquinas a vapor 440.000 m3 de tierra, destinados a rellenar las zonas bajas aledañas al cementerio de Flores y la Avda. Vélez Sarsfield. La construcción demandó 31 millones de ladrillos, 108.000 barricas de 170 kg de cemento, 13.000 toneladas de tirantes de hierro. El largo total del túnel inicial era de 3.970 metros, y el costo por metro lineal fue de 4.300 pesos moneda nacional.
El 1 de diciembre, el tren inaugural de la "Línea A" partía desde la Plaza de Mayo y terminaba en la Plaza Once de Septiembre (Miserere). "La Estación Plaza Once se diferencia en su construcción de todas las demás", decía la propia empresa constructora, "pues en ella no sólo se han duplicado las vías en los dos sentidos de la marcha, sino que también se ha debido dar acceso a una doble vía del Ferrocarril Oeste para simplificar el trasbordo de pasajeros de combinación del Ferrocarril y viceversa".
La revista Caras y Caretas se refería "al grandioso subterráneo (...) en los que 'volarán' trenes innumerables cada tres minutos y de los que, en la Estación Congreso y en la Estación Once, se podrá combinar con las múltiples líneas que constituyen la notable red de tranvías a nivel con que ya cuenta Buenos Aires".
El subte se abrió al público el 2 de diciembre de 1913 a las 5.20. La ansiedad pública se hizo patente en los números: a las 6 de la tarde ya se habían vendido unos 110.000 boletos. En la Plaza Once, en la de Mayo y, en general, en todas las estaciones intermedias, los andenes estaban repletos de gente hasta el punto de que, por momentos, debió suspenderse la venta de boletos. Durante los primeros años, 100.000 personas usaron diariamente este servicio.
La línea “B” empezó a construirse en 1927 por la empresa «Lacroze Hermanos» y fue inaugurada el 17 de octubre de 1930 bajo la Avenida Corrientes, entre las estaciones Chacarita y Callao. Fue la primera en tener molinetes a cospel y escaleras mecánicas. Las dos siguientes líneas fueron construidas por la «Compañía Hispano-Argentina de Obras Públicas y Finanzas» entre 1930 y 1936: una de ellas iba desde Constitución hasta Diagonal Norte y la otra unía Plaza de Mayo con Tribunales. En 1939 la actual línea “D” llegaba a Palermo. Mientras tanto, la línea “E” comenzó su recorrido en 1944, entre Constitución y General Urquiza.
En 1952 el Subte pasó a la órbita estatal y en 1963 se creó Subterráneos de Buenos Aires (SBA), que en 1979 se transforma en una Sociedad del Estado (SBASE). A manos del intendente Cacciatore, durante la última dictadura militar, se puso en marcha extensión de las líneas E y B, aunque los planes se frenaron con la llegada de la democracia.
La empresa Metrovías comenzó a gestionar el subte el 1 de enero de 1994, cambiando sus trenes, modificando estaciones e instalando comercios en ellas. La red fue ampliada con la tardía extensión de la Línea D hacia Belgrano y finalmente Núñez y, a pesar de la crisis de 2001, se siguió con las expansiones de la B y la A, así como el inicio de la Línea H (inaugurada en 2007) desde Once a Inclán.
Cuando Metrovías solicitó a la constructora belga "La Burgeoise" algunos documentos relacionados con los vagones de la Línea A, los empresarios no podían creer que sus coches estuvieran en funcionamiento 80 años después de su fabricación.
Jubilados a principios de 2013, estos coches se encuentran ahora en proceso de limpieza y restauración de la carrocería, decoración, luminarias, maderas, herrajes y equipamiento, con el objetivo de transformarlos en trenes turísticos que recorran la ciudad los fines de semana. También existen planes de transformar los viejos vagones en bares que estarán ubicados en plazas o bibliotecas.
(*) Especial para Perfil.com | En Twitter: @DariusBaires.