El Cielo, origen de todo
Durante las dinastías Shang (1600-1046 a. C.) y Zhou (1046-256 a. C.) el concepto predominante de "Cielo", y que influyó en cierta medida en Confucio, era el de un dios antropomórfico. Sin embargo, para Confucio el concepto de "Cielo" era más amplio, estaba más próximo a la idea de naturaleza. Según él: "El Cielo no habla con palabras. Habla a través de la alternancia de las cuatro estaciones y del desarrollo de todos los seres". Es obvio que para Confucio el Cielo equivalía a la naturaleza. Pero la naturaleza no simplemente como un mecanismo sin vida ajeno a los humanos, sino como el gran mundo de la vida y del proceso de creación. La vida humana formaba parte de la naturaleza como un todo.
En su tiempo, identificar al Cielo con la creación de la vida fue un planteamiento innovador. Así, el proceso natural de creación se conoció como "la vía del Cielo". El "Libro de los Cambios" (Yijing) más tarde desarrollaría esta idea afirmando que: La creación ininterrumpida es cambio".
Como proceso natural de creación, el Cielo era la fuente de todos los seres vivos, y origen de todos los valores. A este principio se lo calificó como “virtud del Cielo”. Así, el "Libro de los Cambios" afirma: "La gran virtud del Cielo y de la Tierra es crear vida". En este proceso natural de creación se contiene el propósito interno del Cielo, crear todos los seres, protegerlos y mejorar sus condiciones de vida. El Cielo da nacimiento a la humanidad, y los seres humanos están obligados a cumplir dicho propósito. En otras palabras, en los humanos existe un sentido innato de "misión celestial"; este es el significado de la vida.
El Cielo confuciano posee también un cierto componente sagrado, relacionado con el hecho de ser origen de toda vida. Por ello Confucio reclama de todos reverencia hacia el Cielo. Según él, toda persona de virtud debe "respetar su misión celestial", escuchar y vivir el objetivo determinado por el Cielo, cuidando y mejorando la existencia.
Confucio influyó en los chinos de la antigüedad, quienes desarrollaron un sentimiento de reverencia y fe en el Cielo. Para ellos, el Cielo es el ser sagrado supremo, envuelto en un profundo misterio inescrutable para los mortales. No es tanto una deidad personificada, sobrenatural, cuanto este mundo de vida en continua regeneración. Por ser el más inteligente de todos los seres, el ser humano debe aplicarse a la voluntad del Cielo, protegiendo la vida. Todo aquel que "ignore y no obedezca su propia misión celestial", eliminando o dañando vidas, puede ser castigado por el Cielo. Afirma Confucio: "Quien ofende al Cielo no tiene nadie más a quien rogarle". El respeto y la fe de Confucio en el Cielo muestra la espiritualidad religiosa de los antiguos chinos.
En el siglo XXI, la sentencia confuciana de "ser reverente con las órdenes del Cielo" mantiene su vigencia, y se demuestra en cómo hoy ha comenzado a prestarse una mayor atención hacia la cultura ecológica. Por ello, los seres humanos debemos escuchar la voz de la naturaleza, respetándola y amándola por ser generadora de vida. Esta es nuestra misión sagrada, la que le da valor a la existencia humana.
El "Arte de la Guerra de Sunzi": Fuente de todos los tratados sobre la guerra
El "Arte de la guerra de Sunzi" (Sunzi Bingfa) es un antiguo clásico sobre la guerra. Consiste en trece capítulos de unos seis mil caracteres. Sun Wu, llamado respetuosamente Sunzi, nació en torno a 550 y 540 a. C., es decir, hacia finales del periodo de las Primaveras y los Otoños (770-476 a. C.). Natural del estado de Qi, se trasladó posteriormente al estado de Wu, donde se convirtió en el estratega de mayor confianza del rey. Una parte importante del contenido del libro refleja ciertas características del periodo de los Reinos Combatientes (475-221 a. C.), por ello algunos investigadores consideran que el texto probablemente fue compuesto hacia mediados de dicho periodo. En él se recogen las teorías sobre la guerra de la escuela de Sunzi, a la que Sun Wu había dado nacimiento.
