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Redescubrir el mundo

¿Qué tienen que ver Vaca Muerta, un video de Forensic Architecture, Fabio Kacero, Andrea Ostera y una ópera performance lituana que se desarrolla en una supuesta playa? Que todos son elementos que, de una u otra manera, pueden girar alrededor del universo de la escritura de Graciela Speranza. Para el autor de este ensayo, la autora “no prescinde de los temas” porque “eso sería sencillo”. Para ella, “los temas no son una mera excusa, al contrario, son urgentes, prioritarios, ineluctables”. De todas maneras, matiza, “esa urgencia no le impide construir una prosa que deja ganarse por el ritmo, como si de pronto se autonomizara: la prosa al servicio de la prosa”.

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Redescubrir el mundo | CEDOC

De Graciela Speranza leí, casualmente, en un margen de tiempo reducido, su primer y su último libro. “Primera persona”, de 1995, es una recopilación de conversaciones con quince narradores argentinos, donde ella demuestra una versatilidad teórica y un conocimiento certero de la obra de sus interlocutores, promoviendo el diálogo sobre cuestiones formales, técnicas y procedimentales, y apartándose, para alegría de los lectores, del género anecdotario. Casi treinta años después, “Primera persona” resiste como documentación viva de ese otro mundo (la mayor parte de los escritores consultados han fallecido), condición que realza el valor material y simbólico del compendio para el campo cultural argentino.

En marzo del 2022 apareció el ensayo “Lo que no vemos, lo que el arte ve”, publicado por editorial Anagrama. Diferentes circunstancias me llevaron a conocer de antemano la tesis central: el arte es capaz de volver visible ciertos procesos invisibilizados, en el caso específico del libro, dos amenazas tan reales como letales, “el maltrato suicida del planeta” y “la inmersión cada vez más inquietante en un mundo digitalmente administrado”. Speranza presenta la tesis con estas palabras: “La potencia inagotable del arte para correr el velo y dar a ver lo que no se ve”. Las causas del velo, lo intuimos, son múltiples: la fosilización perceptiva, nuestra dificultad para aprehender lentos procesos de destrucción, las ilusiones creadas, la preferencia humana por ignorar el desastre.

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El prólogo de Speranza sienta las bases de su proceder crítico, allí ya se vislumbra, creo, la mayor virtud del libro: el trabajo escritural. Porque si bien es cierto que el lector se sorprende con la diversidad de referencias artísticas (de Vija Celmins a Andrea Ostera) y bibliográficas (el amplio espectro que va desde Bruno Latour hasta Donna Haraway) y la descripción y penetración de las obras seleccionadas, e incluso se siente tentado a suspender la lectura para rastrear en internet (muchas veces por sugerencia de la autora) imágenes de las piezas, el punto capital del libro, no es tanto el contenido temático, sino un modo de construcción de la trama narrativa, sin grandilocuencias, con un tono medido, por momentos de matriz nostálgica (una rareza en el ejercicio de la crítica), que configura el panorama del arte contemporáneo a la luz del peligro que entraña el futuro: “Un mundo sin nosotros”.

Speranza no prescinde de los temas, eso sería sencillo, los temas no son una mera excusa, al contrario, son urgentes, prioritarios, ineluctables, pero esa urgencia no le impide construir una prosa que deja ganarse por el ritmo, como si de pronto se autonomizara: la prosa al servicio de la prosa. Para expresarlo mejor, tomo prestada una ponderación de Speranza sobre la novela “Departamento de especulaciones”, de la escritora norteamericana Jenny Offill: “Su gran logro formal, la resistencia a resumirse en una trama, sin por eso desdeñarla”. 

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Speranza produce crítica con sus silencios, los espacios en blanco, su particular cadencia y adhiere al precepto básico introducido por el crítico musical Joshua Barone en referencia a la ópera-performance lituana “Sun & Sea”: “Ni didáctica ni abstracta”. La autora trata de mostrar que el arte, sólo a condición de no hablar directamente de los fenómenos (ni panfleto ni denuncia ni ilustración) puede advertirnos sobre nuestro presente. En este sentido, Speranza se mueve en un límite, utilizar las obras para abonar su tesis o concederles una mirada más fría. Este punto de equilibro siempre tenso lo consigue gracias a la construcción de una voz íntima, con ambición universal.

