Arlt, Roberto. Escritor argentino (1900-1942), hijo de inmigrantes (padre alemán y madre tirolesa de lengua italiana), concibió una obra de carácter claramente autobiográfico en lo que concierne a sus difíciles relaciones familiares, escolares y económicas, en una Buenos Aires caracterizada por el gran crecimiento demográfico y sus condiciones urbanas específicas marcadas, entre otras cosas, por el desenvolvimiento de los barrios y por el hacinamiento de la población en algunos espacios de la ciudad. Arlt comparte las inquietudes críticas del pensamiento de cuño izquierdista del grupo literario de Boedo, que, para decirlo a grandes rasgos, buscaba “transformar el mundo”, en oposición al de Florida, que se contentaba con “transformar la literatura”, grupo en el que Arlt sitúa a Borges.
En la actualidad, Arlt es reconocido como uno de los principales exponentes de la narrativa urbana de América Latina, aunque también tuvo una importante participación en el teatro independiente de Buenos Aires y en la crítica periodística, con la célebre columna “Aguafuertes porteñas”. Su obra ficcional, en la que destacan las novelas concebidas una a continuación de otra, Los siete locos (1928) y Los lanzallamas (1931), está marcada por un individualismo angustiado, anárquico y violento y un aparente descuido formal, lo que durante mucho tiempo le valió la condición de escritor polémico y marginal.
Borges conoció la obra de Arlt en los tiempos de la revista Proa, donde en 1925 se publicaron “El rengo” y “El poeta parroquial”, adelantos de la novela que al año siguiente sería conocida con el título El juguete rabioso. En el prólogo de El informe de Brodie, Borges comenta la recriminación que se le había hecho al escritor por el hecho de desconocer el lunfardo, en un ejemplo sobre la despreocupación que, por entonces, manifestaba Borges en su escritura con respecto al Diccionario de la lengua española (Real Academia Española). — JGS
Barker, Ernest. Desde su formación, en Oxford, Ernest Barker (1874-1960), politólogo inglés, estudió, enseñó y desarrolló trabajos académicos en esa ciudad. Se dedicó a la interpretación en términos idealistas de la filosofía política y a la consideración de cómo el Estado implementaría su propuesta moral creando una sociedad moral mediante la unión entre derecho y ciencia política. Escribió, entre otros libros, Reflections on Government [Reflexiones sobre el gobierno] (1942) y Principles of Social and Political Theory [Principios de teoría social y política] (1951).
En “Marcel Schwob: La cruzada de los niños” (Prólogos con un prólogo de prólogos), al comentar las cruzadas europeas, Borges hace referencia a un pasaje de Barker que afirmaría que las cruzadas habían cesado, no fracasado. — JGS
Contursi, Pascual. Poeta y autor dramático argentino (1888-1932). Sobre la base de la música “Lita”, tango preexistente de Samuel Castriota, Contursi elaboró unos versos cuya estructura rítmica coincidía perfectamente con esa pieza, en la que se cuenta una historia sentimental de abandono, nostalgia y melancolía; su lengua incorporaba discretamente, con gran sagacidad poética, léxico lunfardo. Así nació “Mi noche triste” en 1916, que al año siguiente sería interpretado y grabado por Carlos Gardel.
Esta magnífica conjunción de factores hizo que “Mi noche triste” fuera considerado el primer tango. En realidad, el género ya tenía su historia, que comenzaba en los últimos años del siglo XIX, pero en sus primeros tiempos había sido marginal e instrumental, o en todo caso sus letras eran ocasionales o soeces, de ambiente prostibulario. De todos modos, antes de 1916 pueden encontrarse no pocos tangos cantados, sobre todo los de Ángel Villoldo, como “La morocha” o “El porteñito”, aunque sin la peculiaridad que introdujo “Mi noche triste”: contar una historia. Otras de las letras de Contursi que aún integran los repertorios del género, son “Bandoneón arrabalero”, “Flor de fango”, “Pobre paica”, “Ventanita de arrabal” y, en coautoría con Enrique Maroni, la exitosísima “Si supieras”, hecha sobre la partitura de “La cumparsita” (y que, finalmente, llevó ese mismo título) sin la autorización de su compositor, Gerardo Matos Rodríguez (1897-1948).
