Fue un emigrado barcelonés de nombre Juan Carlos Torrendel (1895-1961) el que fundó, a principios de 1920, una editorial multifacética que supo, durante décadas, adaptarse a los gustos populares o conducir esos intereses a través de sus estrategias publicitarias. Para lanzar la colección se sirvió de un auténtico super-ventas de aquellos días, el hoy ilegible Edgar Wallace. Autor de novelas policiales y de espionaje, Wallace era de origen sudafricano y labró su carrera como corresponsal de guerra y periodista. El título seleccionado fue "La puerta del traidor". Nadie hubiese imaginado que ese primer número daría pie a un total de 896 volúmenes.
Para asegurar las ventas, el editor contrató como portadista exclusivo a Luis Macaya (1888-1953), un dibujante de origen catalán que se había formado en París con los expresionistas y futuristas de aquel período. Su inigualable estilo de líneas duras y expresivas, de colores planos y contrastantes marcó un antes y un después en lo que al arte de portadas se refiere e influyó a muchos artistas por venir. Hasta el tomo 84 se sucedieron novelas de Wallace y de otros autores policiales ya consagrados. A partir de ese momento, la colección dio un giro de timón y comenzó a publicar la obra de Edgar Rice Burroughs, mundialmente conocido por sus novelas de Tarzán.
En un principio se publicaron doce números, incluso el entonces inédito en castellano "Tarzán y el imperio perdido". Alentada por este éxito y con la intención de replicarlo, la editorial dio un salto al vacío y probó suerte con la ciencia ficción. Amparándose en la fama del autor de Tarzán, apostó por publicar las primeras cuatro novelas del ciclo marciano de Edgar R. Burroughs que relataban las aventuras de un soldado de la guerra de Secesión que viajaba astralmente a Marte. Un planeta poblado por guerreros verdosos de cuatro brazos, princesas humanoides de piel rojiza —de engorrosa reproducción ovípara— y gorilas albinos gigantes. Las portadas de Macaya, en este caso, no fueron producto de su ingenio, sino que canibalizó interiores que ya habían realizado otros artistas, pero que el catalán mejoró con su estilo único.
Lamentablemente, la apuesta no funcionó, por lo que Torrendel regresó a las novelas de misterio. Para reencaminar la colección, eligió a Sax Rohmer (1883-1954), un novelista inglés cuyos relatos y novelas explotaban la paranoia del llamado "peligro amarillo". Lo que implicaba perversas maquinaciones globales a manos de genios locos que empleaban la sabiduría milenaria y "diabólica" del Antiguo Oriente para sus programas de conquista. Su epónimo fue el malvado doctor Fu-Manchú.
Tor ya había publicado tres títulos con éxito, a los que le siguieron otras diez novelas que relataban las aventuras de los héroes Sir Denis Nayland Smith, Red Kerry y Gaston Max, junto a hazañas independientes y fantásticas como "La diosa de los ojos verdes" o "Ella... la que duerme" (la última portada de Macaya). Tras el paso anterior, tuvo lugar una de las decisiones más curiosas que tomó Torrendel. En vez de continuar publicando las novelas de Burroughs que aún faltaban (al menos había tres títulos más de Tarzán por traducir), encargó a autores locales la confección de las hazañas del hombre simio.
Con "Tarzán en el valle de la muerte" comenzó el ciclo aventurero que el historiador español Agustín Jaureguízar tituló como los “tarzanes apócrifos”. En total fueron cuarenta y cinco volúmenes. La redacción de las primeras treinta y cuatro novelas estuvo a cargo del autor de origen hispano Alfonso Quintana Solé. Por regla general, eran las más delirantes y explosivas (en ellas Tarzán combatía simios gigantes, sirenas, piratas estrambóticos, zoántropos, brujos y toda clase de fenómenos) y, más adelante —a partir del número 160—, la escritura pasó a manos del enigmático J. A. Brau Santillana que, hasta la fecha, nadie ha reconocido apropiadamente.
Algunos señalan a Rodolfo Bellani como la pluma detrás del seudónimo, lo cual es dudoso, ya que el acercamiento de este autor a la editorial se produjo muchos años después (recién en 1952). El editor necesitaba de un autor que ya hubiese trabajado con la editorial o que estuviese familiarizado con la redacción por encargo. Por lo cual, Julián Juan Bernat (1872-1943) fue el candidato más probable en reemplazo de Quintana en la redacción de los tarzanes. Su biografía y obra fue revelada en el año 2015 por Carlos A. Altgelt, en el ensayo "John Traben, el misterioso". Bernat era un viejo autor de la editorial Atlántida, en la que demostró su valía como escritor asalariado redactando un sinnúmero de cuentos, textos humorísticos y críticas literarias.