Entre la heterogeneidad de obras, me detengo en un nombre propio, Forensic Architecture, presentado como “la piedra de toque de nuestro recorrido”. Es un grupo de investigación multidisciplinario nacido en la Universidad de Londres, que ha renovado la discusión entre arte, política, estética y ética. Forensic Architecture reconstruye hechos lesivos para la humanidad, omitidos o distorsionados por las grandes cadenas comunicacionales o los poderes de turno. Speranza examina “Triple-Chaser” (2019) video que versa sobre los vínculos entre altos mandos del arte estadounidense y el financiamiento de la represión estatal a migrantes mexicanos. No voy a extenderme porque en el libro se delinea un análisis detallado de la obra y además el público puede acceder gratuitamente a otros trabajos en forensic-architecture.org, donde encontrarán, por ejemplo, el caso de un estudiante colombiano asesinado por una banda de sicarios (en aparente connivencia con la policía) o las consecuencias devastadoras del fracking en la nueva promesa argentina, Vaca Muerta, tras el acuerdo del gobierno con Chevron. 

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Forensic Architecture no se limita a la reproducción o el peritaje del material, sino que por medio de operaciones técnicas y artísticas crea un artificio para provocar en el espectador otro punto de vista acerca los hechos, sin desentenderse jamás de la eficacia social de las producciones. Esta metodología, Speranza la emparenta con un famoso postulado de Bertold Brecht: “Una simple réplica de la realidad no dice casi nada sobre la realidad. Una foto de las fábricas Krupp o de la AEG (compañía alemana de electricidad) no nos dice casi nada sobre las instituciones… hay que construir algo, algo artificial, fabricado”. El arte como artificio, mediación, demora, solo así adquiere su verdadera potencia política.

La urgencia de los temas propuestos habilita a preguntarse por la reciprocidad entre ambas problemáticas (el calentamiento global y la digitalización de la vida). Como base mínima, las une el desarrollo del capitalismo (a secas), más allá de que la humanidad, desde sus inicios ya míticos, haya modificado gracias a su mera presencia, el ambiente planetario. Por eso, refiriéndose a “Season”, de Fabio Kacero, Speranza se pregunta: “¿Qué puede hacer el arte ante la escala inconmensurable de las catástrofes y el sufrimiento humano? ¿Y qué puede hacer ante los desmesurados dilemas del hombre en el Antropoceno?”.

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En las páginas finales la cita de Francis Ponge funciona como respuesta demorada a las preguntas anteriores: “Lo mejor que se puede hacer, por lo tanto, es considerar las cosas desconocidas, y pasearse o tenderse bajo los árboles o en la hierba y volver a tomar todo desde el comienzo”. Speranza lo expone así: “Dar a ver, extrañar, volver a mirar las cosas, correr el velo que las opaca o poner de manifiesto la oscuridad deliberada, a eso aspira el arte desde hace al menos dos siglos”. Son los dos siglos de expansión capitalista desbocada, y el arte no puede escindirse de esa expansión, no puede mirar para otro lado (aunque sólo mirando para otro lado mire el fenómeno de frente), en vista de que la historia del capital comparte escenario con la historia del arte.

Me gustaría, antes de terminar, establecer un punto de contacto entre “Primera persona” y “Lo que no vemos, lo que el arte ve”. En el prólogo de 1995, Speranza advierte: “El lector habrá encontrado en las respuestas nuevas preguntas con las cuales volver a la literatura”. En su último libro, podríamos actualizar el enunciado: el lector habrá encontrado en las obras nuevas preguntas con las cuales volver a interrogar al mundo (y a sí mismo en el mundo). Como si la preocupación en el lapso de treinta años se hubiera desplazado. La preocupación por las obras es fundante, pero ahora cuenta también el mundo, o la probable expiración de nuestro modo de vida. De ahí el último párrafo: “Cada obra a su manera, cada relato, hablaba del presente combinando materia, forma, sensibilidad, imaginación y visión como sólo pueden hacerlo las obras que duran y seguirán hablando en el futuro”. 

El libro de Speranza, dividido en tres capítulos (“Lo que no vemos. Hacer con el cosmos”, “Lo que no vemos. Detrás de la red”, “Reconstrucciones”), es una obra de doble fondo. Trata sobre las conjunciones, convergencias y entrecruzamientos entre arte y realidad, pero a la vez se ocupa de un extraño presente, este presente llamado futuro: “como si sin decirlo [el arte] nos alertara de que hay mucho en juego, y que mañana puede ser tarde, si es que ya no atravesamos el punto de no retorno”.

*Quaranta es profesor de Filosofía y Magister en Literatura Argentina. Profesor Titular en la carrera de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Publicó las novelas “La fuga del tiempo” (2021) y “La muerte de Manuel Quaranta” (2015) y el “Diario de Islandia” (2021). En Instagram: @manuel.quaranta.1979