INTERNACIONAL
Política exterior

Navegar la incertidumbre

A la hora de definir nuestra estrategia internacional, debemos entender que el pasado importa, pero no nos garantiza saber qué vendrá en el futuro.

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Un triunfo inesperado que impacto en el mundo. | AP

Cuando Barack Obama visitó Argentina, hace dos años, la expectativa de una relación cercana con una futura Presidente Hillary Clinton prometía allanar el camino para la inserción internacional de Argentina, pero la victoria de Donald Trump abrió las compuertas a una ola de predicciones pesimistas sobre la relación con nuestro país y su impacto en esa estrategia. Hoy se está hablando del regreso de Argentina al sistema de preferencias de Estados Unidos, los importantes avances en las negociaciones MERCOSUR-Unión Europea, el uso del G20 y otros espacios multilaterales para resguardar nuestras exportaciones (de los limones al aluminio y el acero), los posibles acuerdos comerciales con Corea del Sur, EFTA y la India, y coordinando con Estados Unidos y el Grupo de Lima acciones concertadas y pacificas ante la crisis venezolana.

Trump no causó un colapso de la estrategia, sino una reformulación y adaptación de la misma manteniendo el objetivo máximo: avanzar con la inserción inteligente en pro de nuestros intereses nacionales. Esto es atribuible en buena parte a una elevada capacidad de adaptación y pragmatismo. ¿Pero son estos atributos nuestras mejores herramientas de cara a un mundo cambiante?

El astrónomo y matemático francés Pierre-Simon Laplace estaba convencido de que el mundo era como un gran y complicado reloj. A medida que avanzaba la ciencia, mejor entendíamos el funcionamiento de ese reloj, y por ende nos veíamos en mejor capacidad de predecir el futuro. En resumidas cuentas, era un mundo sin incertidumbres, en el cual el día a día confirmaban nuestras predicciones, siempre y cuando estas fuesen científicamente comprobadas.

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Pero esta concepción de mundo-reloj no sirve para explicar fenómenos inesperados, que quiebran con nuestros pronósticos y salen del molde de las experiencias pasadas, a medida que ganan los Trump y los Brexit. Interesante se hace entonces la propuesta de Peter Katzenstein y Björn Seybert, que nos proponen ver al mundo como uno de nubes, en el cual los avances de la meteorología nos permiten entender cómo se forman las nubes y anticipar patrones climáticos, pero no nos permite predecir la forma exacta de esas nubes. Las probabilidades históricas facilitan para advertir una diversidad de posibilidades en futuro que evidencia un mundo mucho más volátil que el mundo de Laplace.

A la hora de definir nuestra estrategia internacional, debemos entender que las experiencias del pasado contribuyen a que delineemos posibilidades para el futuro, pero no definen patrones que nos permitan pronosticar con exactitud las nubes que el mundo nos presentará mañana. Esta incertidumbre puede ser nuestra condena, o nuestra gran ventaja.

Es así como nuestro potencial en la esfera internacional no yace en la capacidad de ejercer el poder en términos tradicionales como la proyección militar o el tamaño de nuestra economía, sino en la capacidad de adaptarnos ante los desafíos menos esperados de un mundo cambiante. Nuestra orientación estratégica no puede basarse ni en pronósticos deterministas del futuro de las relaciones internacionales, ni estrategias rígidas para el mismo, sino en la habilidad de ser flexibles para explotar las oportunidades que traen los cisnes negros.

*Analista Internacional