Desde la hora de la cena y hasta pasada la medianoche, esta tribu urbana llamada "Bearded Villains", de aspecto rudo, con cadenas, piercing y muñequeras de cuero, deambula como fantasmas llevando ayuda, pero también compañía, a quienes dependen de la solidaridad para la mínima subsistencia. De una camioneta bajan frazadas, platos de comida y jarras de café. Un grupo de indigentes los recibe como si fueran viejos amigos. Sonríen, se abrazan, conversan. La escena se repite cada miércoles.
"Nosotros hacemos muchas obras de caridad, más allá de reuniones, hablar de barbas, tomarnos una cerveza y comer un asado", relató Mauro Ponti, presidente del club nacido en 2014 en la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos. Todo miembro que se precie de pertenecer, debe cumplir el requisito indispensable: una barba de por lo menos cuatro centímetros de largo y adherir a los valores de lealtad, respeto, familia y caridad.
"Nos juntamos todas las semanas para salir a darle de comer a la gente en situación de calle, apadrinamos comedores infantiles, vamos al Hospital de Niños a repartir juguetes", relata Ponti en cuya cabeza, mitad rapada, lleva tatuado un tigre enfurecido. Al igual que sus compañeros de club, Ponti es corpulento, con brazos gruesos y manos enormes, repletas de anillos de calaveras, con una estampa deliberadamente temeraria.
"Más allá de nuestra imagen ruda, somos miembros activos de la sociedad, nos comprometemos", explica Ponti que refunfuña contra quienes los confunden con un club de motos. El "Bearded Villains Argentina" surgió como el primer club de barbas del país sudamericano y busca romper con los prejuicios sobre este grupo que gusta del rock and roll sin límites y las chaquetas de cuero. "La gente te ve así y te juzga", admite Ponti. "El club se formó para cambiar el paradigma".
Sin más apoyo económico que el dinero que aportan sus miembros, los barbudos argentinos se las rebuscan para su misión solidaria. "No recibimos ayuda de nadie, todo lo ponemos de nuestro bolsillo o combinamos nuestro trabajo con esta labor", explica. Ponti, que es tatuador, dice: "a veces en mi local hago un 'flashday' y cambio un tatuaje por un alimento no perecedero, pañales o leche maternizada, así nos vamos autogestionando", dice.
Al club lo conforman unos 70 miembros activos de todas las edades, religiones e ideologías políticas. Uno de sus miembros, Gonzalo Torres, de 40 años, explica las razones de su solidaridad: "Muchos, de chicos, nos hemos ido a dormir con el estómago acalambrado de hambre". Entre quienes los esperan cada miércoles por la noche "hay chicos de dos o tres años que duermen a la intemperie, con frío o lluvia".
"Nadie se les acerca y si lo hacen es para ver si les pueden sacar un voto", critica para reafirmar que los barbudos "no tienen bandera política". "Nosotros no vamos a cambiar el mundo, pero con una comida caliente y una frazada, por un ratito, le cambiamos el mundo a esta gente", resume.
"Bearded Villains es una hermandad altruista. Hacemos muchas obras de caridad, llevamos de comer a la gente en situación de calle, apadrinamos comedores, vamos a los hospitales de niños a regalarles juguetes... Es un club que se formó para cambiar el paradigma y los prejuicios que hay a la gente con barba y tatuajes", aseguró Ponti.
AFP/DS