Hubo muchos boxeadores con buenos apodos. Y algunos que fueron mejores pugilistas en general, más allá del sobrenombre. Pero Antonio Cervantes pasó a la historia de las peleas no solamente por ser el más grande campeón colombiano sino porque se hacía llamar “Kid Pambelé”.
Claro que están Roberto “Mano de Piedra” Durán, el “Intocable” Nicolino Locche y Jake “Raging Bull” LaMotta, el boxeador inmortalizado por Robert De Niro en el “Toro Salvaje” (1980) de Martin Scorsese. Hasta Oscar Bonavena entendió que con ese nombre a secas no iba a ningún lado y pidió: “díganme Ringo”.
La lista sigue con las obviedades de “The Greatest” (El más grande) Muhammad Ali y del apodo que le impusieron al gran Joe Louis: “Brown Bomber”, traducido al español a veces como El bombardero negro o, más piadosamente, El bombardero de Detroit.
Todos son ingeniosos e inolvidables, pero ninguno tiene la musicalidad de “Kid Pambelé”. De hecho hay una orquesta colombiana de salsa que tomó su nombre y se bautizó “La Pambelé”. Pero las apropiaciones no terminan ahí.
Cuentan los periodistas deportivos nicaragüenses que, de alguna manera, Cervantes conocía a través de su padre la historia de Miguel Ángel Rivas, el “Kid Pambelé” original, un boxeador “corpulento, fuerte pegando y recibiendo golpes, un aguerrido fajador nato, que se movía entre peso welter y mediano”, según lo describe el comité olímpico del país centroamericano.
Rivas comenzó a pelear en la década del ‘30 y tuvo su primer compromiso internacional en junio de 1941 en Costa Rica. En 1994 entró al Salón de la Fama del Deporte Nicaragüense, poco después de su muerte, en 1989, a los 75 años de edad.
Pero, a esa altura, su apodo ya estaba grabado para siempre en la cultura popular. El segundo “Kid Pambelé”, el colombiano, para 1989 ya había pasado por muchos de los escalones que recorren los boxeadores arquetípicos, entre “El oro y la oscuridad”, como describe la biografía que le preparó Alberto Salcedo Ramos. En 1972 había ganado el título mundial al vencer en la Ciudad de Panamá a otro púgil con apodo inoxidable, Alfonso “Peppermint” Frazer. El panameño venía de destronar a Locche, quien -a su vez- derrotó a Pambelé en el Luna Park en 1971 y perdió en 1973 en Maracay, Venezuela.
Más allá de su récord de peleas, el colombiano será inexorablemente el “Kid Pambelé”, un apodo de origen difícil de reconstruir, pero que tendría que ver con la palabra bantú que significa “defensor”. El mismo nombre con el que lo llamaron el 28 de octubre del 2022, cuando se recordaron los cincuenta años de aquella victoria frente a “Peppermint”. Cervantes está viejo pero celebró el aniversario y el hecho de estar vivo después de una vida de alzas, bajas y adicciones.
Un grande de verdad “Kid Pambelé”. Aunque, pensándolo bien, hay otro púgil que podría disputarle el campeonato mundial del mejor apodo: José Ángel “Mantequilla” Nápoles. El mexicano nacido en Cuba, que peleó con Carlos Monzón en 1974 en el recordado combate organizado en París por Alain Delon, había recibido ese sobrenombre por su estilo “suave” de boxear.
Llegó a ser campeón mundial de peso welter, pero... ¿a quién se le ocurre ser boxeador profesional y hacerse llamar “Mantequilla”?