De los más de tres mil tratados sobre el arte de la guerra redactados desde el periodo anterior a Qin (antes de 221 a. C.) hasta la dinastía Qing (1616-1911), "Arte de la guerra de Sunzi" es sin duda el más importante. Excede a todos los demás en términos de diseño estratégico, fundamentos filosóficos y aplicación táctica. Durante siglos ha sido respetado como "fuente de todos los tratados sobre la guerra".
Entre los abundantes planteamientos estratégicos de Sunzi, hemos seleccionado unos pocos a modo de ilustración. El primer ejemplo es: "Planifica antes de ir a la guerra". Antes de lanzarse a una guerra, se deben comparar y analizar todos los factores que concurren en ambos lados. Lo que incluye, principalmente, la moral, el clima, el terreno, el mando y las normas. La "moral" se refiere a la aprobación o desaprobación del pueblo. Todo ejército que goce de la aprobación del pueblo se ganará su apoyo; aquél que no lo tenga, perderá su apoyo. El "clima" hace alusión a las condiciones estacionales en el momento del enfrentamiento. El "terreno" supone tener en cuenta la distancia (lejanía o proximidad), situación (de fácil o difícil acceso), extensión (vasta o reducida), y altura (terreno elevado o bajo) de la topografía para comenzar la guerra. Asimismo, se ha de considerar el grado de seguridad o peligrosidad de la zona. Las "normas" se refieren a las reglas que gobiernan el ejército, "¿quién debe dar las órdenes?, ¿cuáles son las fuerzas respectivas de los
soldados?, ¿quién es el responsable de adiestrar a las tropas?, ¿quién decide recompensas y castigos?". Carl von Clausewitz (1780-1831), un experto militar alemán, denominó estos cinco aspectos "los factores estratégicos". Solo uno o dos de ellos bastan para juzgar la viabilidad y las consecuencias de una guerra. Por ello todos esos factores y sus combinaciones se deben ponderar en cada ocasión. Este planteamiento holístico es la característica esencial del "Arte de la guerra de Sunzi".
El segundo ejemplo es: "Conócete a ti mismo y conoce al enemigo y saldrás siempre victorioso". Probablemente, ésta es la cita más ampliamente referida del "Arte de la guerra de Sunzi". El objetivo último de tener en cuenta aquellos cinco aspectos, como ya se ha mencionado, es conocer la situación real en ambos bandos. No es fácil llegar a conocer al enemigo, puesto que hará todo lo posible para preservar sus secretos y pondrá en juego todo tipo de artimañas. Pero tampoco es fácil conocerse a sí mismo. ¿Qué es lo que el pueblo piensa de la guerra?, ¿cuál es la capacidad y el ánimo de su comandante en jefe?, ¿cómo es la moral y el entrenamiento de las tropas? Estos factores no se evidencian sin un análisis exhaustivo, y es posible, en alguna ocasión, dejarse llevar por falsas
impresiones. A lo largo de la historia, ha habido muchos casos en los que un soberano autoriza a sus comandantes en jefe para que se lancen a una guerra, pero sin informarles de que el ejército, de hecho, es incapaz de luchar. Ni que decir tiene que el resultado es la destrucción total del ejército.
Por ello Sunzi afirma: "Conócete a ti mismo y conoce al enemigo y saldrás siempre victorioso. Las posibilidades de salir victorioso se reducen a la mitad de la mitad si tan sólo te conoces a ti mismo, y desconoces al enemigo. Y es más que probable que seas derrotado si no conoces ni al enemigo ni a ti mismo". Y añade: "Las posibilidades de salir victorioso se reducen a la mitad de la mitad si, aun sabiendo que tus tropas son capaces de atacar, ignoras si las tropas enemigas son vulnerables o no. Las posibilidades de salir victorioso se reducen a la mitad de la mitad si, aun sabiendo que las tropas enemigas son vulnerables, ignoras que las tuyas no están en disposición de atacar. Las posibilidades de salir victorioso se reducen a la mitad de la mitad si, aun sabiendo que el oponente es vulnerable y que las propias tropas están en disposición de atacar, ignoras si el terreno es apropiado para el combate.
