A esta altura estamos acostumbrados a leer sobre las calamidades médicas que trajo la pandemia. Desde el “long covid” hasta la disminución de los controles de enfermedades graves y el aumento de infecciones como bronquiolitis. Pero poca atención recibió otro fenómeno que se disparó durante el confinamiento y afectó a los más chicos: durante los casi ocho meses de aislamiento se aceleró fuerte el avance de la miopía.
No es un tema menor, ya que su incidencia está aumentando en todo el mundo y ya es una de las causas centrales de discapacidad visual severa.
Según explica el oftalmólogo Rafael Iribarren, integrante del Grupo Argentino de Estudio de Miopía, esta patología se cuenta entre los trastornos oculares más comunes y se ha vuelto –además– una de las principales causas de discapacidad visual en adultos. Lo particular es que una vez que se inicia en los ojos de los más pequeños, si no se trata, puede continuar aumentando su gravedad durante la infancia y la adolescencia.
La miopía grave generalmente aparece cuando los chicos cursan los primeros grados de la escuela y puede avanzar hasta un punto de dioptría por año en la infancia temprana y hasta los 15 años. “Los estudios epidemiológicos muestran que, en 2010, la prevalencia mundial de miopía rondaba el 28% de la población. Pero, por diversas tendencias sociales se calcula que, para 2050, aproximadamente la mitad de la población mundial será miope”, le dijo este experto y consultor a PERFIL.
Según la oftalmóloga María Marta Galán, especialista en miopía y coordinadora de investigaciones sobre esta temática, antes del covid, cuando se hablaba de ‘pandemia’ del siglo XXI, era en referencia a la miopía. Y agregó: “Entre las razones se identifica la migración a las ciudades, las formas de vida urbana, el mayor tiempo que pasamos con luz artificial, especialmente de chicos, y un aumento en el uso de pantallas de dispositivos y de visión ‘cercana’.
De acuerdo con Galán, los especialistas no solo están notando un aumento de la incidencia. “Además, los chicos empiezan a sufrirla desde más pequeños. Al aparecer, antes es más grave ya que avanza más. De hecho, un porcentaje terminará con una discapacidad visual severa”.
En Argentina, la situación epidemiológica es similar a la global. Tal vez algo mejor, debido a que tenemos menos horas “promedio” de escolaridad por alumno. “En 2022, hicimos un estudio en Bahía Blanca, sobre problemas visuales en gente que se anotaba en la Universidad: el 29% de los ingresantes tenía miopía. O sea, prácticamente uno de cada tres, explicó Iribarren a este diario.
Y ambos expertos sumaron otro dato: al analizar los certificados de discapacidad emitidos durante nueve años en el Hospital Santa Lucía, se puede verificar que la miopía se convirtió en la causa central de discapacidad visual en la edad media de la vida. “Son personas con ceguera ‘legal’, y esta patología supera los daños asociados a glaucoma o maculopatía que trepan a edades más avanzadas”, explicaron.
La pandemia le sumó gravedad a la situación. En varios países diversos “papers” documentaron que el aislamiento de los chicos en las casas y el menor “aprovechamiento” de la luz natural para las actividades cotidianas elevaron la incidencia de miopía. “En Argentina, además, se comprobó que entre los chicos que pasaban muchas horas adentro, aumentaba la “velocidad” de la enfermedad. O sea, las tasas de progresión anual durante el confinamiento estricto pegaron un salto y fueron hasta un 50% más elevadas que las registradas en años anteriores”, dijo Galán.
En otras palabras, se vio que el deterioro pasó de media a casi una dioptría por año. Todo eso en contraste con la desaceleración general de la progresión que suele darse con el crecimiento. “Yo mismo atendí a varios niños tratados con gotas para la progresión que tenían su miopía ‘detenida’ desde hacía años, pero tras meses de estar encerrados les volvió a avanzar”, apuntó Iribarren.
A la luz
Lo irónico es que prevenir esta situación de deterioro ocular, donde lo que ocurre –básicamente– es que quien la sufre ve mal “de lejos”, no solo es posible sino que se logra con medidas económicas, accesibles y saludables. Para mejorarla en la infancia puede bastar con que los pequeños estén al menos un par de horas diarias al aire libre, ya sea jugando, estudiando o pasando tiempo expuestos a la luz natural.
A esto se le suma que, si un oftalmólogo la diagnostica a tiempo, es posible –en chicos de 6 o 7 años– emplear ciertas gotas oculares o, eventualmente, recetar anteojos especiales, que ayudan a enlentecer y, eventualmente, frenar el avance de la enfermedad. “Con esto –concluyó Iribarren–, podríamos prevenir muchísimos futuros casos de personas con discapacidad visual severa”.
Por qué salir del aula
Lo que los oftalmólogos proponen para hacer prevención es recurrir a herramientas que permiten postergar su aparición o retardar su progresión. Eso se logra modificando hábitos y haciendo, por ejemplo, que los chicos pasen al menos 40 minutos diarios de su tiempo de escolaridad al aire libre. Eso ayuda a que la patología se estabilice por la propia maduración del ojo. Iribarren sugirió que –además de que los chicos deberían pasar más tiempo diario al aire libre (idealmente, 14 horas semanales)– también hay que sumarle el uso controlado de las pantallas y configurarlas con colores invertidos para que al leer en dispositivos se usen letras blancas sobre fondo negro. También es posible usar ciertas gotitas de atropina diluida y lentes especiales. Todos estos temas serán tratados durante un próximo congreso de expertos (focusonmyopia.com). Y ambos recuerdan la importancia de realizar controles oftalmológicos detallados con todos los chicos que comienzan su escolaridad.