Borges celebró los tangos antiguos, que no tenían letra o tenían una primitiva y obscena, y lamentó el giro sentimental que el género adquirió después. Por eso, la mención de Contursi en su Evaristo Carriego (1930) es breve pero lapidaria. Al comentar el poema “La queja”, de Carriego, que narra el apogeo y la caída de una “mujer de todos” (la categoría pertenece al autor de El Aleph), evoca la raigambre clásica horaciana del tema, para arribar al lugar donde (y acá el verbo es muy poco cordial) “desagua”: justamente, la poesía de Contursi. En la segunda edición de la obra (1955), agregó, entre otros textos, una breve “Historia del tango”, en cuyo apartado “Las letras” volvió a ensañarse con el género y, entre los ejemplos escarnecidos, sin mención de título ni autor, cita fragmentos de dos tangos de Pascual Contursi: “Flor de fango” e “Ivette”. — JSV
Cortázar, Julio. Hijo de argentinos, nació en Bruselas (1914-1984), fue a Argentina a los 4 años de edad y falleció en París. Se destaca como cuentista y es el único argentino que integra el llamado “boom de la narrativa latinoamericana” en los años sesenta, probablemente iniciado con su novela Rayuela (1963). También es autor de Divertimento (1950); Bestiario (1951); Final del juego (1953); Las armas secretas (1959); Último round (1960); Historias de cronopios y de famas (1962); Todos los fuegos el fuego (1966); La vuelta al día en ochenta mundos (1967); Un tal Lucas (1979); Queremos tanto a Glenda (1980); Deshoras (1982); Los autonautas de la cosmopista (1983), y Salvo el crepúsculo (1984), entre otros.
Lo mejor de su producción son sus relatos breves, que le valen un lugar destacadísimo entre los escritores de lengua castellana del siglo XX y que, según el propio autor, estaban influidos por las teorías del género de Edgar Allan Poe y de Horacio Quiroga. Desde 1951 vivió en París becado por el gobierno francés y se desempeñó como traductor de la Unesco.
Cortázar reconocía una deuda con Borges en lo que se refiere a la economía verbal del relato y a aspectos formales basados en la geometría del texto; sin embargo, discrepaba profundamente con él por sus convicciones políticas y, a partir de su apoyo explícito al movimiento sandinista de Nicaragua (al que llegó a donar los derechos de autor de algunas de sus obras), mantuvieron una relación lejana y de estima estrictamente literaria. Borges le dedicó no pocos comentarios desdeñosos, pero hacia el final de su vida decidió incluir un volumen de cuentos de Cortázar en la colección Biblioteca Personal —colección editada por Hyspamérica— y recordaba frecuentemente que él había publicado, en la época en que era secretario de la revista Los Anales de Buenos Aires, el primer cuento de Cortázar que alcanzó la letra de molde, “Casa tomada”. En el prólogo a ese libro, Borges anota: “El estilo no parece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida. Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido”. — MCR y GG
Emperador Amarillo. Los chinos tienen un sentimiento identitario muy fuerte, que se remontaría por lo menos a 3500 a. C., período próximo a lo que tradicionalmente la historiografía considera el inicio de la civilización china. En lo que se refiere a las investigaciones sobre los gobernantes de esa época, es necesario prestar atención a la falta de precisión de los datos históricos, sea porque los relatos que llegaron a los días actuales son bien posteriores al período en cuestión, sea porque los significados de los términos pueden diferir demasiado de los que hoy les atribuimos. Entre los primeros gobernantes está el Emperador Amarillo, de quien los chinos afirman descender. Se dice que vivió 117 años, que gobernó por más de un siglo y que habría desarrollado la medicina. Los historiadores actuales creen que puede haber existido y que podría haber sido un jefe tribal.
La historia del pueblo chino es precisamente el punto de partida de “La muralla y los libros”, texto inicial de Otras inquisiciones, en el cual Borges alude al Emperador Amarillo para reflexionar sobre el pasado y la memoria. En “Parábola del palacio” (El hacedor), el Emperador se transforma en uno de los personajes del cuento. — PFCO
Felicidad. En Diálogo con Borges (1969), de Victoria Ocampo, Borges declaraba que sus padres habían formado una pareja feliz y que guardaba un remordimiento en relación con ellos: el de haber sido, por mucho tiempo, un hombre infeliz. Arrepentimiento que consignó, más tarde, en el poema “El remordimiento” (La moneda de hierro): “He cometido el peor de los pecados / que un hombre puede cometer. No he sido / feliz. […] / Mis padres me engendraron para el juego / arriesgado y hermoso de la vida, / para la tierra, el agua, el aire, el fuego. / Los defraudé. No fui feliz”.