Por ello, un experto en la guerra no deja nada a la improvisación una vez que la declara, y posee todo tipo de recursos para hacer frente a cualquier situación. La victoria es segura si te conoces a ti mismo y al enemigo; la victoria será total si además conoces las condiciones estacionales y topográficas".
Tercer ejemplo: "El ejército vive gracias al engaño". Afirma Sunzi: "El uso de la fuerza es, en realidad, el uso del engaño". Carl von Clausewitz en "De la guerra" afirma que el origen de la estrategia, a la que le dedica un estudio, es el engaño. Por "engaño", Sunzi se refiere a que el ejército debe mostrarse incompetente cuando es competente; mostrarse falto de preparación para luchar estando preparado; parecer que se retira cuando avanza y que avanza en retirada. En otras palabras, es crucial sumir al enemigo en falsas impresiones. Y añade: "Tienta al enemigo con beneficios si es ávido; atácalo cuando esté desorganizado; si está bien pertrechado, prepárate tú; evítalo si es más poderoso; y provócalo cuando esté enfadado; despierta su arrogancia si es prudente; agótalo en sus momentos de reposo; y siembra la discordia en un ejército unido". En resumen, el engaño significa embaucar al enemigo para que cometa errores, y lo derrotarás cuando esté sumido en el caos. Este es el significado de la expresión: "Ataca al enemigo en lugar y tiempo inesperados". El experto en el arte de la guerra diseña sus estrategias en su cuartel general con la herramienta del engaño, para después conducir a su ejército a mil millas de distancia en pos de la victoria.
Cuarto ejemplo: "Gana la guerra sin librarla". Sunzi no aprueba las matanzas ni la destrucción a gran escala, pues las considera producto de la peor de las estrategias. Para el autor, el objetivo de la guerra es obtener la victoria, no matar a tanta gente como sea posible. Siempre es deseable evitar la destrucción de las fortalezas del enemigo y de vidas, en la medida de lo posible. Más vale tomar una ciudad intacta y vencer con un mínimo número de bajas. Este es el principio de una victoria digna. Sunzi llega a afirmar: "Mejor que obtener la victoria en una guerra que se libra, es hacerlo en una que no se emprende. Por eso, el arte de la guerra supremo es derrotar al enemigo con estrategia; por debajo, está la derrota diplomática; en tercer lugar, está el ataque contra su ejército; y el nivel inferior es atacar sus ciudades. El ataque contra una ciudad debe ser el último recurso". En otras palabras, no se trata de combatir y vencer en la batalla. El ideal es lograr la victoria a través de otros medios diferentes al del combate, como la política, la diplomacia u otras medidas disuasorias. Atacar una ciudad es el menos apreciado porque, especialmente en aquellos tiempos, en ellas existían muchos templos ancestrales y tumbas, y los defensores lucharían hasta la muerte, lo que provocaría un ingente número de bajas y destrucción.
Estas ideas de Sunzi reflejan una profunda comprensión de lo que hoy se califica de "guerra holística". Teoría de la "iluminación" de la escuela zen El zen es una de las escuelas budistas de China formada sobre la base de la fusión de la secta mahayanista y la escuela taoísta. Se originó en la época de las Seis Dinastías (222-589) y alcanzó su nivel de madurez en las dinastías Sui (581-618) y Tang (618-907). Huineng (638-713) es el representante más importante de la secta. "El sutra de Huineng" (conocido como "El sutra del altar") recoge el pensamiento del maestro y constituye la obra más importante del budismo zen. El zen ejerció una gran influencia en el desarrollo de la cultura china en las épocas posteriores a la dinastía Tang. Incluso, lo fundamental de su pensamiento fue introducido en Japón y la península coreana. Actualmente, la secta ejerce una influencia evidente no solo en Asia del Este, sino también en Europa, Estados Unidos, etc.
