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UNA HISTORIA APASIONANTE

Una inglesa en Irak: Gertrude Bell, la reina del desierto árabe

Hace 95 años moría una aristócrata británica que se abrió paso sola en el mundo machista de la política colonial de su país. Espía y amiga de Lawrence de Arabia, puso y sacó reyes, trazó las fronteras de Irak y fue la voz más escuchada por Winston Churchill, antes de tomar decisiones en Medio Oriente.

Gertrude Bell, escritora, antropóloga británica-20210602
Gertrude Bell, escritora, antropóloga británica. | Shutterstock-flickr-Europapress-Twitter

Si la historia de Isak Dinesen (seudónimo literario de Karen Blixen) en Nairobi logró atraparlo a través de sus ficciones africanas, la de la británica Gertrude Bell, en Irak, le resultará fascinante. Había nacido en Durham, en 1868, pero la vida a 200 kilómetros por hora, la sed de aventuras y su mente privilegiada concentraron en apenas 57 años una biografía de tal intensidad que suma, apenas a modo de titulares, algunos puntos: 

Universidad de Oxford a los 16 años; la primera mujer británica que se graduó en Historia Moderna; primera presidenta de la Liga Nacional de Mujeres Anti-Sufragio; espía y maestra de espías; arqueóloga; fundadora del Museo Nacional de Irak; artífice de las fronteras de la Mesopotamia asiática: gestora de la revolución árabe tras la Primera Guerra Mundial; condecoración de la Orden del Imperio Británico; voluntaria de la Cruz Roja y mucho más…

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Una inglesa que hablaba árabe

Excéntrica, rica y aristocrática, su primera publicación, Persian pictures plasmó las primeras impresiones de su primer viaje, a los 24 años, a Persia, en donde como arqueóloga aficionada, localizó las ruinas de la antigua ciudad de Bersiba

Medio Oriente la atrapó por completo. Recorrió seis veces toda Arabia; se metió en los laberintos del desierto sirio hasta plasmar su segundo relato de viajes, Syria, the desert and the sown; y en 1907 se entregó a la arqueología de la Mesopotamia asiática y, poco a poco, fue en experta en asuntos árabes.

A tal punto que, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, pidió ser enviada a Medio Oriente y, un año más tarde, aterrizó en La Oficina Arabe de El Cairo, en Egipto, la agencia de inteligencia británica en la región. 

Británica y árabe a la vez

Allí trabajó codo a codo con Lawrence de Arabia (T.E. Lawrence). Hablaba árabe y persa fluidamente y, con astucia, logró hacerse camino en el mundo machista de la política colonial británica.

Pensando estrategias y alianzas que pudieran beneficiar a los británicos contra los intereses del Imperio Otomano, Gertrude Bell y Lawrence movieron juntos el tablero de la geografía política de Medio Oriente: al caer el Imperio Otomano, en 1919, ambos promovieron la llegada de Faysal ibn Husayn al trono de Irak, y de la dinastía Hachemita, a Jordania. 

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Lawrence de Arabia, amigos inseparables

Gertrude Bell propulsó la legislación que protegía el patrimonio cultural de Irak y fue una de las voces más escuchadas por Winston Churchill en la Conferencia de El Cairo (1921), destinada a determinar la influencia británica en esta zona caliente. 

Sin olvidar el interés británico en la riqueza petrolera de los territorios kurdos del norte, fue ella quien propuso que la minoría sunita del sur tuviera el control de Irak (pensaba que la mayoría chiita llevaría a una teocracia que perjudicaría a la corona británica).

Reina de Irak sin corona

Fue tal su influencia sobre Churchill que se dijo que ella misma lo convenció de coronar como rey de Irak al depuesto rey sirio Faisal, en abril de 1921.

Desde entonces, en 10 Downing Street se hablaba de Gertrude Bell como “la reina sin corona de Irak”; ella también movía los hilos en la flamante monarquía: operó a favor de Faisal entre los jefes tribales y todos contribuyeron a sostener los intereses británicos en la región, por más que las rivalidades religiosas siguieran hasta hoy día agitando al país.