En una entrevista un poco posterior, alguien le preguntó cómo ocupaba los días. En aquella época, el escritor estaba divorciado y había perdido a su madre; ya era conocido, pero todavía no era célebre. Su vida cotidiana era la de un hombre que envejecía, solitario y ciego. Pues bien, Borges dio esta respuesta sorprendente: “Permanezco sentado en la penumbra, me acuerdo de los libros que leí, de las cosas que vi, de las músicas que oí, y la felicidad me visita varias veces por día”. Esa hermosa respuesta también está en el poema “Junio, 1968” (Elogio de la sombra): “El hombre, que está ciego, / sabe que ya no podrá descifrar / los hermosos volúmenes que maneja / y que no le ayudarán a escribir / el libro que lo justificará ante los otros, / pero en la tarde que es acaso de oro / sonríe ante el curioso destino / y siente esa felicidad peculiar / de las viejas cosas queridas”.
En el prólogo escrito en 1969 para la reedición de Fervor de Buenos Aires, comentaba: “En aquel tiempo, buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad”. Borges ya era entonces más que un escritor: era un hombre feliz, un sabio. Sabiduría expresada en su “Fragmentos de un evangelio apócrifo” (Elogio de la sombra): “49. Felices los que guardan en la memoria palabras de Virgilio o de Cristo, porque estas darán luz a sus días. 50. Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor. 51. Felices los felices”. Y en un testimonio: “Al cabo de los años observé que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día sin que estemos, un instante, en el paraíso”.
La felicidad más grande, Borges la encontró en las palabras. Al hacer el balance de su vida, en 1980, decía: “Siempre he sentido que mi destino era, ante todo, un destino literario; es decir, que me sucederían muchas cosas malas y algunas cosas buenas. Pero siempre supe que todo eso, a la larga, se convertiría en palabras, sobre todo las cosas malas, ya que la felicidad no necesita ser transmutada: la felicidad es su propio fin” (“La ceguera”, Siete noches).
Felicidad de leer. Borges fue esa cosa rara, un crítico feliz. Para él, un gran autor era un dispensador de alegrías; por eso elogiaba y agradecía a Dante Alighieri, a William Shakespeare, a Thomas de Quincey. Su placer era ecléctico. Los “novelones policiales de Eduardo Gutiérrez”, las “fantasías de Julio Verne”, Las mil y una noches, Rudyard Kipling, Oscar Wilde, H. G. Wells, todos fueron para él razones de goce y gratitud. Su secreto consistía en mantenerse en la posición de lector, como escribió en el poema “Un lector” (Elogio de la sombra): “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; / a mí me enorgullecen las que he leído”. Felicidad de escribir: “Convertir el ultraje de los años / en una música, un rumor y un símbolo, / ver en la muerte el sueño, en el ocaso / un triste oro, tal es la poesía / que es inmortal y pobre. La poesía / vuelve como la aurora y el ocaso” (“Arte poética”, El hacedor).
Quien tuvo ocasión de ver a Borges de cerca, en sus últimos años, sabe que era un hombre feliz, interesado en todo y en todos, que sonreía para que aquellos a quienes no veía, viesen su sonrisa. Poder continuar leyendo a Borges es una felicidad que no cesaremos de agradecerle. — LPM
Guayaquil. En la ciudad de Guayaquil, que hoy forma parte de Ecuador, tuvo lugar el famoso encuentro, el 26 de julio de 1822, entre Simón Bolívar y José de San Martín, dos de los principales líderes políticos y militares en el proceso de independencia de América Hispánica. Entre los más importantes objetivos de la reunión, estaba la discusión relativa a la liberación de Perú y a los regímenes políticos que se deberían implantar en los nacientes Estados hispanoamericanos. Los resultados del encuentro son inciertos, dado que no se conoce ningún documento que describa los temas y las conclusiones de las conversaciones entre los dos generales. Algunos historiadores suponen que San Martín se ofreció para luchar bajo las órdenes de Bolívar y solicitó que este le cediese tres mil o cuatro mil soldados colombianos para terminar la guerra contra los realistas. Bolívar habría rechazado los pedidos, liberando solo tres batallones, cerca de mil cuatrocientos hombres. San Martín, entonces, habría decidido abandonar Guayaquil y regresar a Perú, donde se había establecido.