Las primeras armas como escritor —según reveló el especialista Gabriel Wainstein— las hizo Bernat en la revista PBT donde escribió, entre 1909 y 1911, textos apócrifos —cuándo no— de Sherlock Holmes (sirviéndose del anagrama de John Ranbet). Las novelitas se agruparon bajo el título de "Sherlock Holmes en la Argentina". En los años veinte del siglo pasado, en la revista Gran Guiñol, volvió al policial con Memorias de Nelson Coleman. Además, Bernat ya había escrito algunas novelas de Sexton Blake para Tor que estaban ambientadas en la Argentina y, como dijimos, muy probablemente las últimas de Tarzán (con un estilo claramente diferenciado de Quintana, más realista y documentado geográficamente). Por todo lo anterior, Bernat era la opción natural a la hora de seleccionar un escritor fantasma capaz de alimentar el legado de Wallace o extender la sombra de Lord Greystoke en nuestra literatura.
Una vez consumido el imaginario tarzanesco, Tor volvió a jugarse por otro texto apócrifo con "El misterio de las dos efes" que sería la primera obra de Míster Reeder escrita por Bernat. En su origen, fue un personaje creado por Edgar Wallace. Se trataba de un detective aficionado, un pacífico gentleman que resolvía los casos sirviéndose más de su intelecto que de su poder de fuego. En total, Wallace escribió siete libros de Reeder. Tor había publicado, sin orden cronológico, seis volúmenes de este personaje. Por lo que los lectores estaban familiarizados con el viejito de bastón y pobladas patillas.
Bernat usó el seudónimo "John Traben" para firmar sus trabajos. Durante los siguientes años, y explotando la escasez de material extranjero —debido a las dificultades que provocó la Segunda Guerra—, la editorial publicó ciento cinco novelas firmadas por Traben. Al cierre de la colección, terminaron por publicarse cientro treinta y dos novelas a manos de J. J. Bernat.
Pero retrocedamos un poco, antes de volcarse definitivamente por el género policial, Tor volvió a probar suerte con la aventura (que tanto éxito le había dado con Tarzán) e inició la rimbombante subcolección de Walter Morrow, anunciada como "la serie de novelas completas más SENSACIONAL que se ha publicado hasta la fecha". Si bien existieron algunos Morrow que publicaron literatura sensacionalista en Inglaterra y Estados Unidos, ninguno de ellos se corresponde con el de las catorce novelas que se editaron entre los números 173 y 188 (más tres novelas posteriores, desde los números 385 al 387). Algunos títulos fueron "La isla endemoniada", "La casa embrujada", "Azar, el poderoso" y "La isla del monstruo". Las traducciones fueron realizadas por Pedro Randall, seudónimo que camuflaba a uno de los primeros traductores de la colección Misterio, el no menos ignoto Pedro Rendo.
En cuanto a la fuente de estas novelas, provino de la revista The Boy's Friends Library y no fueron, como señalan otros estudios, autores de origen local. La estrategia era clara: el editor tomaba diversas novelas y les adjudicaba un solo autor para crear un éxito que fuera reconocible por un apellido extranjero (Wallace, Burroughs, Rohmer, etcétera). La fama autoral era la base del suceso de ventas y no la obra.
A estos textos, siguieron novelas de Sabatini, Stevenson y Julio Verne. Luego de este intermezzo aventurero, la colección regresó a la dinámica policial. Entre las novedades extranjeras fueron sucediéndose las novelas de J. J. Bernat con sus dos seudónimos característicos: John Traben para Míster Reeder y William Crane para la saga de "Los cuatro hombres justos" (otra explotación "no declarada en Aduanas" de la fábrica policial Wallace). El 13 de julio de 1956, tras publicarse el volumen 896 de Míster Reeder, cayó el telón definitivo para esta hazaña editorial. Sus frecuentes reediciones y su escasa adaptación a los cambios comerciales fue lo que terminó por condenarla a muerte.
A pesar de que, desde entonces, se ha revelado mucho, los enigmas autorales aún persisten, algo que se condice con el título que definía a esta colección Misterio.
Publicado originalmente en la revista Cuaderno de la BN.