Parece que una vez más el aniversario del 2 de abril será aprovechado para reivindicar a militares golpistas y represores al amparo de un sentimiento popular de apoyo a la causa por la soberanía nacional y a quienes combatieron en las islas.
El actual gobierno, sobre todo la vicepresidente Victoria Villarruel, emplea la guerra de Malvinas como un caballo de Troya para reivindicar a acusados y condenados por violaciones a los derechos humanos. Ya ha habido notorios conatos al respecto tanto en el Senado, como en el Espacio de la Memoria.
En consecuencia, para intentar separar la paja del trigo, ofrezco este sencillo decálogo para hablar de la guerra de Malvinas:
1. Todos tenemos derecho a expresar una opinión sobre la guerra de Malvinas.
2. Criticar la guerra no nos vuelve ni menos argentinos, ni menos defensores de la soberanía nacional; de la misma manera, reivindicarla no nos vuelve más patriotas.
3. No es correcto unificar en un genérico a los soldados conscriptos y a los oficiales y suboficiales, aunque todos hayan vivido la experiencia de guerra, porque no todos la vivieron ni la recuerdan de la misma manera.
Los suboficiales y oficiales son profesionales de las armas, pero más del 80% de quienes combatieron en las islas eran conscriptos, es decir. Estaban obligados a ir cuando los llamaron, lo que no quita que en muchos casos estuvieran convencidos de hacerlo y lo reivindiquen hoy.
4. No podemos abstraer la Guerra de Malvinas de su contexto histórico -una dictadura militar que implementó el terrorismo de Estado con el argumento de que la causa de la recuperación está por encima de eso.
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5. Si un oficial o suboficial participó en violaciones a los derechos humanos, un desempeño correcto en la guerra contra los británicos no lo redime. Luego, si un oficial o suboficial se alzó contra distintos gobiernos constitucionales tras la guerra, es golpista y anti democrático. Su actuación en Malvinas no lo redime.
6. En consecuencia ningún gobierno democrático debería reconocer como “héroes” a los oficiales y suboficiales a los que les quepa el puntos 5, ni retórica ni materialmente. Pero como desde Raúl Alfonsín hasta el presente los distintos gobiernos constitucionales han entrado y salido de ese pantano más o menos enchastrados, seguimos como entonces.
7.La memoria es un ejercicio, no es ni una religión, y ni siquiera una obligación. No se implanta ni se lega sino se transmite. La memoria se comparte.
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8.La experiencia de lo vivido es intransferible. Los soldados, sus familiares, sus seres queridos, los civiles afectados por la guerra, tienen todo el derecho del mundo a recordarla como quieren. No se discute políticamente ni con el dolor, ni con el orgullo o la frustración. Allí no hay intercambio posible.
9. Tener presente que para identificar quién descansa bajo cada cruz en el Cementerio de Guerra de Darwin, fueron empleadas las mismas técnicas y saberes que para identificar a las víctimas del terrorismo de estado. Pocas constataciones más poderosas que esa.
10. Las memorias de las personas y sus sentimientos son sagrados. No se discuten sentimientos, sino argumentos. Por eso mismo, no debemos aceptar que discusiones políticas e históricas sean llevadas al plano de los sentimientos para obturarlas.