Algunos autores también atribuyen al supuesto fracaso de las negociaciones el hecho de que San Martín se alejara posteriormente de la lucha independentista y no participara en la organización nacional en América Hispánica. Los hombres que Bolívar cedió a San Martín eran los soldados colombianos que, según Borges en “La señora mayor” (El informe de Brodie), se unieron a Mariano Rubio en la batalla anterior a la expedición de Ayacucho. En el cuento “Guayaquil” (El informe de Brodie), Borges sugiere el descubrimiento de un documento relativo al encuentro y traslada el enfrentamiento de los dos líderes militares a la confrontación entre dos historiadores, ansiosos por llevar a cabo el análisis de la documentación inédita. — JPP
Kosher. Término hebreo cuyo sentido en la Biblia es “apropiado” o “adecuado”. Más tarde, en la literatura rabínica, esa palabra adquirió casi el estatuto de un concepto, para designar objetos o situaciones de vida que encajan con perfección, o que están hechos con procedimientos rituales correctos, de acuerdo con la exégesis rabínica de la Ley Divina, tal como es presentada en la Biblia y desarrollada en el Talmud. Un capítulo importante del concepto “kosher” atañe a la dieta alimentaria y a los procedimientos que vuelven los alimentos kosher, esto es, apropiados para el consumo por un judío practicante. Edward Ostermann, uno de los infames de la Historia universal de la infamia, “ese malevo tormentoso”, era hijo del dueño de un restaurante kosher, “donde varones de rabínicas barbas pueden asimilar sin peligro la carne desangrada y tres veces limpia de terneras degolladas con rectitud” (“El proveedor de iniquidades Monk Eastman”). — EM
Meinong, Alexius. Filósofo, nació en 1853 en Lemberg (ciudad ucraniana que en la época pertenecía al Imperio austríaco) y falleció en Graz, en la actual Austria, en 1920. Discípulo de Franz Brentano, su formación filosófica se orientó, sobre todo, por el estudio de los empiristas ingleses. Enseñó durante toda su vida en Karl-Franzens-Universität Graz y, en esa ciudad, fundó un importante laboratorio de psicología experimental. Meinong se convirtió en un personaje fundamental dentro de la historia de la filosofía debido a su “teoría de los objetos”, muy utilizada por la fenomenología en el siglo XX. Bertrand Russell, más específicamente, dedicó gran atención crítica a sus teorías filosóficas.
Para negar la materia, la subjetividad y, principalmente, el tiempo como entidades existentes por detrás de cada percepción o estado mental, algunas ideas de Meinong fueron aprovechadas por Borges en “Nueva refutación del tiempo” (Otras inquisiciones). — DF
Ragnarök. Ragnarök [crepúsculo o muerte de los dioses], mito nórdico que narra los incontables desastres que culminarán en la muerte predeterminada de los dioses y en la destrucción del mundo. La batalla final será entablada entre los dioses liderados por Odín y las fuerzas del mal lideradas por Loki (dios del fuego, hijo de los gigantes Farbauti y Laufey). “Ragnarök” es el título de un cuento de El hacedor. — FT
Sur. En el léxico de Borges —en su imaginario—, el Sur pertenece menos a una dimensión espacial que a una metafísica. La tercera composición de Fervor de Buenos Aires (1923) le está dedicada, pero ninguna palabra, salvo en el título mismo, lo nombra; el texto habla de patios y estrellas y de cosas tan poco localizables como el silencio de un pájaro, la superficie de agua de un aljibe y el arco del zaguán, para concluir que “esas cosas, acaso, son el poema”. El cuento “El Sur” (Ficciones), que suele ser leído en clave autobiográfica, narra el destino fatal (vivido o alucinado en la fiebre de la septicemia) que el bibliotecario Juan Dahlmann encuentra en la llanura; el momento que indica la transición hacia el cumplimiento de ese destino ocurre cuando el protagonista cruza la avenida Rivadavia, que recorre Buenos Aires de este a oeste, rumbo a la estación ferroviaria de Constitución: “Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme”. Es la firmeza de lo arcaico, de la oralidad y del cuerpo, pero conviene reparar que la expresión “del otro lado” informa sobre el lado desde el cual habla Dahlmann y, con él, el relato mismo.