"Solo aquel que toma el agua podrá decir si está caliente o fría": es una máxima del zen. Tanto el sabor del agua como su estado de fría o tibia, o el modo como la perciben los sentidos tan solo puede ser conocido por el que la toma. Es una experiencia directa y personal: no se puede transmitir con palabras.
El zen da importancia al hecho de "estar despierto" en el presente. El mundo de suprema felicidad del nirvana (estado de paz y de liberación) solo existe en el presente. Las conversaciones que sostienen los bonzos budistas están llenas de referencias a situaciones como "percibir el momento", "llegar a la iluminación en el presente". A través de las experiencias vividas en el presente, la escuela del zen rompe con las preocupaciones por todo lo que es exterior, encara de frente al mundo, cuyo sentido determina.
Contempla los pájaros que vuelan, escucha el canto de los gallos, percibe el aroma fresco de las flores silvestres y aprecia la fina lluvia de gotitas y la caída de las cataratas. Lo esencial es lo que uno percibe con el corazón. Para el zen, una flor representa un mundo, y una hierba, un paraíso. Una flor silvestre en algún rincón del muro, sin ningún atractivo visible, si florece en silencio, será un universo incomparable. Un monje pregunta a su maestro: "¿Cómo puedo liberarme?". El maestro le responde con otra pregunta: "¿Quién te ha encadenado? Tú mismo eres quien se ha encadenado". El zen es una religión que concede importancia a la apreciación de "uno mismo". Según los monjes del zen, las estatuas de Buda de oro no superarán la prueba de ser forjadas en el fuego. Ni las figuras budistas de barro resistirán ser mojados por el agua. El verdadero Buda se sienta en tu corazón, habita tu corazón.
No hay ningún Buda superior al alma. Por supuesto, la apreciación de uno mismo no tiene nada que ver con el narcisismo, sino con el llamado a liberarse a sí mismo de los yugos. El zen considera la vida de los seres humanos como un "paisaje propio". Para los practicantes del zen, cada uno tiene su propio campo de vida. Tenemos que cultivar la parcela de tierra de nuestro propio campo y no abandonar los sentimientos propios. Si uno se obsesiona por admirar y respetar las obras clásicas y la autoridad, el hecho equivale a tener el corazón en nuestro cuerpo, pero el alma en el campo ajeno, lo que supone haber abandonado nuestra propia parcela.
Como reza un verso del zen: "Buscas durante días y días la primavera, pero ella no se deja ver. / Tienes ya los zapatos desgastados de tanto caminar entre las nubes de una y otra montaña. / Cuando regreses y tomes en tus manos, sonriente, la ciruela y la acercas a tu nariz para olfatearla, / advertirás que la primavera, plena está en las ramas", la primavera está en la rama de ciruela de tu propia casa, está en tu corazón. Si ignoras las flores que llenan las ramas y persigues lo lejano, dejando de lado lo que está cerca o persigues lo ajeno, dejando de lado lo propio, invertirás en vano tus esfuerzos. Esto quiere decir que el despertar del zen depende de la experiencia personal directa en lugar de las percepciones sensoriales externas.