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Al poco tiempo de estar en Irak, regresó a su primer amor: la arqueología

Luego de manejar el tablero de la nueva nación, retomó su primer amor por la arqueología. Reunió las piezas que ella misma y otros exploradores habían hallado y creó el Museo Arqueológico de Bagdad que, en 1926 sería rebautizado como Museo Nacional de Irak. Con las potencias europeas en contra, defendió su tesis de que las piezas patrimoniales debían quedar en su lugar de origen. Y lo logró.

El 12 de julio de 1926 alguien la encontró sin vida en su casa de Bagdad. Había muerto por una sobredosis de somníferos. Sus restos yacen en el Cementerio Británico de Irak. Nunca se casó ni tuvo hijos. En su testamento pidió que la mermada fortuna familiar que le quedaba se destinara a la creación del Escuela Británica de Arqueología de Irak.

La madre de Irak

"Fue una de las impulsoras de la creación de este país. En cierto sentido fue la madre de Irak, para bien o para mal", explica la historiadora Tamara Chalabi, experta en Gertrude Bell. 

Cuando Chalabi llegó al país en 2005, "los menores de 60 años no sabían de quién hablaba y solo unos pocos ancianos recordaban lo que había hecho y la llamaban Khatun ("Señora" en turco)". Chalabi cree que se debe a "la forma en la que se enseña la historia en Irak". 

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"Los iraquíes no saben mucho sobre su pasado. Cuando se les habla de patrimonio e historia, sólo dan una versión monolítica y propagandista", opinó Chalabi.

Muy diferente es en Occidente, en donde tuvo varios biógrafos y ensayistas e incluso una película dirigida por  Werner Herzog, en 2015, "La reina del desierto", que protagonizó Nicole Kidman. 

Encontrar el cementerio protestante británico que alberga sus restos mortales es casi como encontrar un aguja en un pajar, oculto en un callejón del centro de Bagdad. Lo atiende Ali Mansur, que heredó ese puesto de su padrastro, a quien a su vez se lo habían encomendado los británicos hace más de medio siglo. 

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Sus restos en el cementerio británico, Bagdad.

Mansur contó que, en 2020, la embajada británica lo invitó a asistir a una ceremonia en memoria de "Miss Bell", como la llaman en ese ámbito. 

Su biógrafa local, Chalabi proviene de una familia iraquí exiliada tras la caída de la monarquía en 1958. Ella rehabilitó la tumba de Gertrude Bell (el sueldo de US$ 120 que percibe Mansur proviene de las arcas protestantes), la embelleció con un cantero de árboles y le dio la dignidad de una placa que reza: "Restaurada por Tamara Chalabi en reconocimiento por la contribución histórica de Gertrude Bell a Irak". 

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La versión cinematográfica de Werner Herzog, con Nicole Kidman.

¿Británica o pro irakí?

Ali al Nashmi, profesor de historia en la universidad Mustansariya de Bagdad, la arqueóloga "sólo servía los intereses de la corona británica, no los de los iraquíes" y su apreciación resume la de muchos conciudadanos. 

Para encontrar otra mirada más amable sobre el legado de Gertrude Bell en Irak hay que ir al Museo de Bagdad. En su oficina, el director del Consejo de Antigüedades y Patrimonio, Laith Husein, conserva sobre la pared una placa con la lista de sus predecesores, encabezada por Gertrude Bell (1922-1926)."Nunca la han olvidado", dice. "Ella creó el Museo Iraquí y contribuyó a la primera institución arqueológica del país". agrega haciéndole justicia.

Sin embargo, la estatua que le había mandado a hacer Faisal I, desapareció cuando las tropas estadounidenses invadieron Irak y saquearon el museo, en 2003.  "Todavía no la hemos encontrado", se lamentó Husein.

mm / ds