El episodio significó la mejor metáfora de un pacto tácito entre dos mundos antagónicos: hace meses, el director de una de las escuelas del Bajo Flores –las más peligrosas de la Ciudad– fue sorprendido en la puerta del establecimiento por un chico que intentaba robarle, pero antes de que pueda hacerlo, estacionó un Peugeot con cuatro civiles con armas largas. El ladrón entró en pánico y se dio a la fuga. El auto lo escoltó hasta la esquina y se perdió dentro de la villa.
Estupefacto y sin entender la escena, el director fue a hacer la denuncia a la comisaría de la zona y la respuesta fue aún más inesperada. Cuatro “soldados” de una banda narco de la 1.11.14 –el barrio marginal que más crece– lo habían salvado de un ratero. Fue el comienzo de una relación inusual, aún incipiente, pero que crece: los dueños de las cocinas de droga más estructuradas y organizadas de la Ciudad comienzan a cuidar a los maestros de sus hijos con su poder parapolicial.
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