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La emotiva carta de la pareja de la periodista Lucrecia Bullrich tras su muerte

Maximiliano Poter publicó un escrito en el que cuenta quién era la periodista y cómo fue su valiente lucha contra la enfermedad.

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La periodista Lucrecia Bullrich y su pareja, Maximiliano Poter. | Twitter @maxipoter

La periodista Lucrecia Bullrich, de 39 años, falleció el pasado 11 de febrero luego de luchar por un largo tiempo contra el cáncer. Dirigentes políticos y sindicales la despidieron y destacaron su labor profesional, y ahora su pareja le dedicó una extensa carta en sus redes sociales, donde cuenta quién era y cómo batalló contra la enfermedad.

En el escrito que publicó Maximiliano Poter, que tituló “Amor atómico”, cuenta que la periodista “luchó con una enfermedad artera y vil, un supervillano muy cruento y desalmado", pero asegura que "ella le ganó batalla tras batalla con una sonrisa”. "Así de poderosa y valiente era mi Hormiga Atómica. Nunca este mundo conoció algo tan pequeñito y tan fuerte”, sostiene.

Sobre su pérdida, la pareja de la periodista de diario La Nación explica: “Es curioso, pero ante la pérdida de un ser amado numerosas veces escuché y leí a las personas decir que “ahora este es un mundo peor”. Y eso, seguramente, lo sentimos como una verdad. En efecto, todos los que amamos a Lucrecia estamos hoy en un mundo más indefenso, más triste, más desolado”.

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Además de su tarea en el matutino, "Lucro", como le decían sus seres queridos, en 2010 publicó el libro "Indec, una destrucción con el sello de los Kirchner" junto con su colega Francisco Jueguen, y también colaboró con la producción del libro del periodista Martín Kanenguiser titulado "La maldita herencia", en 2003. Hasta hace pocos meses, participaba en programas radiales en CNN Radio, Radio Cultura y FM Radio Con Vos. En enero escribió su última nota para La Nación

La carta completa:

Les voy a contar un secreto. Todos saben que mi compañera de vida, mi gran “amor después del amor”, Lucrecia Bullrich, fue periodista (y, por ciento, ejemplar y brillante, alguien que enaltecía un oficio en decadencia). Pero pocos saben que, al igual que Clark Kent, ella tenía una súperidentidad secreta. Ya no tiene sentido conservar este misterio, y creo que es un acto de justicia que ella avalaría el revelarles que Lucrecia Bullrich fue también… ¡la “Hormiga Atómica”!

En serio. Ustedes podrán decir que era solo uno de los tantos apodos cariñosos que le decía. Pero no: Es una verdad. Y es una verdad que puedo demostrar científicamente. Mi hormiguita era una heroína diminuta, chiquitiiiita, trabajadora, con una fuerza increíble, luchadora incansable y defensora de nobles ideales.

Cada uno de los que tuvimos la suerte de conocer a Lucrecia puede corroborarlo. Los más jovatos recordarán el lema de este superpersonaje: “¡Contra el maaal, la hormigaaa atómicaaa!”. Y el mal contra el que Lucrecia luchó fue una enfermedad artera y vil, un supervillano muy cruento y desalmado al que, sin embargo (les juro, porque estuve ahí), ella le ganó batalla tras batalla con una sonrisa. Así de poderosa y valiente era mi Hormiga Atómica. Nunca este mundo conoció algo tan pequeñito y tan fuerte. Y era atómica no solo por el tamaño. También porque era una manera de reirnos del cáncer. Era una broma oscura e interna decirnos que las quimios, los rayos y las decenas de químicos que absorbió su cuerpo la habían hecho “radioactiva” y, por ende, superpoderosa.

Detrás del humor (y en especial, del más negro) siempre hay una verdad, y es que no nos damos cuenta de que todos somos atómicos como Lucrecia, mi hormiguita. Sencillamente, porque todo el mundo está compuesto de átomos. Claro, nosotros solo vemos piel, pelo, telas, maderas, metales, pasto e incontables etcéteras. Sin embargo, todo, toooodo está hecho de átomos: ellos son los bloques LEGO del universo, los ladrillitos Rastri de la vida.

Leí recientemente un libro de ciencia (sí, yo no suelo leer novelas: solo leo cosas raras y cómics, como verán) que explicaba que los átomos no son precisamente indestructibles, aunque en cierta forma son “eternos”. Un átomo vive aproximadamente 10 elevado a la 25 potencia, es decir, la cantidad de años equivalente al número 10 seguido de 25 ceros. No tengo idea de cómo se pronuncia esa cifra, pero seguro debe ser algo muy cercano a afirmar que son “inmortales”.

Referentes políticos y amigos despidieron a la periodista Lucrecia Bullrich

Lo más maravilloso de esa durabilidad es que, cuando nosotros morimos, en realidad no desaparecemos. Nuestros átomos se descomponen y con el tiempo, como buenos bloquecitos LEGO de la existencia, pasan a “construir” e integrar otras cosas. A dar nueva vida. En escala atómica, la reencarnación existe. Aquel libro de ciencia lo afirma de una manera muy hermosa diciendo que muchos de nosotros “podemos tener un átomo de Shakespeare”.

A mí, como ya se habrán dado cuenta, lamentablemente, no me tocó. En ese reparto salí perdiendo y la pobre poesía de este texto lo confirma. Por el resto de mis días me voy a preguntar: si los átomos son tan longevos, ¿por qué fueron tan amarretes con Lucrecia? ¿Por qué se agotaron tan rápido y me la arrebataron así, en lo que para ellos es apenas un chispazo de tiempo? ¿Por qué no le regalaron uno de esos 25 ceros que les sobra, si “un vueltito” para ellos es una eternidad para seguir disfrutándola nosotros? Es curioso, pero ante la pérdida de un ser amado numerosas veces escuché y leí a las personas decir que “ahora este es un mundo peor”. Y eso, seguramente, lo sentimos como una verdad.

En efecto, todos los que amamos a Lucrecia estamos hoy en un mundo más indefenso, más triste, más desolado. Peor. Pero todo hombre de ciencia les podrá certificar que, en escala atómica, el entramado del mundo es muy, muy diferente al que nosotros alcanzamos a ver. Y que, en realidad, somos muy afortunados, porque todos los que la conocimos ya tenemos una parte de Lucrecia. Muy pronto, ahora mismo, su luz, su energía, sus superpoderes, serán la unidad constituyente de nueva materia, de nueva vida. Y les aseguro que un mundo donde "podemos tener un átomo de Lucrecia Bullrich” siempre será un mundo mejor. Gracias hormiguita por este amor atómico. Te amaré por 100.000.000.000.000.000.000.000.000 años (léase, “eternamente”).

 

AG / CP / DS