La oscuridad permanente en un lugar desconocido suele dejar secuelas que tardan en desaparecer. Daniel Rebagliati (53), el empresario de Martín Coronado que fue secuestrado en Caseros y por el que su familia pagó un rescate de 1.800.000 pesos, pasó ocho días encerrado con una capucha en la cabeza. Sobrevivió a la presión psicológica de uno de sus captores, a los ataques con una pistola eléctrica y a esa mezcla de impotencia y terror que significa saber que el final puede llegar de un momento a otro.
En su extensa declaración ante el fiscal federal Paulo Starc, el empresario dijo que no está en condiciones de reconocer a sus captores, básicamente porque nunca llegó a ver sus rostros. Ni siquiera cuando, el 28 de abril pasado, lo obligaron a bajar de su camioneta para trasladarlo a un lugar desconocido. Lo que recuerda de ese momento es que dos autos se le cruzaron en el camino. Uno frenó adelante de su Ford Ranger y el otro se detuvo atrás. “Tenían ametralladoras”, apuntó. Todo fue muy rápido.
Encapuchado. Rebagliati pasó más de 190 horas con una capucha en el cabeza pero nunca estuvo solo: lo acompañó un miembro de la banda con el que llegó a entablar varias conversaciones. Fuentes del caso dijeron a PERFIL que el cuidador fue “siempre el mismo”. Y eso que todo indica que el empresario habría estado alojado al menos en dos lugares diferentes. Los primeros días fueron los más díficiles. Por la incertidumbre de las negociaciones. Pero también porque habría estado encadenado.
Prueba de vida. En medio de las negociaciones por el pago del rescate, Rebagliati respondió a un breve cuestionario que su familia les dictó a sus captores. “Le preguntaron cómo se llamaba su perro o que dijera el nombre completo de su mujer”, reveló un vocero ligado a la investigación. Las tratativas por el rescate no fueron sencillas: “Juntá dos palos verdes”, fue el primer pedido de los secuestradores. “¿Cuánto juntaste?”, le preguntó días después el negociador de la banda a uno de los familiares de la víctima, encargado de atender el teléfono. “Si no tenés esa plata, empeñá o vendé la empresa”, fue el reclamo siguiente, según una de las escuchas que figuran en el expediente judicial.
El momento más tenso del caso lo vivió el entorno del empresario, cuando el negociador de la banda le propuso enviarle los dedos de la víctima como prueba de vida. “¿Querés una prueba de vida? Te voy a mandar los dedos”, dijo ante un pedido de la familia.
Tormentos. A pesar de las torturas que sufrió Rebagliati con una pistola eléctrica, el empresario destacó en su declaración el trato con los delincuentes: “Fue bueno”, respondió. “Le dieron de comer y beber todos los días. En la revisación médica no presentaba signos de golpes en el cuerpo”, indicó a este diario la misma fuente. “Por lo general me trataron bien, aunque a veces me ponían un arma en la cabeza”, señaló el dueño de Cintra, dedicada al servicio de seguridad e higiene ambiental. Una versión periodística indicó que había estado en un ataúd, pero el propio empresario se encargó de desmentirla en un breve contacto con la prensa.
Por estas horas, Rebagliati sólo piensa en retomar la actividad en su empresa, aunque sabe que su familia estará tranquila cuando todos los autores estén detenidos. “Lo único que quiero ahora es olvidarme de esta pesadilla”, aseguró en su última aparición. No lo dijo, pero sabe bien que las huellas del horror no desaparecen tan fácil.