No parece casual la locación en la zona sur de la ciudad en dos cuentos de El Aleph (1949) que trabajan extrañamente la relación entre un objeto mágico y el duelo por la muerte de una mujer imposiblemente amada: “El Aleph” y “El Zahir”; en ambos, el sufrido narrador se llama Borges. En otra de sus grandes Ficciones, “La muerte y la brújula”, el Sur funciona como resolución del enigma y a la vez de la trampa tendida a Erik Lönnrot, el investigador; la trampa —y esto seguramente habla mucho del universo de Borges— es un juego profano con el nombre de Dios. — JSV
Sur, revista. Fundada por Victoria Ocampo en 1931, la historia de su creación compromete a varios actores, entre ellos, al filósofo español José Ortega y Gasset, su consejero editorial y quien le sugirió su título. Contribuyeron también en su concepción, el escritor estadounidense Waldo Frank y el argentino Eduardo Mallea.
Sur se disponía a servir de puente entre la cultura europea y la argentina, razón por la cual sufrió diversas críticas, habiendo sido acusada de extranjerizante, cosmopolita y elitista. De hecho, esta sería una característica que la atravesaría: la tensión entre el regionalismo (defendido por Alfonso Reyes) y el abandono de lo exclusivamente local (posición de Borges). Con tales controversias, se consiguió imponer como la revista más influyente de su generación. En la carta con que inaugura su número 1, dirigida a Frank, Victoria Ocampo afirma que la revista es de “los que han venido a América, de los que piensan en América y de los que son de América”. Aunque difundiese una heterogeneidad editorial, tenía una línea liberal, por influencia de la misma familia Ocampo. Por eso, Sur divulgó siempre fuertes críticas al fascismo y a los movimientos populistas, notablemente el peronismo.
La lista de colaboradores incluía a Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sabato, José Bianco (literatura); Julio Payró, Hugo Parpagnoli, Attilio Rossi (artes plásticas); Alberto Ginastera, Juan Carlos Paz (música); Guillermo de Torre (crítico literario y con un rol clave durante los primeros años de la revista), También contribuyeron Aldous Huxley, André Malraux y Rabindranath Tagore, entre muchos otros nombres de la literatura mundial.
Fue en Sur que Borges publicó inicialmente textos que más tarde compondrían libros como Ficciones, El Aleph y Otras inquisiciones. Hizo también traducciones de Virginia Woolf, André Gide, Francis Ponge, e. e. cummings, Hart Crane y Wallace Stevens; además de crítica de cine. Su contribución se dio desde el número de lanzamiento, con “El Coronel Ascasubi” (que luego se titularía “La poesía gauchesca”, Discusión). El último texto es de 1980 (núm. 347): una carta dirigida a Victoria Ocampo, fallecida el año anterior. En el “Prólogo” de El jardín de senderos que se bifurcan (Ficciones), Borges indica la génesis de “La Biblioteca de Babel”: un texto publicado en el número 59 de Sur, titulado “La biblioteca total”, de 1939. En él, trabaja el tema de la biblioteca perfecta, tal como es descripta por Aristóteles y Lewis Carroll.
En “Sobre The Purple Land” (Otras inquisiciones), cita un artículo de Ezequiel Martínez Estrada, publicado en el número 31 de Sur, en 1937. También de Otras inquisiciones, el ensayo “El tiempo y J. W. Dunne” hace referencia a “Avatares de la tortuga”, publicado originalmente en Sur (núm. 62, 1939) y después incluido en Discusión. En la nota preliminar de “Nueva refutación del tiempo” (Otras inquisiciones), el autor explica que la parte “A” del texto fue divulgada en 1944, en el número 115 de Sur. El título era entonces “Una de las posibles metafísicas”.
Con una periodicidad fluctuante —comenzó trimestral, pasó a mensual entre 1935 y 1950, bimestral en la década de 1970, y, en los últimos años, semestral—, Sur se extinguió en 1992, con el número 371. — TP
Truco. Juego de naipes españoles muy popular en Argentina y Uruguay, similar a otros, con algunas variantes regionales. Puede jugarse de a dos o entre cuatro y seis, formando equipos e incorporando señas para comunicarse entre sus miembros. Consiste en distintos desafíos verbales (“flor”, “envido” y “truco”) que pueden ser aceptados (“quiero”) o no (“no quiero”); es fundamental pronunciar las palabras exactas en cada caso para que el juego sea válido. El objetivo es llegar a quince o a treinta puntos antes que el rival. Los desafíos y sus respuestas han dado lugar a un repertorio de coplas populares que Borges estima como parte de la cultura porteña. Alude a ellas en “Fundación mítica de Buenos Aires” e “Isidoro Acevedo” (Cuaderno San Martín) y en “La canción del barrio” (Evaristo Carriego), donde dice que “es una de las grandes conversaciones de Buenos Aires”.
