Hace exactamente una década, Guillermo, el hijo de Lady Di y el Príncipe Carlos, William Arthur Philip Louis, se casaba con Catherine Elizabeth Middleton, la capricorniana de Reading que demostró que una plebeya podía unir su vida a un príncipe británico sin desentonar con la más conservadora de las monarquías europeas.
Guillermo y Kate, hoy duques de Cambridge que ya van pisando los 40 (38 y 39 años, respectivamente), se conocieron en 2001, cuando ambos estudiaban historia del arte y coincidieron en tiempo y espacio en la Universidad de Saint Andrews, en Edimburgo.
Ella, hija de un despachante aéreo y de una azafata que se hicieron ricos con Party Pieces, un cotillón de ventas online y él, el heredero al trono de Gran Bretaña, no tenían demasiadas cosas en común, excepto el desconocimiento de las estrecheces económicas. Con todo, ella tenía algo de lo que él carecía; una experiencia laboral en la empresa familiar y luego como diseñadora de ropa infantil en First Birthdays. Y sobre todo, tenía visión de futuro.
Con problemas de vocación, Guillermo quiso dejar los estudios hasta que ella lo convenció de que estudiara Geografía y finalmente lo alentó para que emprendiera la carrera militar. Se graduó como teniente de marina en la Royal Navy y luego cursó estudios completos en la academia militar de Sandhurst, para ingresar en la Royal Air Force.
Casamiento real
Se dice –como siempre sucede en estos casos- que todo fue un plan familiar de los Middleton para generar un romance. Kate tenía varias cosas a favor: belleza, templanza, mucha paciencia y espíritu competitivo. ¿Nada de sangre azul? Eso ya poco importa en el siglo XXI y mucho menos a los hijos de Diana Spencer.
Comenzaron a verse, y algo más también, hasta que la relación se cortó en el año 2005. Con el visto bueno de la Reina Elizabeth, los mensajeros fueron y vinieron y el amor renació en 2008, hasta que se puso fecha nupcial: el 29 de abril de 2011 y todos fueron felices.
En las internas familiares que enfrentaron a su cuñado, el príncipe Harry con los pesos pesados de la corona británica, Kate tomó siempre partido por la tradición, el deber y la lealtad, cualidades esenciales para ser aceptada en el círculo estrecho de la familia Windsor. Kate tiene prestancia, es aguda y renueva la anquilosada estampa real, pero sin despertar más que una brisa a su paso. Esa es la gran diferencia con su concuñada, Meghan Markle, la princesa de Sussex, que donde esté desata un tornado.
Se casaron en la abadía de Westminster y dos años más tarde comenzaron a llegar los hijos George, en 2013; Charlotte en 2015 y Louis en 2018.
Desde luego, los Windsor decidieron que los nuevos miembros de la realeza se educaran con los mismos principios que habían recibido Elizabeth y su hermana Margaret. Pero Kate supo negociar la concurrencia a una institución educativa (Thomas's Battersea) y un momento de intimidad con ellos: prepararles cada mañana su desayuno.
Con esos detalles, Kate y Guillermo conquistaron al pueblo británico y mantienen en público y privado la imagen de una familia consolidada y feliz, algo que Lady Di jamás logró, pese a su esfuerzo. Al cumplir 15 años de matrimonio con el príncipe Carlos, la única sala de escape que había encontrado fue la del divorcio.
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