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PANORAMA / apuradas

Del FMI a la CGT

Macri metió presión para cerrar el acuerdo y los gremios le dieron el ultimátum a Quintana.

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CUESTA ABAJO Christine Lagarde y Mauricio Macri | DIBUJO: PABLO TEMES

La orden que el jueves pasado dio Mauricio Macri fue terminante: ese día debía anunciarse el acuerdo alcanzado con el Fondo Monetario Internacional por el préstamo stand-by.

Hubo quien le advirtió que eso era complicado porque faltaba definir aún aspectos claves contenidos en la letra chica. Para ello, se necesitaba que desde Washington hubiera un anuncio que hiciera público el acuerdo. Al Presidente nada le importó. Ordenó forzar la situación. Quería llegar a Quebec con la negociación finiquitada para tener la foto con la directora del FMI, Christine Lagarde, con quien la buena química personal hizo que todo funcionase a la perfección. La buena relación entre el Presidente y la directora del Fondo dio sus frutos. Lo que muchos no saben es que hubo otro protagonista de absoluto bajo perfil que fue clave en la dinámica de la negociación: Donald Trump, ya que Estados Unidos va a ser el principal aportante de los 50 mil millones de dólares que le prestarán a la Argentina.

En el acuerdo con el FMI, el Banco Central vuelve a ser el que define las metas de inflación, tal como lo había hecho hasta el 28 de diciembre pasado, y en ese marco restablece el sistema de tipo de cambio flotante. Por lo tanto, la tasa de interés continuará siendo el instrumento que utilice para bajar la inflación. Ese es un esquema que hasta ahora no tuvo la eficacia esperada, ya que la inflación superó ampliamente las metas tanto en 2017 como en 2018. Lo que se aguarda es que esta vez las condiciones sean mejores debido a que los precios relativos ya se han ajustado, el grueso del aumento de las tarifas ya pasó, y el tipo de cambio vigente en principio no necesita ajustes mayores.

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El acuerdo contempla un mecanismo para desactivar la bomba de la Lebac, una verdadera bicicleta financiera que el actual gobierno potenció. Estas letras del Banco Central fueron creadas por Aldo Pignanelli en marzo de 2002 –plena crisis por la caída de la convertibilidad– para reducir la demanda de dólares y la inflación. El stock inicial, que fue de 2 mil millones de dólares, hoy alcanza a los 900 mil millones.

Asesoramiento y tensión. No hace mucho, Guillermo Nielsen –hombre clave en la reestructuración de la deuda en default de la Argentina en 2004 y 2005– le acercó al Presidente un documento con algunas ideas sobre cómo desactivar esa bomba de tiempo que representan las Lebac. Macri leyó ese documento con atención y, a partir de esas recomendaciones, elaboró un borrador de siete carillas que envió a Federico Sturzenegger para su lectura y consideración. Algunas de esas cosas están en la base del acuerdo con el FMI.

La crisis de confianza que enfrenta el Gobierno ha generado un verdadero cimbronazo en el gabinete. Y esto tiene sus consecuencias. Las tensiones entre sus miembros están a la orden del día.

El protagonismo del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, molesta a varios de sus colegas, quienes no se toman muy en serio su condición de coordinador del área económica. La suspensión de la reunión agendada para el martes pasado entre Dujovne y el resto de los ministros del área, en la que debía tratarse el recorte de gastos de los ministerios, fue una muestra de ello. Oficialmente, se dijo que la razón de tal decisión fue la necesidad de aguardar al cierre de la negociación con el FMI.

La verdad es otra: “Ningún ministro había hecho los deberes. Nadie movió un dedo y muchos le terminaron preguntando a Marcos Peña qué hacer”, confesó una voz desde las entrañas del poder.

En ese clima, pues, se perfilan ganadores y perdedores. Mario Quintana, secretario de Coordinación Interministerial de la Jefatura de Gabinete, está pasando sus peores días desde que asumió. Macri le reprocha haberse equivocado en sus proyecciones y, por si eso fuera poco, acaba de ser imputado por el fiscal federal Ramiro González, por el manejo de la empresa Farmacity. Quintana, que está enfrentado con Sturzenegger, fue uno de los mentores del fatídico 28 de diciembre del año pasado, el día en que se dispuso limitar la independencia del BCRA. Eso caducó el jueves pasado.

El presidente del Banco Central –que también recibe reproches de Macri– se siente como uno de los ganadores de esta crisis. El recupero de su independencia le ha devuelto un protagonismo que había perdido. De aquí en más, será quien defina las pautas de inflación, tal como lo dijo Dujovne en la conferencia del jueves.

La trastienda de esa conferencia también habla de lo que pasa en el interior del Gobierno. Tres fuentes distintas coinciden en que Sturzenegger exigió que, para dejar bien en claro su independencia, no se hiciera ni en el Ministerio de Economía ni en la Casa Rosada (sic). De allí que se optara por el CCK.

Respuestas pendientes. Todo esto ocurre en un escenario socioeconómico complicado. El ajuste tendrá consecuencias sobre la vida diaria de los argentinos. En la conferencia de prensa, las muy precisas preguntas técnicas de los colegas tuvieron respuestas –algunas buenas y otras no tanto– por parte mayoritariamente de Sturzenegger. La única pregunta que no tuvo respuesta concreta fue la referida al impacto del ajuste en la vida de los ciudadanos, que fue formulada por Nicolás Munafó.

La reunión entre el Gobierno y la CGT no fue buena. El 15% establecido en muchas paritarias está absolutamente desfasado. El pedido de recomposición salarial fue claramente expuesto por los triunviros sindicales. La reunión fue dura. Cuando Quintana quiso posponer una respuesta para el jueves 14, Juan Carlos Schmid –uno de los triunviros de la central obrera– lo paró en seco: “Vos no entendiste nada, vos me das una respuesta el día martes y si el martes no nos das una respuesta, lanzamos la medida y no nos reunimos más. Vinimos acá a escucharlos y nos nos van a dilatar más, este jueguito no va más”.

Situación. Hoy se complica lo que hasta hace dos meses se veía como inexorable: la reelección de Macri. Este es uno de los temas claves que se habla en la nueva mesa chica del poder, en la que han reganado protagonismo Emilio Monzó y Ernesto Sanz. Son los que hablaron de acuerdos a los que se opusieron siempre tanto el Presidente como Marcos Peña. A propósito: en sus declaraciones públicas, el jefe de Gabinete exhibe rasgos del síndrome de Hubris; cree que está todo bien y que los que lo contradicen están equivocados (sic).

Producción periodística: Lucía Di Carlo