Las cartas más valiosas son los ases de espadas y de bastos y los sietes de espadas y de oros en ese orden. Disimular tener buenas cartas o fingir que se las tiene son tácticas básicas del juego, reseñadas por Borges en “El truco” (Evaristo Carriego). Al igual que en el póquer y otros juegos, el engaño es fundamental para el triunfo. La referencia a “dos baratijeros Mosche y Daniel”, en un juego paradojal típico, emparienta lo local con una astucia universal.
Como el más intelectualizado ajedrez, en la obra de Borges el truco aparece como ritualización de un enfrentamiento y como realización de un destino o una oportunidad para conocerlo. Además, el juego repetido es una imagen de la circularidad del tiempo, como queda explícito en el poema “El truco” (Fervor de Buenos Aires). Incluso bajo ese aspecto temporal de la escritura borgiana, el juego surge como uno de los rasgos típicos de los arrabales porteños que, ya en aquel momento, comenzaban a ser algo del pasado: “ese casi infinito flanco de soledad que se acavernaba hace poco, a la vuelta de la truquera confitería de La Paloma” (“Palermo de Buenos Aires”, Evaristo Carriego). — PMG y PFCO
Yacaré. Seudónimo del poeta lunfardo Felipe Fernández (1889-1929), el primero en publicar en libro las poesías lunfardas, en la obra Versos rantifusos (1916), donde el poeta demostraba un cuidado conocimiento lingüístico popular. El lunfardo, dialecto utilizado en los arrabales de Buenos Aires a comienzo del siglo XX —el que Borges consideraba una “jerigonza ocultadiza de los ladrones” (“El idioma de los argentinos”, El idioma de los argentinos), o también un “módico esbozo carcelario” (“Las alarmas del doctor Américo Castro”, Otras inquisiciones)—, estaba constituido de palabras y jergas que más ocultaban que revelaban lo que se decía.
El juicio de Borges sobre Yacaré no parece ser de los mejores, en especial en la comparación con la obra de Miguel D. Etchebarne. Él entendía que este último habría sido un buen escritor de poesía lunfarda principalmente por no haber usado en exceso expresiones de ese modo de hablar, como lo habían hecho Carlos de la Púa y el mismo Yacaré. Vale la pena recordar que, en plena efervescencia vanguardista, Borges había escrito una crítica positiva sobre el trabajo de De la Púa en la edición del 21 de febrero de 1929 de la revista Síntesis (“La crencha engrasada, por Carlos de la Púa”, Textos recobrados. 1919-1929).
El lunfardo fue tema de consideraciones del doctor Américo Castro, en particular, acerca de la corrupción del idioma español hablado en la región del Río de la Plata. Para él, el español oral en España sería superior al usado en Argentina, idea ampliamente refutada por Borges en “Las alarmas del doctor Américo Castro”, donde afirma que el filólogo español, para sustentar su tesis, habría leído, entre otros, los textos de Yacaré. — PFCO
Nota al pie
Un elenco de decenas de críticos, intelectuales y escritores aportó entradas para esta “enciclopedia”, entre ellos Beatriz Sarlo, Horacio González, Ricardo Piglia y Edgardo Cozarinsky. Todos están identificados, al final de cada uno de sus breves artículos, por la sigla de sus iniciales. En las entradas que aparecen en estas páginas, las siglas pertenecen a Juliano Gouveia dos Santos (JGS), Marcela Croce (MCR), Julio Schvartzman (JSV), Paulo Ferraz de Camargo Oliveira (PFCO), Tiago Pinheiro (TP), Júlio Pimentel Pinto (JPP), Dylan Frontana (DF), Leyla Perrone-Moisés (LPM), Gastón Gallo (GG), Fiorina Torres (FT), Enrique Mandelbaum (EM) y Pablo Martínez Gramuglia (PMG).