Un monje de la dinastía Tang pregunta al maestro Cuiwei: "¿Qué es el Dao?". A lo que Cuiwei contesta: "Te lo diré cuando estemos solos". Entran en un jardín y el monje le implora: "Aquí no hay nadie, responda por favor, a mi pregunta". Entonces, Cuiwei señala un bambú y dice: "Este tallo de bambú se ve largo, mientras que el de ese se ve mucho más corto". En las experiencias directas, un mundo multicolor y lleno de vida se abre ante tus ojos. Aquí, las palabras no tienen ninguna utilidad. El zen recurre a una comparación para ilustrar la idea: alguien sube a un árbol sosteniéndose de una rama con la boca, sin que sus pies ni sus manos se apoyen en ninguna rama. En eso, alguien que está al pie del árbol, pregunta, de repente: "¿Cuáles son las ideas fundamentales del budismo?". Si el que se encuentra subiendo al árbol contesta, se caerá irremediablemente al suelo al abrir la boca.
Solo los que beben el agua sabrán decir si está fría o tibia. El zen destaca el carácter directo de la experiencia de la vida. La vida moderna de la humanidad se caracteriza, entre otras cosas, por la cada vez más escasa experiencia directa. Vivimos dependiendo casi completamente de los medios de comunicación. Nos esforzamos por entretejernos dentro de la red del mundo con el fin de ocupar un puesto en su tejido. Los medios nos brindan facilidades. Sin embargo, sin darnos cuenta, nuestro corazón, mediante el cual percibimos el mundo real, se va haciendo cada vez más torpe y lerdo. El zen, en este sentido, no puede ser más ilustrativo para nosotros, los de la humanidad moderna.
La vida con un té fragante
El té es una bebida maravillosa que se produjo por primera vez en China hace unos 4.000 años. Durante la dinastía Tang (618-907), los monjes japoneses introdujeron la semilla del té en Japón y combinaron el té con el budismo zen, creando la famosa ceremonia del té japonesa. En el siglo XVII, los holandeses llevaron a Europa la costumbre de beber té, que se convirtió en una tradición para los europeos. En Gran Bretaña, en particular, se extendió entre la gente la costumbre de tomar el té de la tarde. Antes del silgo XIX, todo el té del mundo crecía en China, e incluso la palabra inglesa para té fue una transliteración de la pronunciación del dialecto de Fujian en China. El té es, por tanto, una valiosa contribución del pueblo chino para el mundo.
En China, el hogar del té, beberlo es todavía un hábito muy extendido. Durante los últimos cientos de años, el té se ha convertido en la bebida favorita de los chinos. Con un país tan vasto como China, las formas de beber el té varían de norte a sur, y esta diferencia de formas ha ayudado a desarrollar distintas costumbres locales, pues el té está estrechamente unido a la vida cotidiana de la gente. Así como en Occidente muchos acontecimientos importantes tuvieron lugar en los cafés, es en las casas de té donde han sucedido muchas cosas importantes en China. Las casas de té siempre han sido un lugar esencial para la vida de los chinos.
Las mágicas propiedades del té. Cuando se introdujo el té por primera vez en Europa, recibió una cálida acogida e incluso fue aclamado como una "bendición de Dios" y la gente llegó a felicitarse a sí mismos por vivir en una época en la que las hojas de té se habían descubierto. En China, el amor por el té es incluso más apasionado. Liu Zhenliang (fechas desconocidas), un maestro del té de finales de la dinastía Tang, elaboró la teoría de las "diez virtudes" del té: es sabroso, preserva la salud, elimina los malos olores, previene las enfermedades, cultiva la energía del cuerpo, alivia la depresión, mejora las costumbres, concita el respeto, alivia la mente y mantiene la justicia. Y no era solo una opinión personal de Liu Zhenliang, era una idea compartida por la mayoría de los chinos. Beber té es satisfacer las necesidades tanto del cuerpo como las de la mente. Una taza de té refrescante puede aliviar la sed de una persona con naturalidad, al tiempo que le proporciona consuelo y placer. Según la medicina tradicional china, beber té puede curar una gran variedad de enfermedades, porque al ser ligeramente amargo y astringente, contiene elementos saludables para el cuerpo. Este hecho ha quedado probado también por la medicina moderna. Los chinos lo aprecian porque ayuda a satisfacer sus necesidades físicas, pero, incluso en mayor medida, las espirituales. También sirve para expresar respeto, para purificar la mente y para comprender mejor el sentido de la vida.
Los bebedores de té consideran que el primer y más importante placer derivado de beber té es la "limpieza". El té crece en lugares limpios. Cuanto más limpio está un sitio, mejor es la calidad del té que alimenta. Los buenos tés normalmente crecen en altas montañas, envueltas en nubes y bruma, en una atmósfera limpia. En tal entorno, las hojas de té nuevas y claras crecen y son recolectadas cuando todavía las gotas de rocío tiemblan sobre ellas, por ello el té lleva consigo el refrescante aire de la naturaleza. Una taza de té delicado es claro como el cristal y de una fragancia refrescante, por ello puede ayudar al cuerpo a limpiarse y a equilibrarse.
El segundo aspecto importante que tiene que ver con el té es la de la "búsqueda del placer". El mundo es un lugar lleno de ajetreos, confusión y disputas, de fatigas y preocupaciones, males para el cuerpo y la mente de los seres humanos. Una taza de té refrescante es la forma que está al alcance de la mano para compensar el ruido y la furia de nuestro mundo terrenal. Al dar un trago al té, la mente se tranquiliza como si fuera un lago en una noche profunda y sin viento, cuando la luna brilla iluminando el mundo. Una taza de té abre un mundo nuevo, sin fronteras. La tercera característica importante del té es la de "despertar el respeto". Los chinos llevan mucho tiempo utilizando la costumbre de expresar el respeto ofreciendo una taza de té. Recibir a los invitados con té es señal de respeto, independientemente de si están sedientos o no; los invitados lo beben y se refrescan y recuperan la energía. La gente educada homenajea a los invitados que llegan por la noche con té en lugar de con vino, una práctica que apreciaban mucho los letrados. En algunos lugares de China, existe la costumbre de ofrecerle tres veces té al invitado, como señal de bienvenida, de hospitalidad y, finalmente, por los buenos deseos. Ofrecer té a un invitado es una muestra no solo de hospitalidad, sino también de respeto a los invitados.
Para los chinos beber té es una forma más de arte, que incorpora un amplio ámbito de conocimientos. El sabor del té es muy sutil, pero además su significado es rico y profundo. Los chinos le otorgan una gran importancia al agua, a las hojas, a la vajilla y al fuego a la hora de preparar y beber té. El agua es el elemento principal a la hora de preparar el té. Para preparar una buena taza, la calidad del agua es imprescindible. Los antiguos chinos decían que para hacer té, "el té debía ser nuevo, y el agua debía estar viva o fluir". Lu Yu (733-804), un Santo del Té de la dinastía Tang, señaló que para preparar un té delicado, la mejor agua es la procedente de las altas montañas; le seguía el agua de ríos y pozos. En las altas montañas rodeadas de nubes, los manantiales de agua clara son los mejores; las aguas de los arroyos también están bien, aunque no es pura porque huelen a la tierra, aun así es la segunda mejor opción. La tercera posibilidad es el agua de los pozos, como manantiales artificiales subterráneos, suelen estar estancadas y algo contaminadas con el sabor de la sal. Por ello no pueden compararse con las aguas de los manantiales montañosos sin contaminar. Desafortunadamente para nosotros, hoy en día no tenemos ni siquiera el tercer tipo de agua para hacer té, y no nos queda más remedio que utilizar
o bien agua corriente o agua purificada artificialmente, ¡una verdadera lástima!
* Ye Lang es profesor de filosofía y decano de la Escuela de Artes de la Universidad de Pekín. Entre sus
principales publicaciones se encuentran "Breve historia de la estética china" y "La estética de la novela
china".
Zhu Liangzhi es profesor de Filosofía en la Universidad de Pekín. Es autor, entre otros libros, de
"Diez conferencias sobre el arte chino" y "El espíritu de vida en el arte chino".